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Vivir la fe en 2013

RománEl Papa Francisco preside la Jornada Mundial de la Juventud, cuya edición en esta ocasión se celebra en Río de Janeiro, Brasil, Es su primera visita fuera de Italia desde su proclamación mientras que el papa dimisionario, Benedicto XVI, permanece recluido en su retiro del Vaticano.

La fe se está viviendo de una manera nueva e inédita, encausada por el sentir de un colectivo muy creciente de cristianos, no sin dificultades, porque surge de forma casi espontánea envuelta en muy diferentes sensibilidades y en una aparente contradicción con los modos y expresiones tradicionales.

No se trata de un movimiento de renovación al uso por cuanto la historia ha dado infinidad de testimonios de movimientos buscadores de una reforma, que pretendían reavivar una fe muerta o exorcizar pretendidas desviaciones de la misma, bajo la consideración de traiciones históricas a las fuentes del Cristianismo . No en vano está acuñada la frase de tradición igual a traición. También se suele recurrir a la interpelación de Jesús: “cambiáis la verdad de Dios por vuestras tradiciones”.

La situación actual no tiene sin embargo antecedentes históricos, por cuanto el proceso de purificación de la fe cristiana no es el resultado final salido de una confrontación, como ocurriera, por ejemplo, con la Reforma Protestante, nacida en el siglo XVI. La lucha contra los escándalos por los diversos actos de inmoralidad, son el telón de fondo de un drama mucho más generalizado que está sacudiendo a la mayoría de las conciencias. Los viejos moldes construidos con las instituciones y el ordenamiento discursivo de los pensamientos se muestran inservibles para el nuevo mundo que se construye por toda la superficie terráquea.

Ya no podemos hablar con propiedad de una única y predominante civilización europea occidental que con la globalización conquista y derriba otras civilizaciones históricas manteniendo inalterados sus principios fundacionales de la cultura grecorromana y judeocristiana.

Y no estamos hablando de la destrucción de mitos heredados para la reconstrucción de otros nuevos. Es, en primer lugar, un asunto de creencias. Una creencia resulta siempre una cosa que se da como un hecho, se admite, casi sin el concurso de nuestras mentes, y sirve de base para la construcción de nuevos pensamientos. Se da en la religión, en la filosofía y hasta en las ciencias y en toda clase de ideologías. Las creencias residen en el interior de los convencimientos más profundos. Y quienes hemos recibido el legado europeo actuamos con categorías universales, sin pararnos a pensar que el conocimiento de toda verdad es por naturaleza parcial y sujeto a nuestra percepción de las cosas. Dogmas, principios, leyes, supuestos o postulados, no son el fundamento, sino columnas que creíamos firmemente establecidas por su arraigo en la realidad de vida.

Si queremos bajar a otros fundamentos, no es cierto que nos encontremos con la naturaleza y la condición humana de valores universales, sino de creencias inveteradas tan firmemente establecidas y confiadas a nuestra propia identidad que vaciarnos de ellas sería como un salto en el vacío. Hablamos de cosas tales, como por poner otro ejemplo: el patriarcado, o que la civilización sólo se pueda construir y sostener sobre una base económica donde la propiedad sea su axioma.

Ambas cosas son una muestra, pero que sirven para ilustrar el fondo de las diversas cuestiones que nos afligen. El patriarcado ha impedido tener una concepción y por tanto una valoración integradora de la personalidad humana, de hombre y mujer, a pesar incluso de que una doctrina sana emanada de las enseñanzas de Jesús el Cristo nos hubiera debido hacer reflexionar al respecto durante estos veinte siglos pasados. Lo mismo puede decirse sobre la valoración de las cosas materiales y su función “para el ser humano”, y no de derechos de adquisición. Los grandes sistemas económicos del siglo XX, Capitalismo y Comunismo, se basaban en determinar quiénes, o qué clases sociales debían poseer la titularidad de los bienes, creando dos sistemas que mantuvieron el mundo dividido en dos bloques económicos. El triunfo de un sistema y su sustitución por el otro no determinó el fondo de la cuestión.

