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Espinoza: La razón, la religión y la política

SpinozaEn 1670, hace casi 350 años, se publicaba clandestinamente un libro en Amsterdam, en latín, anónimo y con falso pie de imprenta. Pronto se supo que su autor era un judío de familia sefardí procedente de Portugal y expulsado de la sinagoga en 1656, Benedictus de Spinoza, ya conocido por un libro sobre Descartes. Espinoza fue pionero de la crítica racionalista a la religión de la Ilustración, hecha por creyentes a quienes se les acusó a veces de ateos y antisistema. ATRIO, que acaba de someter a debate un Prólogo polémico, invita a leer este Prefacio y está dispuesto a que originales de Espinoza (no pseudoescritos que circulan en Internet) fecunden también los debates del portal.

Tratado teológico Político de Baruch Espinoza
Traducción de Atilano Domínguez. Editorial Altaya. Barcelona 1977.

PREFACIO

Contiene varias disertaciones, en las que se demues­tra que la libertad de filosofar no solo se puede conce­der sin perjuicio para la piedad y para la paz del Es­tado, sino que no se la puede abolir sin suprimir con ella la paz del Estado e incluso la piedad.

«En esto conocemos que permanecemos en Dios y que Dios permanece en nosotros: en que nos dio de su Espíritu». (I Juan, 4, 13)

Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siem­pre favorable, nunca serían víctimas de la superstición. Pero, como la urgencia de las circunstancias les impide muchas veces emitir opinión alguna y como su ansia desmedida de los bienes inciertos de la fortuna les hace fluctuar, de forma lamentable y casi sin cesar, en­tre la esperanza y el miedo, la mayor parte de ellos se muestran sumamente propensos a creer cualquier cosa. Mientras dudan, el menor impulso les lleva de un lado para otro, sobre todo, cuando están obsesionados por la esperanza y el miedo; por el contrario, cuando confían en sí mismos, son jactanciosos y engreídos.

No creo que haya nadie que ignore todo esto, aunque pienso que la mayoría se ignoran a si mismos. Nadie, en efecto, que viva entre los hombres, habrá dejado de observar que la mayoría de ellos, por ignorantes que sean, cuando las cosas les van bien, poseen tal sabiduría, que les parece injurioso que alguien pretenda darles un consejo. En cambio, cuando las cosas les van mal, no saben a dónde dirigirse y piden suplicantes un con­sejo a todo el mundo, sin que haya ninguno tan inútil, tan absurdo o tan frívolo, que no estén dispuestos a se­guirlo. Por otra parte, el más ligero motivo les hace esperar mayores bienes o temer mayores males. Y así, si, mientras son presa del miedo, les ocurre ver alga que les recuerda un bien o un mal pasado, creen que les augura un porvenir feliz o desgraciado; y, aunque cien veces les engañe, no por eso dejaran de considerarlo como un augurio venturoso o funesto. Si, finalmente, presencian algo extraordinario, que les llena de admira­ción, creen que se trata de un prodigio, que indica la ira de los dioses o de la deidad suprema. De ahi que, el no aplacar con votos y sacrificios a esa divinidad, les parece una impiedad a estos hombres, víctimas de la superstición y contrarios a la religión, los cuales, en consecuencia, forjan ficciones sin fin e interpretan la Naturaleza de formas sorprendentes, cual si toda ella fuera cómplice de su delirio.

Precisamente por eso, constatamos que los mas afe­rrados a todo tipo de superstición, son los que desean sin medida cosas inciertas; y vemos que todos, muy especialmente cuando se hallan en peligro y no pueden defenderse por si mismos, imploran el divino auxilio con súplicas y lágrimas de mujerzuelas y dicen que la razón (por ser incapaz de mostrarles un camino seguro hacia el objeto de sus vanos deseos) es ciega y que la sabiduría humana es vana. Por el contrario, los delirios de la imaginación, los sueños y las necedades infantiles son, según ellos, respuestas divinas; aún mas, Dios se opone a los sabios y ha grabado sus decretos, no en la mente, sino en las entrañas de los animales; y son los necios, los locos y las aves los que, por inspiración e instinto divino, los predicen. Tanto hace desvariar el temor a los hombres.

La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo. Y, si aparte de lo dicho, alguien desea conocer ejemplos concretos, he aquí el de Alejandro. Sólo comenzó a acudir a los adivinos, movido por un sentimiento supersticioso, cuan­do, a las puertas de Susa, experimentó por primera vez temor a la fortuna (véase Quinto Curcio, lib. V, 4). Después de su victoria sobre Darío, dejó de consultar a los augures y adivinos, hasta que de nuevo sintió te­rror ante las circunstancias adversas: abandonado por los bactrianos, incitado al combate por los escitas e, in­movilizado por una herida, volvió de nuevo (como dice el mismo Quinto Curcio, lib. VII, § 7) a la supersti­ción, ese juguete del alma humana, mandando que Aris­tandro, a quien había confiado su credulidad, explorara mediante sacrificios qué rumbo tomarían los hechos. Cabría aducir muchísimos ejemplos del mismo género, que prueban con toda claridad l0 que acabamos de de­cir: que los hombres solo sucumben a la superstición, mientras sienten miedo; que todos los objetos que han adorado alguna vez sin fundamento, no son más que fantasmas y delirios de un alma triste y temerosa; y, finalmente, que los adivinos solo infunden el máximo respeto a la plebe y el máximo temor a los reyes en los momentos más críticos para un Estado. Pero, como pienso que todo esto es bien conocido de todos, no in­sistiré mas en ello.

