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La utopía consiste en rendirse a Jesús sin condiciones

capovillaLoris Capovilla, recientemente creado cardenal, tiene ahora 98 años y fue secretario particular del papa Roncalli en los últimos diez años de su vida.

Acaba de publicar el libro “Mis años con el Papa Juan XXIII” (La Esfera).

Ofrecemos en ATRIO el epílogo de esta obra, en que habla, con lucides y serenidad, del epílogo de su vida.


He recorrido un largo y accidentado trayecto antes de llegar a Ca’ Maitino, la última casa de mi vida. He conocido a muchas personas, y he conversado largamente con algunas de ellas. He vivido acontecimientos más grandes que yo.

He pasado por experiencias que me han marcado, incluso que me han herido. No llegué a paladear el paraíso de la infancia. Por consiguiente, un atisbo de melancolía, púdicamente disimulada, me ha acompañado un día tras otro; en ocasiones ha perturbado las relaciones con mi prójimo, ha recortado las alas a mis arranques.

Ahora, en el crepúsculo de mi jornada, como último entre los suyos, me gusta volver a escuchar la pregunta que le hacía Jesús a los apóstoles, y que resuena en lo más profundo de mi conciencia: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Aquellos jóvenes lo habían dejado todo para seguirle. Vivían junto a él, a la escucha, deseosos de ayudar, de aprender. Recorrían con él los caminos de Palestina, animados por la misma fe de Abraham, testigos de las señales que acompañaban a las palabras del Maestro. Pedro escuchó la pregunta y respondió en nombre de todos: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente». Y vuelve a decir lo mismo en otra ocasión en la sinagoga de Cafarnaúm, tras la multiplicación de los panes y los peces: «Y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 69).

Poco tiempo me separa del redde rationem, y tengo que reducirlo todo a los términos más simples, desembarazarme del lastre residual, de los patéticos diarios y de los álbumes ilustrativos, de románticas fantasías y de estériles añoranzas. He de reducirlo todo a lo esencial, y apuntar la proa hacia el puerto.

A ello me incita Juan XXIII en una reflexión suya de 1945, cuando tenía sesenta y cuatro años, treinta y tantos años menos de los que tengo yo ahora: «No debo esconderme la verdad: decididamente, voy camino de la vejez. El espíritu se rebela y protesta, sintiéndome todavía tan joven, ligero, ágil y fresco. Pero basta que me mire al espejo para llenarme de confusión. Es la estación de la madurez; debo, pues, producir más y mejor, pensando que quizá el tiempo que tengo concedido para vivir es breve, y que me encuentro ya cerca de las puestas de la eternidad».

Capovilla en la casa-museo de Ca’Maitino, en el pueblo deJuan XXIII, donde reside

¡Así fue mi parábola! Me sentí atraído al sacerdocio desde que era un muchacho, que creció en la provincia véneta en una familia carente de recursos y sin historia, fundada en unos principios indiscutibles, guardiana de unos valores originarios, cristiana solo lo necesario.

Al ser invitado a dejarme modelar por Cristo, y a sumergirme en la tradición milenaria de la Iglesia, intenté responder desde un principio a la pregunta a la que nadie puede sustraerse: «¿Quién es Jesús para mí?». Tuve que dar una respuesta no evasiva, y la di: «Jesús es el hijo de la Virgen María, el Salvador, el Maestro, el fundador de la Iglesia, el Resucitado, el Viviente».

Soy sacerdote desde hace más de setenta años, obispo desde hace casi cincuenta, y sin embargo para mí Jesús es el mismo que mi madre y mis educadores me enseñaron a escuchar y a amar: el mismo al que conocí en el catecismo parroquial en Azione Cattolica. Es el Jesús de los curas y de los laicos que me sirvieron de ejemplo, en ocasiones hasta la exaltación, a lo largo de las décadas.

¿Quién es Jesús? Es el que me hizo partícipe de la naturaleza divina, y el que me ayuda a ser consciente de ella y a portarme de una forma coherente, como me sugiere una vez más Juan XXIII en una breve nota suya de 1948: «El camino más seguro para mi santificación personal […] es siempre el esfuerzo vigilante por reducir todo -principios, directrices, posiciones, asuntos- al máximo de sencillez y de calma, con cuidado de podar en todo tiempo mi viña de lo que solo son hojas o ramas inútiles, marchando derecho a lo que es verdad, justicia y caridad: sobre todo, caridad. Cualquier otro sistema de actuación no es más que jactancia y afán de afirmación personal, que pronto se traiciona y resulta molesta y ridícula».

La utopía, así la llaman los incrédulos, consiste en rendirse a Jesús sin condiciones, en leer su Evangelio sin glosa, en poner nuestro propio yo debajo de nuestros pies y verle a Él en todos nuestros semejantes, servirle y amarle. Ese era el sentir de Juan XXIII: un sentir que edifica y que une.

Junto al papa, venerando los restos de Pío X, cuando se traladaron

No estoy satisfecho conmigo mismo, y con toda seguridad tampoco lo estuvieron ni lo están muchos de los que cruzaron sus pasos con los míos.

