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Dios y la felicidad

Carlos BarberáManifestando una notable falta de sentido común, la Conferencia Episcopal Española ha puesto como uno de los pilares del curriculum para la educación religiosa en los colegios la frase siguiente: “(El) rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”.

Es de suponer la enemistad que tal afirmación habrá despertado en ambientes laicos. Pero no sólo en ellos. Serán muchos los que aporten su testimonio de que, sin Dios, son todo lo felices que puede ser un ser humano en este mundo y en esta sociedad. Los obispos podrían hacer recordado la frase de Wittgenstein, aunque fuera en otro sentido: “de lo que no se puede hablar hay que callarse”.

¿Por qué no se puede hablar? Sencillamente porque el mundo se mueve en otra coordenadas. Aun sin profesar ninguna filosofía existencialista, sabe que toda vida humana hace la experiencia del sufrimiento y en definitiva termina con la muerte. A la vez sin embargo toda existencia tiene también la posibilidad de muchos logros, alegrías y satisfacciones y, por tanto, de una moderada felicidad. Conoce, en consecuencia, que sin Dios se puede ser feliz.

No sólo eso: muchos han hecho de la experiencia de un Dios ordenador, vigilante, de su ojo insomne atento a todas sus acciones, y se han sentido felices cuando han podido librarse de él. Estos darán fácilmente la vuelta a la frase: “sólo rechazando a Dios, el hombre puede ser feliz”.

En consecuencia, la insensatez y falta de tacto de los obispos no han podido ser en este caso más evidentes. Con todo, este acontecimiento puede servir de base para una reflexión sobre Dios y la felicidad que puede comenzar con el conocido inicio de santo Tomás: “Videtur quod non, parece que no”. No porque Dios nos persiga, nos amenace, nos pida sacrificios, a ese Dios lo hemos obligado a abdicar y lo hemos desterrado de nuestras vidas.  Es el otro Dios, el Dios de Jesús, el que nos anima a correr la suerte de los pobres, el que nos empuja a ser hermanos de todos, éste es el que parece hurtarnos la felicidad. ¿Cómo puede alguien ser feliz si su hermano sufre? “¿Quién enferma que yo no enferme? ¿Quién tropieza que yo no me queme?” (2 Cor 11,29)

En el centro de la predicación de Jesús se encuentran las bienaventuranzas, por las que los cristianos hemos pasado siempre de puntillas. Cuando en vez de la traducción bienaventurados se utiliza la palabra felices, la contradicción que entrañan salta más a la vista ¿quién cree en la felicidad de ser pobre, de tener hambre y sed de justicia, y aún menos en la felicidad de ser afligido? No es fácil sostener la sabiduría de las bienaventuranzas a menos  que se busque su sentido místico. Sólo quien se adentra en ellas de este modo puede verificar su verdad. “No es ninguna casualidad que en toda reflexión cristiana sobre el sufrimiento surjan elementos místicos… El dolor físico de dar a luz, que se usó siempre como metáfora del sufrimiento, no es comparable al dolor sin sentido del cálculo renal. Los místicos han intentado transformar todo sufrimiento que nos afecta en sufrimiento de parto y suprimir así toda falta de sentido”, de este modo lo formulaba Dorothee Sölle.

El 2 de diciembre de 1577 san Juan de la Cruz es raptado por los carmelitas calzados y durante ocho meses, sin que nadie conozca su paradero, sufre en una celda el frío del invierno y el calor del verano, el abandono, el chantaje y luego el castigo físico de sus hermanos. Sin duda alguna llegó a creer que moriría allí. Pues bien, cuando logra escaparse, lleva consigo, en la memoria o escritas, las 31 primeras estrofas del Cántico espiritual. Es una cumbre de la poesía y de la mística. En su prisión a oscuras, a pan y agua, en radical soledad y abandono, ha podido vivir  “la noche sosegada/ en par de los levantes de la aurora/ la música callada,/ la soledad sonora,/ la cena que recrea y enamora”. En la absoluta desolación, la presencia del Amado le ha hecho feliz.

Ya es un tópico decir que estamos en un cambio epocal, también en el ámbito religioso. Es un momento de transformaciones radicales, en el que el cristianismo tiene que sacar de su tesoro cosas nuevas y antiguas. Una de esas cosas antiguas, la más importante, es la espiritualidad. Se acaba un cristianismo de la moral,  de las normas, de la ley, del cumplimiento y el mérito para alumbrar un cristianismo espiritual. Místico, si se entiende bien la palabra.

Ya se ha repetido profusamente la frase de Rahner según la cual el cristiano del siglo XXI será místico o no será. Entre otras cosas, tendrá que hacer la experiencia del “Padre misericordioso y Dios de todo consuelo” que “nos alienta en todas nuestras dificultades” (2 Cor 1,3) y se verá impulsado a comunicarlo a los demás.

Pero en todo caso con palabras que todos puedan entender, no con las de los obispos y menos en el Boletín Oficial del Estado.

