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Laicidad, o derecho a poder pensar

logoA pesar de las buenas sensaciones difundidas por los gestos de sencillez y pluralismo del papa Francisco (el último su reunión con rabinos) en España arrecia el clericalismo y la denuncia contra la inquisición laica (!). Por eso es necesario acudir al buen sentido de Coral Bravo que nos recuerda en qué consiste la laicidad, ineludible si se quiere verdadera democracia.

Laicismo, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa “Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”, aunque la palabra “doctrina” sobra. En resumen, las personas y organizaciones laicistas no son contrarias a ninguna creencia religiosa, por surrealista que sea, sino que defienden simplemente la no injerencia de esas creencias en las instituciones del Estado. Porque el Estado está, desde un punto de vista democrático, obligado a mantener la neutralidad ideológica para velar por la convivencia pacífica, en el pluralismo, de todos los ciudadanos, sin excepción. Es de lógica de Perogrullo entender que sin laicismo es imposible que exista una verdadera democracia. Porque lo contrario al laicismo es el confesionalismo, es decir, el sometimiento del Estado a una determinada confesión religiosa (dogmática e irracional) que vela únicamente por los sectarios intereses propios, negando la diversidad e imponiendo el pensamiento único correspondiente. No hay más que recordar el franquismo, o la situación que se está viviendo en la España actual.

En España las palabras “laicidad” y “laicismo” han estado vetadas y difamadas, de manera inconcebible, aunque entendible, a lo largo de la historia. A excepción de los años de la II República, que se instauró como una democracia laica y defendió, mientras pudo, la independencia del Estado respecto de la religión, estos conceptos han sido siempre grandes desconocidos para los españoles. Incluso a día de hoy un importante sector de la población española desconoce si quiera el significado de ese término, y no llega a calibrar el importante componente político de las Iglesias. Se trata de desconocimiento, simplemente; desconocimiento alentado por las propias instituciones eclesiales, que nunca han permitido, y siguen sin querer permitir, el pluralismo ni la libertad de pensamiento y de creencias.

Es evidente que los sectores eclesiales llevan años en campaña difamatoria contra la laicidad. Manipulan el lenguaje para desprestigiar el término “laicismo” y a las personas u organizaciones que le defienden. Hablan de “laicismo positivo” para establecer una dicotomía inexistente, dando por hecho que existe un “laicismo negativo”; o hablan de una “ofensiva laicista”, cuando los laicistas no atacan a nadie, al contrario, se defienden del confesionalismo y de sus embestidas que atentan contra los derechos humanos fundamentales, por más que muchos ciudadanos vivan ajenos a ellas.

La última embestida verbal la ha emitido el portavoz de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, quien ha despotricado contra la Organización de las Naciones Unidas por su informe sobre la pederastia amparada por la Iglesia. En esas declaraciones, el secretario general de los obispos españoles ha manifestado que las críticas de la ONU forman parte de “una inquisición laica” con unos “dogmas ideológicos” que pretenden extender por el mundo. Y se quedó tan fresco; como si no supiéramos que la Inquisición fue una terrorífica institución de la Iglesia católica que se dedicó, durante muchos siglos, a matar a quienes no profesaban sus creencias o a quienes, como los científicos o los librepensadores, les molestaban; y como si no supiéramos que dogma significa “verdad revelada e indemostrable, ajena a la razón”, justamente lo que sostiene ideológicamente no sólo a la religión católica, sino a todas las religiones, inhibiendo de manera sistemática la libertad y el pensamiento racional y libre. La pederastia encubierta es, en cambio, un hecho probado y demostrado, sufrido por muchos miles de personas, no sólo en España, sino en todos los países donde el catolicismo está implantado.

En las antípodas de tanta sinrazón, se acaba de celebrar en Paris, el pasado sábado día 8 de febrero, un encuentro nacional entre políticos y politólogos franceses que, convocado por CLR (Comité Laïcité Republique), ha pretendido ser un espacio de discusión sobre la importancia de la laicidad en todos los ámbitos de la sociedad francesa: en la educación, en la política y en todos los aspectos que promueven el afianzamiento de la democracia del país. Y es que Francia es el referente de país laico. Tienen una ley, la llamada Ley de 1905, que garantiza la separación de Iglesias y Estado. En Francia se habla de laicismo, se defiende a capa y espada, es el gran baluarte de la República, y se sabe necesario para el progreso, la educación y la evolución democrática y ética de la sociedad. En España, como vemos, estamos a años luz.