Extiendo la mano y pido caridad como un mendigo, y a la espera de recibir el pan del perdón, recito el Padrenuestro en el umbral de las casas como hacían antiguamente los pobres.

A quien me pregunta en qué lugar se detienen con mayor serenidad mis recuerdos, le contesto: en la parroquia, en Venecia, entre los muchachos de Azione Cattolica, en Parma, entre los aviadores, y por doquier, en las horas silenciosas y solitarias.

Estoy descontento del servicio que presté a Juan XXIII a lo largo de una década, a pesar de mi dedicación y de mi devoción. Me corroe el remordimiento por no haber sido capaz de sacar el máximo partido de aquella cercanía, de no haber conseguido penetrar en el secreto de su pobreza de espíritu.

En su último y misterioso trecho del camino, él se merecía un colaborador más digno y culto, más preparado y equilibrado, y también más valiente. En efecto, no me reconozco en la exhortación de Pablo a su discípulo Timoteo, al que invitaba a permanecer firme sobre la roca de las Sagradas Escrituras, «a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Tim 3, 17). Al lado de Juan XXIII sí lo fueron Alfredo Cavagna, su confesor, y Angelo Dell’Acqua, sustituto en la Secretaría de Estado, dos eclesiásticos que están más allá de cualquier elogio.

Ahora, con plena lucidez, quisiera sentir cómo madura dentro de mí la decisión manifestada por Juan XXIII en su testamento: «Pido perdón a todos aquellos a quienes pudiera haber ofendido sin darme cuenta, a todos los que no he podido servir de ejemplo. Siento que no tengo nada que perdonar a nadie, porque a todos los que me conocieron y tuvieron alguna relación conmigo, aunque me ofendieran, o me despreciaran, o me tuvieran en poca estima, por otra parte con toda justicia, o hubieran sido motivo de aflicción para mí, no los reconozco más que como mis hermanos y benefactores, a los que estoy agradecido, y por los que rezo y rezaré siempre».

Me hace mucha compañía un pensamiento, no sabría decir si amargo o realista, de Hermann Hesse: «Cuando uno se ha hecho viejo y ha cumplido con su parte, la tarea que le corresponde es trabar amistad, en silencio, con la muerte; ya no necesita a los hombres, ya ha conocido bastantes». El ovillo de mi existencia se ha devanado entre dos acontecimientos fúnebres: la muerte de mi padre cuando yo tenía seis años, y la de mi madre cuando yo tenía sesenta y nueve. Dentro de ese espacio brilla el tránsito pentecostal de Juan XXIII. Por consiguiente, el ángel de la muerte está a mi lado desde siempre, y no es un esqueleto con una guadaña en la mano; es un rayo de luz que rasga las tinieblas. Mi hora no puede tardar. Pienso en ello todos los días, a veces con una pizca de melancolía, y me preparo para el juicio sin presunción ni temor. No soy tan insensato como para considerarme un justo. Conozco lo suficiente el balance final. Me repito a menudo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim, 4, 7). Tengo confianza en los destinos del planeta Tierra. Sigo alegando atenuantes a las faltas de la humanidad, no por inclinación al vituperado «buenismo», sino por deber de justicia atemperada por la misericordia. Al despedirme de mi querido lugar de retiro y de mis seres queridos, me lleno del enardecido amor de san Francisco por todas las criaturas: «Quisiera conduciros a todos al Paraíso »; y me reafirma en mi fe el credo de Juan XXIII: «Mi jornada terrenal llega a su fin. El Cristo vive y su Iglesia sigue adelante con su obra en el tiempo y en el espacio». Veo nítidamente la breve estancia de mis restos mortales sobre el suelo de la capilla doméstica de Ca’Maitino y su salmodiante recorrido hasta el soleado y desnudo cementerio de montaña; veo cómo desciende mi ataúd hasta la tierra desnuda, y oigo las voces de los asistentes diciéndome píamente adiós con el rostro surcado por las lágrimas y la sonrisa en los labios, conscientes de que todo es hermoso y nuevo bajo el resplandor del Resucitado: todo es gracia.

Santidad, cuando contemplo en la máscara mortuoria realizada por Giacomo Manzù vuestro semblante majestuoso y plácido, marcado por el sufrimiento; o bien cuando tengo entre mis manos alguno de vuestros libros, que hacían vuestro mayor placer; o vuestros epistolarios, o el Diario del alma; o mejor todavía, cuando vuelvo a veros y a hablar con vos en las horas de oración y de contemplación, algo se derrite dentro de mí. La melancolía (si la hay) desaparece. Las ansiedades se aplacan. Vuelve el valor. Florece la esperanza. Abro la Biblia y leo: «La sabiduría del hombre ilumina su rostro» (Ece 8, 1). Y dentro de mí surge el deseo de convertirme en discípulo de Cristo como vos, discípulo no vacilante ni dubitativo, sino decidido y constante; el deseo de imitaros cuando andabais descalzo siguiendo al divino Maestro; cuando arreglabais las redes a la orilla del lago, cuando remabais en la hora de la tormenta e ibais «sin alforja, ni pan, ni dinero» (Lc 9, 3) de aldea en aldea, «perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1, 1).