De lo que acabamos de decir sobre la causa de la superstición, se sigue claramente que todos los hombres son por naturaleza propensos a ella, por más que algunos piensen que la superstición se debe a que todos los mortales tienen una idea un tanto confusa de la divinidad. Se sigue, además, que la superstición debe ser su­mamente variada e inconstante, como todas las ilusiones de la mente y los ataques de cólera; y que, finalmente, solo se mantiene por la esperanza, el odio, la ira y el engaño, ya que no tiene su origen en la razón, sino ex­clusivamente en la pasión más poderosa. De ahí que, cuanto más fácil es que los hombres sean presa de cual­quier tipo de superstición, tanto más difícil es conseguir que persistan en un. Aún más, como el vulgo es siempre igualmente desdichado, en parte alguna halla descanso duradero, sino que solo le satisface lo que es nuevo y nunca le ha engañado.

Esta inconstancia ha provocado numerosos disturbios y guerras atroces, ya que, como consta por lo que acabamos de decir y el mismo Quinto Curcio (lib. IV, ca­pitulo 10) ha señalado con acierto, no hay medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición. Nada extraño, pues, que, bajo pretexto de religión, la masa sea fácilmente inducida, ora a adorar a sus reyes como dioses, ora a execrarlos y a detestarlos como peste universal del género humano. A fin de evitar, pues, este mal, se ha puesto sumo esmero en adornar la religión, verdadera o falsa, mediante un pomposo ceremonial, que le diera prestigio en todo momento y le asegurara siempre la máxima veneración de parte de todos. Los turcos lo han conseguido con tal perfección que hasta la discusión es tenida por un sacrilegio, y los prejuicios, que han imbuido en sus mentes, no dejan a la sana ra­zón lugar alguno, ni para la simple duda.

Ahora bien, el gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consisten en mantener engarriados a los hombres y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tra­tara de su salvación, y no consideren una ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre. Por el contrario, en un estado libre no cabría imaginar ni emprender nada más desdichado, ya que es totalmente contrario a la libertad de todos adueñarse del libre juicio de cada cual me­diante prejuicios o coaccionarlo de cualquier forma. En cuanto a las sediciones, suscitadas so pretexto de reli­gión, surgen exclusivamente, porque se dan leyes sobre cuestiones teóricas y porque las opiniones —al igual que los crímenes— son juzgadas y condenadas como un de­lito. La verdad es que sus defensores y simpatizantes no son inmolados a la salvación pública, sino tan sólo al odio y a la crueldad de sus adversarios. Pues, si el Estado estableciera por ley que sólo se persiguieran los actos y que las palabras fueran impunes, ni cabría dis­frazar tales sediciones de ningún tipo de derecho, ni las controversias se transformarían en sediciones.

Viendo, pues, que nos ha caído en suerte la rara dicha de vivir en un Estado, donde se concede a todo el mundo plena libertad para opinar y rendir culto a Dios según su propio juicio, y donde la libertad es lo más apreciado y lo más dulce, he creído hacer algo que no sería ni ingrato ni inútil, si demostrara que esta libertad no solo se puede conceder sin perjuicio para la piedad y la paz del Estado, sino que, además, solo se la puede suprimir, suprimiendo con ella la misma paz del Estado y la piedad. Esto es lo principal que me he propuesto demostrar en este tratado. Para ello, tuve que señalar, en primer lugar, los principales prejuicios sobre la religión, es decir, los vestigios de la antigua esclavitud. Después, tuve que indicar también los pre­juicios acerca del derecho de las supremas potestades; son muchos, en efecto, los que tienen la insolencia de intentar arrebatárselo y, bajo la apariencia de religión, alejar de ellas el afecto de la masa, sujeto todavía a la superstición pagana, a fin de que todo se derrumbe y torne a la esclavitud. Diré con toda brevedad en qué orden están expuestas estas ideas; pero indicaré antes los motivos que me impulsaron a escribirlas.

