Hasta ayer no me había enterado de que había fallecido Alberto Pico, uno de los curas rojos de Cantabria donde, como en otras regiones y nacionalidades, marcaron una época y seguían dando un testimonio de coherencia cristiana. Invito a escuchar este audio de ayer en A vivir que son dos días de la Ser (a partir del min. 3), en el que se le recordó y en el que intervino, con la claridad y contundencia de siempre, Sor Lucía Caram, a quien deseo que su autenticidad siga resistiéndose al vedetismo. Después he encontrado este artículo de Juan Bedoya, que conocía bien a Alberto y que habla además de su predecesor y condiscípulo mío, Miguel Bravo. Buena ocasión, Luis GM, para que nos hables de Bravo y de esa generación…. AD.
Alberto Pico, el cura que se enfadaba con Dios
Era una figura fundamental en el Barrio Pesquero de Santander por su compromiso con los más desfavorecidos
Pese a ser un cura extravagante en el sentido académico del término (es decir, fuera del común modo de obrar en la Iglesia católica), las más altas autoridades de Cantabria, con el presidente Ignacio Diego a la cabeza, se unieron la semana pasada a la multitud que despidió al párroco del Barrio Pesquero de Santander, Alberto Pico, fallecido el 2 de junio a los 82 años. También estaba el obispo Vicente Jiménez, que presidió el funeral, concelebrado con decenas de sacerdotes. Fuera de la iglesia del Carmen, abarrotada en medio del barrio, cientos de vecinos esperaban a que terminase la ceremonia religiosa para despedir a su manera a quien se desvivió por ellos durante cuatro décadas, en una imponente labor de defensa de los derechos elementales de sus parroquianos, creyentes o no. El PSOE ha propuesto crear el Premio Alberto Pico a la Solidaridad, y el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, que también asistió al funeral, pondrá el nombre del sacerdote a un paseo y a un parque. El Ministerio de Educación ya lo honró dando el nombre de Alberto Pico al instituto del barrio, que se construyó sobre terrenos que el combativo párroco logró expropiar al obispado después de muchos sofocos.
Alberto Pico, de izquierdas (“rojo, pero muy perdido”, bromeaba), desastrado en el vestir, tenía tantos amigos de alta cuna como de baja cama. Daba gloria ver (u oír) con qué gracia sableaba a los poderosos para repartir su dinero entre los necesitados. No paraba de pedir, aún sin hacerlo. Y sus admiradores no paraban de darle, para socorrer a un barrio sembrado de viudas y huérfanos de la mar, mujeres maltratadas, drogadictos, expresidiarios y vecinos en paro o sencillamente holgazanes… “Somos los de abajo, yo también. Cada noche hacemos el recuento de lo mucho que no hemos podido ayudar”. Con el plural “hacemos” se refería a sus compañeros de parroquia y posada, entre otros Julián Torre y Carmen, que tanto lo cuidaron.
Para entender a Pico hay que remontarse a la creación del Barrio Pesquero, en los años cincuenta del siglo pasado, en una operación nacionalcatólica que parecía caritativa (con Herrera Oria de padrino, el futuro cardenal a la sazón párroco de la mejor iglesia de la ciudad), pero que también fue especulativa. “Los de abajo” de Pico vivían entonces frente al hoy coqueto Puerto Chico, a tiro de piedra del lujoso Paseo Pereda, así que había que llevarlos, de buena gana o a la fuerza (castigo de posguerra), a un lugar menos visible, donde se levantaron apresuradas casas baratas. Lo bueno fue que con los proletarios llegaron sacerdotes de carácter, en la mejor tradición de la teología de la liberación, entre otros Guillermo-Simón Altuna, Miguel Bravo y Alberto Pico. Tuvieron tanto prestigio que la brutal policía de la dictadura no siempre se atrevió a penetrar en aquel santuario de cristianismo auténtico, donde nació Comisiones Obreras y se fraguaron proyectos de izquierda. El párroco más mítico fue Bravo. Cuando falleció en 1967, con apenas 35 años, a su lado ya estaba Pico, de la misma raza evangélica.
