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Sic transit. El ocaso de los cardenales

ALCAINAEn la segunda planta – la noble – del Palacio del Santo Oficio se ubican las oficinas de la Sagrada Congregación. En las plantas primera, tercera y cuarta hay viviendas que constituyen domicilio de algunos cardenales o curiales diversos. Yo residía en la primera planta, exactamente encima de la conserjería y portón de entrada.

En mis primeros años de actividad curial, en la segunda planta del Palazzo, una vivienda interrumpía el paso entre despachos y obligaba a salir a la loggia. Se trataba del apartamento de las dos hermanas Perosi. Durante mis primeros tres años las veía, las saludaba, me paraba a charlar. Se sentían halagadas recordándoles a su padre, Giuseppe Perosi, excelente músico, maestro de capilla en Tortona, su ciudad natal, inspirador y formador de su genial hijo Lorenzo Perosi, el “cecilianista” universal, el renovador de la música religiosa. Giuseppe había inoculado el virus musical también a otros hijos e hijas. Su hijo Marziano Perosi llegó a ser maestro de capilla en la catedral de Milán. Y Carlo Perosi, también con formación musical, optó, como Lorenzo, por el sacerdocio. Carlo llegaría a ser cardenal.

Ancianas y consumidas, las hermanas Perosi habían heredado de su hermano Lorenzo el uso de la vivienda. Un caso excepcional que conocí el primer día que me las encontré. Sabido es que el maestro Perosi fue compañero y amigo de Eugenio Pacelli en sus años jóvenes. Por sugerencia del cardenal Sarto, entonces arzobispo de Venecia, León XIII lo nombró “maestro perpetuo de la Capilla Sixtina”. Con algunos intervalos a causa de recurrentes ataques neuróticos, desempeñó ese cometido hasta su muerte en 1956. Por el afecto que le profesaba, acaso porque se lo había pedido el propio compositor, Pio XII decidió que las dos hermanas que lo acompañaban, “vita naturali durante“, pudieran permanecer en la que había sido la vivienda de Lorenzo Perosi. En 1970, muertas las dos hermanas casi simultáneamente, el apartamento fue reconvertido en despachos. A ellos se trasladó la Sección Criminal.

No eran sólo esas ancianas las que se cruzaban conmigo en la loggia y en el claustro. Varios cardenales habían envejecido dentro del Palazzo y allí esperaban su tránsito.

El cardenal Francesco Morano tenía su vivienda en la planta tercera. De baja estatura, fuerte, cuadrado, tortugueaba por la loggia esperando que alguien se parara a conversar. Era ameno, cachondo. Bromeaba sobre los eclesiásticos y sobre algunas enseñanzas de la Iglesia, particularmente en materia matrimonial en la que era especialista. Había dedicado su vida al estudio del Derecho Canónico. Llegó a presidir, como decano, la Rota Romana. Cientos de sentencias llevaban su firma. Seguía siendo miembro del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica. Tenía 96 años. Se admiraba de que pudieran contar con él en una parcela del gobierno de la Iglesia. Para las sesiones de la Signatura, cada sábado, venían a recogerlo. En volandas lo metían en un coche que lo depositaba en el Palacio Apostólico. Las oficinas de la Signatura estaban en la Piazza della Cancelleria. Sin embargo, las sesiones semanales de los cardenales miembros tenían lugar dentro de la Ciudad del Vaticano. Pienso que ello era debido a que los cardenales miembros eran, en su mayoría, octogenarios. Incluso, como el cardenal Morano, casi centenarios. Los 16 miembros de la Signatura elencados en el Annuario Pontificio superaban con creces los 75, edad establecida por Pablo VI para la dimisión de altos cargos