26 comentarios

  • George R Porta

    Reflexiono porque puedo leer lo que se afirma en el espacio de Atrio…y preguntármelo como si lo hiciera en alta voz…Cada cual, desde luego, puede creer lo que desee o necesite.
     
     
    Afirmar que toda otra persona tenga experiencia de Dios parece posible si se establece (sin demostrarla) la “existencia” de una divinidad que es específica porque se conoce que su capacidad relacional con toda otra persona y de ahí la generalización afirmativa.
     
     
    ¿Se pudiera generalizar que la divinidad tenga “experiencia” (si existe puede tener experiencia) de aquello/a diferente que/de ella y por lo tanto independiente? ¿Puede lo absolutamente trascendente (se trata de la divinidad) tener experiencia de lo inmanente y que eso inmanente puede auto-reconocerse en dicha experiencia con algo/alguien que simultáneamente le transciende?
     
     
    ¿No se trata dicha generalización de un muy equívoco uso del lenguaje que pretende explicar el modo o forma de aquello que le permanezca inefable o indescriptible porque precisamente le trasciende?  Imaginar no puede ser suficiente para afirmar lo imaginado categóricamente, aunque pueda serlo para investigar o quizás hipotetizar (una hipótesis no es algo demostrado pero en cambio demuestra el deseo de que sea cierta o no).
     

    Si el lenguaje puede ser tan equívoco como para poder establecer equivalencia (leo: Igualmente la mística, lo místico, el misticismo… forman parte del elenco del lenguaje ordinario) ¿no se nombra o describe simultáneamente algo que si se comprendiera pudiera ser nombrado o descrito propiamente, mucho más parsimoniosamente? El hecho de que algo no sea describible o nombrable de algún modo más simple, solo apunta en la dirección de lo relativo o funcional, proporcional, etc., e.d., de lo equívoco.
     
     
    ¿No confirma esta afirmación la inevitabilidad de una esperanza que, si confiada, permanezca incierta, inmarcesible, escurridiza porque no puede pasar del mero deseo?
     
     
    Si nuestra noción de divinidad es solo “la aceptación conceptual de su posible existencia  (si a posible se opone una certeza simultáneamente dependiente de cualquier indeterminado grado de valoración)?
     
     
    ¿Cómo pudiera ser cierto algo que simultáneamente dependa o sea función de diversos “grados de valoración” que ni siquiera pueden ser restringidos a un rango determinado porque cada persona pudiera valorar diferentemente?
     
     
    Si una tal certidumbre que a su vez puede ser incertidumbre pudiera ser punto de partida para establecer esto que leo como afirmación pero que a su vez es arbitrario: “Hacemos construcción o “deconstrucciones” de las doctrinas aprendidas o heredadas según sea nuestra posicionamiento ante el misterio en el plano individual.”

    ¿Cómo pudiéramos decir o afirmar nada a su respecto “sin temor a equivocarnos”, si el conocimiento de ese algo depende de construcciones y deconstrucciones personales? ¿Cómo puede ello ser tenido por incuestionablemente cierto (puede ser afirmado) sin serlo solo relativamente?

  • Román Díaz Ayala.

    Hola Asun,
    Aunque me hubiera gustado extenderme en el comentario anterior, será de justicia que conteste al tuyo.
    Toda persona tiene algún tipo de experiencia de Dios en nuestro contexto cultural, afirmativa en su aceptación, o negativa por su rechazo.
    Dios, lo divino, lo que llamamos también alguna veces trascendencia viene dado por la cultura y en su religión que viene dada con ella como elemento constitutivo: el cristianismo. Y si mi apuras mucho; el catolicismo, en esta comunidad atriera.
    Igualmente la mística, lo místico, el misticismo… forman parte del elenco del lenguaje ordinario con el que le damos a tales términos diferentes formas, contenidos y valoraciones.
    Una respuesta afirmativa  no conlleva por necesidad que sea una experiencia “con Dios”, sino la aceptación conceptual de su posible ( o cierta, según el grado de valoración) de su existencia.
    Hacemos construcción o “deconstrucciones” de las doctrinas aprendidas o heredadas según sea nuestra posicionamiento ante el misterio en el plano individual.
    Hay quienes viven vigorosamente tales intuiciones, que le determinan, se rigen por ellas, o quienes, muy por el contrario, le buscan otros valores distintos, u otros sentidos a la propia existencia.
     