Me ha sorprendido muchas veces que hombres, que se glorían de profesar la religión cristiana, es decir, el amor, la alegría, la paz, la continencia y la fidelidad a todos, se atacaran unos a otros con tal malevolencia y se odiaran a diario con tal crueldad, que se conoce mejor su fe por estos últimos sentimientos que por los primeros. Tiempo ha que las cosas han llegado a tal extremo, que ya no es posible distinguir quién es casi nadie —si cristiano, turco, judío o pagano—, a no ser por el vestido y por el comportamiento exterior, o porque frecuenta esta o aquella iglesia o porque, finalmente, simpatiza con tal o cual opinión y suele jurar en nombre de tal maestro. Por lo demás, la forma de vida es la misma para todos. Al investigar la causa de este mal, me he convencido plenamente de que reside en que el vulgo ha llegado a poner la religión en considerar los ministerios eclesiásticos como dignidades y los oficios como beneficios y en tener en alta estima a los pastores. Pues, tan pronto se introdujo tal abuso en la iglesia, surgió inmediatamente en los peores un ansia desmedida por ejercer oficios religiosos, degenerando el deseo de propagar la religión divina en sórdida avaricia y ambición. De ahí que el mismo templo degeneró en teatro, donde no se escucha ya a doctores eclesiásticos, sino a oradores, arrastrados por el deseo, no ya de enseñar al pueblo, sino de atraerse su admiración, de reprender públicamente a los disidentes y de enseñar tan solo cosas nuevas e insólitas, que son las que más sorprenden al vulgo. Fue, pues, inevitable que surgieran de ahí grandes controversias, envidias y odios, que ni el paso del tiempo ha logrado suavizar.

¿Nos extrañaremos, entonces, de que de la antigua religión no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios? Pero unos prejuicios que transforman a los hombres de racionales en brutos, puesto que impiden que cada uno use de su libre juicio y distinga lo verdadero de lo falso; se diría que fueron expresamente inventados para extinguir del todo la luz del entendimiento. ;Dios mio!, la piedad y la religión consisten en absurdos arcanos. Y aquellos que desprecian completamente la razón y rechazan el entendimiento, como si estuviera corrompido por naturaleza, son precisamente quienes cometen la iniquidad de creerse en posesión de la luz divina. Claro que, si tuvieran el mínimo destello de esa luz, no desvariarían con tanta altivez, sino que aprenderían a rendir culto a Dios con más prudencia y se distinguirían, no por el odio que ahora tienen, sino por el amor hacia los demás; ni perseguirían tampoco con tanta animosidad a quienes no comparten sus opiniones, sino que más bien se compadecerían de ellos, si es que realmente temen por su salvación y no por su propia suerte.

Por otra parte, si poseyeran alguna luz divina, aparecería, al menos, en su doctrina. Ahora bien, yo confieso que nunca se han dado por satisfechos en su admiración hacia los profundísimos misterios de la Escritura; pero no veo que hayan enseñado nada, aparte de las especulaciones de aristotélicos y platónicos, ya que, para no dar la impresión de seguir a los gentiles, adaptaron a ellas la Escritura. No satisfechos de desvariar ellos con los griegos, quisieron que tambien los profetas delirasen con estos, demostrando así claramente que no ven, ni por sueños, la divinidad de la Escritura. Y, con cuanto más celo admiran sus misterios, más ponen de manifiesto que no creen, sino que más bien se complacen simplemente en ella. Lo cual se comprueba, además, porque la mayor parte de ellos toman como base (a fin de entenderla y de descubrir su verdadero signi­ficado) que la Escritura es verídica y divina en su tota­lidad. Con ello, en efecto, establecen de entrada, como regla de su interpretación, algo que solo debería resultar de la intelección y severo examen de la misma, ya que, al no necesitar ella ninguna ficción humana, nos lo haría ver mucho mejor.

Estos son, pues, los pensamientos que me embarga­ban: que la luz natural no sólo es despreciada, sino que muchos la condenan como fuente de impiedad; que las lucubraciones humanas son tenidas por enseñanzas di­vinas, y la credulidad por fe; que las controversias de los filósofos son debatidas con gran apasionamiento en la Iglesia y en la Corte; y que de ahí nacen los más crueles odios y disensiones, que fácilmente inducen a los hombres a la sedición, y otras muchísimas cosas, que sería demasiado prolijo enumerar aquí. A la vista de ello, decidí examinar de nuevo, con toda sinceridad y libertad, la Escritura y no atribuirle ni admitir como doctrina suya nada que ella no me enseñara con la máxima claridad.

