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La mejor lección

Iñaki

El Athletic de Bilbao ganó al Barcelona, el 17 de Agosto, la Supercopa de España (ida 4-0, vuelta 1-1)

Hace muy poquitos días el Athletic se enfrentaba a una especie de misión imposible. ¡Ganar al Barcelona a doble partido! Ni el más soñador podía imaginarlo. Y sin embargo, en una semana lo teóricamente imposible se ha convertido en una realidad. Ha sido tan inesperado y espectacular lo ocurrido que pasará a la historia como uno de esos milagros que se dan en el fútbol. Toda la masa de aficionados lo ha visto, oído y leído así que poco más podría añadir yo. Quizá un par de cosillas: Que he echado de menos la gabarra y que siguen sobrándonos fichajes estrella.


Como no solo se vive del fútbol, quisiera ir un poco más lejos en el análisis de este fenómeno sociológico, de tan amplio impacto social. La mejor lección que puede sacarse de esta semana mágica es que, de antemano, nadie debemos darnos por vencidos nunca. Esto sí que sirve para todos, aficionados y no aficionados. La vida es un torneo continuo, desde que naces hasta el último suspiro. ¿Quién de nosotros no está inmerso en alguna batallita, bien sea a nivel individual o colectivo? Buscando un empleo o tratando de mejorar el que se tiene. O luchando contra una enfermedad o achaque. O intentando readaptarse al paso de los años. O sudando para sacar adelante una familia. O defendiendo alguna ideología que crees beneficiosa para tu municipio. O….. ¿Cuántas veces dejamos que la tristeza, en forma de depresión más o menos aguda, nos invada y paralice?

Si el fenómeno Athletic nos ayudara a no rendirnos, ni siquiera ante un imposible, esto sí que podría ponernos en el camino de cualquier victoria personal o colectiva. ¿Cuál es el secreto de la supervivencia de nuestro Athletic? ¿Cuál su truco, para enfrentarse contra el viento y las mareas de estos nuevos tiempos, futbolísticamente hablando? Toca aprender la lección del querer es poder. ¡Ánimo y a la pelea!

16 comentarios

  • oscar varela

    JAQUE a la INTUICIÓN
    (Juego matemático de Adrián Paenza)
     
    Varones y mujeres
     
    inal del formulario
     
    Voy a plantear un problema que juega con nosotros, se divierte con uno, porque al leer el enunciado uno sospecha casi inmediatamente que la repuesta tiene que ser una que –en general– no es.
     
    Eso genera sorpresa porque al pensar la respuesta, uno se ve forzado a correrse de lo que está habituado a pensar.
     
    Supongo que allí comienza la fascinación, por la pelea interna que se produce entre lo que uno cree que tendría que pasar con lo que realmente pasa.
     
    Antes del planteo, un par de reflexiones más. La intuición, como cualquier músculo, se entrena. A medida que pasa el tiempo, cuanta más experiencia uno adquiere, está mejor preparado para imaginar soluciones. Se abren nuevos caminos que uno no sospechaba que existían y uno se siente mejor equipado para enfrentar lo desconocido.
     
    Ver: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-281550-2015-09-13.html
     
    …………………………….
     
    ¡Vamos todavía! – Óscar-

  • Iñaki S:S,

    Esta si que ha sido una lección fantástica, amigo Oscar. Un auténtico regalo, muy ilustrativo para quienes tenemos aún mucho que aprender…a pesar de las canas.

  • oscar varela

    (continuación y final sobre el QUERER –ubicación y entorno)
     
     
    CIENCIA, ORGIA Y ALMA
     
    Esta tripartición de nuestra intimidad en las tres zonas de vitalidad, alma y espíritu
    nos es impuesta por los hechos, y hemos llegado a ella sin otra operación que filiar estrictamente, como hace un zoólogo al clasificar la fauna, los fenómenos internos. Esos tres nombres, pues, no hacen sino denominar diferencias patentes que hallamos en nuestros íntimos sucesos: son conceptos descriptivos, no hipótesis metafísicas.
     
    Es cosa bien clara que en el dolor me duele mi cuerpo, que la tristeza está en mí, pero no viene de mi yo; en fin, que pensar o querer son actos «míos», en el sentido de que nacen de mi yo. El pronombre «mi» significa evidentemente cosa distinta en los tres casos. Porque mi cuerpo, objeto extenso y material, no puede ser <mío> en la misma forma que lo es la tristeza, y ésta, a su vez, no es «mía», de la misma suerte que una decisión emanada del yo en un creador acto de voluntad. Y, sin embargo, esa pertenencia a la persona, ese formar parte de un sujeto que el posesivo «mío» expresa, tiene lugar en los tres casos.
     
    Esto nos obliga, por lo menos provisionalmente, a hablar de tres «yo» distintos que integran trinitariamente nuestra personalidad:
     
    un «yo» de la esfera psicocorporal, un «yo» del alma, un «yo» espiritual o mental.
     
    Ahora bien el <yo> indica siempre un término central de referencia: el diente que duele no le duele al diente, ni la cabeza a la cabeza, sino ambos a un tercero, que es mi «yo» corporal. Los tres «yo» vienen a ser tres centros personales, que no por hallarse indisolublemente articulados dejan de ser distintos. Y tan distintos son que necesitamos representárnoslos con forma diversa unos de otros.
     
    El yo espiritual tiene, como sus actos, un carácter puntual.
    Yo no puedo pensar una cosa con una parte de mi mente y otra contraria o meramente distinta con otra, ni puedo tener a un tiempo dos voliciones divergentes. En cambio, pueden nacer en mi alma varios y aun opuestos impulsos, deseos, sentimientos.
     
    El yo del alma tiene, pues, un área dilatada y,
    como si dijéramos, una extensión psíquica, en cada uno de cuyos puntos puede nacer un acto emotivo o impulsivo diferente. Y como los sentimientos, deseos, etc., son más o menos profundos, más o menos superficiales, habremos de pensar el alma a la manera de un volumen euclidiano, con sus tres dimensiones.
     
