Poder sobre las almas, poder sobre las conciencias, poder sobre los cuerpos
No todas las llamadas telefónicas son ociosas e ineficaces. Hay algunas que logran sus objetivos y tienen efectos inmediatos. Los han tenido las que el papa Francisco hizo al joven profesor granadino que le escribió una carta informándole de los abusos sexuales que él y otras personas menores de edad sufrieron desde la infancia por parte de algunos sacerdotes y seglares. Francisco le llamó en dos ocasiones para pedirle perdón, mostrarle su apoyo, comprometerse a investigar el caso y decirle que lo pusiera en conocimiento del arzobispo de Granada, quien, a decir verdad, no mostró la misma diligencia que el papa, ya que tardó en responder a las llamadas del joven agredido sexualmente.
El arzobispo solo tomó medidas sancionadoras bajo la presión del papa, más solícito en la solidaridad con la persona herida y en el castigo del delito que el propio pastor diocesano. Es algo que viene repitiéndose últimamente. Los obispos encubren las agresiones sexuales de los clérigos y llegan a comprar el silencio de las víctimas y de sus familias con dinero. El papa, empero, toma la iniciativa de la denuncia y sanciona a los propios obispos retirándolos de sus funciones pastorales por la indignidad de su inmoral comportamiento.
Las llamadas de Francisco contrastan con el largo silencio de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ante situaciones similares. Fue un silencio cómplice con los abusos sexuales producidos contra víctimas indefensas en numerosas instituciones eclesiásticas: parroquias, seminarios, noviciados, colegios, cometidos por cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, formadores religiosos, educadores, padres espirituales, y conocidos por la citada Congregación por las numerosas denuncias que llegaban hasta ella.
Esta, lejos de tramitar e investigar los casos denunciados y ponerlos en manos de la justicia, imponía silencio a las víctimas para que no trascendiera el escándalo de tamaña agresión, y, para disuadirlos de que revelaran o denunciaran las agresiones sexuales, los amenazaba con penas temporales y eternas, que generaban total indefensión e incluso culpabilidad en la persona objeto de los abusos. ¿Sanción para el pederasta? Hasta hace poco tiempo, ninguna. A lo sumo, el obispo ordenaba el cambio de destino pastoral al religioso pederasta sin informar a la nueva feligresía de la razón de dicho traslado. Así, el pederasta podía seguir cometiendo las agresiones sexuales con total impunidad.
La permisividad del delito, el silencio, la falta de castigo, el encubrimiento, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia convertían la pederastia no solo en una agresión sexual individual, sino en una práctica legitimada estructural e institucionalmente –al menos de manera indirecta- por la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles en una cadena de ocultamiento que iban desde la más alta autoridad eclesiástica hasta el pederasta, pasando por los eslabones intermedios del poder religioso.
La raíz de tan abominable práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica que convierte al varón en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada.
La masculinidad sagrada se torna condición necesaria para ejercer el poder, todo el poder, todos los poderes. Lo domina y controla todo, absolutamente todo: el acceso a lo sagrado, la elaboración de la doctrina, la moral sexual, los puestos directivos, la representación institucional, la presencia en la esfera pública, el poder sagrado de perdonar los pecados, el milagro de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el triple poder de enseñar, de santificar y de gobernar.
Este poder empieza por el control de las almas, sigue con la manipulación de las conciencias y llega hasta la apropiación de los cuerpos en un juego perverso que, como demuestran los numerosos casos de pederastia, termina con frecuencia en las agresiones sexuales más degradantes para los que las cometen y más humillantes para quienes los que sufren. Se trata de un comportamiento diabólico programado con premeditación y alevosía, practicado con personas indefensas, a quienes se intimida, y ejercido desde una pretendida autoridad sagrada sobre las víctimas que se utiliza para cometer los delitos impunemente.
El poder sobre las almas es una de las principales funciones de los sacerdotes, si no la principal, como reflejan las expresiones “cura de almas”, pastor de almas”, etc., cuyo objetivo es conducir a las almas al cielo y garantizar su salvación, conforme a una concepción dualista del ser humano, que considera el alma la verdadera identidad del ser humano e inmortal. El poder sobre las almas lleva derechamente al control de las conciencias. Solo una conciencia limpia, pura, no contaminada con lo material, garantizaba la salvación. Por eso la misión del sacerdote es formar a sus feligreses en la recta conciencia que exige renunciar a la propia conciencia y someterse a los dictámenes morales de la Iglesia. Se llega así al grado máximo de alienación y de manipulación de la conciencia.