Guiado por esta cautela, elaboré un método para interpretar los sagrados volúmenes. Siguiendo sus en­señanzas, me pregunté, en primer lugar, qué es la profecía y en qué sentido se reveló Dios a los profetas. ¿Por qué fueron gratos a Dios? ¿Acaso, porque tenían ideas sublimes sobre Dios y la naturaleza o más bien exclusivamente por su piedad? Una vez aclarado esto, me fue fácil establecer que la autoridad de los profetas tan sólo tiene valor en lo que se refiere a la práctica de la vida y a la verdadera virtud; pero que, en lo demás, sus opiniones nos importan muy poco. Partiendo de lo anterior, me pregunté, después, por qué motivo se consideraron los hebreos los elegidos de Dios. Tan pronto verifiqué que ello se debía a que Dios les había elegido una región, en la que pudieran vivir con seguridad y abundancia, comprendí que las leyes reveladas por Dios a Moisés no fueron otra cosa que el derecho particular del Estado hebreo y que, por tanto, ningún otro tenía obligación de aceptarlas, y que incluso ellos mismos sólo estaban sujetos a ellas, mientras durara su Estado. Después de esto y a fin de saber si de la Escritura se puede concluir que el entendimiento humano está co­rrompido por naturaleza, he querido averiguar si la re­ligión católica, es decir, la ley divina revelada a todo el género humano a través de los profetas y los após­toles, es distinta de aquella que también nos enseña la luz natural. Me pregunté también si los milagros se han producido en contra del orden de la naturaleza y si prueban la existencia y la providencia de Dios con más claridad y certeza que las cosas que entendemos clara y distintamente por sus primeras causas. Ahora bien, entre las cosas que la Escritura enseña de forma expresa, no encontré ninguna que no esté acorde con la razón o que se oponga a ella. Por otra parte, he com­probado que los profetas sólo enseñaron cosas suma­mente simples, que cualquiera podía comprender con facilidad, y que las im6genes literarias y las razones por ellos utilizadas tienden sobre todo a suscitar en las masas el sentimiento de veneración hacia Dios. Por estas razones me he persuadido totalmente de que la Escritura deja la razón absolutamente libre, y de que no tiene nada en común con la filosofía, sino que tanto una como otra se apoyan sobre una base propia.

A fin de demostrar todo esto de forma apodíctica y resolver la cuestión en su conjunto, explico cómo hay que interpretar la Escritura y pruebo que todo conoci­miento de ella y de las cosas espirituales solo de ella debe ser extraído y no de las cosas que conocemos por la luz natural. Paso entonces a desvelar aquellos prejui­cios que se derivan de que el vulgo (propicio a la supers­tición y mas amante de las reliquias del pasado que de la misma eternidad) adora los libros de la Escritura más bien que la propia palabra de Dios. Después de esto, muestro cómo la palabra de Dios revelada no con­siste en un determinado número de libros, sino en el simple concepto de la mente de Dios, revelada a los profetas, a saber, en que hay que obedecer a Dios de todo corazón, practicando la justicia y la caridad. Y prue­bo que la Escritura enseña esto, según la capacidad y las opiniones de aquellos a quienes los profetas y los apóstoles solían predicar esa palabra de Dios; lo hicieron así para que los hombres la aceptaran sin resistencia alguna y con toda su alma. Tras explicar, a continua­ción, cuáles son las verdades fundamentales de la fe, concluyo, por fin, que el objeto del conocimiento reve­lado no es nada más que la obediencia y que, por con­siguiente, ese conocimiento es totalmente distinto del natural, tanto por su objeto, como por su fundamento y por sus medios. No tiene, pues, nada en común uno con el otro, sino que cada uno ocupa su dominio sin oposición alguna, y ninguno de ellos tiene por qué ser esclavo del otro. Como, además, los hombres son de un natural sumamente variado, y uno simpatiza más con estas opiniones y otro con aquellas, y lo que a uno im­pulsa hacia la religión, a otro le suscita la risa, llego a la conclusión, ya antes formulada: que hay que dejar a todo el mundo la libertad de opinión y la potestad de interpretar los fundamentos de la fe según su juicio, y que solo por las obras se debe juzgar si la fe de cada uno es sincera o impía. De este modo, todos podrán obedecer a Dios con toda sinceridad y libertad, y solo la justicia y la caridad merecerá la estima de todos.

Una vez que he demostrado que libertad deja a cada uno la ley divina revelada, paso a la segunda parte del tema, a saber: que esa misma libertad puede y debe ser concedida, sin menoscabo de la paz del Estado y del derecho de los poderes supremos, y que no puede ser abolida sin gran peligro para la paz y sin gran detri­mento para todo el Estado. Para demostrarlo, parto del derecho natural de cada individuo. Ese derecho se ex­tiende hasta donde alcanza el deseo y el poder de cada uno, y por tanto, según el derecho de naturaleza, nadie está obligado a vivir según el criterio de otro, sino que cada cual es el garante de su propia libertad. Muestro, además, que nadie hace cesión de este derecho, excepto quien transfiere a otro el poder de defenderse, y que es necesario que ese derecho natural sea íntegramente con­servado por aquel, a quien todos han entregado su de­recho a vivir según el propio criterio, junto con el poder de defenderse. A partir de ahi, demuestro que quienes detentan la potestad estatal, tienen derecho a cuanto pueden y son los únicos garantes del derecho y de la li­bertad, mientras que los demás deben actuar en todo según los decretos de aquellos. Mas, como nadie puede privarse a sí mismo de su poder de defenderse, hasta el punto de dejar de ser hombre, concluyo de ahí que nadie puede privarse completamente de su derecho na­tural, sino que los súbditos retienen, por una especie de derecho de naturaleza, algunas cosas, que no se les pueden quitar sin gran peligro para el Estado. De ahí que, o bien les son concedidas tácitamente o ellos mis­mos las estipulan con quienes detentan la potestad estatal. Tras esas consideraciones, paso a tratar del Estado de los hebreos y lo describo con bastante amplitud, a fin de explicar de qué forma y por decisión de que personas comenzó la religión a tener fuerza de derecho, tocando de paso otros asuntos que me parecían dignos de ser conocidos. Después de esto, pruebo que quienes deten­tan la potestad estatal, no solo son garantes e intérpretes del derecho civil, sino también del religioso, y quo solo ellos tienen el derecho de discernir que es lo junto y lo injusto, y que lo piadoso y lo impío. Concluyo, finalmente, que los poderes públicos pueden muy bien conservar ese derecho y mantener seguro el Estado, a condición que se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piensa.

