Desde Chile nos llega este artículo de un teólogo seglar italiano, Vito Mancuso, publicado el,lunes 23 en la Repúbblica.
El papa Francisco dijo en Calabria el domingo que los que pertenecen y apoyan la mafia están excomulgados.
Finalmente, podemos decir: ya era hora para que, en la lucha contra el crimen organizado donde la posición de la iglesia católica se hace cada vez más firme, se hiciera un uso apropiado de la pena más grave de la ley penal eclesiástico.
Pero, ¿qué significa para un católico ser excomulgado?
Antes de responder a esta pregunta, creo que es necesario recordar brevemente siglos de uso totalmente inadecuado de esta condena. Basta pensar en la excomunión del emperador Enrique IV, que se vio obligado a ir a Canossa, de Federico II, de la reina Isabel I, de Napoleón, del rey Victorio Manuel II, o de toda la República de Venecia, con todos sus habitantes. Y, más recientemente, la de todos los miembros del Partido Comunista que fueron excomulgados en 1949 (excomunión que no me consta que haya sido retirada formalmente).
El arma más difícil de castigar a un componente de la comunidad eclesial se utilizó también contra la libertad de conciencia en asuntos de teología, con las excomuniones que azotaron a los teólogos y predicadores como Jan Hus y Jerónimo Savonarola (ambos terminaron en la hoguera), o al Patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario y, algunos siglos después, a Martín Lutero y con él a todos los protestantes.
En este sentido, también es importante recordar lo que sucedió en 1561 en Calabria, en la provincia de Cosenza, a sólo una hora del lugar donde se celebró la misa del papa Francisco: la masacre de cerca de 3.000 valdenses por la tropa enviada por el gran inquisidor Michael Ghislieri, quien más tarde se convirtió en el papa Pío V (de hecho, ¡San Pío V!). Y es imposible no hablar de las excomuniones que golpearon a dos sacerdotes como Rómolo Murri y Ernesto Buonaiuti, que defendieron la compatibilidad de la democracia con el cristianismo.
No es sólo la historia de ayer, sino que también es una crónica de hoy. La iglesia dirigida por el Papa Francisco ha excomulgado hace poco, el 18 de septiembre de 2013, a un sacerdote australiano, Greg Reynolds, para la promoción de la ordenación de mujeres y el reconocimiento sacramental de parejas homosexuales. Siempre bajo Francisco, hace un mes, fue excomulgada Martha Heizer, teóloga católica austríaco, presidenta del movimiento internacional “Somos Iglesia”, básicamente por las mismas razones.
Hace dos días, en Calabria, el Papa dijo “que la ‘Ndrangheta es esto: adoración a la maldad y desprecio del bien común”, y agregó que “el mal debe ser combatido, tiene que ser repelido, hay que decirle no”. Y le impuso la excomunión. Pero yo me pregunto si es aceptable imponer la misma pena a delincuentes que adoran al mal y a creyentes sinceros que buscan (tal vez adelantándose en el tiempo) hacer de la Iglesia un hogar verdaderamente acogedor para todos. Me pregunto y respondo que no lo es.
Al comienzo de este artículo que planteé la pregunta de lo que sucede a un ser humano que está excomulgado. La respuesta es muy simple: depende del hombre o de la mujer afectados por la condena. Hace siglos era diferente. Cuando un papa lanzaba el anatema de la excomunión era algo realmente muy grave: la persona en cuestión iba a perder todas las relaciones sociales y todo lo necesario para el ejercicio de su función social. En el caso de que él o ella ya estuviesen en manos del poder eclesiástico podían ser entregado al brazo secular, que decretaba la pena, no pocas veces capital. Aún en la primera mitad del siglo XX Ernesto Buonaiuti tuvo que sufrir hambre por haber sido excomulgado por su investigación histórica y de sus tesis teológicas y por haber perdido su cátedra en la universidad del Estado, tras haber sido uno de los pocos académicos que no juró lealtad al régimen fascista.
Hoy en día, la excomunión está lejos de producir efectos como éstos. Hoy en día se dispone simplemente que el excomulgado no puede tomar parte en las celebraciones litúrgicas o asumir cualquier encargo en la Iglesia. Eso es todo. Esa es la pena máxima para los creyentes sinceros como la presidenta de “Somos Iglesia”.
Obviamente, el efecto de las palabras de Francisco sobre criminales como los miembros de la mafia es diferente: es poco probable que sus conciencias se vean afectadas. Pero el peso simbólico de la excomunión afectará a la narración pseudoreligiosa que la propia mafia promueve y ayudará a cortar la relación que los jefes han tenido con las iglesias locales. Se emplaza ante su responsabilidad a los párrocos y obispos, y se harán cada vez más difícil que el crimen organizado pueda crear un consenso social en torno a sí mismo.
Son palabras valientes porque se convierten excomunión en un arma importante para combatir el crimen organizado. Por esta razón el Papa Francisco hizo bien pronunciar el anatema contra la mafia. Pero sería aún mejor si evitase que sus colaboradores utilizaran esta arma en la misma forma en que la Iglesia hizo en un pasado que no es tan brillante.
Hola!
I.-
¿Se sigue en la Escuela de don Maquiavelo?
¿Hay otra Escuela mejor para la Gobernanza ejecutiva de las Sociedades?
………………………
II.-
En los Barrios, en los Condominios, en los Edificios de Departamentos, etc., donde haya “Grupos” … hay EXCOMUNIONES, antiguamente llamados DES-TIERROS ¿no?
III.-
Las Conquistas de los Imperios consistieron en DES-TIERROS de los que allí estaban “TERREANDO” ¿no?
Un poco “pro-fainando”: ¡Voy todavía! – Oscar