Dice el filósofo y profesor inglés Anthony Grayling, en su libro The god argument (El argumento de dios): “Los apologistas de la religión se quejan de que los ateos y secularistas son agresivos en sus críticas. Yo siempre les digo: cuando ustedes tenían el poder ustedes no debatían con nosotros, sino que nos quemaban en las hogueras. Ahora lo que nosotros hacemos es presentarles algunos argumentos y algunas preguntas difíciles de responder, y ustedes se quejan”. Porque, en definitiva, como expresa uno de los lemas del CLR, “la laïcité n’est pas une opinion, c’est la liberté d’en avoir une”. La laicidad no es una opinión, sino la libertad para poder tenerla.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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8 comentarios

  • David

    Pienso que la autocrítica en el Vaticano sólo se queda dentro de su recinto, que hay dos formas de actuar distintas, una hacia dentro que es la autentica, y otra hacia fuera que es más propagandística. De ahí que no sean creíbles las manifestaciones del Papa Francisco. Es mi opinión subjetiva.

  • David

    Los desencuentros entre la ONU y el Vaticano son en cierta medida lógicos. Parece extraño que un Estado que firmó los estatutos de la convención en 1990, alegue, cuando se le hacen recomendaciones por una mayor trasparencia sobre su política en los casos de pederastia, “la naturaleza específica de la Santa Sede”, que según el Vaticano es  “una realidad diferente a la del resto de los Estados”, y por otro lado consideren al organismo internacional de una instancia sin autoridad moral que no defiende a los niños refiriendo al aborto.

    Si el papa Francisco calificó a la pedofilia clerical como «¡la vergüenza de la Iglesia!»; deberá pasar  a los hechos.

  • olga Larrazabal

    La religión debiera ser una fuente de alegría y consuelo, una luz en tiempo de oscuridad, pero pero por lo que veo, en España es una fuente permanente de opresión mental que causa
    dolor de estómago y desazón hasta en los que no vivimos allá.

  • h.cadarso

    No sé si en este caso son precisamente las religiones las que deben tener más interés en apoyar y promover el laicismo. No hay religión posible si no hay previamente una libertad para adherirse a ella; desde el momento en que una religión se impone “por narices”, deja de ser una religión y se escora peligrosamente a un fascismo encubierto. No son los laicistas los que más necesitan de regímenes políticos inspirados en el laicismo, son las religiones. Al menos creo que Jesús de Nazaret era de esta opinión…

  • George R Porta

    Es extraordinario que se siga hablando de democracia prescindiendo del calificativo “representativa” que precisamente invalida el sentido original de la raíz “demos”. Estos representantes siempre tratarán de incluir alguna forma de confesionalidad, la propia al menos, y por lo tanto siempre van a impedir la licidad.
     
    La hegemonía ideológica de cualquier clase de totalitarismo de derecha o de izquierda impone sus propia religiosidad civil y divide y al dividir distrae y esa distracción es la circunstancia que permite y facilita la injusticia en la distribución de los bienes, las riquezas.
     
    No hay opciones mientras la misma base de la sociedad no cambie su estilo de vida y convierta sus valores, su ethos. Tiene que pasar de mirar hacia arriba pensando y sintiendo que lo natural es ser rico, para mirar horizontalmente y hacia abajo y pensar y sentir que lo natural es que todo el mundo viva con suficiente decoro y dignidad aunque no se pueda tener siempre todo y de todo. La mentalidad consumista y de gratificación inmediata no es natural sino aprendida, artificial.
     
    Los jóvenes tienen que aprender a ser mercados autónomos es decir tienen que aprender a comprar lo que necesitan y no lo que es de moda. La necesidad de identificarse con la generación propia requiere el cambio previo de actitud generacional. La solidaridad tiene que sustituir al individualismo y en ese sentido la religiosidad opera en favor de la mentalidad consumista. Se practica la caridad para salvarse pero aún la misma caridad que se practica es ilegítima porque se da porque se tiene en exceso y tener excesivamente es en sí mismo injusto, ilegítimo. De ahí la conexión entre confesionalidad y política y economía.
     
    Si la confesionalidad liberara de la opresión del consumismo y de la ideología ética individualista fuera innecesaria y hasta contraproducente la laicidad. Ësta solamente se convierte en dañina cuando distrae éticamente al individuo y a las masas de la solidaridad con quien sufre a la preocupación por sí  mismo o misma t empuja en la dirección del “pensamiento mágico” alienante que depende de la salvación divina.
     
    Puede que haya Dios y puede que haya ida después de la muerte. Ambas cosas son irrelevantes si la ética individual no hace cambiar la ética colectiva de la individualidad a la solidaridad, del consumismo y la satisfacción inmediata a la solidaridad y la colaboración del bien común, la cooperación en la instauración de la justicia. Diera lo mismo si esa fuera la confesionalidad que inspirara la gobernanza y si esa fuera la ética de los gobernantes.
     
    Hasta ahora eso no ha pasado de ser Utopía.
     