    Podríamos decir, pues, sin temaor a equivocarnos, que estamos viviendo en una situación generalizada de pos-cristianismo, que en la práctica poco se pueda diferenciar de anteriores situaciones no cristianas o antecristiana, tal cual era el mundo no conocedor de la revelación positiva de Dios.
    La mística de nuestros lenguajes, por tanto, no puede tener el mismo sentido que la nueva mística acompañaante del anuncio del Evangelio que predicó Jesús, quien nos introducía en una nueva relación con lo divino y nos enseñó a dirigirnos a Dios con esta oración:
    “Padre nuestro, celestial…”

  • Santiago

    El aparente silencio de Dios no puede alejarnos de El…Dios es demasiado íntimo para que podamos percibirlo por los sentidos e infinitamente grande para poderlo abarcarlo en su totalidad…….Tampoco puede impedir que le busquemos…ya que en nosotros existe un deseo infinito de felicidad imposible de saciar en este mundo terrestre en que vivimos…Esa constante insatisfacción existencial solo puede ser colmada fuera de aquí pues los bienes de este mundo son incapaces de hacerlo…Tampoco, nosotros, meras criaturas que recibieron el ser, podemos constituirnos en jueces y árbitros de ese Dios personal…que en su amor se dignó traernos a la vida ….y que desea relacionarse con nosotros….para que podamos gustar de su misma felicidad existencial y personal….

    Porque somos seres espirituales….es porque Carlos Barberá apunta la primacía de la mística….ES la pérdida del sentido de nuestra propia espiritualidad la que ha provocado esta perversion de la verdad y por consiguiente la ascención y la infiltración del mal en el mundo en todos los niveles…..porque si hemos sido hechos para el “bien” el disloque consiste en alejarse mas y mas de este bien que se identifica con nuestra propia y permanente felicidad que solo reside en el Autor de la vida…..Por eso, la tentación de no querer pensar en Dios porque es “misterio” nos lleva mas y mas a que nos alejemos de nuestra propia esencia que es espiritual…..
    Esta mística tampoco puede ser enteramente subjetiva…..pues somos seres “en acción”….somos contemplativos en la acción….Porque amar es conocer a Dios….y “en esto sabemos que le hemos conocido (a El): si guardamos sus mandamientos..quien guardare SU PALABRA, de verdad en éste el amor de Dios ha sido consumado: en esto conoceremos que estamos en El”…”El mundo pasa y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1Juan 2,3-5; 17) Por eso la mística no puede separarse de la moral. Ésta es una consecuencia del amor….pues existimos para hacer el bien….no el mal…..Pues el amor mismo es el bien…Si amamos vamos a hacer bien…Jesus solo vino a perfeccionar la ley del amor….puesto que los mandamientos nos mandan a amar siempre, sobre todas las cosas…y constantemente….Esta es pues nuestra verdadera vocación…el verdadero amor traducido en obras….

    un saludo cordial   de Santiago Hernández 

  • George R Porta

    Asun, !extraordinario comentario el tuyo de las 21.01 h! Un abrazo cordial.

  • Iñaki S:S,

    En Los Alpes franceses, 150 personas se nos han ido sin la posibilidad de despedirse. Y aquí estamos, en nuestro opulento Primer Mundo, desconcertados, irritados, abrumados y no sé cuantas cosas más. Ya tenemos casi todos los detalles sobre lo ocurrido y como espectadores lejanos hemos saciado nuestra curiosidad. Sin embargo, cuesta evitar el ponerse en la piel de familiares y amigos, intentando buscar un cierto consuelo ante tan brutal y doloroso adiós. ¿Por qué?.
    Desnuda la razón, ¿dónde encontrar un poco de luz y calor?. ¿En la supervivencia de un amor que no se apaga, haciéndonos próxima la lejanía aparente de la persona amada?.  ¿Un amor reconvertido en energía y  capaz de superar el abismo de la muerte?. ¿De qué amor estamos hablando?. ¿No será pura fantasía creer en un amor absoluto que nos lleva de la mano hasta algún tipo de inmortalidad?.
    Nadie podemos escapar de experiencias concretas de amor entre personas. Seguro que habéis sentido alguna vez, la energía que libera la cadena amorosa del dar-recibir-devolver. Lloramos la pérdida de quien nos dio, de un modo u otro, su amor. Tras haberlo recibido, no es tan importante el agradecimiento como el percibir la alegría sentida por quien vivió dándonoslo. Así, podremos reconvertirlo en amor nuestro y devolverlo a quien lo necesite, para poder sentir la inmensa dicha de dar. En este sentido si que el amor humano, transformado en energía, se inmortaliza de generación en generación poniendo la felicidad al alcance de nuestra mano. Una felicidad sin fecha de caducidad.

  • Asun Poudereux

    Hola Román:
     Me dispongo a comentar sobre tu comentario anterior, nada más leerlo, pues esto que dices, no sé, exactamente con qué propósito lo haces, si es que lo hay, porque puede ser también que lo hayas plasmado sin más, lo cual, creo, puede desconcertar más, dada tu previa seguridad.
    “Pero si empezamos por confesar que no conocemos a Dios y que además no se le puede llegar a conocer….”
    La experiencia parece muy válida para ti, pues hablas,  si no me equivoco,  desde ella. Pero sin embargo te produce sospecha, cuando otros hablan también desde su propia experiencia, y dicen con claridad que no se atreven a decir que conocen a Dios, poniéndole distintos calificativos y grandezas.
     