“Mis años con el Papa Juan XXIII” (La Esfera) saldrá a la venta el martes.

22 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    El asunto de rendirse a Dios sin condiciones ha creado una viva controversia. Pueda ser que la razón de fondo esté en que hayamos tocado una fibra muy sensible a la mentalidad más actual y tiene que ver con la cuestión de la relación del ser humano, creatura, con el Creador.
    Cuando descubríamos por el avance cultural que el mundo ideal de nuestra herencia griega, cifrado en lo espiritual, era una mera abstracción, sujeta a una entelequia: todo lo material es imperfecto por estar sujeto a cambio, y lo ideal tiene, como modelo, ser y existencia propias. Pronto pusimos a Dios en ése ámbito del pensamiento y contemplamos el sistema religioso gerenciado por los humanos como un arte de dominación,¿A qué viene someterse a aquello que nos esclaviza?
    Quienes participan en alguna medida de tales consideraciones creen entender que esto no es compatible con la enseñanza de Jesús, porque el Galileo nos mostró como nadie antes ni después, la grandeza  del ser humano, y cuánto había de artificial y de injustas en las relaciones humanas incluso dentro del hecho religioso. La Ley de Dios, o Ley de Moisés se mostraba insuficiente en su aplicación por cuanto en ello se menospreciaba o no se tenía en cuenta la grandeza en sí del ser humano.
    Quienes se mantienen en esta línea de argumentación no alcanza a ver otras dimensiones y entienden la Ley del Amor propuesta por Jesús como un asunto que se explica totalmente dentro de la simple relación humana.
    Luego viene el esfuerzo intelectual de explicar o descubrir más bien, al Jesús histórico, entendido como el Jesús real, el terrestre, un hombre como cualquier otro nacido de mujer y que murió, sin percatarse de que esta mirada se hace insuficiente, pues no lo abarca todo acerca de Jesús.
    Llegará el día en que los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad. Tales palabras llegaron al oído y el corazón de la mujer de Samaria sentada con Jesús junto al pozo de Jacob (era ese tipo de mujer que había roto con los convencionalismos) Jesús había venido con la misión de mostrarnos un nuevo tipo de relación con Dios. La ley del amor no era un asunto humano, de hombres y mujeres, de padres e hijos, de considerarnos en hermandad por vernos todos iguales, sino porque en Dios había una voluntad amorosa hacia sus creaturas, todas hijas de Adán, hijas de un m ismo y único Padre.
    entre los seres humanos no puede haber relación  alguna de dominación, porque no existe un  Dios, que está allí fuera con poder y que reclama sometimiento, sino un Padre amoroso con un plan, un designio de Salvación
    Y con Jesús, Dios, el Padre de Jesús y de todos los humanos, nos comunica su vida.
    Cuando se ama hasta lo más hondo uno sabe que no hay amor sin rendición. Ahora ya podemos decir sin miedo a equivocarnos que Dios nos pertenece, es propiedad nuestra,
    porque Jesús nos lo ha dado.

  • George R Porta

    El lenguaje de una época y sobre todo, como en el caso de Ignacio, sin habelo pulido en el estudio y el saber tiene siempre un enorme cantidad de equívoco, vale decir de libertad. Después con el tiempo, aprendiendo de la experiencia y de los libros y sobre todo del trato con la gente, el lenguja es reducido para ser aún equívoco pero menos, mucho menos como en el caso de Ignacio.
    no es posible saber qué pensaría o diría Ignacio de la presencia de Marcial Maciel en la “corte” de Juan Pablo II o del maltrato de éste a su General Arrupe por haber defendido la opción de los pobres y la opción de algunos de sus jesuitas por la teología de la Liberación…
     
    Tampoco es fácil saber qué hubiera comentado de su idea de que los jesuitas no aceptasen cargos honoríficos, ni siquiera el episcopado…
     
    Una cosa es cierta frente a la Eucaristía se le saltaban las lágrimas y frecuentemente subió al terrado de su estancia de Roma solamente para admirar el cielo estrellado y callar, añorando no bajar a la fosa a escarbar sino acabar de encontrar el Absoluto y nunco contó sus pensamientos o sus sentimientos…
     
    La mentalidad de hacernos perdonar hasta el pan que damos que tan extraordinariamente describió Vicente de Paul no estaba fundada en ser malos (Ignacio y Vicentes ambos creían en ser creados y por lo tanto esencialmente buenos, por eso trataban de salvar cada uno a su modo la proposición del contrario) sino en que si hay algo que dar es porque sobra y si sobra algo la “sobranza” es injusta y porque nunca debió faltar en ningún lugar la sopa que nos sobra para dar.
     