He ahí, filósofo lector, los temas que someto a examen. Confió en que, por la importancia y la utilidad del asunto, tanto de toda la obra como de cada capítulo, serán bien acogidos. Aun añadiría otras muchas cosas, pero no quiero que este prefacio se convierta en un vo­lumen. Aparte de que lo más importante es, según creo, de sobra conocido por los filósofos. Y, en cuanto a los demás, no tengo especial interés en encomendarles mi tratado, ya que no hay nada que me haga esperar que les pueda agradar por algún motivo. Sé, en efecto, con qué pertinacia se arraigan en la mente aquellos prejui­cios que el alma ha abrazado bajo la apariencia de la piedad. Sé también que es tan imposible que el vulgo se libere de la superstición como del miedo. Y sé, final­mente, que la constancia del vulgo es la contumacia y que no se guía por la razón, sino que se deja arrastrar por los impulsos, tanto para alabar como para vituperar. Por consiguiente, no invito a leer esto ni al vulgo ni a todos aquellos que son víctimas de las mismas pasiones; preferiría que olvidaran totalmente este libro, antes que verles ofendidos interpretándolo perversamente, como suelen hacerlo todo. Pues, aparte de que ellos no sacarían provecho alguno, servirían de obstáculo a otros, que filosofarían más libremente, si no se lo dificultara el pensar que la razón debe ser sierva de la teología. A estos, en efecto, estoy seguro que esta obra les será sumamente útil.

Por lo demás, como quizá haya muchos que no tendrán ni tiempo ni ánimo para leerlo todo, me siento obligado a advertir aquí, como haré al final de este tra­tado, que yo no escribo nada, que no lo someta gustosísimo al examen y al juicio de las supremas potestades de mi patria. Si juzgaran, en efecto, que alguna de las cosas que digo, se opone a las leyes patrias o que dificulta la salvación pública, la doy desde ahora por no dicha. Sé que soy hombre y que he podido equivo­carme. Pero he puesto todo mi empeño en no equivo­carme y, ante todo, en que cuanto escribía, estuviera absolutamente de acuerdo con las leyes de la patria, con la piedad y las buenas costumbres.

18 comentarios

  • m. pilar

    Ya en mi primera lectura, me sentí muy cerca de cuanto dice Espinoza…

    ¡Ah!
    pero llegue al “vulgo”… y se disparó mi corazón con toda su fuerza.

    Es como dice Ana P.  Un mal endémico que no mejora sino que se agrava cada día más por el deseo insano de poseer y estar por encima del bien y del mal.

    Ya puse en mi primer comentario, que no se puede obviar el tiempo en que fue escrito.

    Me encanta cuanto dice sobre “Dios” donde todo cuanto nos rodea está en él, estamos en él y desde esa conjunción;
    ¡todo es posible, hermosamente posible!

    Haga el ser humano lo que haga, solo cada cual podrá gozar hasta llegar a una plenitud humana extraordinaria donde en ella misma se sentirá siempre en camino, gozosamente lleno, completo.

    La mirada que tengamos de cuanto nos rodea, escuchar atentamente a esa como “llamada interior” y  experimentar su fuerza y energía, nos irá conformando en verdaderos seres libres y en total sintonía con esa “llamada – misterio” en su infinidad de nombres.

    Todo depende como queramos caminar,  y en ese devenir,  la vida misma nos responderá…
    ¡Gracias!
    mª pilar

  • Asun Poudereux

    ¡Buenoooo, buenoooo! Manuel I. Santos. Muchas gracias siempre  a ti. Un poco más y ya como que somos casi expertos sobre Spinoza.
    Cierto, cómo cambia la vida según las lentes que se lleven.
    No vamos a decir que es triste, pero llama la atención que las dificultades y los obstáculos encontrados en la época de Spinoza son de algún modo todavía persistentes después de 350 años.
     
    Qué facilidad en calificar de ateo la persona que pone en duda mucho de lo recibido. Al contrario ¡Benditas dudas e incertidumbres! Nos sacan de moldes que terminan oprimiendo lo que es y está abierto a un despliegue continuo de conciencia, de vida.
     
    A veces me pregunto si son las lentes o es que salimos de diferentes originales. O ambas cosas a la vez, pues la diferencia en la percepción es enorme y el acceso a los cambios de percepción también.
     