    Este volumen esferoide del alma termina en una periferia que es el yo corporal,
    aun más francamente extenso, pero que no constituye, como el alma, un recinto cerrado y lleno, sino más bien una película de vario grosor, adherida de un lado a la esfera del alma; de otro, a la forma del cuerpo material.
     
    El descubrimiento de esta trinidad en la persona invita a preguntarnos cuál de los tres «yo» somos, en definitiva, y al intentar responder nos sentimos deslizados hacia consideraciones de grave sutileza, donde palpamos, como desde fuera, realidades y problemas de dramático sabor cósmico.
     
    Entendimiento y voluntad son operaciones racionales,
    o, lo que es lo mismo, funcionan ajustándose a normas y necesidades objetivas. Pienso en la medida en que dejo cumplirse en mí las leyes lógicas y en que amoldo mi actividad de inteligencia al ser de las cosas. Por eso, el pensamiento puro es en principio idéntico en todos los individuos.
     
    Lo propio acontece con la voluntad. Si ésta funcionase con todo rigor, acomodándose a lo que <debe ser>, todos querríamos lo mismo.
     
    Nuestro espíritu, pues, no nos diferencia a unos de otros.
    Lo que sí parece claro es que, al pensar o al querer, abandonamos nuestra individualidad y entramos a participar de un orbe universal, donde todos los demás espíritus desembocan y participan como el nuestro. De suerte que, aun siendo lo más personal que hay en nosotros —si por persona se entiende ser origen de los propios actos—, el espíritu, en rigor, no vive de sí mismo, sino de la Verdad, de la Norma, etc., etc., de un mundo objetivo, en el cual se apoya, del cual recibe su peculiar contextura. Dicho de otra manera: el espíritu no descansa en sí mismo, sino que tiene sus raíces y fundamento en ese orbe universal y transubjetivo.
     
    Sentir, conmovernos, desear, son actos, en un pleno sentido, privados, individuales.
    El que piensa una verdad se da cuenta de que todo espíritu tiene que pensarla de hecho o de derecho como él. En cambio, mi tristeza es mía sola, nadie la puede sentir conmigo y como yo, ni cabe que varios pongamos los belfos en la misma corriente de alegría para abrevarnos de ella, como cabe que se nutran de la misma verdad seres innumerables.
     
    Se aclara algo más esta diferencia entre lo «privado» del alma y lo «público» del espíritu si descendemos nuevamente a la vitalidad, al alma corporal.
     
    Nuestro cuerpo tampoco vive sobre sí mismo y desde sí mismo.
    La especie, la herencia, son poderes extraindividuales que actúan en el cuerpo de cada individuo. Va éste como dirigido y prisionero de una fuerza externa a él y previa a él, que se manifiesta, por ejemplo, en los instintos. Son éstos un repertorio vital ya hecho, acabado, perfecto, que el cuerpo recibe como un actor se encarga de un papel preconcebido por el poeta. Todo induce a creer que si al fenómeno que llamamos vitalidad corresponde una realidad efectiva, ésta será como un torrente cósmico unitario; es decir, que habrá una sola y universal vitalidad, de que cada organismo es sólo un momento o pulsación. Ello es que los más agudos problemas biológicos no resultan inteligibles si no se supone esa vida única y armónica en todo el cosmos.
     
    (Por ejemplo: el hecho de la adaptación mutua entre especies diversas y, en general, la armonía entre «todas» las especies, sólo comprensible si un principio vital único ha organizado su conjunto, lo mismo que organiza el cuerpo de cada individuo).
     
    No es síntoma desdeñable el extraño fenómeno
    de que el ser vivo perciba desde luego la vida —que es cosa latente— de los demás seres vivos y asimismo la simpatía universal, la maravillosa comprensión que actúa entre todos los animales y es base inclusive de sus luchas y odios.
     
    (El odio entre razas humanas, el antagonismo entre especies infrahumanas, implica percepción de las diferencias vitales).
     
    En fin: las situaciones de máxima exaltación corporal, como son, la embriaguez, el orgasmo sexual y la danza orgiástica, traen consigo la disolución de la conciencia individual y un delicioso aniquilamiento en la unidad cósmica
     
    El predominio del espíritu y el del cuerpo tienden a desindividualizarnos y, al propio tiempo, a suspender nuestra vida de alma. La ciencia y la orgía nos vacían de la emoción y del deseo y nos arrojan de ese recinto, desde el cual vivíamos frente a todo lo demás, sumidos en nosotros mismos, y nos vuelcan sobre regiones extraindividuales. sea la superior de lo Ideal, sea la inferior de lo Vital y cósmico. Pero aún podemos acusar con mayor realce este peculiar carácter recluso del alma.
    ………………………….
     
     
    EL ALMA COMO EXCENTRICIDAD
     
    Contemplemos la vida del niño.
    Su alma apenas si ha comenzado a formarse y su espíritu no ha despertado aún. Las acciones que le vemos ejecutar, su existencia toda, están dominadas casi exclusivamente por el alma corporal. Si le comparamos con el adulto, nos parece muy próximo al animal, y, como éste, sin plena individualidad. ¿De qué centro emanan sus actos?
     
    En el niño, como en el animal, tenderíamos a no hablar de centro alguno, y juzgaríamos más adecuado decir que son meramente periferia. El niño va de acto en acto, como empujado por una fuerza externa a él. Estos actos se suceden y enlazan como los eslabones de una cadena, en que una pieza arrastra la otra; pero no emanan de un centro interior a él. El niño, como el animal, no se siente «frente» al cosmos, sino que es trozo del cosmos. No tiene cámara ni «recámara». Por esta razón, su existencia parece exenta de centro radiante.
     
    En realidad, niño y animal viven cósmicamente,
    y su centro es el mismo del cosmos, con quien maravillosamente coinciden. Tal coincidencia del centro animal e infantil con el de la Naturaleza es el hecho biológico en que se realiza nuestra idea de «inocencia».
     
