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En torno a la Navidad

Carlos BarberáEl 21 del pasado noviembre, Babelia publicó una larga entrevista con Ian Mc Ewan, el excelente novelista británico. Hacía un repaso a temas profundos, explicaba las razones de su felicidad personal y criticaba la utopía como “una de las formas más destructivas del pensamiento humano”. Me sorprendió que en las reflexiones de este ateo amigo de Hitchens, no apareciera nunca el hecho de que en este mundo hay pobres y víctimas. Con razón su compatriota Eagleton criticó en su momento con dureza a esos ateos ingleses militantes frente a Dios pero silenciosos, por ejemplo,  sobre la guerra de Irak.

Aunque parezca extraño, toda esta introducción viene a cuento de la proximidad de la Navidad, una fiesta que probablemente tiene los días contados. No falta mucho para que los laicistas nos recuerden que estamos en una sociedad laica, y aleguen que la Navidad de Jesús es un hecho confesional, ajeno a ellos y a los creyentes de otras religiones y que en consecuencia hay que pasar sin más demora  a celebrar las Fiestas de Invierno.

A mi modo de ver, ante esas reivindicaciones, ya a la puerta, los creyentes cristianos deberíamos hacernos reflexiones parecidas a las siguientes.

La  Navidad es el resultado de cristianizar las fiestas del sol invictus, del solsticio de invierno. Podemos por tanto aceptar que la franquicia que se nos concedió haya llegado ya a su caducado. Se nos está pidiendo que la devolvamos y ya dijo Jesús que a quien nos pida la capa tenemos que darle también el manto. Por más que esa situación nos provoque alguna nostalgia, no han de dolernos prendas a la hora de restituir.

Podremos sin duda argumentar que la Navidad ha sido también entre nosotros un hecho cultural que a lo largo de siglos ha configurado usos, ritos, arte,  literatura y que arrumbarla sin más ni más significa  un empobrecimiento. Sobre todo si lo que espera es la invasión de la liturgia y la estética yankee. Cuando ya nadie se acuerde de Góngora y su “caído se le ha un clavel…” y sólo podamos echar mano del ho, ho, ho de Papá Noel seremos más laicos pero sin duda mucho más pobres. Cuando los nacimientos hayan sido sustituidos por los gorros rojos, las pelucas y las máscaras, una riqueza ancestral se habrá perdido. Desgraciadamente.

Todo lo anterior no quiere decir que los cristianos nos resignemos a una celebración semiclandestina y nos convenzamos de que no tenemos nada que aportar en Navidad. Si así fuera, es que habíamos renunciado a uno de los pilares de nuestra esencia: la fe en ese hecho inconcebible, que al Dios misterio absoluto lo han visto nuestros ojos, que la luz inaccesible de Dios se ha encendido a nuestro lado, que un ser humano, uno de los nuestros,  ha sido verdaderamente Dios y ha habitado entre nosotros.

Claro está que esas certezas pueden y deben vivirse todo el año pero a la vez es también cierto que ésa es la función de los ritos: traer memoria, vivencia, actualización. Cada día deberíamos sentir la alegría de vivir en democracia pero una fiesta al año nos ayuda sin duda a hacerlo. Pues así ocurre con las fiestas de Navidad.  Nos recuerdan, nos actualizan y una cosa más: nos interpelan.

La primera Navidad aportó un anuncio de salvación a los pobres,. No puede haber, por tanto, una celebración navideña en la que ellos no estén presentes. En realidad nunca se olvidó esa presencia. Cuando éramos más pobres y más ingenuos existían los aguinaldos, las bolsas de Navidad de las parroquias, campañas como la de “siente un pobre a su mesa”. Su recuerdo puede hacernos sonreír pero sólo si es que nuestras propuestas actuales son mejores.

Los pobres eran entonces los humildes, los necesitados. Hoy tienen nombres más inquietantes: parados, desahuciados, emigrantes, refugiados. Y nuestra buena noticia tiene también nombres más exigentes: acogida, toma a cargo, reivindicación, manifestación.