Otro de los cardenales que se dejaba ver dentro del Palazzo era Gioseppe Pizzardo, 93 años, diminuto, con cara de pocos amigos. Un espléndido curriculum. Diplomático de carrera, había sido secretario en la Nunciatura Apostólica de Baviera, subsecretario de la Congregación para Asuntos Extraordinarios, sostituto y luego secretario (2º de abordo en el Vaticano) de la Secretaría de Estado. Creado cardenal por Pío XI, durante 29 años rigió la Congregación para los Seminarios y Universidades. Excepcionalmente, simultaneó durante 9 años la Prefectura (entonces llamada Secretaría porque el Papa era el Prefecto)) de la Congregación del Santo Oficio. Dicen que Giovanni Montini, antiguo subordinado de Pizzardo, le dio el voto en el Cónclave de 1963. Aún siendo nonagenario, ostentaba cargos muy importantes en el Vaticano. Presidía la Comisión de Vigilancia para el “Istituto per le opere delle Religioni” (Banco del Vaticano) y la Academia de las Ciencias. Formaba parte de la Comisión para la Revisión del Codex, así como de la Comisión Bíblica. Era miembro de varias Congregaciones: Educación Católica, Religiosos, Obispos, y Consejo para Asuntos Públicos
Paradójicamente, lo que yo podía escuchar en la Curia sobre Pizzardo distaba mucho del elogio. Más que conservador, era tildado de ultramontano. Se había opuesto al movimiento sacerdotal obrero francés de mediados del siglo. También, a la participación de los católicos en el llamado “rearme moral”, de inspiración protestante, liderado por Frank Buchman. Y sus instrucciones a seminarios y centros de educación católica fueron muy discutibles, cuando no contraproducentes.
Mis casuales encuentros con el cardenal Pizzardo fueron menos frecuentes y menos interesantes que con Morano. Mi impresión era que no se sentía satisfecho con su pasado ni con su presente. Ante ambos, yo sentía una mezcla de pena, ternura y aversión. No precisamente respeto y admiración. Vidas dedicadas a una labor dudosamente útil. Humana y socialmente.

En mis años dentro del Palazzo, tuve encuentros similares con los cardenales Michael Browne, Antonio Bacci, Giuseppe Ferretto, Fernando Cento y William Heard. Arrastraban su cuerpo y sus recuerdos en la sede de los horrores inquisitoriales. Murieron allí durante mi permanencia en el Vaticano. Cada vez que acaecía uno de esos decesos, me repetía interiormente sic transit gloria mundi”.

Digo “gloria” porque todavía hoy los cardenales son “principes”, visten de púrpura, se dejan llamar “eminencia”, son decisivos en la marcha de la institución católica, rectores en las principales sedes episcopales, electores y elegibles en el Papado. Son herederos y parcialmente detentores del boato de los cardenales renacentistas. Algunos – bastantes – fueron poderosos, dictadores, ricachones, viciosos, crueles. Otros – pocos – fueron hombres honestos, ejemplares. En virtud y en gobierno.
Su evolución fue paralela y es intrínseca al curso de la Iglesia, la que surgió de la memoria de Jesús, el Nazareno. Inicialmente, el Cristianismo se limitaba a comunidades pobres, diminutas, perseguidas. Evolucionó, por mor de valores y poderes espurios. Un cambio a más, a peor, hasta llegar a la actual Iglesia Católica, con influyente presencia en medio mundo.
Otrora, los cardenales (cardines) presidían las comunidades cristianas romanas. Algo así como nuestros párrocos. A partir del emperador Constantino, paulatinamente, se apropiaron de poder y de riqueza en diverso grado. A eso llegaron por las donaciones de los fieles, por los favores de los gobernantes, por la venta de indulgencias. Poder y riqueza se retroalimentan. A partir del siglo XI fueron ellos los electores exclusivos del Papa. Mediante luchas intestinas o confrontándose con clases y familias romanas, ellos mismos se convirtieron en poderosos hasta vencer y dominar.

Todos sabemos de los históricos excesos, desmanes o escándalos de muchos cardenales, algunos devenidos papas. En el Cardenalato y en el Papado entraron personas no recomendables, incluso niños y adolescentes procedentes de familias influyentes. El cenit de su prepotencia y degeneración ha de ponerse en los siglos XV – XVII. Lo cierto es que la reducción de su poder y de sus privilegios ha sido paulatina, demasiado lenta. Pio XII les “cortó” la cola de su capa. De 12 a 5 metros. Pablo VI suprimió el “capelo” de 30 borlas rojas. Ahora, en su “creación”, los cardenales reciben del Papa sólo la birreta. Las dos citadas modificaciones son una muestra del ridículo grado de velocidad e intensidad con la que la Curia absorbe la democratización en todos los aspectos, así como el suspirado retorno a sus auténticos orígenes.