    Opongamos a esta imagen de la vida pueril la del sabio tradicional absorto en su elucubración.
    El «sabio» es casi espíritu puro. Piensa. Y su existencia meditabunda tampoco está en su mano. La persona del gran matemático —recuérdese la leyenda de Arquímedes— tiene algo de fenómeno elemental, ajeno a la individuación e «irresponsable» como lo son el fuego y el viento. El sabio tampoco tiene en sí su propio centro de vida; también coincide con un centro sobreindividual: la Razón del Universo. El «sabio» es también inocente. El juego del niño y la tabla de logaritmos son igualmente «inocencias».
     
    Sólo el hombre en quien el alma se ha formado plenamente posee un centro aparte y suyo,
    desde el cual vive sin coincidir con el cosmos. ¡Dualidad terrible, antagonismo delicioso! Ahí, el mundo que existe y opera desde su centro metafísico. Aquí, yo, encerrado en el reducto de mi alma, «fuera del Universo», manando sentires y anhelos desde un centro que soy yo y no es del Universo. Nos sentimos individuales merced a esta misteriosa excentricidad de nuestra alma. Porque frente a la naturaleza y espíritu, alma es eso: vida excéntrica.
     
    Con el nacimiento del alma, alumbra el mágico hontanar de los grandes deleites y las grandes angustias.
     
    El mundo se hace incomparablemente sabroso sentido bajo esta nueva e individualísima perspectiva del yo excéntrico. Porque el mundo del cuerpo y el del espíritu son relativamente abstractos y genéricos. Pero los amores y odios dotan al cosmos de una topografía afectiva y le proporcionan modelado. El mundo mostrenco, igual para todos, se hace entonces «mi» mundo privado.
     
    Mas, por otra parte, cae el hombre prisionero de su alma.
    La ciudadela, el hogar, son a la vez prisión y mazmorra. Quiéralo o no, tengo que ser yo, y sólo yo. Me siento desterrado del resto de las cosas y en una trágica secesión de la existencia unánime del Universo. ¿Soy un tránsfuga del mundo o un arrojado de él?
     
    ¿No es el alma —en el sentido que aquí damos al término— el auténtico pecado original de que habla el Cristianismo?
    Antes sólo había Paraíso, cuerpo y espíritu —coincidencia con el paisaje, que es por esto jardín, aunque sólo fuera campo—, coincidencia con los animales y hermandad con los astros: inocencia, en suma. Mas, después del pecado. Adán y Eva hacen un gesto que para un psicólogo es inequívoco: se cubren. Como todo gesto tiene un origen simbólico y representa en figuras de espacio lo psíquico, cubrir el cuerpo equivale a separarlo del contorno, cerrarlo, prestarle intimidad.
     
    A la intimidad y recinto excéntrico que es el alma corresponde ese gesto pudoroso.
    El hombre que siente la delicia de ser él mismo, siente a la vez que con ello comete un pecado y recibe un castigo. Diríase que esa porción de realidad que es su alma, y que ha acotado irremediablemente para sí, la ha sustraído de modo fraudulento a la inmensa publicidad de natura y espíritu. Queda así condenado, como Ugolino, a pesar eternamente sobre su presa, que es él mismo, y morderle sin descanso la cerviz.
     
    Todo hombre o mujer que llega a madurez sintió en una hora ese gigante cansancio de vivir sobre sí mismo,
    de mantenerse a pulso sobre la existencia, parecido al odium professionis que acomete a los monjes en los cenobios. Es como si al alma se le fatigasen los propios músculos y ambicionase reposar sobre algo que no sea ella misma, abandonarse, como una carga penosa al borde del camino. No hay remedio, hay que seguir ruta adelante, hay que seguir siendo el que se es…
     
    Pero sí, un remedio existe, sólo uno, para que el alma descanse: un amor ferviente a otra alma. La mujer conoce mejor que el varón este maravilloso descanso, que consiste en ser arrebatada por otro ser. También aquí la imagen plástica de arrebato, de rapto, deja rezumar el sentido de la oculta realidad psicológica. En el rapto, la ninfa galopa sobre el lomo del centauro; sus pies delicados no pisan el suelo, no se lleva a sí misma, va en otro. Del mismo modo, el alma enamorada realiza la mágica empresa de transferir a otra alma su centro de gravedad, y esto, sin dejar de ser alma. Entonces reposa. La excentricidad esencial queda en un punto corregida: hay, por lo menos, otro ser con cuyo centro coincide el nuestro.
     
    Pues ¿qué es amor sino hacer de otro nuestro centro y fundir nuestra perspectiva con la suya?
    …………………………

  • oscar varela

    (continuación sobre el QUERER –ubicación y entorno)
    ESPÍRITU Y ALMA
     
    Ese fondo de vitalidad nutre todo el resto de nuestra persona, y como una savia animadora asciende a las cumbres de nuestro ser. No es posible, en ningún sentido, una personalidad vigorosa, de cualquier orden que sea —moral, científico, político, artístico, erótico—, sin un abundante tesoro de esa energía vital acumulada en el subsuelo de nuestra intimidad y que he llamado «alma corporal».
     
    Pero si está constituye el cimiento y raíz de nuestra persona, su periferia animal, la cima de ella o, por mejor decir, su centro último y superior, lo más personal de la persona, es el espíritu.
     
    Lo más personal, pero acaso no lo más individual.
    Y conste que no se trata —como en nada de lo que voy diciendo— de ninguna entidad metafísica, realidad oculta e hipotética que, tras de los fenómenos patentes, postulamos. Me refiero exclusivamente a fenómenos que cada cual puede hallar en sí con la. misma evidencia que ve las cosas en torno.
     
    Espíritu es el conjunto de los actos íntimos de que cada cual se siente verdadero autor y protagonista. El ejemplo más claro es la voluntad. Ese hecho interno que expresamos con la frase «yo quiero», ese resolver y decidir, nos aparece como emanando de un punto céntrico en nosotros, que es lo que estrictamente debe llamarse «yo».
     
