La campaña presidencial (elecciones el 5 de octubre 2014) se ha acalorado con una disputa abierta entre Dilma Rousseff, actual presidenta y la candidata Marina Silva. En realidad se trata de dos proyectos enfrentados: el mantenimiento por parte del PT de un proyecto progresista, marcado por políticas públicas fuertes que han permitido integrar en la sociedad organizada a una población equivalente a la de Argentina entera. La práctica política de los gobiernos, impuesta por las élites, era la de hacer políticas ricas para los ricos y pobres para los pobres. Pero en nuestra historia ha habido un cambio. Alguien del pueblo llegó al centro del poder y dio otra dirección al poder político. No se puede negar que Brasil en una perspectiva general, especialmente desde la óptica de los pobres, mejoró mucho. Negarlo sería falsear la realidad.
A este proyecto progresista se opone lo que la candidata Marina llama «nueva política». Observada de cerca, sin embargo, no pasa de ser un proyecto conservador y viejo que beneficia a los ya beneficiados y que alinea el país con la macroeconomía voraz que hace que el 1% de los americanos posea el equivalente a lo que gana el 99% de la población. Ese proyecto busca contener el proceso progresista, evidentemente sin anularlo, porque habría sin duda una rebelión popular.
Las opciones del PSB y de Marina Silva representan un retroceso de lo que hemos ganado en estos 12 años. La centralidad no será el Estado republicano que coloca la «cosa (res) pública» en primer plano, el estado dinamizador de cambios que benefician a las grandes mayorías hasta el punto de haber disminuido la desigualdad social un 17% en 12 años. El foco es un estado menor para conceder mayor espacio al mercado, al libre flujo de capitales sin ley, reafirmando las tesis neoliberales: el aumento del superávit primario, que se hace recortando el gasto público, con garrote salarial y desempleo para así controlar la inflación, y finalmente imponiendo la autonomía del Banco Central. Este último punto es especialmente grave porque un presidente también es elegido para administrar la economía (que es parte de la política y no de la estadística) y no entregarla a las presiones de los capitales, de los bancos y de los rentistas. Sería un atentado a la soberanía monetaria del país.
Este viejo proyecto, que ha sido aplicado en Brasil por el gobierno del PSDB, no resultó bien, quebró la economía de la Unión Europea y metió al mundo en una crisis de la cual nadie sabe cómo salir. El efecto inmediato será, como referimos, el garrote salarial y el desempleo junto con el paso de grandes beneficios a los dueños del capital financiero y de los bancos.
Marina quiere gobernar con los mejores de la sociedad y de los partidos, por encima de las alianzas inevitables en nuestro presidencialismo de coalición. Las alianzas se harán, probablemente con el PSDB y con el PMDB y tendrá así que tragar a José Sarney, Renan Calheiros y Fernando Collor que ella tanto abomina. En caso contrario, Marina corre el riesgo de no ver aprobar en el parlamento los proyectos que propone, por falta de base de apoyo.
Quien la escucha y lee su programa parece que hace un paseo por el Jardín del Edén: todo es armonioso, todos son cooperativos y no hay conflictos por choque de intereses. Olvida que vivimos en un tipo de sociedad de mercado (y no solo con mercado) como la nuestra, que se caracteriza por la competición feroz y por la escasa cooperación. Creo que Marina, religiosa como es, se inspira en el sueño del paleocristianismo de los Hechos de los Apóstoles, donde se dice que “la multitud era un solo corazón y una sola alma; nadie consideraba suya la propiedad que tenía; entre ellos todo era común” (Hch 4,32).
Estas opciones muestran claramente que ella ha cambiado de bando. Antes, cuando estaba en el PT, del cual fue una de sus fundadoras, hablaba de la opción por los pobres y por su liberación. Construía en el jardincillo de los explotados y de los que sufren injusticia. Ahora ella construye en el jardín de sus opresores: los adinerados, los bancos, el capital financiero y especulativo. Les lleva el ladrillo, el cemento y el agua. Sus asesores en economía son todos neoliberales. Los siringueros de Acre y la familia de Chico Mendes, éste colocado entre las elites, figuran en una desafortunada y hasta insultante formulación hecha por Marina. Ellos son conscientes de que fueron agentes de todas esas élites quienes lo asesinaron; por eso, protestaron vehementemente contra su opción y reafirmaron la tradición del PT apoyando a la candidata Dilma.
Mi sospecha es que Marina persigue el poder y busca alcanzar la presidencia por un proyecto personal, cueste lo que cueste. Se dice por ahí que una profetisa de su iglesia evangélica, la Asamblea de Dios, profetizó que Marina sería presidenta. Y ella cree ciegamente en eso como cree en lo que diariamente lee en la Biblia, pasajes abiertos al azar como si ahí se revelase la voluntad de Dios para ese día. Son las patologías de un tipo de comprensión fundamentalista de la Biblia que sustituye a la inteligencia humana y a la búsqueda colectiva de los mejores caminos para el país.
¿Estoy siendo duro en la crítica? Lo estoy. Y lo hago para alertar a los lectores y lectoras sobre la responsabilidad de elegir una presidenta con tales ideas. Ya nos equivocamos dos veces, con Jânio y con Collor. No podemos permitirnos equivocarnos ahora que la humanidad pasa por una grave crisis global, social y ambiental, que reverbera en nuestro país. No debemos desistir de lo que ha dado buen resultado y que todavía debe ser profundizado más y enriquecido con nuevas políticas públicas.
[Traducción de María José Gavito]
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