Pero aquí no termina todo. El final de este juego de controles es el poder sobre los cuerpos, que da lugar a los delitos de pederastia cometidos por clérigos y personas que se mueven en el entorno clérico-eclesiástico, que son el objeto de este artículo. Quienes ejercen el poder sobre las almas y sobre las conciencias se creen en el derecho de apropiarse también de los cuerpos y de usar y abusar de ellos. Es, es sin duda, la consecuencia más diabólica de la masculinidad sagrada hegemónica. Cuanto mayor es el poder de las almas y más tiránico el control de las conciencias, mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerables que caen bajo su influencia: personas crédulas, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, personas discapacitadas, etc.
Y un efecto perverso más para intranquilizar las conciencias de las personas creyentes, e incluso de quienes no lo son, y para impedir el disfrute gozoso de la sexualidad: la masculinidad hegemónica se presenta como hetero-normativa y construye la homosexualidad: a) desde el punto de vista religioso, como pecado que debe ser condenado; b) desde el punto de vista jurídico como delito que debe ser castigado –y de hecho lo es en numerosos países hasta con la pena de muerte; c) y, desde el punto de vista médico-sanitario, como una enfermedad que hay que curar.
Tercera nota: copio del artículo del Dr. Tamayo:
“La permisividad del delito, el silencio, la falta de castigo, el encubrimiento, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia convertían la pederastia no solo en una agresión sexual individual, sino en una práctica legitimada estructural e institucionalmente―al menos de manera indirecta―por la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles en una cadena de ocultamiento que iban desde la más alta autoridad eclesiástica hasta el pederasta, pasando por los eslabones intermedios del poder religioso”.
Me desconcierta esta afirmación de la pederastia como “práctica legitimada” simultánea con la otra de que fuese tratada con conductas de “permisividad, silencio, falta de castigo, encubrimiento, complicidad y negativa a colaborar con la justicia…”. De hecho, las primeras respuestas de la jerarquía a las denuncias fueron culpar de difamación a la prensa o de mala intención especulativa a las víctimas.
En mi primera nota en este mismo hilo ofrezco una temprana referencia a pederastia no corregida (1642) pero no pretendo considerarla la primera en la historia. En 1847, la psiquiatría austríaca comenzó a considerar la pederastia como una forma de agresión sádica. En 1906, fue extensamente conocido que la pederastia fuese no solo un crimen sino un crimen de base neurológica y no psicosocial. Un siglo después explotaron los escándalos en los USA. No puede ser que la jerarquía eclesiástica católica ignorase aún en 2003 todo este progreso en la medicina psiquiátrico-forense y en la legislación profana o civil.
Otro párrafo del Dr. Tamayo: “Pero aquí no termina todo. El final de este juego de controles es el poder sobre los cuerpos, que da lugar a los delitos de pederastia cometidos por clérigos y personas que se mueven en el entorno clérico-eclesiástico, que son el objeto de este artículo. Quienes ejercen el poder sobre las almas y sobre las conciencias se creen en el derecho de apropiarse también de los cuerpos y de usar y abusar de ellos. Es, es sin duda, la consecuencia más diabólica de la masculinidad sagrada hegemónica. Cuanto mayor es el poder de las almas y más tiránico el control de las conciencias, mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerables que caen bajo su influencia: personas crédulas, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, personas discapacitadas, etc.”
La pederastia como abuso corporal no es una manifestación del infame sistema de control hegemónico eclesiástico. Suficiente evidencia clínica ofrece certidumbre a la afirmación de que sea una patología psicológica consistente en la incapacidad severa de controlar los impulsos, en este caso sexuales por parte del individuo, diagnosticable clínicamente a la edad de entrada a seminarios y noviciados pero irremediable psicoterapéuticamente.
El mal uso del poder eclesiástico y de toda clase no es un problema sociológico solamente y hace de la “cultura del silencio pagado” por la cual optó la Iglesia Católica, un crimen absolutamente punible con todo el peso de la Ley, pero es un problema pandémico que no cesa de escalar.