    Ahora bien, reconozco que al final y al principio lo importante es vivir en coherencia,  sin dar espacio a que las relaciones interpersonales se fisuren por las ideas y creencias.
     
    Gracias de nuevo por estar aquí y ahí. Un abrazo.

    Asun

  • Manuel I. Santos

    A Asun Poudereux:
    ¡Perdón!.
    Involuntariamente te pasé por alto en la lista de destinatarios de mi agradecimiento en mi comentario anterior.
    Espero que el perdón no esté condicionado, en mi caso, a penitencia alguna. Con la de Antonio, santo bendito, ya es suficiente, ¿no?.
    Manuel I. Santos
    Argentina

  • Manuel I. Santos

    ¡Hay errores y errores!
    Al “penitente” Antonio Duato:
    Vamos, Antonio, que no es para tanto.
    No vaya a ser que, tras tus insistentes pedidos de perdón, alguien, de entre nosotros, avezado a detectar “errores”, convierta tu “fe de erratas” en objeto de un verdadero “auto de fe” a lo siglo XXI y de ahí a la hoguera, al Índice de libros prohibidos, el silencio por más de trescientos años, la acusación de “ateo”, panteísta,  perversión o corrupción de conciencias y sabe Dios cuántas cosas más…
    Tú, un auténtico Spinoza de los tiempos modernos, aunque lo de Spinoza haya infinitamente peor,  como muy bien y documentadamente relata el traductor y superespecialista en Spinoza  en esa Introducción al Tratado, que tú has puesto a disposición de l@s atrier@s.
     
    Por cierto, siguiendo en tren de estricta fe de erratas, podrías enmendar  el nombre y apellido del traductor con  los que encabezaste el Prefacio del Tratado teológico-político: se trata  de Atilano Domínguez y no de  “Atiliano Rodríguez“.
    Y, entre bromas y bromas, ojalá l@s atrier@s, nobles y libres de espíritu tod@s ell@s, logren encontrar en la Óptica de Spinoza los anteojos justos, correctores de miopías, “presbicias” y astigmatismos, que les permitan ver lo que, entre otras muchas y estupendas cosas, vio y “testimonió” el mismo Spinoza, principalmente en la Ética:
    “Todo lo que conocemos está en Dios y lo conocemos en tanto está en Él”
    – “Nadie conoce de lo que es capaz el cuerpo”
    – “Nadie conoce tampoco de lo que es capaz el alma (mente, espíritu)”
    – “En el alma hay muchas más cosas que las que la ‘conciencia’ conoce”
    “Las argumentaciones (razonamientos) son los ojos del alma”


    – Etc., etc., etc.
     
    Ana, María Pilar, Inmaculada, Mª Luisa, Alfonso, Gonzalo, Antonio D. y atrier@tod@s, gracias por vuestros comentarios iniciales a lo que llamáis mi ‘aportación’, vuestra disposición a compartir la luz radinte de los “anteojos” de Spinoza, incluido el ‘perdón’ generoso al ‘penitente’ incorregible Antonio Duato.
    Saludos cordiales,
    Manuel I(gnacio) Santos
    Desde Argentina
    (pasando por mi Galicia natal).


    Manuel I. Santos
    Argentina
     
     
     

  • ELOY

    Con este “post”, tengo la sensación de haber encontrado un oasis en medio del “desierto de ideas y reflexiones” con que suelen obsequiarnos muchos ( no todos) los medios de comunicación.

    Agradezco el artículo, agradezco los comentarios, tan clarificadores, y agradezco a Antonio Duato su talante, su reconocimiento de errores, cuando los hay, y su apuesta por esforzarse de en facilitarnos  textos y autores de profundidad indudable.

    Tengo la impresión de que ATRIO está comenzando a dar importantes pasos en la remodelación de sus contenidos complementando la línea existente hasta ahora, y sin abandonarla, con artículos de mayor calado.
     
    ¡Enhorabuena Antonio!. Un abrazo.
     
     

  • M.Luisa

    Interesante  el video de Spinoza recomendado por Manuel I Santos  a quien le doy las gracias  y  también a  Antonio por el enlace del   PDF que he leído con mucho interés y …. ciertamente…  nada de panteísmo,  sino  panenteísmo,  es decir  “no todo es Dios” sino todo “en “   Dios,  Dios comprende dentro de sí la totalidad de lo real. Cosa bien distinta

  • m. pilar

    ¡Gracias Manuel I Santos!

    Excelente aportación de datos para mejor conocimiento y poder así hacer una comprensión más adecuada sobre Espinoza.

    Pienso, que cada época tiene un “sonido de la realidad” y maneras diferentes de ser, pensar, y comunicar.

    No suelo hacer mi “centro” base principal, de cada gran hombre o mujer, que ha pasado por la historia; busco de manera especial, si en la vida que me rodea tiene un “sentido” practico, justo, coherente para ser ayuda de tanto dolor como ahora nos acompaña y ampliar mis sencillos conocimientos.