    Cuando obramos en virtud de un deber penoso, lo hacemos en contra de una porción de inclinaciones opuestas que en nosotros hay, frente a las cuales se yergue ese núcleo personalísimo del «yo» que quiere, monarca rigoroso de un Estado inquieto. Esas inclinaciones dominadas son ciertamente «mías», pero no son «yo». Por eso me advierto como colocado fuera de ellas, frente a ellas, en contra de ellas; es decir, «yo» en contra de «mí».
     
    Lo propio acontece con el pensamiento.
    El acto en que entendemos con evidencia suficiente una proposición científica sólo puede ser ejecutado por ese centro de mi ser, que es la mente o espíritu. Ni con el cuerpo ni con el alma sensu stricto se piensa. En todo auténtico «entender», «razonar», etc., se produce un contacto inmediato entre el «yo» espiritual y lo entendido. Es como un ver las ideas y sus relaciones, donde el ver adquiere un sentido de plena actividad. Por eso no cabe «pensar» en estado de somnolencia, sino sólo en momentos de máxima tensión en que más excitado se halla ese carácter autocrático, generador de actos propios, que designábamos como distintivo del espíritu.
     
    Pero hay otra nota que diferencia lo espiritual de la zona a la cual reservamos el nombre estricto de alma.
    Los fenómenos espirituales o mentales no duran; los anímicos ocupan tiempo. El entender que 2 + 2. =4 se realiza en un instante. Puede costamos mucho tiempo llegar a entender algo; pero si lo entendemos —esto es, si lo pensamos—, lo pensamos en un puro instante. No cabe, en términos rigorosos, decir que estamos pensando algo más o menos tiempo. Por «estar pensando» significamos la serie sucesiva de muchos actos de pensar, cada uno de los cuales es un relámpago mental.
     
    Del mismo modo se quiere o no de un golpe.
    La volición, que acaso tarda en formarse, es un rayo de actividad íntima que fulmina su decisión.
     
    En cambio, todo lo que pertenece a la fauna del alma dura y se alarga en el tiempo.
    Mientras pensar y querer son actos, por decirlo así, puntuales, son deseos y sentimientos líneas afluyentes. Se «está triste», se «está alegre» un rato, un día o toda la vida. Cuando se ama, el amor no es una serie de puntos discontinuos que se producen en nosotros, sino una corriente continua en que, sin interrupción, actúa el sentimiento. Bastaría esta diferencia para separar radicalmente nuestra vida intelectual y volitiva de la región del alma donde todo es fluido, manar prolongado, corriente atmosférica.
     
    Mayor claridad recibe todo esto
    sí entramos resueltamente en esta zona y desde dentro de ella vemos su distancia al espíritu. En efecto: entre la vitalidad, que es, en cierto modo, subconsciente, oscura y latente, que se extiende al fondo de nuestra persona como un paisaje al fondo del cuadro, y el espíritu, que vive sus actos instantáneos de pensar y querer, hay un ámbito intermedio más claro que la vitalidad, menos iluminado que el espíritu y que tiene un extraño carácter atmosférico. Es la región de los sentimientos y emociones, de los deseos, de los impulsos y apetitos: lo que vamos a llamar, en sentido estricto, alma.
     
    El espíritu, el «yo», no es el alma:
    pudiera decirse que aquél está sumido, y como náufrago, en ésta, la cual le envuelve y le alimenta. La voluntad, por ejemplo, no hace sino decidir, resolver entre una u otra inclinación: prefiere lo mejor; pero no querría por sí nada si no existiese fuera de ella ese teclado de las inclinaciones, donde el querer pone su dedo imperativo, como el juez no existiría si no hubiera gentes interesadas que pleitean.
     
    Nótese lo que acontece cuando súbitamente percibimos que en nosotros se produce un estado de tristeza o brota una antipatía hacia otra persona.
    La tristeza se presenta como una coloración deprimente que va llenando el volumen de nuestra persona; podemos, en un momento, determinar, como en una marea, la altura a que llega: hay tristezas periféricas que no llegan al centro de la persona, hay tristezas profundas que anegan todo nuestro ser. En las primeras, el «yo» se siente aún intacto: la tristeza está en torno a él, más o menos distante, pero no en él. En las segundas, queda sumergido y, como suele decirse, ahogado en angustia.
     
    La antipatía, ese movimiento contra alguien que de repente brota en nosotros, no sale tampoco de nuestro yo.
    Yo soy el que piensa, el que decide y quiere, soy autor de mi pensamiento y de mi volición; pero la antipatía la encuentro en mí sin que yo la haya hecho; surge tal vez contra todas mis reflexiones, contra toda mi voluntad. La persona antipática es, acaso, benévola conmigo, no tengo nada que decir contra ella, y, sin embargo, ese impulso de antipatía surge en mí espontáneamente, sin mi anuencia ni colaboración.
     
    El lugar, pues, del volumen íntimo de donde mana y brota la antipatía —como la tristeza— es distinto del punto psíquico que llamamos «yo». A veces noto que mi yo llega a aceptar esa antipatía, a tomarla sobre sí, a responsabilizarse de ella. Quiere decirse que ese punto del alma donde la antipatía nació ha atraído el eje de mi persona y se ha instalado en él. En todo instante surgen en nosotros esos impulsos del alma que vemos situados en torno a nuestro núcleo personal y a distancias diferentes.
     
    Lo propio acontece con los deseos o apetitos que nacen y mueren con nosotros, sin contar para nada con nuestro yo.
    Son míos, repito; pero no son yo. Por eso, el psicólogo tiene, a mi juicio, que distinguir entre el «yo» y el «mí». El dolor de muelas, me duele a mí, y, por lo mismo, él no es yo. Si fuésemos dolor de muelas, no nos dolería: doleríamos más bien a otro, e ir a casa del dentista equivaldría a un suicidio, pues,  «cuando alguien es una pura herida, curarlo es matarlo».
     
    «Mis» impulsos, inclinaciones, amores, odios, deseos, son míos, repito, pero no son «yo».
    El «yo» asiste a ellos como espectador, interviene en ellos como jefe de policía, sentencia sobre ellos como juez, los disciplina como capitán. Es curioso investigar el repertorio de encientes acciones que posee el espíritu sobre el alma, y, por otra parte, notar sus límites. El espíritu o «yo» no puede, por ejemplo, crear un sentimiento, ni directamente aniquilarlo. En cambio, puede, una vez que ha surgido un deseo o una emoción en cierto punto del alma, cerrar el resto de ella e impedir que se derrame hasta ocupar todo su volumen.
     
