Es un hecho que el actual obispo de Roma, el papa Francisco, con las cosas que hace y con las que no hace, está desconcertando a mucha gente. Y, por supuesto, no faltan los que pasan del desconcierto al desengaño, a la desilusión o incluso a la indignación. ¿A qué viene, por ejemplo, canonizar el mismo día a Juan Pablo II y a Juan XXIII? Si no estaba de acuerdo con subir a los altares a uno de ellos, ¿ha equilibrado las cosas subiendo también al otro? ¡Estos “apaños”!, piensa la gente, se notan mucho. Y terminan por no contentar a nadie.
Con una consecuencia ulterior, que nos deja más inquietos. Porque es fatal. Ya que, con estos vaivenes –de pronto una cosa y a renglón seguido casi la contraria– son muchos los que se preguntan: “pero este hombre, ¿a dónde nos lleva?” Más aún, ¿sabe siquiera, a ciencia cierta, a dónde tenemos que ir? Si, no hace mucho, recibió a Gustavo Gutiérrez y aplaudió su Teología de la Liberación, ¿cómo se explica que ahora reciba a Quico Argüello y apruebe con todas sus bendiciones el Camino Neocatecumenal?
Por supuesto, yo sé que este papa ha puesto en marcha un estilo de ejercer el papado, que poco o nada tiene que ver con los usos y costumbres de los papas anteriores, incluido Juan XXIII, que todavía se dejaba llevar subido en la silla gestatoria y coronado con la tiara, que era la guinda sobre el pastel de la pompa y el boato del papado a la antigua usanza. Eso ya, gracias a Dios, se acabó. Pero es evidente que (como piensa mucha gente) con cambiar el estilo de aparecer en público –y eso sólo hasta cierto límite– con tal cosa nada más no vamos a llegar muy lejos. De ahí que ya son demasiados los que cada día se reafirman más en su convicción de que este papa no aporta a la Iglesia lo que más necesitamos en este momento y tal como han llegado ponerse las cosas en nuestro mundo. Y en la religión.
No pretendo, como es lógico, presentar aquí la solución al problema que acabo de indicar. Entre otras razones, porque yo no sé dónde está esa solución. De todas maneras, tenemos un hecho, que está a la vista de todos, y que a mí, por lo menos, me da mucha luz. Esto es lo que quiero explicar a continuación.
Para empezar, será útil caer en la cuenta de que no es lo mismo “lo bueno” que “la bondad”. Ya Nietzsche, en “La genealogía de la moral” (I, 2), nos hizo caer en la cuenta de que el concepto “bueno” entraña un fallo radical: “¡el juicio “bueno” no procede de aquellos a quienes se dispensa “bondad”! Antes bien, fueron “los buenos” mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”. ¿A dónde nos lleva todo esto? Muy sencillo. Tan sencillo como patético. Es “bueno” y está “bien” lo que les conviene a los que tienen el poder de fijar lo que es bueno y está bien. Por ejemplo, lo que es bueno y está bien en una dictadura, no lo es en una democracia. Por eso, las leyes, los derechos, los privilegios…, todo eso cambia según las conveniencias del que tiene la sartén por el mango. Y si me apuran, en una democracia, no es lo mismo que mande la izquierda como que mande la derecha. Como tampoco es igual, gobernar en democracia desde la mayoría absoluta, que teniendo que recortar las decisiones para alcanzar y mantener los pactos con quien puede aportar los votos que hacen falta para sacar adelante una ley determinada. Todo esto es bien sabido. Pero mucha gente no se da cuenta de que esto muestra a las claras hasta qué punto el “bien” y el “mal” dependen del que tiene el poder necesario para decidir e imponer lo que es bueno y lo que es mal.
La “bondad” es otra cosa. La bondad es siempre “relacional”. Es en la relación con los demás, sobre todo en la relación con los que menos me pueden dar a mí, donde más y mejor se detecta quien actúa, no por conseguir el “bien”, sino porque le brota de las entrañas la “bondad”. Lo he dicho y lo repito: “el espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de quienes conviven conmigo”. Y conste que, al menos tal como yo veo este asunto, la “bondad” no es lo mismo que el “buenismo”. Porque una bondad que no está edificada sobre la verdad, la justicia, la honradez, la sinceridad y la transparencia, eso no es bondad, sino hipocresía pura y dura.
Por eso, exactamente por lo que acabo de decir, en un libro que he publicado hace unos días, “La laicidad del Evangelio”, he puesto lo siguiente: “la genialidad de Jesús y su Evangelio estuvo en desplazar el centro del hecho religioso. La vida de Jesús, y el culmen de aquella vida, que fue su muerte, constituyeron el desplazamiento del hecho central y determinante de la religión. Este hecho que, desde sus orígenes, fue el sacrificio “ritual”, quedó transformado por el sacrificio “existencial”. Jesús, en efecto, ni durante su vida, ni en su muerte, ofreció “rito” alguno. Lo que Jesús ofreció fue su propia “existencia”, que fue, en todo momento, una existencia para los demás. Por eso se puede (y se debe) afirmar, con todo derecho, que Jesús desplazó el centro de la religión. Ese centro dejó de ser el ritual sagrado, con sus ceremonias, su templo, su altar y sus sacerdotes y pasó a ser el comportamiento ético de una vida que, desde la propia humanidad, contagia humanidad, y desde su propia felicidad, contagia felicidad. De esta manera, la bondad ética sustituyó al ritual religioso”.