    ¡Gracias!

    mª pilar

  • Antonio Duato

    Reconozco el error cometido en la presentación del tema (que, ejerciendo de administrador de la web, he corregido ya) y el merecido rapapolvo.

    Su excomunión de la sinagoga y su gran relación con grupos protestantes liberales me indujeron al error.

    Confío con vuestro perdón y como penitencia me he leído detenidamente la Introducción histórica de Atilano Domínguez a su Tractatus que me había proporcionado el gran amigo Manuel I. Santos y que ofrezco a todos en PDF aquí.

    Otrosí prometo ofrecer para lectura y comentario en ATRIO algunos otros capítulos de este importante libro.

  • Asun Poudereux

    Gracias, Manuel I. Santos, por la aportación.

    Saludos.

  • Manuel I. Santos

    Sobre las “mujerzuelas”, el “vulgo” y otros “errores” de Spinoza
    Vayan algunos aportes:
    1. La conversión de Spinoza al Cristianismo.
    Está históricamente demostrado que Spinoza nunca se convirtió  al Cristianismo.
    Sí, que mantuvo una gran amistad con el ex-jesuita holandés, Van der Ende, del cual fue, además, alumno de latín y filosofía. No sé de dónde sacó Atonio lo de la conversión.
    Van der Ende, por cierto, fue después asesinado por los Calvinistas, los  mismos que acérrimamente persiguieron   a Spinoza por los supuestos “errores” en que, según ellos (y, al parecer, ¡algunos de “nosotros” hoy día!), había incurrido precisamente en su “Tratado teológico-político”, del cual Antonio acaba de publicar tan solo el Prefacio.
    Spinoza fue anatematizado y separado de la comunida judía y, después, “excomulgado” por calvinistas y católicos mancomunados entre sí, justamente por las ideas expuestas en su Tratado teológico-político.
    2. Las “mujerzuelas” y el “vulgo” de Spinoza
    Son expresiones utilizadas despectivamente en aquella época ¿también “hoy”, no?, que Spinoza simplemente cita como tales y que, en modo alguno, asume como suyas.
    El que quiera, lealmente, confirmarlo, puede adentrarse, entre otros muchos que podrían citarse, en este artículo que refiero aquí:
    Aportes de Spinoza para reflexionar acerca de la vida corporal, del género, las mujeres y el feminismo
     
    http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei/nayla71.pdf

    3. Spinoza ¿desconocido o “ignorado”?
    Creo que no nos hace bien el “prevenirnos” ante o “prejuzgar” a nadie, por la simple lectura de un “prefacio” de una obra, cuando se desconoce, por lo que parece, la totalidad de esa misma obra y, más aún la totalidad de las obras y el pensamiento del autor.

    Al que quiera asomarse al pensamiento de este “desconocido” y deliberadamente “ignorado” Spinoza, le recomiendo tomarse los 2o minutos que dura el siguiente video:
    Grandes filósofos: Baruch Spinoza_Video
    http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Zu3rwtMyrt8
    Les aseguro que, al final, se sentirán muy gananciosos.
    Hacia el final del video uno de los expositores dice: “Hay un antes y un después de la lectura de Spinoza”.

    Doy leal fe de ello. Es lo que me pasó a mí, cuando al tratar de hacer el duelo por la muerte de mi esposa, fallecida súbitamente por un aneurisma inguinal cuando iba a cumplir 51 años, me encontré con esta sentencia en la Ética de Spinoza: “Es propio del hombre sabio el meditar sobre la Vida, no sobre la muerte”.
    Y descubrí, a través de los “lentes” que  se dedicó a “pulir” Spinoza como medio de sustento y vida,  lo que dice Henry Miller: “A mi parecer, ve usted, los artistas, los sabios, los filósofos trabajan duramente puliendo lentes.No se trata sino de vastos preparativos con vistas a un acontecimiento que no acaba de producirse.
    Un día los lentes serán perfectos y ese día todos percibiremos con claridad la asombrosa, la extraordinaria belleza de este mundo”.

    Lo mejor que puedo desearos a todos es que no os lo perdais.

    Atentamente,

    Manuel I. Santos
     

  • Inmaculada Sans Tache

    Ignoraba que Spinoza. se convirtiera al cristianismo.  Nadie aquí lo ha cuestionado. ¿están seguros de ello? Yo creía que no era así pero quizá estoy equivocada.

  • Inmaculada Sans Tache

    Ig

  • Asun Poudereux

    Hola Alfonso:
     
    ¿A quién y a quiénes ha hecho mucho daño Espinoza, Alfonso?
     
    El puzler no es tal, cuanto más poder pierda la Iglesia más podrá aproximarse y estar cerca del Evangelio, en coherencia con la libertad de la que habla Jesús, no la de los estados. Si ésta, la que intentan detentar los estados, es la libertad que se echa de menos, pues no me convencen.
     