    A veces nos dan una noticia sumamente penosa;
    por ejemplo: nos comunican la muerte de una persona amada. Coincide la ocasión con un momento en que los deberes sociales exigen de nosotros todos los arrestos. Entonces nosotros dejamos la impresión producida en aquel lugar de la periferia anímica, como acordonada y en lazareto; no la permitimos pasar de allí, seguros, no obstante, de que, transcurrido algún tiempo, podremos abrir a la emoción nuestra alma, como quien levanta la esclusa de una presa, y sentirnos inundados de angustia y de amargor.
     
    Cabe, pues, bajo el imperio de la voluntad contraer el alma,
    cerrando sus poros y haciéndola hermética o, por el contrario, esponjarla, dilatar sus poros, aprestándola a absorber grandes cantidades de amor o de odio, de apetitos o de entusiasmo.
     
    Y este «hallarse hermética» o «porosa», abierta o cerrada el alma, puede decirse en dos sentidos. Nuestra alma puede estar abierta o cerrada hacia afuera, esto es, a lo que en el mundo hay y acontece; o bien, abierta o cerrada hacia dentro; es decir, a los propios sentimientos que germinan en nuestro interior. Cuando en el alma llega a ser un hábito o una propensión constitutiva el hermetismo hacia afuera, tenemos el carácter «insensible»; cuando se padece hermetismo hacia dentro, el hombre es de alma «seca». Y, aunque no es frecuente, cabe ser muy sensible para recibir impresiones del mundo a la par que muy seco de propias reacciones sentimentales. Así el hombre muy inteligente suele ser, al propio tiempo, muy fino receptor, exquisitamente sensible, y, sin embargo, de intimidad sumamente seca. Es muy difícil ser, a la vez, sensible y sentimental,
     
    De ordinario, atraviesa el alma periodos de gran porosidad y otros de extremado hermetismo.
    Una preocupación grave o aguda suele producir un exceso de concentración en nuestra intimidad. Se vuelve ésta, por decirlo así, de espaldas al mundo y atiende con máxima tensión a la pena o conflicto que ocupa entonces el centro anímico. Nada externo llega adentro: va el alma sorda y ciega.
     
    La alegría, por el contrario, vuelve hacia afuera el alma,
    la desconcentra y la convierte en un amplio tejido de abiertos poros, en un como pabellón de oreja, dispuesto a recoger los menores sonidos.
     
    (La relación que existe entre la pena y la alegría, de un lado, y los gestos faciales en que se expresa, de otro, confirma la idea de que los gestos emotivos son la simbolización de los sentimientos; es decir, su pantomima.)
     
    Y como todo ser débil propende a la preocupación por su debilidad —así el enfermo—, acaece que los débiles suelen ser criaturas poco sensibles y extrañamente herméticas.
     
    El famoso «cuarto de hora» de las mujeres
    es sólo un caso de esta oscilación entre épocas de hermetismo y épocas de gran porosidad anímica. Don Juan sabe muy bien que una mujer preocupada se halla inmune a todo fuerte proceso sentimental, y pasa entonces de largo, sin perjuicio de tomar más tarde a la misma mujer, cuando ve que la preocupación ha pasado. El enamoramiento, por lo mismo que es el más sutil y el más enérgico de los sucesos anímicos, sirve de aparato delicadísimo para medir la porosidad y el hermetismo de las almas. Así Don Juan me ha descrito más de una vez la época de la vida en que la mujer suele poseer mayor capacidad de enamorarse, su sazón de máxima porosidad. Pero nadie pretenderá que yo descubra este secreto profesional de ese formidable psicólogo y enorme perillán.
    …………………..
    (sigue: CIENCIA, ORGIA Y ALMA)

  • oscar varela

    Hola!
     
    Ubicación y entorno del QUERER de la voluntad.
    (en 3 Entregas por muy extenso)
    Óscar.
    ……………………………………………………
     
    Si queremos describir los fenómenos psíquicos, necesitamos primero dibujar la gran topografía de nuestra intimidad. Hay en nuestro interior zonas, estratos, orbes diversos, cuya diferencia nos es, de sobra, aparente.
     
    Una parte de nuestra persona se halla como infusa o enraizada en el cuerpo y viene a ser como un alma corporal. A ella pertenecen, por ejemplo, los instintos de defensa y ofensa, de poderío y de juego, las sensaciones orgánicas, el placer y dolor, la atracción de un sexo sobre otro, la sensibilidad para los ritmos de música y danza, etc.. etc.
     
    Sirve este alma corporal, de asiento o cimiento al resto de nuestra persona. Es ella el plinto de la estatua espiritual, la raíz del árbol consciente. Lo más sublime de nuestra persona se halla unido estrechamente a ese subsuelo animal, sin que tenga sentido fijar una línea o frontera que separa lo uno de lo otro.
     
    Nuestra persona toda, lo más noble y altanero, lo más heroico de ella, asciende de ese fondo oscuro y magnífico, el cual, a su vez, se confunde con el cuerpo.
     
    Es falso, es inaceptable pretender seccionar el todo humano en alma y cuerpo.
    No porque no sean distintos, sino porque no hay modo de determinar dónde nuestro cuerpo termina y comienza nuestra alma. Sus fronteras son indiscernibles como lo es el límite del rojo y del anaranjado en la serie del espectro: el uno termina dentro del otro. Por eso fuera oportuno sermonear un poco a los que sermonean contra el cuerpo y le hacen, como los antiguos místicos del platonismo, blanco de todos sus insultos.
     
    Esta comprensión de la carne, es una sublime idea eucarística.
    Con un hondo sentido católico, Unamuno demanda la salvación de su cuerpo. Se trata de eso: de salvar todo, también la materia, no de ser tránsfugas.
     