    Por lo demás Loris Capovilla ni Juan XXIII creían, al parecer, en que la “obra” de Jesucristo, la de completar o perfeccionar la fe bastase para enderezar el Mundo en su dirección y re-ponerlo sobre su trayectoria original. Menudo pesimismo! Quizás haya una lección de humildad encerrada en proclamar la santidad de JPII y la de Juan XXIII el mismo día.
     
    No sé si Capovilla y Dziwicz hayan sido el mismo tipo de secretario, me refiero al inmenso atrevimiento del segundo de ocultar cosas de Estado y de naturaleza criminal al Papa que servían, pero de cualquier modo, sigo pensando que ya hubo bastante en la oportunidad de laborar junto al Papa que cada uno tuvo tan cerca. No veo la necesidad de además darles tanta importancia personal solamente por ello.

  • Santiago

    Es extraordinario el testimonio de Loris Capovilla….Sin duda, el representa el legado verdadero de Juan XXIII…Fiel discipulo del maestro logra captar el sentido eclesial de amor a la Iglesia y la profunda humildad del Papa Roncalli….
    El que ha leído el Diario del Alma se dará cuenta de la aguda y recia santidad de Giovanni Roncalli…y sobre todo de la práctica de la virtud que constituyó el esfuerzo de toda una vida….

    Mons. Loris, en lo que es casi una despedida, y un testamento, nos da una zambullida en el espíritu y nos invita a reflexionar -como Ignacio de Loyola- ante la muerte que el piensa ya muy cercana y  que todos nosotros tenemos presente -de alguna manera- especialmente en los que estamos ya ante la madurez de los años y Loris como Ignacio nos lleva hasta nuestra propia tumba cuando dice: “veo mi ataúd bajar hacia la tierra desnuda”….y todavía mas porque nosotros podemos imaginarnos volver, en unos años, a escarbar la tierra de nuestra fosa, donde veremos sin duda lo que queda de nosotros….y entonces “reflexionar”….. “y en la soledad de la tumba, en el olvido de las criaturas, apreciar en su JUSTO valor la vanidad de los aplausos, la vaciedad de las riquezas, la futilidad de los deleites”…

    Pero para el que ha vivido en la humildad de Cristo, la muerte no es mas que un tránsito en la esperanza del Resucitado puesto que “todo es gracia”…”La melancolía, la ansiedad desaparecen”….”Vuelve el valor”, florece pues no solo la esperanza sino la fe….La fe vivida….hasta el final…

    Un saludo cordial de Santiago Hernández   

  • George R Porta

    El sentirse pecador no es un pensamiento humilde. Nadie debe sorprenderse de equivorcarse of de ser capaz de bajezas o de ser capaz de infligir el mal. Ofender a Dios es aún más grandioso, utilizando la mentalidad moral vigente en la época de Anselmo de Canterbury según la cual la gravedad de la falta era directamente proporcional a la dignidad del ofendido. Así matar a uno de aquellos los más pobrecitos de Jesús no constituía crimen tan grave como ofender de palabra al Rey.
     
    Tampoco revela humildad sorprenderse de hacer el bien. De cualquier modo juzgar-se no es compatible con el seguimiento de Jesús. Quien le siga solamente tiene que hacer el bien que pueda, lo mejor que pueda, cada vez que pueda y en todo lo demás confiar esperanzadamente.
     
    Todo esto de rendirse a Jesús es lenguaje que parece emerger de la culpa y comparar las ofensas infligidas a Jesús durante su martirio según lo cuentan los evangelios con la leyenda del pecado original que no es un hecho con la misma probabilidad de ser histórico es realmente extraño.
     
    Quien cometa habitualmente actos maléficos obviamente encontrará más dificultad en salirse de ese mal hábito, pero al vivir en contra de la natural tendencia al placer, la bondad, la belleza, revela un cierto grado de patología o distorsión que no encuentra explicación posible. Tampoco se trata de que sea lo mejor que un Dios pudiera crear porque queda por demostrar que la realidad sea creada.
     
    Hay ciertamente posibilidad de encontrar la paz interior por la sola via de intentar hacer el bien. Especular acerca del seguimiento de Jesús en términos teóricos es un buen entretenimiento, pero  no equivale a hacer el bien, es quedarse en sí mismo. No es hacer mal, pero ciertamente no es hacer bien. Como propuso Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach: ” Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” y en ese sentido es aplicable al teorizar sobre lo que hay que hacer para “pasar” de hablar acerca de Jesús para empeñarse en hacer lo que los evangelios dicen que quiso que fuese hecho por quienes le siguieran.
     