La desaparición del Colegio Cardenalicio es deseable, seguro que no inminente. Aún conservando la actual estructura clerical – no precisamente apostólica – la Iglesia Católica podría y debería prescindir ya de los cardenales. El papa Francisco, cuyos humildes gestos suscitaron esperanzas renovadoras, ha decepcionado con la creación de cardenales.

He leído que cuando un cardenal moría, se colgaba su capelo sobre su tumba, donde permanecía hasta que quedara reducido a polvo, porque toda la gloria terrenal es pasajera. Sic transit.

Celso Alcaina
mayo 2014

8 comentarios

  • Carmen Pereira

     
    Estoy de acuerdo con el autor, a quien agradezco  el  interesante  artículo.  El paisaje de la curia descrito es bastante deprimente. La continuación de la institución de los cardenales no tiene sentido y debiera haber desaparecido hace  mucho tiempo. La pompa, el boato, la riqueza, el poder que  suele acompañar a los príncipes de la Iglesia, son más un escándalo que una imagen del Maestro Jesús.
    El Papa Francisco, es un aire fresco para la Iglesia, que abrió las puertas a la esperanza de una renovación. Pero también está decepcionando, porque de momento solo son pequeños gestos, sin abordar los auténticos y grandes problemas que tiene la Iglesia.

  • Antonio Vicedo

    Rodolfo D. :-“ ¿ Pero  por  ahora  cual  es  nuestro  trabajo  como  sociedad  civil  y  como  iglesia?
    ¡ Encontrarlo  es  nuestra  misión!”

     
    Mas que encontrarlo que ya está descubierto, se trata de ponerlo en práctica para contrarrestar otras permanentes y desviadas prácticas como la de una general complicidad activa o pasiva con quienes realmente asumen algún poder eclesial, porque de nada esto les serviría , sin la sumisión cómplice de l*s subordinad*s.
    Desde cualquier parroquia , pasando por diócesis  y llegando al Vaticano, se trata simplemente de que se generalice la toma de conciencia de la real HERMANDAD que constituimos y de la que formamos parte , sin la más mínima concesión  a aceptar o tolerar cualquier atisbo de paternidad  terrenal.
     
    Adoptar en el campo de la fe cristiana ( también en la sociedad laica) actitudes de hermandad generalizadas, asumiendo los riesgos que ello comporta con la fortaleza y fidelidad a la verdad que sean necesarias , nos colocaría en situación de gran paz y libertad interior, que repercuten de forma extraordinaria sobre las férreas estructuraciones de cualquier tipo de poder.
     
    Se trata simplemente de vivir en profundidad y permanencia: –“La libertad de l*s hij*s de Dios”.
     
    Puede, que en el campo de la socio.política laica, por aquello de las reacciones del poder con la aplicación de su Razón de la Fuerza, encontremos más razones que justifiquen y mantengan miedos; pero en el campo de la Fe, esto no sucede, por ahora, pues ya el poder eclesiastico cristiano ha dejado de disponer de poder ejecutivo material de castigo, como sucedía en los desventurados tiempos inquisitoriales.
     
    Se trata, ni mas ni menos, que de aquello que María les dijo a los criados en las Bodas de Caná, refiriéndose a Jesús: “Haced lo que Él os diga”, directamente por SU testimonio y mensaje, o indirectamente por quienes se muestren coherentes con aquello de: “COMO el Padre me envió ASÍ os envío a vosotr*s” en tanto discípul*s mi*s.
     
    Porque, ahora, el poder eclesial. más que patriarcal es paternalista y, negándole ¡nuestras actitudes infantilistas, puede que  pongamos fuera de juego, más rápida y certérament,e  el sinsentido del mater-paternalismo eclesial personal y estructural.
     