    Necesitamos no perder ningún ingrediente: alma y cuerpo.
    Vamos, por fin, hacia una edad cuyo lema no puede ser: «O lo uno o lo otro» —lema teatral, sólo aprovechable para gesticulaciones. El tiempo nuevo avanza con letras en las banderas: «Lo uno y lo otro». Integración. Síntesis. No amputaciones.
    ………………………
     
     
    DEL INTRACUERPO
     
    Tectónica de la persona; Estructura de la intimidad humana.
     
    El primer paso hacia ella es una topografía de las grandes zonas o regiones de la personalidad. Por lo menos habría que distinguir tres, cuyos contornos y caracteres se aclaran mutuamente.
     
    Una es esa porción de nuestra psique que vive infusa en el cuerpo, hincada y fundida con él.
    A este alma carnal, a este cimiento y raíz de nuestra persona debemos llamar “vitalidad”, porque en ella se funden radicalmente lo somático y lo psíquico, lo corporal y lo espiritual, y no sólo se funden, sino que de ella emanan y de ella se nutren.
     
    Cada uno de nosotros es ante todo una fuerza vital: mayor o menor, rebosante o deficiente, sana o enferma. El resto de nuestro carácter dependerá de lo que sea nuestra vitalidad.
     
    Si caminamos desde la figura exterior humana hacia adentro,
    no es propiamente el hombre íntimo la primera estación que encontramos. Porque es el cuerpo del hombre el único objeto del universo del cual tenemos un doble conocimiento, formado por noticias de orden totalmente diverso. Lo conocemos, en efecto, por fuera, como el árbol, el cisne y la estrella; pero, además, cada cual percibe su cuerpo desde dentro, tiene de él un aspecto o vista interior.
     
    El intracuerpo no tiene color ni forma bien definida, como el extracuerpo;
    no es, en efecto, un objeto visual. En cambio, está constituido por sensaciones de movimiento o táctiles de las vísceras y los músculos, por la impresión de las dilataciones y contracciones de los vasos, por las menudas percepciones del curso de la sangre en venas y arterias, por las sensaciones de dolor y placer, etc., etc.
     
    Nuestra vida psíquica y nuestro mundo exterior se hallan ambos montados sobre esa imagen interna de nuestro cuerpo que arrastramos siempre con nosotros y viene a ser como el marco dentro del cual todo nos aparece. En esa imagen cala una de las raíces de nuestro carácter.
     
    Así, la euforia, la sensación de bienestar que es forzosa para que se forme un carácter confiado y optimista, no es sino el aspecto general que a algunos seres afortunados ofrece su cuerpo. El carácter atrabiliario se ha llamado así de la atra bilis, de la bilis negra, e indica que ya la sabiduría popular ha puesto en ciertas sensaciones intracorporales del hepático el origen de su temperamento malhumorado.
     
    La percepción del intracuerpo,
    motivada por anomalías fisiológicas, ha sido probablemente el pedagogo que ha enseñado al hombre a revertir la dirección espontánea de su fuerza atencional. Iniciada así la conversión, educada y afinada, pudo luego penetrar hasta lo psíquico y lo espiritual. No es un azar que casi todos los hombres de intensa y rica vida interior —el místico, el poeta, el filósofo— son un poco enfermos de su intracuerpo. En éste, como en tantos otros casos, la cultura se ha logrado mediante el aprovechamiento de lo que, biológicamente, es patológico y un valor negativo. En igualdad de las demás condiciones, la mujer posee más vida interior que el hombre, y yo he creído forzoso insinuar la relación entre este hecho y la más fina percepción que de su intracuerpo tiene el ser femenino. Merced a ésta, goza de mayor sensibilidad para el dolor físico que otras criaturas humanas o animales.
     
    El alma corporal, que llamamos «vitalidad», apenas sabemos lo que es;
    pero cada cual advierte que todos sus actos, mentales o materiales, manan, como de un hontanar, de un oculto tesoro de energía viviente, que es el fondo de su ser. Y advierte además que ese tesoro tiene una cuantía determinada y que a veces parece menguar y otras henchirse como una vena fluvial hasta cierto nivel máximo. Y no sólo percibe éste su básico tesoro de energía, sino, lo que es más sorprendente, al entrar en contacto con otro hombre, nota al punto la cantidad y calidad de la vitalidad ajena.
     
    ¿Quién no lo ha experimentado?
    Al separarnos de cierta persona con quien hemos conversado un buen rato nos sentimos tonificados. Y no porque aquella persona sea muy inteligente, ni porque se haya mostrado bondadosa: no le debemos ni una enseñanza ni un favor. Sin embargo, salimos del trato con ella como refrescados, llenos de confianza en nosotros mismos, optimistas, saturados de impulsos y plenitud, con una firme fe en la existencia. Si queremos analizar los motivos de esta corroboración y aumento de vitalidad, no hallamos ninguno concreto. Mas hay otras personas cuya proximidad, por breve que sea, nos deja maltrechos y extenuados, llenos de desconfianza y como si la existencia hubiese cobrado un agrio sabor. Al separarnos de ellas somos menos que antes y, por decirlo así, hemos perdido calorías.
     
    Y es que, en efecto, hay dos clases de seres:
    unos, dotados de vitalidad rebosante, que se mantienen siempre en «superávit»; otros, de vitalidad insuficiente, siempre en «déficit». El exceso de aquéllos nos contamina favorablemente, nos corrobora y nutre; el defecto de éstos nos sorbe vida, nos deprime y mengua.
     
    Cómo, por qué mecanismos acontezca esto, es cosa que ignoramos;
    pero el hecho no ofrece duda. Ni a la postre, es tan inesperado. Porque la vida es precisamente la realidad única, entre todas las del cosmos, que se contagia. Hasta el punto que cabría, por uno de sus haces, definir la vida como aquello que es capaz de contaminar y contaminarse. Toda vida es contagiosa: la corporal y la espiritual; la buena, que llamamos salud, y la mala, que llamamos enfermedad. Se contamina la mucha vida y se contamina la poca vida. Entre fuertes, nos robustecemos; entre débiles, nos extenuamos. Se contamina hasta la belleza, se contagia la vejez y la juventud.
    ………………..
    (sigue: ESPÍRITU Y ALMA)

  • Antonio Duato

    ¡Está claro, Pepe!