Había nacido en Cuba, de madre mexicana y padre cántabro. De meses se lo trajeron para España, donde pronto quedó huérfano de madre y a cargo del sacerdote Feliciano Calvo. “Me di cuenta de que quería ser sacerdote cuando ya lo era”. Tenía 24. Para ir a ver a su padre en Cuba se hizo capellán de la marina mercante. Después fue cura en Laredo y en parroquias rurales, antes de llegar al Barrio Pesquero, donde atrajo a todo tipo de fieles, creyentes o no. “Se puede ser profundamente religioso y no creer en Dios”, predicaba. Solía enfadarse muy seriamente con Dios, por el silencio de su dios ante el sufrimiento y las injusticias. Se resistía a aceptar la incompatibilidad de dos atributos que se predican de su dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. “No hay nada más sucio que hacer sufrir a un pobre y nada más triste que estar al lado de quien sufre sin poder socorrerlo”, se quejaba Pico con buen humor, siempre esperanzado.
A decir verdad, los protagonistas de la lucha contra el franquismo y por la restauración de la república no son los eclesiásticos; quizá algunos como el que cuentan aquí, han prestado su apoyo y soporte a los que luchaban en primera fila: el maquis, el movimiento obrero que tomaba aliento después de la derrota de 1939, los que se fueron al exilio. ..
Seguramente Alberto Pico diría aquello del evangelio: “Siervos inútiles somos…”En este momento nos toca a los creyentes reivindicar el derecho de los que perdieron la guerra a hablar, a honrar a sus muertos, a proclamar los principios por los que dieron su v ida y que en este momento se pisotean descaradamente.
Cantabria cuenta en esta historia como un choque de trenes entre lo más fascista y lo más revolucionario, entre un Menéndez y Pelaho martillo de herejes, un Cardenal Angel Herrera director de El Debatge y organizador de la acción social de la iglesia durante el fascismo, y del otro lado los Juanín, Bedoya y demás grupos del maquis que operaron hasta muy tarde desde los Picos de Europa. Y desde luego del núcleo de acción obrera del Barrio Pesquero.
Yo le diría al Ayuntamiento de Santander que si van a dedicar alguna plaza o calle a Pico, que mejor que se la dediquen a Juanín o al Bedoya. O mejor aún, que las calles que hayan dedicado a don Macelino Menéndez y Pelayo y a don Angel Herrera Oria se las dediquen al maquis de los Picos de Europa.
Pero no caerá esa breba, Pepe Sala. A ver esos de Podemos si sacan algo en limpio…
Habrá que esperar la opinión que de este cura “rojo muy rojo perdido” tiene, si es que tiene alguna formada y la da a conocer, un conocido señor bloguero que está en las antípodas eclesiales, ideológicas y teológicas de Atrio.
Me espero como inevitables estas palabras, o algo así: “Ha muerto uno de los últimos progresaurios; Dios le perdone todos sus desvaríos y extravagancias y errores y pecados y servilismos a la izquierda atea y anticlerical. Descanse en paz el sacerdote santanderino de adopción D. Alberto Pico, eclesiástico progresista que emprendió un camino sin retorno ni futuro que tanto daño ha causado a la Iglesia, mundanizándola a tope y así vaciándola de fieles”.
No entro a analizar estas palabras mías, ni tampoco, otras similares no mías que puedan en efecto ver la luz. Pero sí que me gustaría formular una pregunta para este hilo que al parecer inaugura esta mi reflexión, a saber, ¿de verdad el compromiso católico con organizaciones de izquierda (marxistas, no marxistas, filomarxistas, librepensadoras, agnostizantes, anarquizantes, sincretistas, interreligiosas, ecuménicas…) ha terminado por vaciar las iglesias? ¿No será que más bien las iglesias las ha vaciado la secular hipocresía eclesiástica? Mas si no ha sido ni por lo uno ni por lo otro, ¿qué ha causado esta realidad de apostasía como implacable que en efecto ha ido vaciando las iglesias católicas?