    Pero, sin embargo, y  en cierto modo llegan  a vislumbrar un misterio que les asombra y sobrepasa  en el instante que se vacían de ego, pasado y futuro, inseguridades y deseos,  y sin saber por qué ni el cómo lo descubren ya  en él mismo o en ella misma con inmediatez,  una confianza que les hace reconocerse en los demás  y en todo lo que es. Incapaces  de hacer diferencias entre lo que es conocido y lo que es sido. Tanto más todo ello es real, cuanto que de vuelta al egocentrismo que les  conforma,  lo viven de modo diferente, sin identificarse ciegamente con él, abriéndose un espacio para su observación y  consiguiente desapego.
     
    Precisamente, a esto mismo tiene acceso cualquier ser humano, con principios religiosos o no.  Y en su vivir cotidiano, como el samaritano, lo irradia sin baluartes ni ostentación. Lo cual me confirma en la intuición de que el Dios enseñado  no es  el vivido, sino el imaginado y ensalzado en lo que mi ego desearía como lo más grande por él conocido y deseado,  por  verse él,  al mismo  tiempo,  inconsistente y carente de ello. Y llama la atención que el que realmente sabe se retira y calla, incapaz de mostrar lo indemostrable por la palabra objetivada  de la mente separadora y analista, que a su vez, no dejando de cavilar,  no puede evitar, y tampoco puede reconocerlo retirándose, haciendo silencio.
     
    De cualquier modo las ideas o creencias, al ser tan solo eso,  ideas, concepciones mentales,  no deben prevalecer   de modo aferrado hasta olvidar y dejar de sentir), sobre lo genuino que hay en el interior de la persona:  Un regalo en despliegue de vida,  compartido de lleno en su fondo,  que nos interconecta e iguala en la consciencia que es y somos,   haciéndonos  uno en la diversidad de distintos anhelos, formas  de todo lo que es.
     
    Un abrazo.

  • h.cadarso

    Por favor, ¿alguien podría aclararme qué quiere decir ese mandamiento segundo cuando dice : “No tomarás el nombre de Dios en vano”? ¿Alguien podría decirme cómo se peca contra este mandamiento? Dios no necesita que le nombremos, necesita que respetemos su voluntad, que es exactamente la de que todos los seres humanos sean felices. La cosa es muy sencilla: o uno se disfraza del levita que pasó y dejó al herido abandonado a su suerte, o del samaritano que sin pronunciar a Dios le socorrió.
    La vida tiene alegrías y sinsabores, en razón de su limitación y de las leyes de la naturaleza. A veces se es feliz, a veces se sufre. No se trata de buscar el sentido místico de las bienaventuranzas, tienes razón, Rodrigo Olvera; se trata de ponerlas por obra, y con ello se alcanza el grado de felicidad más alto que es posible. Tanto si pensamos en Dios como si pensamos an las musarañas. Y a Dios le da lo mismo en lo que pensemos, le importa lo que hagamos. Y punto.

  • Román Díaz Ayala.

    Yo acepto la tesis de Carlo F. Barberá de que la mística es como el portal de cada persona cristiana a los  bienes mesiánicos que revierten todos en felicidad conforme a los propósitos de Dios.
    Existe, pues entonces una mística cristiana que es por naturaleza algo distinto a lo que en términos generales se entiende por lo místico, algo así como “esa experiencia” tan difícil de explicar como de alcanzar que conlleva unaforma de unión con “lo divino”. Ya sea en términos naturalistas como lo divino que llevamos dentro, o la divinidad siempre revelada que se nos da a conocer. Si es intuitivamente lo llamamos iluminación del alma, si por reflexión de la mente; conocimiento.
    Comprendiendo tal cosa, entonces también de forma necesaria la mística cristiana es fenómeno ( asunto, experiencia..) diferente a lo que entendíamos como …”parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa, y del conocimiento y dirección espirituales” (del diccionario)
    Según la teología católica la mística es un estado de perfección dentro de la santidad, que admite grados, que se consigue por el esfuerzo ayudado por la gracia, y que es asimismo gracia que se puede dar, por no es para todo el mundo, entre las almas que han llegado a la perfección. Es por tanto, “felicidad para unos pocos/as”.
    Pero en el mensaje de Jesús, y en los beneficios de su obra, existe una subversión de los valores, incluso aquello que considerábamos de altísimo aprecio espiritual, una justicia radical que no solamente nos iguala frente a Dios ( de ahí las Bienaventuranzas) sino que hace relativo lo que considerábamos como bueno y deseable, ante el ofrecimiento de una verdadera ( e histórica) inmortalidad
    Dios, el Padre, es el Santo y es quien nos santifica, nos hace perfectos/as en el Amado: Aquél que cuelga de un madero.
     
    Pero si empezamos por confesar que no conocemos a Dios y que además no se le puede llegar a conocer….

