Orillas de la tierra
que, separadas en los tiempos,
parecéis sin contactos y alejadas,
siendo que estáis
realmente unidas y cercanas.
Es la luz invisible,
la que, reflejada por el agua,
nos declara:
Que la separación es falsa.
Y lo mismo nos proclama,
por el puente con sus colores trazado,
que tampoco el cielo separa.
¡Ay¡ Que la realidad del engaño,
en las oscuras apariencias,
vierte, sobre el ser humano,
el no poder ser,
ni solidarios, ni hermanos./
Brilla e ilumina, Luz Verdadera,
para poder ir constatando que,
la oscuridad, no el agua,
es la que falsea,
como insalvable, la distancia.
Y es la oscuridad del cielo,
la que, para orientarnos, ciega.
que tampoco el cielo separa./
¡Ay¡ Que la realidad del engaño/ en las oscuras apariencias/
vierte sobre el ser humano/, el no poder ser, ni solidarios, ni hermanos./
Brilla e ilumina, Luz de la Verdadera, / para poder ir constatando/ que la oscuridad, no el agua,/
es la que falsea / como insalvable la distancia/ Y es la oscuridad del cielo/ la que, para
orientarnos, nos ciega.
Es de agradecer y saludar este “lugar” poético de Atrio y a su Autora.
También el Poeta Ortiz sospecha de los idiomas occidentales, tan rígidos y lineales, creados “como para dar órdenes”, dice. Para él sólo el ideograma chino, tan próximo a la música, constituye un instrumento apto para captar los estados variables, indefinidos, contradictorios, imprecisos del sentimiento poético.
Imposibilitado de usarlo Ortiz se esmeró por restarle gravedad a su lengua, por aliviarla de todo peso. Para ello eliminó las estridencias, apagó los sonidos metálicos, multiplicó las terminaciones femeninas, disminuyendo la distancia entre los tonos, aproximándose al murmullo, tal como lo querían sus viejos maestros, los simbolistas belgas.
Sin embargo todo este empeño formal no constituye un mero ejercicio técnico, un alarde, más o menos equidistante del peligro, sino un riesgo absoluto de índole moral. Porque es precisamente aquí donde el poeta revela su verdadero compromiso.
De esta incierta elección depende todo. Más aún cuando se sostiene, como lo hace Ortiz, que el fin del poeta no consiste en envolverse en la seda de la poesía como en un capullo. En realidad toda la obra de Ortiz nos convoca fervorosamente al ejercicio de una contemplación activa para instaurar en el mundo el reino de la poesía y la soberanía del amor.
No olvidéis que la poesía
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada, o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida, humildemente, para el invento del amor.
Orillas de la tierra
que, separadas en los tiempos,
parecéis sin contactos y alejadas,
siendo que estáis
realmente unidas y cercanas.
Es la luz invisible,
la que, reflejada por el agua,
nos declara:
Que la separación es falsa.
Y lo mismo nos proclama,
por el puente con sus colores trazado,
que tampoco el cielo separa.
¡Ay¡ Que la realidad del engaño,
en las oscuras apariencias,
vierte, sobre el ser humano,
el no poder ser,
ni solidarios, ni hermanos./
Brilla e ilumina, Luz Verdadera,
para poder ir constatando que,
la oscuridad, no el agua,
es la que falsea,
como insalvable, la distancia.
Y es la oscuridad del cielo,
la que, para orientarnos, ciega.
que tampoco el cielo separa./
¡Ay¡ Que la realidad del engaño/ en las oscuras apariencias/
vierte sobre el ser humano/, el no poder ser, ni solidarios, ni hermanos./
Brilla e ilumina, Luz de la Verdadera, / para poder ir constatando/ que la oscuridad, no el agua,/
es la que falsea / como insalvable la distancia/ Y es la oscuridad del cielo/ la que, para
orientarnos, nos ciega.
Ufff…
¡Sosiego, paz, interioridad amable!
¡Gracias!
mª pilar
Es de agradecer y saludar este “lugar” poético de Atrio y a su Autora.
También el Poeta Ortiz sospecha de los idiomas occidentales, tan rígidos y lineales, creados “como para dar órdenes”, dice. Para él sólo el ideograma chino, tan próximo a la música, constituye un instrumento apto para captar los estados variables, indefinidos, contradictorios, imprecisos del sentimiento poético.
Imposibilitado de usarlo Ortiz se esmeró por restarle gravedad a su lengua, por aliviarla de todo peso. Para ello eliminó las estridencias, apagó los sonidos metálicos, multiplicó las terminaciones femeninas, disminuyendo la distancia entre los tonos, aproximándose al murmullo, tal como lo querían sus viejos maestros, los simbolistas belgas.
Sin embargo todo este empeño formal no constituye un mero ejercicio técnico, un alarde, más o menos equidistante del peligro, sino un riesgo absoluto de índole moral. Porque es precisamente aquí donde el poeta revela su verdadero compromiso.
De esta incierta elección depende todo. Más aún cuando se sostiene, como lo hace Ortiz, que el fin del poeta no consiste en envolverse en la seda de la poesía como en un capullo. En realidad toda la obra de Ortiz nos convoca fervorosamente al ejercicio de una contemplación activa para instaurar en el mundo el reino de la poesía y la soberanía del amor.
No olvidéis que la poesía
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada, o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida, humildemente, para el invento del amor.
Se irradia el horizonte
En curva de esperanza
Uniendo aire, luz, tierra y agua.
En diversidad aunada.
Me invita a sosegarme,
Abriéndose su alma.
Me acoge en su blandura
Alegrándose la entraña.
Mismidad en apertura
En lentas instantáneas,
Flores lila que se apiñan,
Se humillan admiradas.
Cielo en un toque de danza,
Puntualmente se desgarra
En nubes blanquecinas
Que asombra las miradas.
Una imagen de dos caras
En la luz se desparrama
Es reflejo del misterio
Que se oculta y se proclama.