No  hay nada que oponer, sin duda, a los gestos navideños familiares o amicales. Por más que en estos días haya quienes machaconamente abominen de esos buenos sentimientos a plazo fijo, contienen sin duda muchos valores. No queremos ni podemos desterrarlos sin más. Ya se ha señalado muchas veces que el mandato evangélico nos empuja a convertir al semejante en un prójimo- Pero esta mirada a lo cercano no puede hacernos olvidar lo global ¿Qué iniciativas pondremos en marcha para que, gracias a nosotros esta Navidad una buena noticia? Y ¿para quién o para quiénes?

5 comentarios

  • Jesús

    Excelente reflexión.

  • h.cadarso

    Allá para todos mi tarjeta-felicitación navideña, como siempre a escala planetaria:

    Luzó la Aurora, se llamó el Niño Paz

    Se calló el claclacla de los kalasnikoff

    Sonaron los arrullos de paloma torcaz

    Llovió piadoso el cielo abundante rocío

    De nutritivo, sabroso y refrescante maná.

    Lo de “luzó” viene del verbo luzar, o sea dar a luz. Por lo menos en La Rioja…

  • ELOY

     
    Leo titulares de esperanza (propios de Navidad o Reyes y que no parecen ser “inocentada”) en EL PAÍS de hoy:   
     
    1) “Valencia suprime el copago a pensionistas y discapacitados
     
    La Generalitat lo articula como subvención propia para evitar otro recurso de inconstitucionalidad del Gobierno
     
    2) “El Gobierno portugués sube salario mínimo, pensiones y subsidios”
     
    Comunistas y bloquistas apoyan las medidas del Ejecutivo socialista, aunque les parecen insuficientes” 
     
    2) Como “no hay dos sin tres“, según dice un conocido refrán, esperemos que a partir del día 20 nos llegue la tercera noticia cargada de esperanza, que nos ayude a disfrutar estas navidades de los previsibles “avances en solidaridad”, que España necesita.
     

  • oscar varela

    Pájaros perdidos” – R. Tagore

     
    La música del Poniente es como el preludio de la noche;
    himno solemne a la inefable oscuridad.

     
    El grande nace niño;
    y cuando muere,

    le da su niñez grande al mundo.

     

    El que lleva su farol a la espalda,

    no echa delante más quo su sombra.

     
    — ¿Qué esperas, luna?
    — Al sol, para dejarle pasar.

     
    Cada mañana de Dios es una nueva sorpresa para Él mismo.

    Creando se encuentra Dios a sí mismo.

     
    Vida se nos da, y la merecemos dándola.
     
    El hacha del leñador pidió su mango al árbol,
    y el árbol se lo dio.

     
    Lo posible pregunta a lo imposible:
    – «¿Dónde vives tú?»-

    «En los sueños de los que no pueden»-,

     dice una respuesta

     
     El sol poniente preguntó:
    – «¿No hay quién pueda rele­varme? »

    «Se hará lo que se pueda, Maestro»,

    dijo la lámpara de barro.

     
     ¿Quién eres tú, que me hostigas como el Destino?
    Tú mismo, montado sobre tu espalda.

     
     No digas «La mañana», y la dejes con nombre de ayer.
    Mírala y llámala, cada día, por vez primera,

    como a un niño recién nacido, aún sin nombre.

    ………………….

  • olga larrazabal

    Lo que ahora llamamos Navidad, correspondiente al solsticio, desde tiempos inmemoriales se ha celebrado en todas las culturas.  Los pueblos primitivos veían que el sol se les iba, que la noche era larga y el día corto, y ellos seguramente creían que el Sol podía quizás no volver y ellos caer en las sombras del frío invernal.  Para eso decoraban sus árboles tutelares con adornos rojos, con la esperanza de agradar a esta fuerza.  Los hijos del Dios, que trajeron un mensaje divino de esperanza, Mitra y Jesús, son celebrados en este día.  Los judíos celebran Hannuka, la fiesta de los Macabeos libertadores de Israel, que le dieron esperanza de libertad a su pueblo.

    Y yo diría que no hay que ser religioso para celebrar la fiesta de la esperanza, que harta falta que nos hace, en que las familias se reúnen, comen cosas especiales y se hacen cariño con regalitos.

    No creo que esta fiesta vaya a extinguirse.  quizás cambiará de vestuario, aparecerán nuevas leyendas urbanas, pero está demasiado arraigada en el inconsciente colectivo como para que se suprima.

    En cuanto a los ateos militantes, si no son unos lateros obsesivos, también les gusta comer y tomar y pasar un buen rato con la familia.