  • Antonio Duato

    Una pequeña respuesta a Carlos y a los demás autores que a veces se interrogan como él sobre si deben intervenir en el debate.

    No es obligatorio pero es muy de desear que los que ponen un tema a debate, participen después como simples comentaristas. No para polemizar. Sino para agradecer la atención despertada, recoger opiniones, matizar o explicar su pensamiento si no ha sido bien interpretado y aportar otras consideraciones no escritas al principio.

    Así que, Carlos, muchas gracias por tu aportación que ha aportado tanta actividad atriera (¿quién fu el primero en emplear este término?) y tus ulteriores comentarios.

  • ana rodrigo

    Me ha parecido muy interesante la reflexión de Carlos Barberá en los distintos aspectos que afronta, desde la estupidez y la falta de respeto de la Conferencia Episcopal, pasando por los diferentes temas, sobre alguno de los cuales voy a hacer mi pequeña y personal reflexión.

    Vaya por delante destacar la afirmación de Asun al decir que la palabra Dios dice lo que cada cual le quiera adjudicar de contenido según su educación religiosa o su interpretación personal, ya que Dios nadie lo conoce ni sabe nada de él, salvo lo que otros han dicho de él.

    Eso no quiere decir que a personas determinadas y en situaciones determinadas, por ejemplo en San Juan de la Cruz, su concepto y experiencia de su Dios le proporcione diferentes estados anímicos de paz, de sosiego, de trascendencia del presente, o bien de despertar actitudes ante la vida válidas aunque no tuviesen esa referencia religiosa, como puedan ser la lucha por la igualdad, la justicia, la solidaridad, la bondad, etc, etc.

    Pero la felicidad es otra cuestión aislable de religiones y ateísmos, y sin embargo, pienso yo, que no aislable de una actividad subjetiva respecto a ideas, conceptos, educación, experiencias, etc. que desembocan en unas actitudes conscientes y opcionales por el propio sujeto. Todo esto dando por hecho que el concepto de felicidad sea más o menos universalizable a las aspiraciones del ser humano, cosa difícil de conseguir dada la complejidad del ser humano en sí mismo.

    A unos sujetos les hace felices las riquezas, a otros, determinados placeres puntuales como el sexo, la buena comida, el alcohol, las drogas; para otras personas les resulta placentero la contemplación de la naturaleza, la amistad, el amor, a otros determinados ritos religiosos, creencias, etc. etc., la casuística sería inacabable. ¿Acaso somos capaces de enmarcar la felicidad como concepto y/o como experiencia objetivable? Creo que no, aunque sí podemos expresar lo que a cada cual le hace feliz.

    Volviendo al tema religioso, y con la Semana Santa encima, ¿alguien puede asociar la felicidad con lo que se celebra y se representa en el mundo católico, el dolor por el dolor? ¿O, como dice el autor poniendo la palabra “feliz” delante de cada bienaventuranza? ¿Alguien puede asociar determinadas prácticas adjudicadas a la voluntad de Alá con la felicidad? ¿Alguien puede asociar la felicidad a las aberrantes creencias y prácticas de las más variadas sectas religiosas o semi-religiosas?

    Al ser humano habrá que educarlo en la búsqueda del bien y de la bondad con respecto  a uno mismo y con respecto a los/as demás, al mismo tiempo que en la concepción de una sociedad justa. y, a partir de ahí, cada cual sabrá buscar lo que le haga feliz. Creo que hay principios, valores, actitudes y prácticas que parecen coincidir en que para quienes las viven les producen bienestar (felicidad?)

    Un saludo cordial y mi recuerdo constante a esta comunidad atriera de la que tanto he aprendido y he recibido. No os olvido, aunque en este momento circunstancias transitorias me impidan participar con más frecuencia de la que me gustaría.

  • George R Porta

    Amiga Asun, a mí me confunde también mencionar a Dios. Gracias por tu comentario.

  • Asun Poudereux

    Otras personas están más preparadas para hablar de este tema, pero desde mi experiencia, el hecho de nombrar a Dios, sin más, es confuso, pues parece más bien, que se  otorga  uno el poder y la verdad para emitir toda clase de juicios.
     
    Precisamente por eso, desconfío de tal empeño, porque el que conoce suele callar, mientras que el que no conoce no para de hablar queriendo  imponer su  verdad. Lo cual puedo comprender desde la mente,  porque desde ella y a través de ella todo se  objetiviza.  No así desde el corazón.
     
    La vida interior,  creo, que no tiene por qué ser de inspiración religiosa, tal como se  representa hoy,  por ser en  uno/a mismo/a ,  sí nos  mueve e impulsa  en un despliegue continuo de consciencia a un umbral insospechado, no por ello ya intuido y vislumbrado desde la más tierna infancia,  un no-lugar que nos alinea con la vida y acoge el misterio que es y somos,  en otro modo de ver y vivir siendo y conociendo simultáneamente.
     