     

  • David

    Yo ampliaría el laicismo al ámbito político. La sociedad civil necesita un espacio público de participación individual como colectiva en donde impere la neutralidad  política y religiosa. La aspiración laica es conquistar ese espacio en donde las reglas democráticas impidan los monopolios ideológicos y dogmáticos, dentro de los principios democráticos de tolerancia y libertad.

  • George R Porta

    Con el perdón de la Dra. Bravo permítaseme aclarar que la palabra “doctrina” no sobra en la definición del DRAE. Debiera decirse laicidad. He aquí lo que dice el DRAE al respecto: “laicidad. 1. f. Condición de laico. 2. f. Principio de separación de la sociedad civil y de la sociedad religiosa.
     
    Además “confesionalismo” no es palabra registrada en el DRAE. Confesional si lo es. He aquí lo que dice el DRAE al respecto: “confesional. 1. adj. Perteneciente o relativo a una confesión religiosa. U. t. c. s. 2. m. ant. Confesionario (‖tratado en que se dan reglas para confesarse).”
     
    Pero a lo esencial: La confesionalidad sincera o hipócrita de los políticos es la causa de que la gobernanza de un país sea confesional o no, incluso cuando se trate de políticos que se autodenominen ateos, anti-religiosos  o irreligiosos.
     
    Cualquier gobierno que se preciara de constitucional en un país cuya Constitución no sea confesional tuviera que garantizar la libertad confesional de los ciudadanos incluso cuando se trate de ciudadanos irreligiosos o increyentes y sus políticos se abstendrían de cualquier injerencia confesional en el desempeño de sus funciones. Eso no se ha dado nunca en la historia de Occidente.
     
    Las jerarquías eclesiásticas, católicas o de cualquier clase opinan porque hay quien las toma en cuenta y porque compran el espacio mediático. Si no tuviesen dinero no pudieran hacerlo. La jerarquía sirve a un cierto orden político o social del cual depende. Lo natural es que defiendan a ese orden aunque sea injusto. Es una cuestión de sobrevivencia. Los políticos sirven a quienes pagan sus campañas para poder ser elegidos múltiples veces. Es lo mismo una cuestión de sobrevivencia.
     
    Los electores tienen el poder de no votar y de sabotear al Estado pero no lo hacen, en última instancia porque creen que sin el gobierno no pudiera funcionar la sociedad y es cierto. La alternativa es la educación de los jóvenes hasta desenmascarar las mentiras institucionalizadas, la religión civil o política.
     
    Una religión política a menudo ocupa el mismo espacio ético, psicológico y sociológico que la religión tradicional, y como resultado desplaza a menudo o comparte las creencias y las organizaciones religiosas existentes.
     
    El identificador fundamental de una religión política o civil es la sacralización de la política, por ejemplo el abrumador sentimiento religioso del servicio a la patria, o la devoción hacia los creadores de la Constitución (por ejemplo en los Estados Unidos). La fidelidad a la nación, etc.
     
    El filósofo del siglo XVIII Jean-Jacques Rousseau sostuvo que todas las sociedades necesitan una religión para unir a los hombres. El cristianismo tendía a alienar a los hombres de los asuntos terrenales, Rousseau abogó por una “religión civil” que creara los enlaces necesarios para la unidad política de todo el estado.
     
    No es difícil demostrar que el Marxismo-Leninismo y el Stalinismo en la Unión Soviética constituyeron, como el culto a Hitler entre los nazis, un culto de corte religioso. Lo mismo pudiera decirse del Fidelismo cubano o del Reaganismo useño. Todos son ejemplos de religiones seculares.
     
    Algunos lo han interpretado como una respuesta al vacío existencial y al nihilismo causado por la modernidad, la masificación social y el surgimiento de un estado burocrático.
     
    La “decadencia” ética o moral y política del siglo XX creó un vacío que solamente ideologías totalitarias de cualquier corte podían llenar, reemplazando a la religión de Dios, creando su propio culto a los héroes, la Patria, la Constitución, etc., posibilitando las religiones políticas basadas en el totalitarismo, universalismo y misiones mesiánicas de las grandes potencias imperialistas, pasadas y todavía existentes, ahora enmascaradas en la “globalización”.
     
     

  • oscar varela

    Hola!
     
    “Los apologistas de la religión se quejan de que los ateos y secularistas son agresivos en sus críticas.

    Yo siempre les digo: cuando ustedes tenían el poder ustedes no debatían con nosotros, sino que nos quemaban en las hogueras. Ahora lo que nosotros hacemos es presentarles algunos argumentos y algunas preguntas difíciles de responder, y ustedes se quejan”.

    Porque, en definitiva, como expresa uno de los lemas del CLR, “la laïcité n’est pas une opinion, c’est la liberté d’en avoir une”. La laicidad no es una opinión, sino la libertad para poder tenerla.

    ¡Está bueno! ¿no?

    ¡Vamos todavía! – Oscar.