  • Juanel

     
    En este hilo me encuentro mucho más de acuerdo con lo que dicen Óscar y Pepe Sala (de quien echo de menos sus ateos comentarios) que con respecto a los demás contertulios. A mí el rendirse, el someterse, me suena a renuncia a esclavitud, incluso si se trata de una persona como Jesús de Nazaret, que para mí es plenitud humana y por tanto también divina, y que ocupa el lugar central el punto de referencia de mi vida, incluso podría añadir que le quiero y le amo. Pero yo no me siento obligado a rendirme ante él a renunciar a mí mismo por ello, como tampoco me siento obligado a rendirme con respecto al amor intenso y de los buenos que le tengo a mi mujer y en aumento tras más de 40 años de relaciones. Valoro en gran medida mi persona y mi individualidad. Entiendo que mi mujer quiere que yo sea como soy yo y no que me rinda ante ella e intente imitarla. Lo mismo con Jesús. Un amor incondicional suena muy bien pero no es un amor de los buenos, de los de verdad. Mi amor por mi mujer y por Jesús tiene necesariamente condiciones, que asumo en libertad y responsabilidad para hacerlo crecer, y es un placer y una gozada asumirlas, teniendo en cuenta las circunstancias personales y de entorno en el que vivimos.
     
     
    Si rendirse a Jesús significa quitar las resistencias que oponemos a acercarnos a él y a seguirle, pues el término rendirse me parece poco apropiado puesto que entiendo que para hacerlo se necesita coraje, lucha, esfuerzo, para lograr lo que queremos y hemos decidido, lo contrario a rendirse. No se trata de una entrega, de un abandono al cobijo de sus brazos esperando pasivamente que nos caiga de lo alto la gracia, sino que estemos en el empeño activo, dispuestos a lo que sea para conseguirlo. Las gracias, el sentirnos acogidos en sus brazos vendrá después si viene. ¿Qué diría mi mujer si mi amor por ella se expresara solamente en rendirme en sus brazos, y en hacer lo que me diga sumisamente como un corderito? ¿Cuánto tiempo tardaría en decirme, bueno ya está bien por favor haz algo, puedes hacer algo por ti mismo sin esperar a que yo te lo diga?

  • ¡Qué linces, que agudos, que tíos/as! Veo en el gran círculo, ámbito, de Atrio, gente muy superpensantes, superleídas y buena gente al mismo tiempo. Es que no paro de aprender y con sosiego. Gracias a todos/as.

  • George R Porta

    Entresaco este párrafo del epílogo de Capovilla: “A ello me incita Juan XXIII en una reflexión suya de 1945, cuando tenía sesenta y cuatro años, treinta y tantos años menos de los que tengo yo ahora: «No debo esconderme la verdad: decididamente, voy camino de la vejez. El espíritu se rebela y protesta, sintiéndome todavía tan joven, ligero, ágil y fresco. Pero basta que me mire al espejo para llenarme de confusión. Es la estación de la madurez; debo, pues, producir más y mejor, pensando que quizá el tiempo que tengo concedido para vivir es breve, y que me encuentro ya cerca de las puestas de la eternidad». (Énfasis mío)
     
    He aquí algo escrito en intimidad para no ser leído por ojos ajenos pero que ahora ya está en el espacio abierto. Está escrito por alguien que seguramente estaba preocupado con su propia “salvación” con la mentalidad de premio o castigo, que es típica de su época y de su formación, de un clérigo y de alguien formado en la mentalidad temerosa del dios justiciero que tiene tan poco que ver con Jesús.
     
    Parece que sea desde esa mentalidad que Juan XXIII se llama a sí mismo al cambio, a dejar de esconderse su propia verdad. No le llama Jesús. No le llama el Evangelio. Le llama su propio sentido de falibilidad, de culpabilidad por haber estado perdiendo el tiempo, de sorprenderse con que el final pueda no estar lejano, como si morir tuviera que ser una experiencia de miedo y eso a los 65 años de edad cuando ya han transcurrido dos terceras partes de cualquier vida aún con los expectativas de longevidad actuales que en 1945 eran menores para el común de los mortales.
     
    Ese no es el “paso” que pide Jesús en su proyecto, no importa la edad: De un modo de vida a otro, de construir un mundo lleno de “individuos”, cada uno a su aire y en su propio proyecto a otro mundo en el que el motor sea la solidaridad, el servicio a los demás, el unir las fuerzas, juntar los hombros…en el aquí y ahora y el mañana no ha de ser preocupación…porque lo demás vendrá dado por añadidura (Mateo 6, 33).
     
    Este “rendirse” de Capovilla sugiere la preocupación por el propio futuro, la “soteriología” individualista tradicional y la saca de la preocupación de Juan XXIII por su encuentro individual con el Dios que imaginaba, fuera este dios el que fuere, pero no ciertamente el “Abba” de Jesús.
     
    ¿Qué tiene ese que ver todo eso con el Jesús retratado en Marcos?
     
     
    La preocupación con el producto final no es lo que mueve al Jesús “Marcano”, sino el modo de la participación en el proyecto y la naturaleza del proyecto mismo, es la experiencia del proyecto más que el producto final. No es necesario que alguna de las generaciones vea el proyecto terminado, pero es necesario que todas participen de él y entonces quizás ocurra la utópica “segunda venida” que describe tan tremendamente el Apocalipsis.