    Las cosas que ocurren, lo que nos pasa, se ven como lo que son: acontecimientos  y  formas que se manifiestan en la vida por múltiples causas y circunstancias cambiantes no previstas ,  pero no me confundo con ellas, aunque muchas veces me entristezcan y me causen dolor,  que lo hacen y de qué manera,  porque lo que somos de fondo y es en nosotros y en todo nuclear,  no deja de sostenernos,  y en momentos  íntimos de mayor dificultad, nos hace confiar despejadas las películas mentales de víctimas, de salvadores  o de  verdugo , es igual,  pero lo vivimos y experimentamos,  precisamente,  cuando nos  vaciamos del ego  y superego, y nos llenamos de gratitud y humildad.
     
    Si eso es ser feliz,  qué es lo que nos lo impide ¿?, porque  si no hay obstáculos reales fuera de los escenarios del teatro del mundo constructo,  pues sencillamente dejémoslo que sea  y  lo vivamos conociendo y siendo a la vez,   eliminando las separaciones ,  los deseos egocéntricos, que no nos dejan vernos y reconocernos en los demás, en todo lo que es…..  Sin normas voluntaristas impuestas  que opaquen y escombren eso que es y somos. Y reemprendamos la alegría, dejándola ser una y otra vez en nosotros/as.

  • George R Porta

    La cuestión pudiera estar si se pudiera o tuviera que ser feliz en todo. Parece que a Jesús se le acabaran las juergas a menudo que se acercaba a la trágica sucesión de eventos que culminó con el terrible asesinato y aún entonces, en los días subsiguientes parece haber experimentado decepciones y desengaños. 

    Las personas de esta ONG de Guatemala con las que trabajar impide la felicidad, no deben ser felices tampoco (por las razones que apunta) Si pudieran serlo místicamente, pues entonces lo fueran aunque de otra “forma”. La experiencia mística más bien conduce a la esperanza confiada y a la fortaleza frente a los zarpazos de la vida. Imagino que de una tal experiencia mística hayan salido los poemas de Juan de la Cruz en los que obviamente, en la Noche al menos, parece andar cercano al momento de Jesús en la cruz en el que expresó su sentimiento de abandono.

  • Carlos F. Barberá

    Nunca estoy seguro de si el autor de un artículo debe polemizar con quienes lo comentan pero en fin… Desde luego no digo que la felicidad sea un patrimonio exclusivo de los cristianos, más bien creo afirmar lo contrario. Pero me reafirmo en mi convicción de que en las situaciones de sufrimiento no fácil encontrar felicidad (y ahí entra mi entrada -justificada o no, pero sí para mí- en la mística.
    Desde luego envidio a quienes tienen hambre y sed de justicia y son felices. Yo he sido 28 años presidente de una ONG que trabajaba por Guatemala: la pobreza generalizada, el auge y el terror de las marras, el aumento del feminicidio, la casi absoluta impunidad de los criminales (p. ej, Ríos Montt). el dominio de las mafias, la falta de horizontes me han impedido ser feliz en ese trabajo. A no ser que lo vea desde otra perspectiva, que yo llamo mística.

  • George R Porta

    Omití especificar que mi último comentario de agradecimiento era respuesta a la mención que hizo Rodrigo sobre su abelita y él en su penúltimo comentario. Un abrazo a todos.

  • George R Porta

    Celebro la memoria de tu abuelita. Si te tropezaras con el libro en castellano, vale la pena de leerlo y te ruego nos facilites el ISBN o la ficha para buscarlo. Te agradezco el artículo. Un abrazo cordial.

  • Iñaki S:S,

    El rechazo de esta calamitosamente torpe Conferencia Episcopal Española, tiene poco que ver, en mi modesta opinión, con el rechazo a quien dicen ser su Dios.

  • Rodrigo Olvera

    Horror… estamos en 2015, no en 2014 jajaja

  • Rodrigo Olvera

    De acuerdo, Pili y George en que las bienaventuranzas no son exclusivas para “místicos” ni para “creyentes”. Creo que debería ser evidente; es una lástima que todavía en el año 2014 tengamos que seguir haciéndolo notar, y que todavía al hacerlo notar, se minimice como mera cuestión de expresión formal.
     
    Respecto al estudio sobre las emociones en la antigüedad griega que refieres George, aquí está en español  (¿ves por qué mi abuela decía de mí cuando era niño, que había nacido para ser ratón de sacristía o de biblioteca? jajajaja)
     
    Las emociones en la antigüedad Griega
     
    Saludos

  • George R Porta

    Los no cristianos/as que aman como Jesús les amó, no pueden perderse sus promesas. Yo no sé si del modo que las redactan los evangelistas (que no coinciden) sea auténtica o genuinamente el modo como Jesús las pronunció ni si las pronunció. Las narraciones evangélicas fueron mutiladas y redactadas ad libitum, individual o colectivamente, quién sabe…

    Habiendo sido las narraciones evangélicas primero orales que escrita, seguramente hubo mujeres que contribuyeron a su construcción y transmisión continuada (después de todo los hombres injustamente acusamos exclusivamente a las mujeres de ser chismosas). Ya no se puede distinguir la redacción mujeril o femenina de las bienaventuranzas o promesas jesuánicas de felicidad, si en efecto alguna vez las proclamó. Pero desde mi esperanza confiada creo que las promesas atribuidas a Jesús se podrán cumplir para todos. Y me arriesgo a decir “para todos” por lo siguiente.