    Al niño hay que lavarlo y sin miedo arrojar fuera toda el agua sucia. Si nos centrásemos en el ser humano, el que nos muestra Jesús, todas esas disquisiciones dialécticas sobre la Iglesia Católica y la libertad frente a la de los estados están demás.
     
    Es mi manera de verlo. Gracias por el enlace. Saludos.
     

  • m. pilar

    He leído con mucha atención el texto de Espinoza:
     

    Ana, protesta con razón sobre su pensamiento sobre las mujeres (quizá haya que comprender en que siglo está escrito) y también el daño que estas idea y maneras de pensar nos siguen causando a lo largo de los tiempos, a las mujeres.
     

    A lo largo de la historia, mujeres ¡diez! en todos los sentidos y de todas las clases sociales, han dejado con claridad meridiana que son tan capaces como los hombres “diez” que también los hay; pero como dice el autor de este texto, el poder y la ambición, atonta de tal manera al ser humano, que lo deja convertido en auténtico guiñapo, cruel, déspota, manipulador.
     

    Estos días he enviado a muchas personas de Atrio (y fuera de el) una mirada sobre Dios que según mi pensar y mirar me parecía esperanzadora, y teniendo en marcha el taller de Nacho Dueñas, con ilusión.
     

    Rápidamente recibo una llamada de atención de mi querido amigo Rodrigo Olvera:

    “Pili, es falso, no pertenece a Espinoza”

    Antonio Duato, con su exquisita delicadeza, me llama la atención poniendo en alerta su autenticidad.
     

    A todas las personas que os llegó, os pido disculpas si el autor no es Espinoza, y diría casi con seguridad, que no lo es, precisamente por lo que Ana nos muestra, y por mi escalofrío, al leer la desfachatez con que este Sr. trata al vulgo…
     

    ¿Qué es el vulgo, sino la incapacidad de los gobernantes de hacer lo necesario  para que todas las personas que vivan en su país, ciudad, etc. tengan la posibilidad de salir de esa condición (que solo a los poderosos les es útil, para seguir explotándolos en su propio beneficio)  mediante una educación-cultura bien organizada para que toda persona pueda formarse, educarse, mejorar su calidad de vida y vivir como verdaderos seres humanos.
     

    Jesús de Nazaret el Galileo, jamás trataría a los abandonados por el poder reinante.
     

    Él dijo algo verdaderamente hermoso:
     
    “Que eran los predilectos de su Abba-Padre”

    Y digo como decía en mi saludo:

    Sea de quien sea el texto, que esa era mi mirada sobre lo que yo siento y experimento sobre el Misterio que llamamos Dios.

    mª pilar

  • ana rodrigo

    Sin querer desviar el tema, a modo de P.D. me atrevo a añadir una pequeña reflexión respecto al tonillo utilizado por Spinoza al hablar de mujerzuelas; voy a contar una anécdota.
     
    En una ocasión un alumno me preguntó porqué las mujeres habíamos sido tan tontas como para no habernos rebelado contra el maltrato, en el amplio sentido de la palabra, recibido a lo largo de la historia. Aparte de decirle que esa suposición no era cierta, le dije que lo que más me extrañaba era que hombres tan inteligentes, (en este caso Spinoza), no sólo no se hubiesen hecho esa pregunta, sino que reprimiesen toda protesta y ninguno se hubiese puesto a la cabeza de la rebelión, puesto que ellos sí tenía carta blanca para cualquier tipo de rebelión intelectual y/o social.
     
    Y para un hombre emblemático que sí tuvo gestos de liberación de la mujer, Jesús el Galileo, se le manipuló de forma que las mujeres, según los machos de iglesia, lo que teníamos que hacer es tomar como modelo a María, virgen y madre, vamos, la cuadratura del círculo, pero “abiertas…” al hombre a todas las horas y a criar hijso/as.

  • ana rodrigo

    Bueno, pues me quedo tranquila. El que Spinoza tuviese que utilizar anónimos en sus escritos en el siglo XVII, se comprende, lo que es más difícil de comprender es que cuando una, como yo, cuando hago comentarios como el que hice anteriormente en otro hilo, me dé un poco de reparo de poder molestar a alguien, o de que una masa ingente encabezada por el Vaticano, si me leyese, me echarían a los infiernos, como se han echado a tantos teólogos, teólogas y demás víctimas de la Inquisición y/o de inquisiciones vigentes.
     
    Diríamos que este texto podría – con matices- haberse escrito en nuestro tiempo, las cosas siguen igual, pues la libertad en la Iglesia a la hora de hacer teología sigue tan ausente como en el siglo XVII.

  • Gonza Haya

    La impresión que me produce este texto es que los problemas humanos, dentro del mismo ámbito cultural, se repiten, porque en el fondo seguimos siendo los mismos. La segunda impresión es que llegamos a una solución global y luego la justificamos racionalmente. Por mi parte encuentro muchas coincidencias con Espinoza, pero menos con las razones en las que las apoya. Cada uno justifica estas intuiciones según el ethos de su tiempo. En eso estamos, en re-crear el pensamiento.