    Me doy por vencido.

    No hay mejor contestador que un buen gallego.

  • Javier Pelaez

    No creo en la católica que es la religión verdadera,voy a creer en el fútbol!

  • ana rodrigo

    Jajajaja, estáis sembrados de ingenio. Gracias, Pepe Blanco, por tu recuerdo cariñoso y por tu “traducción” realista del juego en cuestión. 
    Un abrazo para la comunidad atriera  desde Suiza mi segunda nueva patria alternativa a España.

  • oscar varela

    La combinación que abría la caja de seguridad
    http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-278970-2015-08-09.html

    Por Adrián Paenza (ver NOTA al final)
     ————————–

    Una fantasía. El otro día fui a comprar una caja de seguridad pequeña para guardar algunos documentos. Fui a un negocio en el centro y en la vidriera vi una que me parecía adecuada y como el precio me parecía razonable, entré y la compré. Como estaba apurado, les pedí que me dieran una diferente de la que había expuesta en la vidriera y sin abrir la caja de cartón que la contenía, la pagué y me la llevé a mi casa.
     
    Cuando llegué, abrí el paquete y me descorazonó advertir que la caja de seguridad estaba trabada y por supuesto, yo no sabía la combinación. Me fastidié conmigo mismo por no haber tomado la precaución de verificar que todo estuviera en orden, pero de todas formas me pareció muy llamativo que la caja viniera con una combinación salida desde la fábrica. Busqué el prospecto y leí lo siguiente, que quiero compartir con usted.
     
    “Esta caja viene cerrada de fábrica y como usted advierte si mira el frente, verá que hay lugar para cuatro dígitos. Justamente, la combinación consiste de cuatro dígitos distintos: A, B, C y D. Nos interesa entonces proponerle al futuro dueño que siga estas instrucciones que creemos que son creativas para que deduzca cuál es la clave que permite abrirla.”
    …………………………….
     
    “La combinación la vamos a llamar ABCD:
     
    a) Los cuatro dígitos A, B, C y D son todos distintos
    b) A, B, C y D son dígitos cualesquiera entre 0 y 9.
    c) Si usted suma el primero y el tercero (o sea A y C) el resultado que obtiene es el número 10. O sea: A + C = 10.
    d) El segundo dígito (B), se obtiene restando cuatro al primer dígito (o sea, a A). Es decir: B = A 4.
    e) El tercer dígito, C, es un número primo (Nota: recuerde que 1 no es primo).
    f) El último dígito, D, se obtiene restando tres al primer dígito. Es decir D = A 3.
     
    Si sigue estas instrucciones, usted estará en condiciones de detectar cuál es la combinación que abre la caja”.
    …………………………..
    Como no me quedaba más remedio porque el negocio en donde la había comprado me quedaba muy lejos y además seguramente estaría cerrado porque ya era de noche, me propuse ver si podía encontrar la combinación ABCD que me permitiera abrirla. Y lo logré. ¿Quiere intentar usted?
    ……………………….
     
    Una forma de pensar el problema pasa por encontrar cuáles son los dígitos candidatos para ocupar el lugar A y desde allí, deducir todos los otros.
     
    Lo que me llamaba la atención es que la combinación tendría que ser única. Es decir, los cuatro dígitos que había que descubrir, y el orden en el que estaban dispuestos, tenían que ser la única forma de poder abrir la caja. Veamos.
    …………………………….
     
    Usando la condición (d), forzosamente A tiene que ser mayor o igual que 4.
    Es que B no puede ser un número negativo.
    Para que eso no suceda, las posibilidades para A son: {4, 5, 6, 7, 8 o 9}
     
    Luego, sigamos juntos las instrucciones que figuran más arriba para cada valor posible de A.
     
    Por ejemplo, si A fuera igual a 4, entonces, por la condición (c) resulta que C tiene que ser igual a seis. Esto sucede porque (c) dice que A + C = 10, y como estamos suponiendo que A = 4, entonces forzosamente C tiene que ser 6.
     
    Por la condición (d), el número B = A 4.
    Como en este caso suponemos que A = 4, entonces se deduce que B = 0.
     
    Por último, por la instrucción (f), el número D = A – 3.
    Como en este caso A = 4, se deduce que D = 1.
    La cuaterna que se obtiene en el caso de que A = 4 es la siguiente: (4,0,6,1)
    ……………………………..
     
    Sígame usted haciendo las cuentas correspondientes, cuando A va variando entre cuatro (el menor valor que puede tomar) y nueve (el mayor).
     
    En cada uno de estos casos se tienen las siguientes cuaternas, en donde el primer número corresponde a A, el segundo a B, el tercero a C y el último a D.
    1 (4,0,6,1)
    2 (5,1,5,2)
    3 (6,2,4,3)
    4 (7,3,3,4)
    5 (8,4,2,5)
    6 (9,5,1,6)
    …………………………..
     
    Ahora, analicemos cada una y veamos cuáles cumplen con todas las condiciones. Le sugiero que lo haga usted en soledad. No hace falta que me siga. Piénselo por su cuenta, créame que es mucho más “rentable”. Sigo.
    ………………………….
     
    La segunda y la cuarta no pueden ser solución porque tienen dos dígitos repetidos (y por la instrucción (a), los cuatro dígitos tienen que ser distintos).
     
    La primera, la tercera y la sexta tienen como tercer dígito a los números 6, 4 y 1 (respectivamente), que deberían ser primos. Como ninguno de ellos lo es, ninguna de estas cuaternas puede ser la solución.
     
    Moraleja: la única que sirve, porque es la única que cumple con todas las restricciones,
    es la quinta: (8,4,2,5)
     
    Justamente esta cuaterna (8,4,2,5) es la solución del problema.
    …………………….
     