    Persiguiendo la comprensión etiológica del mal y la malignidad, desde mi ángulo clínico-psicológico, siento y pienso que el agente de conducta destructiva (de sí mismo/a o no) no pueda ser libre. Solo pudiera serlo en su conducta benigna.
     
     
    No es concebible que una tal condición buena (nos la alcanza la Verdad, según atribuyen a Jesús haber prometido) pueda ser maléfica. Así, afirmo mi creencia de que la libertad diste mucho de ser ontológica (la dignidad, por ejemplo, pudiera serlo).
     
     
    He mirado de cerca a las evidencias de mi propia destructividad (por ejemplo, mi exceso de peso). También a la ajena. Y parecen siempre ancladas en el dolor con o sin ira, consciente o inconscientemente, o en la angustia/ansiedad, siempre apuntando hacia aquella meta de descanso y felicidad de Agustín, distintiva de la capacidad, exclusivamente humana de apostar anticipadamente y comprometerse en ello.
     
     
    Nunca he podido ver la relación de la felicidad con la libertad―que los “padres fundadores de la constitución norteamericana” solo atribuían a blancos (limitaban la de las blancas). Jefferson, Washington, Franklin, etc., todos tenían esclavos y no los manumitieron cuando firmaron la Declaración de independencia o la de Derechos y las mujeres no podían votar políticamente. La libertad humana está enrejada dentro de lo que los antiguos llamaron pathos, humores, pasiones, concupiscencias (los más teológico-católicos). En la disciplina del Derecho el pensamiento puede ser diferente por razones pragmáticas y la justicia legal puede ser inmoral.
     
     
    De hecho Aristóteles, por ejemplo, aunque no exclusivamente entre los antiguos, afirmaba que las emociones fueran factores de la conducta (Cf. el amplio estudio de la antigüedad clásica y de literatura comparada de D. Konstan, The emotions of the ancient Greeks, Toronto, 2007, 33, perdón por referir a una fuente en inglés pero no he encontrado la traducción española, Cf. un resumen en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2118645).
    Hoy día parece incuestionable la canalización neurológica de las emociones fuera de toda voluntad (Cf. J. LeDoux, El Cerebro Emocional, Madrid, 1999, pp. 69; 165; 284). Perdón por las cabezotadas pero no me gusta afirmar algo sin proveer alguna base objetiva.
     
     
    Así pues, en mi esperanza confiada (nada de certidumbre voluntaria ni excesivamente optimista) y no porque los predicadores que vivan de hacerlo lo manden creer. Si Jesús prometió la felicidad lo hizo como humano pero quizás también sabía que pudiera prometerlo con autoridad y que la felicidad será alcanzada según, no exclusivamente, como “las bienaventuranzas” prometen. Jesús parece que no quisiera juzgar (y con razón porque ¿qué ser humano puede conocer lo humano a suficiente profundidad? ¿Quién es libre?) Y, si Pablo no mintió, quizás se negó a hacerlo por despojarse de su condición no-humana, si la tuvo y podía despojarse de ella.
     
     
    No niego la responsabilidad (cuando toque) o la causalidad accidental o intencional (cuando ocurra). Digo que no sea libre y por eso aunque en la realidad coincidan, a fin de comprenderla insisto en separar la persona de la conducta. Al discernir mi vida, eso me es imprescindible por mi propio bien sobre todo para ser lo más veraz y estricto que pueda conmigo mismo antes que con nadie.
     
     

  • mª pilar

    Querido Rodrigo:
     
    ¡De eso nada!
     
    Cada persona que hace vida las propuestas de Jesús,  será… ¡¡¡Bien aventurado, aquí y ahora… creyente o no!!!
     
    Nadie puede pautar, prohibir, o limitar, lo que cada persona experimente y viva en su interior.
     
    Eso,  jamás nadie lo podrán frenar.
    Así es como se va sembrando su palabra, su vida; por eso es querido y admirado.
     