La pederastia está siendo fomentada por el clima de “diabólica hegemonía de la masculinidad sagrada” pero la misma no es su causal exclusiva. Por ejemplo: En los conventos y colegios regentados por monjas católicas la pederastia no ha sido un problema comparable a la de los curas (aunque desgraciadamente ocurriese el maltrato físico y/o emocional, incluida la explotación laboral, por ejemplo en los asilos de las “Magdalenas”, en Irlanda).
En 1978 el psiquiatra jesuita de la Escuela de Medicina de la Harvard University James, J. Gill S.J. publicó en colaboración un artículo sobre la sexualidad y el control de los impulsos (Cf. James J. Gill, S. J., Affectivity and Sexuality. Their Relationship to the Spiritual and Apostolic Life of Jesuits. Comments on Three Experiences”, in Studies in the Spirituality of Jesuits, Vol. X, 1978, Nos. 2-3, pp. 135-147).
En dicho artículo Dr. Gill se sirvió de investigaciones hechas para aconsejar a los obispos norteamericanos sobre la homosexualidad en la selección de seminaristas, la creciente abundancia de clero católico homosexual y la creciente frecuencia de problemas de naturaleza relacional (incluyendo pederastia) en los seminarios, y las parroquias del país.
La Conferencia hizo opcional el consejo de Dr. Gill de evaluar los candidatos a seminarios y noviciados con la intención específica de predecir los fallos en la función cortical del control de los impulsos.
Según Dr. Gill pudiera haber curas hetero u homosexuales porque no fuera la preferencia sexual causal del fracaso celibatario y menos aún de la pederastia. En 1989, ya retirado, aún creía en la validez del celibato y siempre falló en reconocer el derecho natural al matrimonio y la anti-naturalidad de la obligación celibataria. Murió de cáncer en 2003.
Segunda nota. Esta debió ser mi segunda nota o comentario y de carácter clínico pero para no abusar demasiado del espacio de Atrio decidí convertir el comentario clínico en tercera intervención. De cualquier modo quienes deseen leer cualquier cosa que yo escriba siempre pueden abstenerse de ello y quienes no lean lo que escribo nada perderán.
Cito al Dr. Tamayo: “La raíz de tan abominable práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica que convierte al varón en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada”.
Sorprende que Tamayo no reconozca que la figura/función intermediaria del adivino, el mago, el curandero y por tanto la de “cura” sea tan vieja como las estructuras sociales paganas de dominación y liderazgo que a su vez son tan viejas como cualquier primitiva institución hegemónica (haya sido ésta o no, necesario mecanismo etno-céntrico de agresión/defensa) y que los evangelios como documentos fundacionales del Cristianismo prevea al liderazgo y la autoridad como servicio, según se hacen descender de la autoría atribuida a Jesús, o que el restauracionismo sobre todo gracias a Pablo del pedigrí hebreo del sacerdocio cristiano-católico (pero no solo paulino Cf. el propio texto de la Carta a los Hebreos y una de sus exégesis particularmente dilecta de Benedicto XVI, “Un Sacerdote Diferente” escrita por Albert Vanhoye (Convivium Press, 2011) que reconstruyen el sacerdocio hebreo en función del Jesucristo a base de reconocerlo en Jesús y su muerte sacrificial.
Anselmo de Canterbury fundamentó su lectura sacrificial del asesinato de Jesús para restaurar, entre otros propósitos) la función sacerdotal-intermediaria hace casi once siglos.
Interesantemente, dicha lectura sacrificial del homicidio de Jesús nunca ha sido dogmatizada oficialmente aunque el uso secular en el magisterio la da por incuestionable posiblemente porque el Credo Niceno-Constantinopolitano (AA. DD. 325-381) confiese a Jesús como pagador de la deuda del pecado original. Ratzinger lo reconoció en “Introducción al Cristianismo”, (Herder, 1968) y el Catecismo Católico (1977) que sancionó JP II no lo aclara y en la Encíclica atribuida a Juan Pablo II (2003) “Iglesia de Eucaristía” se propone con toda fuerza dicha interpretación.
En 2001 los modernos medios masivos de comunicación hicieron estallar el encubrimiento de los escándalos de pedofilia clerical católica en los EE UU con una violencia nunca vista.