    Una reflexión final: si este problema fuera cierto y las cajas de seguridad que produjera esta fábrica vinieran con las mismas instrucciones para todas las unidades que producen, habría un problema extra: ¡todas tendrían la misma combinación para abrirlas! Es por eso que escribí al principio que todo esto es una fantasía.
    ………………..
    NOTA: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-253678-2014-08-24.html
     
    Hace un año que a A Adrián Paenza La Unión Matemática Internacional le entregó su máxima distinción a la difusión por haber “cambiado el modo en que todo un país percibe las matemáticas en la vida real”.
    La ceremonia  en Seúl resultó un show de entusiasmo, risas y aplausos de un público masivo de la disciplina. La ovación final explicó por qué lo consideran el mejor difusor de las matemáticas en el mundo.

  • pepe blanco

    ¡Ja, ja, ja…, qué bueno el jueguecito!
     
    PRIMERA PARTE
     
    QUERER ES PODER  ——– Depende…
    … de lo que uno quiera. Yo quise estudiar Física con 45 años y pude hacerlo y lo hice. Pero si quisiera tener los ojos azules y una leonina melena rubia, pues no podría.
     
    QUERER ES NO PODER  ——– Depende…
    … y quien no me crea, que le pregunte a un psicoanalista. Hay un morboso placer en desear lo inalcanzable.
     
    NO QUERER ES PODER  ——– Depende…
    … el nirvana puede resultar espiritualmente muy satisfactorio, aunque para la vida cotidiana debe de ser algo bastante inútil.
     
    NO QUERER ES NO PODER  ——– Depende…
    … a veces.
     
    SEGUNDA PARTE (que me transporta al micromundo de la física cuántica, donde, con frecuencia, las cosas no son conmutativas…)
    PODER ES QUERER  ——–  Depende…
    … yo podría matar a alguien con un cuchillo, pero no quiero.
     
    PODER ES NO QUERER  ——–  Depende…
    … en estos momentos, puedo escribir un comentario en Atrio y quiero hacerlo. De hecho, lo estoy haciendo.
     
    NO PODER ES QUERER  ——– Depende…
    …,  véase supra el ítem del psicoanalista. Lo prohibido mola.
     
    NO PODER ES NO QUERER ——–  Depende…
    … a veces, no queda más remedio que hacer de tripas corazón.
     
    Desde Chinon, solar de los Plantagenet, con cariño para los colegas de Atrio. (Por cierto, ya he hecho alguna foto de avisos parroquiales interesantes. Si consigo reunir suficientes para un divertimento, como hice años, os lo ofreceré)
     
     
     
     
     

  • Pascual

    Me gusta eso de que también en Atrio se juegue; con lo cual le da al blog una amenidad y un respiro, y nos hace dar una pausa a los concienzudos temas. No sé si me explico.

  • Antonio Duato

    Me someto dócilmente al test:

    QUERER ES PODER —————Verdadero o falso
    Para poder querer es necesario pero no suficiente

    QUERER ES NO PODER ——— Falso
    NO QUERER ES PODER ——— Falso (Es tirar la toalla)
    NO QUERER ES NO PODER — Verdadero
    Le falta causa necesaria para poder


    PODER ES QUERER ————— Verdadero
    Si consigues algo es porque lo has querido

    PODER ES NO QUERER ———  Falso
    NO PODER ES QUERER ———  Verdadero o Falso
    NO PODER ES NO QUERER —– Falso

  • olga larrazabal

    Los huesos de Ellacuría se deben de estar estremeciendo en su tumba   ¡Aleluya!

  • Iñaki S:S,

    Fantástico el test, amigo Oscar. Yo suscribo el tuyo al cien por cien.
    Antonio  Duato es un valiente dando paso a este tipo de cartas al director, quizá  atractivas para el vulgo, en un portal al que se acerca gente tan sesuda. Por ejemplo, el comentario de Santiago en El evangelio de los empresarios, me lo estoy leyendo  varias veces para intentar sacarle jugo. Vamos a ver si lo consigo.

  • oscar varela

    QUERER ES PODER —————Verdadero
    QUERER ES NO PODER ——— Falso
    NO QUERER ES PODER ———- Verdadero
    NO QUERER ES NO PODER —– Falso

    PODER ES QUERER ————— Verdadero y Falso
    PODER ES NO QUERER ———- Verdadero y Falso
    NO PODER ES QUERER ———- Verdadero
    NO PODER ES NO QUERER —– Falso

  • oscar varela

    Hola!
     
    Buen alimento para tiempos de vacaciones!
     
    Además, ATRIO puede ofrecerle un TEST para que se entretenga en la playa o en la reposera tomando sol, sin necesidad de comprar una de esas revistitas de SODOKU o SOPA DE LETRAS o …
     
    TEST de inteligencia entretenida (nada fácilonga)
    …………………………………………………………………………….
    1.- COPIE lo de abajo
    2.- PEGUE en “Escriba su Coemtario”
    3.- BORRE “Verdadero” o “Falso” según su criterio.
    4.- QUEDA su opinado comentario
    5.- “Click” en “Enviar comentario”
    6.- Espere que comentemos su comentario
    ……………………………………………………………………………
     
    QUERER ES PODER —————Verdadero / Falso
    QUERER ES NO PODER ——— -Verdadero / Falso
    NO QUERER ES PODER ———- Verdadero / Falso
    NO QUERER ES NO PODER —– Verdadero / Falso
     
    PODER ES QUERER ————— Verdadero / Falso
    PODER ES NO QUERER ———- Verdadero / Falso
    NO PODER ES QUERER ———- Verdadero / Falso
    NO PODER ES NO QUERER —– Verdadero / Falso
    …………………………………………………………………………….
     
    ¡Buenas vacaciones!
    ……………….
     
    NOTA ilustrativa: https://es.wikipedia.org/wiki/Sudoku
     
    Sudoku (en japonés: 数独, sūdoku) es un juego matemático que se publicó por primera vez a finales de la década de 1970 y se popularizó en Japón en 1986, dándose a conocer en el ámbito internacional en 2005 cuando numerosos periódicos empezaron a publicarlo en su sección de pasatiempos.