    Un abrazo entrañable.
    pili-mª pilar

  • albino

    Albino
    He leído con satisfacción el artículo de Barberá y los 2 comentarios que me preceden (ahora veo que hay 2 más)
    Me parece que duele de cierta soberbia el oír que sólo creyendo en Dios se puede ser feliz y, de más soberbia  todavía, si  se añade, como se hace con frecuencia, que uno o la sociedad sin Dios pueda ser justa y buena”. Creyendo en Dios la cristiandad ha vivido atormentada por la Justicia divina con amenazas terribles y eternas durante muchísimos siglos, hasta anteayer, de modo que es de suponer que muchísimos mortales hubieran preferido vivir, más o menos bien, sin un Dios amenazante, aunque otros hayan sido muy felices por el Padre y el Cielo que les esperaba. Y la idea de que sólo creyendo en Dios se puede ser buena persona y la sociedad  justa, pues también  se las trae: creo que el descubrir que todos somos iguales y que todos tenemos derecho a nuestra felicidad personal, está al alcance de quien haya sido educado honestamente. Y la historia nos da lecciones de esto: en concreto: los avances, tan importantes, desde el siglo XIX  del movimiento obrero para conseguir mayor participación, justicia e igualdad… no se originó, creo, en la Iglesia, aunque ésta después también se adhiriera. En fin: que la creencia y no-creencia en Dios nos puedan hacer a nosotros y a la sociedad:  felices, buenos y justos, y que la Conferencia Episcopal se preocupe en conseguir esto de “los suyos”, dejando esta mismo posibilidad a los que no están bajo su amparo.
     
    Ayer y hoy he hecho comentarios, porque los 2 temas los tengo muy interiorizados.

  • ELOY

    Me gusta que los artículos me ayuden reflexionar, más allá de la coincidencia exacta o no con la perspectiva, creyente o no, del autor.

    En este sentido me gustan los artículos de Carlos Barberá que no duda en decir lo que siente y como lo siente desde su perspectiva vital. 

    Y esa verdad que late en lo que dice y hace Carlos Barberá, siempre bien documentado,  me mueve a la reflexión sobre los distintos temas que plantea, y no pocas veces me descubre matices que no había considerado. 

    Y ello más allá de la idea de “tu verdad” o ” mi verdad” , porque en todo caso no se trataría sino de buscarla todos juntos,  más allá  de lo que cada uno piense o crea. Pero para ello es preciso previamente manifestarse cada uno en total libertad y sinceridad , sí, y además con profundo respeto a las creencias de los demás. 

    Y desde luego intentando ir siempre al fondo de lo que se dice y quiere decir, más allá  de la más feliz o menos feliz expresión formal del contenido. 

    Gracias Carlos por tus artículos y aportaciones. 

     
     

  • Román Díaz Ayala.

    Ruego me disculpen la vaguedad que da comienzo a mi comentario anterior.
    Me estaba refieriendo a las 13 colonias británicas que dieron origen a los actuales Estados Unidos de Norteamérica y el texto en  cuestión fué a “Declaración de Independencia”.
    Olvido muchas veces que es exigible un mayor rigor en las citas.

  • Román Díaz Ayala.

    Los revolucionarios que en el siglo XVIII hicieron de las siete colonias inglesas originales una nueva nación moderna establecieron documentalmente que todo ser humano tiene dereco a la búsqueda de la felicidad.
    La felicidad se establecía de forma objetiva por medio del ejercicio de unos derechos inherentes a todo ser humano. Era una felicidad liberadora.
    Existe otra felicidad más íntima y personal que es la de quien no tiene conflictos ni consigo mismo ni con su existencia. Tal cosa no es patrimonio exclusivo de una religión aunque todas están en la búsqueda de la misma, igual que toda filosofía en torno a este ser humano.
    La raíz profunda de ansia de sabiduría se ha hecho contanural en algún momento de todos los ciclos civilizatorios en el pasado. Tal corriente corría unos siglos antes de nuestra era desde el Fértil Creciente hasta el occidente europeo.
    Identificar el Sermón del Monte de Jesús (“Felices…”) con tal corriente, muy presente en el judaísmo es hacer una reducción del mensaje del Nazareno, pues tal mensaje estaba ligado a un hecho liberador que acontecía en Su Persona. El sermón el monte nos hace infelices, porque nadie podría alcanzar tales metas de perfección si no contáramos con la ayuda ( la gracia) venida de lo alto.

  • Rodrigo Olvera

    Cuando empecé a leer, me dije “vaya, por fin un artículo de Barberá que me gusta y con el que puedo estar de acuerdo”.
     
    Y luego, llego a esta frase en que Barberá incurre justo en lo mismo que denuncia de los obispos:
    No es fácil sostener la sabiduría de las bienaventuranzas a menos  que se busque su sentido místico. Sólo quien se adentra en ellas de este modo puede verificar su verdad (énfasis en negritas mío)
     
    Pues yo no busco sentido místico en las bienaventuranzas, pero he experimentado vivencialmente la felicidad en la sed de justicia y el desprecio de la riqueza; pero según Barberá yo no puedo verificar la verdad de las bienaventuranzas.
     
    Vale. Sólo los cristianos conocen la verdad de los derechos humanos, sólo los místicos conocen la felicidad de la que hablaba el hijo del carpintero. Las vivencias de las demás personas será siempre deficiente o incompleta. Vale.