La aparición en 2003 de la encíclica “Iglesia de Eucaristía” puede ser legítimamente interpretada como un gesto restaurador del prestigio y el “poder” de mediación divino-humana del cura en la comunidad cristiana (algo que Ratzinger siempre ha defendido como lo demuestra el Catecismo Católico de 1977, Cf. Nos. 1077-1112, por ejemplo) que fue promulgado por Juan Pablo II (quien entonces sí era capaz de lo que ocurría bajo su autoridad) el cual es obra de Ratzinger y de su grupo selecto de colaboradores.
Es muy significativo que Juan Pablo II escribiera prácticamente hasta por el placer de publicar y no lo hiciera específicamente sobre la importancia eclesial de la Eucaristía hasta dos años antes de su muerte (“Iglesia de Eucaristía”), un sacramento que el Concilio consideró absolutamente fundacional y central en la vida de la Iglesia Católico-Cristiana, aunque sí haya hablado extensa pero secundariamente de la Eucaristía en muchos otras ocasiones o documentos.
Segunda nota. Esta debió ser mi segunda nota o comentario y de carácter clínico pero para no abusar demasiado del espacio de Atrio decidí convertir el comentario clínico en tercera intervención. De cualquier modo quienes deseen leer cualquier cosa que yo escriba siempre pueden abstenerse de ello y quienes no lean lo que escribo nada perderán.
Cito al Dr. Tamayo: “La raíz de tan abominable práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica que convierte al varón en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada”.
Sorprende que Tamayo no reconozca que la figura/función intermediaria del adivino, el mago, el curandero y por tanto la de “cura” sea tan vieja como las estructuras sociales paganas de dominación y liderazgo que a su vez son tan viejas como cualquier primitiva institución hegemónica (haya sido ésta o no, necesario mecanismo etno-céntrico de agresión/defensa) y que los evangelios como documentos fundacionales del Cristianismo prevea al liderazgo y la autoridad como servicio, según se hacen descender de la autoría atribuida a Jesús, o que el restauracionismo sobre todo gracias a Pablo del pedigrí hebreo del sacerdocio cristiano-católico (pero no solo paulino Cf. el propio texto de la Carta a los Hebreos y una de sus exégesis particularmente dilecta de Benedicto XVI, “Un Sacerdote Diferente” escrita por Albert Vanhoye (Convivium Press, 2011) que reconstruyen el sacerdocio hebreo en función del Jesucristo a base de reconocerlo en Jesús y su muerte sacrificial.
Anselmo de Canterbury fundamentó su lectura sacrificial del asesinato de Jesús para restaurar, entre otros propósitos) la función sacerdotal-intermediaria hace casi once siglos.
Más que curiosamente, dicha lectura sacrificial del homicidio de Jesús nunca ha sido dogmatizada aunque el Credo confiese desde antiguo a Jesús como pagador de la deuda del pecado original. Ratzinger lo reconoció posiblemente a su pesar en “Introducción al Cristianismo”, (Herder, 1968) y trató de enmascararlo en el Catecismo Católico (1977) que sancionó JP II y después calló cuando apareció atribuida a Juan Pablo II (2003) “Iglesia de Eucaristía” (en estas fechas JP II estaba demasiado enfermo como para haber con absoluta autoridad firmado el documento y la epiqueya como instrumento legal es muy vieja.
En 2001 los escándalos de pedofilia estallaron públicamente con una violencia nunca vista por causa de los modernos medios de comunicación, y la aparición en 2003 de la encíclica “Iglesia de Eucaristía” puede ser legítimamente interpretada como un gesto restaurador del prestigio y el “poder” de mediación divino-humana del cura en la comunidad cristiana (algo que Ratzinger siempre ha defendido) como lo demuestra el Catecismo Católico (Cf. nn. 1077-1112, por ejemplo) que fue promulgado el 15 de agosto de 1977 por Juan Pablo II que entonces parecía conocer todo lo que ocurría bajo su autoridad) el cual es obra de Ratzinger y de su grupo selecto de colaboradores. Es importante señalar que Juan Pablo II no escribió hasta que apareció la encíclica “Iglesia de Eucaristía” ningún documento específicamente dedicado a dicho sacramento que el Concilio consideró absolutamente fundacional y central en la vida de la Iglesia Católico-Cristiana, aunque sí lo hizo acerca de prácticamente todo otro aspecto esencial de la Vida Cristiana y haya hablado extensamente, pero secundariamente, de la Eucaristía en muchos otras ocasiones o documentos).
