Tal vez la trayectoria vital del autor del anterior artículo con su frase final – De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad- y esta reflexión de Boff sean suficiente celebración de este Día internacional de los Trabajadores tan lleno de retórica en todo el mundo desde hace 125 años.
Una de las palabras más difamadas en el lenguaje político neoliberal y capitalista es seguramente la de “socialismo”. Se entiende el por qué, pues el socialismo aparece en la historia como un proyecto alternativo a la perversidad del capitalismo, ya sea como modo de producción ya sea como cultura globalizada, hostil a la vida e incapaz de traer y generalizar felicidad.
Se alega que el socialismo nunca dio buen resultado en ningún lugar del mundo. Tal vez una de las razones para mantener el boicot a la Cuba socialista durante tantos años por parte de Estados Unidos se deba al deseo de mostrar al mundo que el socialismo realmente no sirve y no debe ser buscado como forma de organización de la sociedad. Obama tuvo que reconocer que en eso Estados Unidos ha fracasado. El capitalismo no es la única forma de organizar la producción ni una sociedad. Además, hemos presenciado el derrumbe del socialismo realmente existente en la URSS, que suscitó un entusiasmo casi infantil en el ideal capitalista como triunfador y la verdadera solución final de los problemas sociales.
Pero es forzoso reconocer que aquel “socialismo” nunca fue el socialismo pensado por sus teóricos hace ya tres siglos. En realidad era un capitalismo de Estado autoritario, pues solamente este, y no todo el pueblo, podía acumular y a través de él y de los miembros del partido construir el proyecto socialista, Pero si tomamos como parámetro criterios humanísticos, éticos y sociales mínimos, debemos reconocer que el productivismo en general y el capitalismo como su mayor expresión tampoco han dado buen resultado. ¿Cómo puede resultar bien un sistema que se propone un ideal mezquino de enriquecimiento ilimitado, sin ninguna otra consideración? Sometió a toda la clase obrera en Europa y en otras partes a los intereses del capital, acendrando la lucha de clases, conquistó y destruyó pueblos enteros en África y, en parte, en América Latina, reduciéndolos hasta hoy miseria y a la marginalidad. Devastó y sigue devastando ecosistemas enteros, deforestando gran parte del área verde del mundo, envenenando los suelos, contaminando las aguas, y el aire, erosionando la biodiversidad a razón de cien mil especies de seres vivos al año, según datos del eminente biólogo Ewdard O. Wilson, destruyendo la base físico-química que sustenta vida y poniendo en peligro el futuro de nuestra civilización, suscitando la imagen tétrica de una Tierra depredada y cubierta de cadáveres y eventualmente sin nosotros, como especie humana? Ese sistema, según cálculos hechos por economistas que asumen el dato ecológico, sirve bien solamente a unos dos mil millones de personas que se ahogan en un consumo suntuoso y en un desperdicio atroz. Pero sucede que somos ya más de siete mil millones de personas, mil millones de las cuales viven en la más clamorosa pobreza y miseria. Todavía más, y se han hecho los cálculos: si este sistema quisiese universalizar el bienestar de los países opulentos como Estados Unidos y Europa necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales a esta.
¿Qué sistema atenderá las necesidades fundamentales de la humanidad carente? No será el capitalismo que, allí donde llega, consigo dos injusticias: la social con la riqueza de pocos y la pobreza de muchos, a base de la explotación, y la ecológica con la devastación contundente de la naturaleza.
Sobre él, un día que no sabemos cuándo, vendrá severo el juicio de la historia y le cobrará los millones de víctimas producidas en los siglos en que estuvo vigente, cuyos gritos suben al cielo clamando por una justicia mínima y por el respeto a su dignidad, siempre negadas.
Dejando de lado los varios tipos de socialismo, comenzando por el socialismo utópico (Saint Simon, Owen, Fourier), el socialismo científico (Marx y Engels), el socialismo autoritario-dictatorial (estalinismo) y el socialismo democrático (Schumpeter; no confundirlo con la social democracia), nos vamos a restringir al ecosocialismo contemporáneo. Surgido en los años 1970 con Raymon Williams (Inglaterra), James O’Connor (USA), Manuel Sacristán (España) y entre nosotros con Michael Löwy (O que é ecossocialismo, Cortez 2015), se aleja de los socialismos anteriores y presenta una propuesta radical que «busca no solo la transformación de las relaciones de producción, del aparato productivo y del modelo de consumo dominante, sino sobre todo construir un nuevo tipo de civilización, en ruptura con los fundamentos de la civilización capitalista/industrialista occidental moderna» (Löwy, p. 9-10).
Los tópicos principales de esta propuesta han sido expuestos en el Manifiesto Ecosocialista Internacional (2001) que dio origen a la Red Ecosocialista Internacional (2007). En la Declaración Ecosocialista de Belém (2007) se dice claramente: «la humanidad enfrenta hoy una elección extrema: ecosocialismo o barbarie… se busca parar e invertir el proceso desastroso del calentamiento global en particular y del ecocidio capitalista en general, y construir una alternativa práctica y radical al sistema capitalista» (Löwy, pp.114 e 119).
Esta propuesta se alinea con lo que propone también la Carta de la Tierra, fruto de una amplia consulta a la humanidad, de larga duración hasta ser aprobada y asumida por la UNESCO en 2003.
Dentro de poco todos seremos ecosocialistas, no por opción ideológica sino por razones matemáticas: disponemos solamente de los escasos bienes naturales existentes con los cuales debemos atender a todos los humanos y a toda la comunidad de vida. O repartimos tales bienes con un mínimo de equidad entre todos o no habrá un Arca de Noé que nos salve. O la vida o la muerte.
Véase mi libro Del iceberg al Arca de Noé, Record, Río 2010.
Traducción de MJ Gavito Milano
Gracias a Leonardo por esta pepita para celebrar nuestro “Día del Trabajador”.
Justiniano de Managua