  • George R Porta

    Quizás ponga mucho énfasis en las palabras pero la utopía, por definición aunque pertenece al dominio de las esperanzas, constituye una esperanza irrealizable, demasiado imposible, más que imaginaria.
    Por otra parte es cierto que solamente abajándose de los sueños y las ambiciones egoicas es posible acercarse al plan o al proyecto a los deseos del Jesús de echar a andar el proyecto de un mundo diferente, no nuevo. Ya en este mundo hay bien (por eso no viene a abolir la Ley) sino a cumplirla y perfeccionarla (completarla).
     
    En ese sentido no se puede menos que ponerse a la altura del oprimido y arrimar el hombro para levantar la viga que le mantiene aplastado sumándose al esfuerzo que ya el mismo oprimido haga, sin reemplazarle.
     
    La mentalidad del rendirse a Jesús con o sin condiciones implica un salirse del camino para tomar uno nuevo y de lo que se trata es de seguir el mismo camino de modo distinto.  “El Paso” que hay que dar es el modo de vivir no es la vida.

  • oscar varela

    Hola EQUIPO ATRIO (A.D., en este caso al menos)!

    Te leo:

    – “ese movimiento de fe que funda una utopía o esperanza
     no es demostrable ni menos imponible”-
    …………………

    Como pensás decir algo al respecto cuando se te de un poquito de tiempo,
    te pediría, si podés, decir algo en torno a:

    1.- ¿Por qué ese movimiento de fe de El Galileo funda una “utopía“?

    2.- Ni “demostrable” ni “imponible” ¿Podrá ser suficiente y lo más adecuado a la praxis humana que sea “mostrable“? (pienso en las “5 fotografías de la fe” de Salvador Santos)

    Gracias y ¡Vamos todavía! – Oscar.

  • Antonio Vicedo

    Perdonad. Se ha cortado esto que considero importante:
     
     
    Y Claro, como nuestra vida terrena no se puede, ni se debe limitar a esos momentos y vivencias, al volver a abrir la puerta del aposento, esa misma mater-paternidad vuelve a ser la relacional con tod*s sus hij*s  con quienes hay que decir PADRE acompañado del NUESTRO, espléndido resumen de la mejor e indispensable Teología y Praxis Evangélica coherente, por humanas.
    Gracias.

  • Antonio Vicedo

    Repetidas veces he reflexionado sobre las dos palabras con las que Jesús expresaba el mismo concepto sobre Aquel de quien dependía como humano el PADRE usado cuando explicaba la relación suya, de los demás y aún de las cosas, y el ABBÁ usado y recomendado en y para esa relación íntima de cada uno de nuestro yo con el Dios en quien , como dira Pablo, vivimos, nos movemos y existimos.
     
    Y a la conclusión que he llegado es que en nuestras relaciones  mutuas entre humanos, sin marginar, al menos intencionalmente la correlación fraterna por filial común, está mejor usar el concepto PADRE ya cargado de contenido relacional, asumido conscientemente y, por lo mismo, arropado por nuestra libre responsabilidad.
     
    En cambio el ABBÁ, además usado en la intimidad del aposento con puerta cerrada, expresa mejor aquella vivencia totalmente dependiente  del MA…MÁ-PA…PÁ del que no tenemos más conciencia que una, como instintiva dependencia por la que todo nuestro ser y vivencia estan en el regazo amoroso de Él. Esa invocación, dado que llegue incluso a ser tal, constituye en sí misma el mayor grado de oración o contemplación dialógica, Es el gozo de sentirse completamente abandonado vitalmente en su Amor, sin recurso a la preocupación de propias necesidades, pues es Él quien se adelanta a satisfacerlas, porque sabe que las necesitamos y nos ama.
     
    Algo parecido, pero a gran distancia, de lo que fueron nuestras vivencias de bebés con nuestr*  madre-padre humanos, pues ahora,  provocamos esa vivencia desde un altísimo grado de confiada conciencia  y racionalidad de nuestra humanidad individual y universal.

  • h.cadarso

       Ninguna persona, ningún ser humano deja de ser digno de todos mis respetos por más disparates y maldades que cometa. Jamás me sentiré por encima de ningún otro ser humano. Ni por debajo.
       Es algo de lo que Jesús nos ha enseñado. Y que no todos hemos aprendido.
       Por supuesto que condenaré todos los errores y malas acciones que yo crea obligado condenar. Pero de ahí a no respetar a las personas que los cometen hay una distancia que intentaré no recorrer nunca.
        No todos tenemos el mismo lenguaje, las mismas palabras tienen un significado diferente según quién las dice. Y a lo mejor los que dicen que se niegan a rendirse y someterse a nadie, están diciendo lo mismo que ese otro que dice que se somete y rinde a Jesús de Nazaret. A los unos y a los otros, “por sus obras los conoceréis”. Y no por sus palabras…que se las lleva el viento y no dejan huella.