    Del Derecho Canónico, sólo el AMOR , como Jesús lo vivió y enseñó es GRANO;  el resto paja y polvo.

  • Felix Estevez

    Comprendo que el Papa actual encuentre mucha resistencia en su entorno para realizar algunos cambios en la Iglesia. Esa resistencia no nace sólo de su Curia sino de la costumbre del pueblo, de la inercia de los fieles. Pero hay algunos cambios cuya decisión es, además de exclusiva, independiente de cualquier otro eclesiástico o miembro de la Iglesia. En esa categoría está la designación y “creación” de cardenales. No tiene por qué consultar ni seguir criterios de sus colaboradores. Puede obrar libremente, tal y como hizo, por ejemplo, con el cambio de residencia a Santa Marta. Lo que esperábamos era que dejara amortizar el  Colegio Cardenalicio. Que los actuales fueran los últimos cardenales. Incluso estéticamente, resulta repelente y contradictorio el reciente acto de Francisco invistiendo de púrpura a nuevos cardenales. Francisco, el de los zapatones, el que habla de autenticidad, de pobreza, de verdad, de olor ovejuno.

  • Rodolfo Dorbecker Aguirre

    Desgraciadamente  catolicismo  no  es  sinónimo  de  cristianismo,  como  religión  católica  institucional  no  es  sinónimo  de  epiritualidad  y  seguimiento  cristiano. Las  élites  normalmente  son  corruptas  en  casi  todos  los  ordenes  y  exigen   a  las  bases  lo  que  ellos  no  cumplen  ni  quieren  cumplir.  Tal  vez  la  evolución  humana  con  una  tendencia  para  llegar  a  ser  seres  con  mayor  complejidad    y  con     mayor  conciencia  en  la  búsqueda  de  Dios (Pierre  Teilhard  de  Chardin),  nos  haga   comprender  las  miserias  y  ridiculeces  de  gran  número  de  cardenales,  obispos, religiosos   y   laicos  del  presente y pasado,  así   nos   iremos  puliendo  hasta  llegar  con  una  sociedad  sana  al  punto  de  comunión  en  OMEGA.   ¿ Pero  por  ahora  cual  es  nuestro  trabajo  como  sociedad  civil  y  como  iglesia?
    ¡ Encontrarlo  es  nuestra  misión!

  • m. pilar

    Un sueño intenso desde mi corazón y deseo.
     
    ¿Pero cuaaando… desaparecerán?
     
    La esperanza jamás se rinde.
    mª pilar

  • ELOY

    “Me encantan los escritos de Alcaina porque aporta testimonios de visu, de primera mano, difíciles de encontrar. Pero, además, porque hace propuestas y valoraciones siempre interesantes  (…)”

    Coincido con esta afirmación de Félix Estévez

  • Félix Estévez

    Me encantan los escritos de Alcaina porque aporta testimonios de visu, de primera mano, difíciles de encontrar. Pero, además, porque hace propuestas y valoraciones siempre interesantes. A mi entender, positivas y constructivas. Que los cardenales deban desaparecer es algo que muchos deseamos. No hay fundamento para conservarlos, salvo la historia relativamente reciente y la inercia. Constituyen una rémora para la apertura de la designación del Papa. Claro que los obispos son elegidos con métodos ajenos a los anhelos de los fieles. Pero que de esos obispos sean segregados los cardenales por obra de un Papa que prepara su sucesión, eso es el colmo. El panorama curial que describe Celso es de gerontocracia. ¿Cómo vamos a soñar con cambios, con revisiones, con democratización? Ni siquiera Francisco, con su deseo de “una Iglesia pobre para  los pobres” logra (o no se atreve o no quiere) cambiar lo cambiable.

  • oscar varela

    Hola!
     
    En este “pasa-tiempo” de un buen escritor
    el remoto pasado llega hasta
    un pasado reciente:
     
    – “El papa Francisco ha decepcionado con la creación de cardenales”-
     
    Interesante opinión de quien dio pasos por los ¿esqueléticos? laberintos vaticanos ¿no?
     
     
    ¡Sangremos todavía! – Oscar.