RECTIFICACIÓN: En la penúltima línea de mi nota inmediata anterior (06-enero-2015, 0,34 am) nombro al Dr. Castillo por error, pero me refiero al Dr. Tamayo.
Una nota histórica:
En 1642, como consecuencia de una crisis interna en la congregación escolapia que fundó y de las intrigas y presiones externas, José de Calasanz fue brevemente detenido e interrogado por la Inquisición. Posteriormente las dificultades aumentaron y alcanzaron su punto álgido debido al cura escolapio Stefano Cherubini, originalmente Director de la Escuela Escolapia en Nápoles.
Cherubini no demostraba el más mínimo pudor con respecto a su pederastia con los pupilos de su escuela. Calasanz supo de su conducta pero Stefano Cherubini era hijo y hermano de poderosos abogados papales. Nadie quiso ofender a la familia de Cherubini. El cura Cherubini mismo amenazó con que en caso de que las denuncias contra su pederastia eran hechas públicas utilizaría del poder de su familia para vengarse y destruir los Escolapios.
Calasanz acobardado por la situación promovió a Cherubini dizque con el propósito de alejarlo de los alumnos y solo le recriminó por su lujoso hábito alimentario y su fallo en la asistencia a la oración común. Calasanz explicó tal procedes escribiendo lo siguiente: “… es para evitar que esta gran pena llegue a la atención de nuestros superiores. (Cf. K. Liebreich, Fallen Order: Intrigue, Heresy and Scandal, London, Grove Press, 2005).
La Jerarquía Vaticana supo de los crímenes y de la conducta escandalosa de Cherubini, pero se inclinó cobardemente ante el poder de los mismos lazos familiares que habían acobardado a Calasanz. Cherubini fue elevado a Visitador General de los Escolapios, lo cual le permitía comportarse a su arbitrio en cualquier escuela que visitara.
El apoyo del Vaticano a Cherubini fue tan poderoso que en 1643 fue nombrado Director de la Orden y el anciano Calasanz fue empujado a un lado. Éste denunció por escrito públicamente la larga historia de pederastia y otras conductas vergonzosas de Cherubini pero no pudo impedir el ascenso de Cherubini ni que otros miembros de la propia Orden Calasancia se le opusieran para apoyar a Cherubini. Inocencio X tomó la salida más fácil y en 1646 suprimió la orden.
Calasanz, por su parte, murió el 25 de agosto de 1648, fue beatificado en 1748 y canonizado en 1767. Fue declarado “Patrono Universal de todas las escuelas populares cristianas del mundo” por el papa Pio XII, en 1948. Su gran mérito fue doble: a) Proclamado y defender públicamente el derecho universal de los niños a la educación de los niños y fue perseguido por ello; b) Crear la primera escuela de matrícula libre y pública gratuita para pobres.
Yo estudié y terminé mi educación elemental y media en un colegio escolapio y mantengo relaciones con los escolapios. Agradezco sus servicios y los beneficios que obtuve de ellos. En esta primera nota solo quiero enfocar un caso que conozco, entre otras razones, por consideración al espacio en Atrio.org.
En otra nota voy a elaborar un poco sobre algo que opina el Dr. Castillo, pero desde mi punto de vista clínico o psicoterapéutico.
Que se puede decir sobre este tema. Es simplemente increible que aquellos que siempre estan dando lecciones de moral sexual, amenzando a todos aquellos que tienen comportamientos que les parecen pecaminosos, como la masturbación, la homosexualidad,sexo fuera del matrimonio. Que nos ha inculcado desde niños cierta culpa ante el placer sexual. Que hablan del celibato como un virtud, no puedan evitar caer en conductas abusivas sobre niños y jóvenes.
El papa ahora parece que se ha preocupado del tema pero no puedo dejar de pensar sino se tratará en parte de un estrategia desde el Vaticano para lavar la mala imagen que tiene en todos estos temas. La iglesia pierde adeptos y sobre todo entre los jovenes que no ven en ella ni a jesus, ni nada que les sirva para su vida.
En el tema de la sexualidad humana la ciencia aporta información que contradice esencialmente muchos de los planteamiento que en esta materia se otorga el clero. Creo que la iglesia quiere inmiscuirirse en demasiados saberes que no le corresponden y que haría bien en dejar los asuntos de la sexualidad humana que tanto le obsesionan para la ciencia y a la investigación.
Un saludo.
Manuel