  • Román Díaz Ayala

    Cuando el discurso propio no encaja o es cuestionado por el discurso ajeno, automáticamente me pregunto por sus causas.  Obviada las cuestiones personales, por cuanto quienes llevamos varios meses interviniendo en este medio somos personas de sobra conocidas, y que existe el reflejo de las complicidades de los sentimientos y el lenguaje (cada cual con su manera personal de expresarse) sólo me quedan dos posibles razones.
    El alto nivel intelectual de Atrio y sus intervinientes, porque en esas capacidades la mediocridad de quien así escribe y se manifiesta es patentes. No he cultivado el oficio de pensar por cuanto he pertenecido a la clase trabajadora sufriendo todos los avatares del mundo del trabajo. Y el nivel académico ha sido el justo para el desempeño de mis actividades. Huyo de la confrontación, pues soy un intruso esas lides de la erudición, y porque exponer es compartir, y aceptar es compartir en el asentimiento, de quienes lógicamente tienen mucho que enseñarme.
    Pero yo vengo notando que estas cuestiones previas no explican del todo la realidad y que muy por encima  de los niveles académicos subsisten de forma resistentes cuestiones de mentalidad. ¿Es por la época que nos ha tocado vivir, o porque arrastramos cuestiones no resueltas en siglos pasados? ¿Es manifestación constante de nuestra condición humana?
    El ser  humano hoy se siente dueño de su propio destino. Estas palabras han sido escrita hace pocos días en uno de estos posts. Y cosas parecidas escuchamos a nuestro alrededor, toda confluyendo a un sentido de madurez, al sentimiendo de que hemos ganado una autonomía de la que no estamos dispuestos a renunciar. Alguien me dijo que eso principió por la filosofía cuando después del Renacimiento se preparaba la Ilustración y la gente europea se consideraba haber llegado a la adultez de una civilización que no tenía retorno a formas del pasado. ¿En qué Dios creer, si yo soy el dueño, la dueña, de mi propia existencia?
    Hemos perdido la edad de la inocencia, y nos arropa la incertidumbre, el miedo al sentido de la propia existencia, y nos refugiamos en la razón y la memoria, que den explicación de nuestro ser, y sin lo cual no somos nada. Pero Dios nos espera en nuestro camino de vuelta  de esa inocencia perdida, porque de sus manos hemos salido y su amor nos arropa.
    Por eso yo hablo  de incondicionalidad en la entrega, que es fuente de realización personal, fuente de vida. Y Dios es fiel y Jesús es el Testigo Fiel.
     

  • Equipo Atrio

    Decir solo esta noche de domingo que me han resultado de sumo interés las referencias hechas a la expresión “rendirse a Jesús sin condiciones”. Reconozco que yo la entresaqué para titular el epílogo vital de Loris Capovilla.

    Sigo de acuerdo con ella. Pero no puedo hoy intentar exponer cómo para mí no representa un principio de heteronomía sino la más auténtica autonomía: lo más auténticamente humano que hay en mí no es de mi propiedad exclusiva y me supera sin dejar ser mío. Otro día expondré cómo lo entiendo pues es la esencia del pensamiento de Marcel Légaut sobre el único movimiento de fe (y esperanza) en mí mismo, en el otro y en Dios, tal como El Galileo enseñó que lo vivía él mismo. Pero claro, ese movimiento de fe que funda una utopía o esperanza no es demostrable ni menos imponible, no se da sólo en cristianos, pero sí, a veces, se da en cristianos, aunque sean viejos clérigos como Loris Capovilla.

  • oscar varela

    Hola!

    Ya que estamos en el Baile …¿bailamos?

    Lo dicho acerca de la vida humana como Yo-circunstancia
    y teniendo en cuenta la “in-trasferibilidad” de “lo qe está al-rededor mío” (circunstancia)
    es aplicable a la im-posibilidad de la “re-encarnación” y de la “clonación” de la “vida humana” (no del “ser humano”, que es solo un “in-grediente” (abstracto/abstraído, y co-implicado, de y en esa vida humana) ¿me explico?

    ¡Voy todavía! – Oscar

  • oscar varela

    Hola Román!

    ¿Necesitás que te repita cuál es para mí mi coherencia?

    Fotocopio mi final anterior:

    – “Pienso que a quien me debo rendir sin condiciones es a aceptar la vida que me ha sido dada y ”¡Seguirla yendo!”.

    Cualquiera, tú mismo, conocerás personas plenamente coherentes sin que tengan nada que ver con el Galileo-Jesús ¿o no?
    …………………………….

    Te explico el porqué de mi afirmación:

    En la vida de cada cual hay la posibilidad de muchas, muchísimas, “condiciones”.
    La vida esta “condicionada“, precisamente, por lo que a cada uno le pasa y hace en “su” circunstancia.

    Decir “circunstancia” es decir “lo-que-me-condiciona”; im-pone los límites al yo-personaje.
    (No hay “rol” o personaje sin en un Escenario donde se de actúa un Argumento.)

    Nadie, sin embargo y por eso “puede hacer la vida de otro y/o por el otro”, por más que se lo ame.
    Precisamente en eso consite el espejismo de la ilusión o falso amor que tú dices.