Nada más –y nada menos– que esto, es lo que nos ha quedado de la religión. Y en esto es en lo que se tiene que centrar la tarea de la Iglesia. A mi manera de ver, esto exactamente es lo que ha puesto en marcha el actual obispo de Roma, el papa Francisco. Y por esto, porque el camino que ha emprendido es tan nuevo como desconcertante, yo me pregunto si es que no lo entendemos porque, en el fondo, lo que no acabamos de entender (y nos da miedo entenderlo) es la laicidad del Evangelio. El obispo Francisco no cree en “el bien”. Su proyecto de vida, de Iglesia y de futuro es “la bondad”. Porque sólo la bondad es digna de fe. En definitiva: la bondad no es nada más –y nada menos– que vivir de tal manera que quienes viven conmigo, sean quienes sean, se sientan bien. Esta es la bondad que yo anhelo.
Cuando empecé a leer la nota me dije : ¡Era hora que Castillo se de cuenta de quién/cómo es Bergoglio! Pero cuando terminé de leerla me dije: ¡Ya Castillo no sabe cómo hacer ni qué decir para justificar a Bergoglio…!
En mi anterior comentario, acaso no precisara lo suficiente que en verdad la “palmadita en la espalda” del cardenal austriaco Christoph Scönborg al cantante y transformista también austriaco Thomas Neuwirth no me parece un gesto o actitud o petición afortunados del cardenal, en lo que tiene el transformismo y la homosexualidad activa de axiología radicalmente anticristiana y neopagana.
Dicho de otro modo: Eurovisión se ha convertido ya en una plataforma de exaltación de los valores e ideales del laicismo neopagano, materialista y anticristiano imperante. Y el cardenal austriaco, aun sin pretenderlo, con su palmadita en la espalda al ciudadano Thomas Neuwirth lo que está haciendo es encender una vela al Diablo, esto es, al laicismo anticristiano imperante. Que es el mismo que en la España del infausto Zapatero, falso socialista (tan falso como Jerónimo Saavedra, como Juan Fernando López Aguilar, como Arcadio Díaz Tejera, alevín y protegido este último por curitas progres demoledores) legalizó el mal llamado matrimonio entre personas homosexuales, la píldora del día después, o amplió el coladero del aborto.
Buena tarde.
Hermano José Mº Castillo, lo que son las ideologías, el ser de derechas o de izquierdas, el considerarse progresista o regre, entusiasta del Concilio Vaticano II o fustigador del mismo considerándolo poco menos que obra de Satanás infiltrado en la Iglesia…
Me explico. A primera hora de la mañana volví a leer este su artículo (o tu artículo, prefiero el tuteo, que no sé si es obra del demonio, o una moda progresista o qué: creo que los más integristas prefieren los tratamientos respetuosos de siempre), y a continuación estuve como 2 horas leyendo lo que sobre el papa Francisco se dice en algunas revistas y bitácoras digitales que se sitúan en las antípodas de Atrio. Y conste que no me refiero a portales digitales que son muy críticos con este portal progresista, pero sí que respetuosos con el papa Francisco; me refiero a otros que, lo más suave que dicen del papa Bergoglio, es que es un un hereje.
En esos portales o sitios al papa Francisco se le llama, como ya he dicho, hereje; y además, apóstata, masón, cínico, hipócrita, anticatólico, comunista, heraldo de Satanás, enemigo de la Iglesia (del Evangelio, la Tradición y el Magisterio), destructor del depósito de la fe, heraldo del Anticristo, impulsor del ecumenismo, que es obra de Satanás, antipapa, impostor, endemoniado, socio de Satanás empeñado en destruir la Iglesia…
Y he quedado asombrado: considero que el papa Francisco es en efecto pecador, endeble, y que no es ni un brillante teólogo ni un brillante filósofo, tampoco es tan buen literato como su compatriota Jorge Luis Borges -ni muchísimo menos; al contrario, parece algo “tronco” como escritor-, pero me cuesta creer que sea todo lo que desde esas páginas dicen de él; e igual por ello estoy equivocado, porque en efecto el papa Francisco es todo eso que se dice de él.