    Solo el Galileo-Jesús pudo y tuvo que rendir-se sin condiciones a el Galileo-Jesús. ¿Lo logró? ¡Ok!

    En ese “rendirse ante sí mismo” está la “ejemplaridad”; no en rendirse a una vida “ajena”, engañándose de hacer de ella la propia.

    Desertar de “mi-circunstancia” es una forma, la más sutil y grave, de desertar de la vida.

    ¿Te servirá?

    Abrazo – Oscar.

  • George R Porta

    La dificultad de la palabra rendirse que en italiano sé exactamente cuál fuera la empleada por el autor supone el Señoría de Jesús que es una atribución equívoca según los evangelios.
     
    Todo apunta a que Jesús, precisamente no quisiera o buscara ser Señor de ningún Reino. Sobre todo teniendo en cuenta que la monarquía en la mentalidad hebrea apuntaba a la constitución de la identidad nacional contra el trasfondo de los amenazantes y mucho mayores reinos que le rodeaban y a su vez, la unidad de nación o raza que respondía a la idea abrahámica de ser diferentes, típicos, propios y apropiados por el Dio único de la tradición desde el Patriarca hasta Jesús a pesar de todas y precisamente por todas las viscisitudes vividas por el pueblo judío, algunas auto infligidas.
     
    La idea de Reino escuchada 20 siglos después no es igual. El Rey de este reino es un Servidor. Con todo la mentalidad de Capovilla es la de clérigo formado al estido de su mundo y es comprensible y hasta conmueve por lo que quiere decir, que es docilidad al avance del tiempo, al saber que en poco tiempo será sobrecogido por la muerte y el poder hacerlo sencillamente. El título honorario en la mentalidad clerical no se rehusa pero es muy probable que este anciano ya no lo estime como premio honorífico, sino como cambio de aires, de pasar del olvido de su ex-jefe a cuya sombra no se le podía mirar a entrar en el reflejo que el reconocimiento de Juan XXIII arroje sobre él, con sus brillos y sus sombras.
     

  • Román Díaz Ayala

    apreciado Oscar,
    coherencia hayla cuando  se llega al otro extremo de la cosa guardando toda relación o enlace, cuando acontece en actitudes y comportamiento aquello para lo cual se estaba  designado.
    lo más coherente es que la rendición a Jesús sea sin condiciones, tan efectiva y radical, que merezca ser llamada rendición, de lo contrario es la acostumbrada pantomima de la vida.
    quien ama no puede reservarse nada para sí mismo/a, porque de resultas vivimos la ilusión, estaremos en un falso amor.
    El tema de Jesús son asuntos del corazón. El asi lo planteó. y por eso su fe en él, es tan radical.Nos arranca la raíz de nosotros mismos, para plantar el amor de su Padre.
     

  • pepe sala

    A veces es muy difícil permanecer callado ante tanta parafernalia religiosa.
     
    Lo habían pensado antes de que Oscar lo escribiese, pero me resulta cada vez más difícil dar mi propia opinión en ATRIO.
     
    Dice Oscar: “” En cuanto al slogan “rendirse a Jesús sin condiciones” no me parece nada afortunado.””
     
    Yo había pensado que si alguien  ( sea dios, sea hijo de dios o sea la esposa de dios…) basa su vida en reclamar RENDICION- SOMETIMIENTO a alguien, ése personaje deja de tener mi respetos en cualquier área de la vida.
     
    Me da exactamente igual que las exigencias de rendición provengan de un supuesto dios, de un marido, de un general del ejército o de un cura del pueblo más remoto. Supongo innecesario aclarar que el argumento sirve para los Papas del Vaticano, los Obispos fascistas y los moderadores de los foros de internet.
     
    Pues éso…

  • oscar varela

    Hola!
     
    El “viejito” en su “confesión” de estar más cerca del “ARPA” que de la “GUITARRA” es coherente.
     
    Yo, también “viejito”, no prefiero ese tipo de co-herencias, las de mirar p’atrás en torno a los “perdones“.
     
    En cuanto al slogan “rendirse a Jesús sin condiciones” no me parece nada afortunado.
     
    Pienso que a quien me debo rendir sin condiciones es a aceptar la vida que me ha sido dada y “¡Seguirla yendo!” – Oscar.

  • George R Porta

    Agradezco este posting. No es frecuente leer la humildad como sinceridad y franqueza sin trazas de defensividad o afán de justificación, gran desnudez, y sobre todo sin miedo a la incertidumbre a pesar de todo lo que se confiese creer. Es realmente bueno poder tener este texto a la vista.

  • Román Díaz Ayala

    Si alguien pregunta ahora, después de haber leído este hermoso epílogo: ¿Qué es la fe? y ¿Cómo obtenerla o recuperarla?,
    le diría, que la fe camina a tu lado, está en tí y en todo lo que habita a tu alrededor, es Jesús, que espera paciente a que te rindas a él, y si la has perdido barre muy bien tu casa hasta que des con ella, pues es moneda de gran precio, y que permanece escondida, disimulada, entre tantas monedas devaluadas que manejas de continuo.