Yo acepto el Vaticano II, más pastoral que dogmático, ya sabemos -en esos portales, asoman muchos fieles que no aceptan el Vaticano II-, en claves de hermenéutica de la continuidad, no de la ruptura (más en la línea de Benedicto XVI que en la de Hans KUng, por ejemplo), y acepto con dolor que la Iglesia universal atraviesa en efecto una crisis pavorosa, de fe, de credibilidad… Admito que la apostasía de las masas hace estragos, admito con dolor que muchos pastores (sacerdotes, obispos…) son un desastre de cobardía, de falta de celo pastoral, de falta de coherencia entre vida y fe… Admito con Marcelino Legido algo que hace años le escuché decir a este mismo: “El mundanismo ha acabado colándose hasta el cenáculo mismo, hasta la cocina misma en la Iglesia”…
Sin embargo ya ven, tengo un problema, según parece: me cuesta aceptar que el papa Francisco en efecto sea un masón, un hereje, un apóstata, un cínico, un hipócrita, el antipapa, el heraldo del Anticristo, el heraldo de Satanás empeñado en destruir la Iglesia, un comunista que no cree en Jesucristo, un ignorante demente propagador de herejías…
De manera que sigo ignorando si el problema, el nudo gordiano, el quid de la cuestión, está en mí, en el papa Francisco, en los fieles católicos que así lo juzgan, o sabe Dios dónde. ¡Cómo son todos los asuntos que no son ciencias exactas, en que 2+2 suman 4, por ejemplo! Con todo, algo que leí en una de esas páginas me anda rondando mi cabeza, como mosca cojonera: la afirmación de que el mundo, según un articulista u opinador de esos sitios, no es una gran familia “invitada” a la reconciliación, la paz, la solidaridad, la justicia común (esto, que predica el mismo papa Francisco, sería herético, según esos católicos tan celosos de su ser católicos), sino que el mundo está dividido en los que están en Gracia de Dios -que así pasan a ser sus hijos-, y los que no están en Gracia de Dios, que así no pueden ser hijos ni hijas de Dios, sino solo criaturas del Creador.
Por supuesto, el papa Francisco, amigo del rabino Skorda y del musulmán Omar Ahboul, con quienes o ha viajado a Tierra Santa o se ha encontrado en Tierra Santa (por ser amigo de estos dos, que niegan a Cristo, el papa Francisco pasa a ser mal católico, mal discípulo de Cristo, en realidad enemigo de Cristo, en verdad, un heraldo de Satanás, etcétera, siempre según estos católicos algunos de cuyos escritos he leído), es un masón enemigo de la Gracia de Dios, de la Ciudad de Dios agustiniana. Y sin embargo yo me pregunto: si los judíos, que rechazan a Cristo, no pueden estar en Gracia de Dios, ni por tanto deben ser considerados hijos e hijas de Dios, ¿los millones de judíos masacrados en los campos de exterminio nazis?…
Y por último, algo sobre el cardenal austriaco Christoph Schönborg, reputado teólogo (papable) y “discípulo” dilecto de Joseph Ratzinger. Yo mismo quedé un poco desconcertado ante sus palabras de ánimo para Thomas Neuwirth, que es este señor cantante austriaco que ha ganado hace unos días el Festival de Eurovisión. Thomas Neuwirth es transformista, me parece, ni siquiera es homosexual, es transformista. Y el cardenal ha pedido respeto por él, hacia él; no ha dicho “Thomas, conviértete, cambia de estilo de vida, no seas promiscuo (si es que lo es, es un suponer), vete a misa, confiesa y comulga, muchacho, aparte de cantar…”. Bueno, igual debió decírselo, ejercer de pastor de la Iglesia, recordar cuál es la doctrina católica expuesta en el Catecismo sobre la homosexualidad, vale; pero de ahí a considerar que por esas palabras del cardenal C. Schönborg este pasa a ser también un hereje, un masón, un endemoniado, un heraldo infiltrado de Satanás, como ya es acusado en esos sectores católicos…
En fin, menos mal que me queda mi pasión por el cine…
Rodrigo, no sabemos hasta dónde va a llegar todo esto. Yo ni lo intuyo. ¿Tal vez Francisco quiera hacer una gran mesa redonda con todo el maremagno de Institutos, Congregaciones, Hermandades, Movimientos, opuestos ideológicamente entre si, que proliferan como hongos en la Iglesia de Roma, con la finalidad de que todos se sientan agustitos en base a la bondad de la que habla José M Castillo? Pues ¿qué quieres que te diga? Que me engollipo, me atraganto y me quedo con la boca abierta. Yo te diría que leyeras a fondo el nuevo libro de José María Castillo a ver si me puedes explicar si Francisco va por ahí. Por mi parte, te digo que como soy “rezador”, voy a seguir pidiendo al PADRE que nos aclare adónde va este Hombre, porque la verdad es que tiene al redil, o parte del redil, inquieto, desconcertado. Pero leete el libro porque merece la pena.
Entre más comete actos de gobierno Bergoglio que contradicen su discurso; más culpa Castillo a quienes le cuestionamos del desengaño “porque no le entienden”.
Y vuelvo a preguntarle a Castillo: si así define la bondad (vivir de tal manera que quienes viven conmigo se sientan bien), ¿qué bondad hay en tanto sufrimiento que está causando Bergoglio a las vícitimas de pederastia clerical con sus discursos (ver el discurso de descalificación de las conclusiones y recomendaciones del Comité de los derechos de los Niños de la ONU), con sus gestos (la canonización del mayor valedor de Maciel) y con sus actos de gobierno (la promoción a altos cargos eclesiales de distintos obispos involucrados en escándalos de protección a curas pederastas)?.