En el ámbito de la fe cristiana también hemos heredado cuestiones muy fundamentales. Si hemos estado defendiendo y expresado postulados teológicos en base a una cultura, o valores civilizatorios que en las actuales circunstancias se muestran caducos e inviables para la nueva sociedad que estar por nacer, ¿no es lícito mantenerlos para no dañar, ni expoliar el Depósito de la Fe una vez dado a los santos?

Pero estas cuestiones resultan demasiado técnicas y propias de estudiosos y entendidos, quienes desde el reconocimiento oficial del Magisterio, o en sus arrabales de marginación buscan respuestas coherentes con sus inquietudes. Ahora se habla de “evangelio social”, para guardar distancia de la enseñanza tradicional y de lo que se ha devenido en llamar de forma globalizante “teología de la liberación”

En el seno de las comunidades cristianas se viven tales problemas de forma diferente, pues nadie se desprende de una cultura sin el vértigo del desarraigo, de sentirse desposeído de su identidad propia. El proceso de purificación de nuestra fe no es el resultado de una confrontación con una doctrina ajena o exótica, procedente de una cultura que no es la de uno, o que en la búsqueda de respuestas a los problemas civilizatorios sobrevenidos se destruyan lo que hasta ahora hemos asumidos como los cimientos inamovibles de nuestra fe católica.

El conflicto tiene lugar en el interior de nuestras conciencias que tiene dos dimensiones muy bien reconocidas.

En primer lugar, la Salvación es para el pueblo cristiano una obra colectiva, no de un individuo a título personal, ni de afuera a dentro, ni de arriba abajo, sino “común”, con un Jesús que se hizo pecador (uno-conmigo, uno-con-el-ser-humano), donde la comunidad es el fruto natural de esta misma Salvación. La fe vivida colectivamente es la que da sentido y vida a nuestro Cristianismo.

En segundo lugar, durante los últimos veinte años hemos estado construyendo un pensamiento cristiano heredado de una tradición anterior (como la neo-escolástica, por poner un ejemplo) que se ha trasmitido por el Magisterio y la Pastoral, quizás de forma bien intencionada, pero sin ningún respeto hacia las vivencias religiosas de los hombres y mujeres de hoy, y por supuesto, hacia lo que se considera de justicia para los comportamientos.

Antes de formular un juicio peyorativo de ateísmo, debíamos reflexionar de cómo los humanos vivimos hoy nuestra religiosidad, como una emoción y un respeto por la vida, como bien dice una persona muy querida en estos foros Y donde no hay vida, no aletea el Espíritu de Dios.

Nunca antes en la historia como ahora, cuando los hombres y mujeres de nuestra generación se sienten protagonistas, y lo son, del cambio operado en todo el entorno. Los seres humanos se han hecho “colectivamente” conscientes de su propia evolución. Es algo que está más allá de las reivindicaciones. Lejos ya de la lucha de unas clases o unos colectivos que quieren, de acuerdo con sus intereses, prevalecer sobre el conjunto. El Pueblo cristiano hace “teología” del nuevo pensamiento y descubre con asombro que la fe se hace imprescindible para aceptar estos retos. Lejos de marginarnos, nos integra en el proceso histórico.

Román Díaz Ayala

Un comentario

  • h.cadarso

     ” La fe se hace imprescindible para aceptar estos retos…Lejos de marginarnos, nos integra en el proceso histórico”.
      Y más arriba “lejos y de la lucha de unas clases o unos colectivos que quieren, de acuerdo con sus intereses, prevalecer sobre el conjunto”.
      Amigo Román, tus planteamientos desbordan lucidez, modernidad y sentido común, intentan poner a la Iglesia y a los creyentes al día.
      Pero permíteme invertir el contenido y la intención de la primera frase que cito: “Todo aquel que se integra en el proceso histórico, ha descubierto ya, sin darse cuenta, la verdadera fe”. O sea, que es un Buen Samaritano, afalta de…¿a falta de qué?
      Y permíteme matizar la segunda frase tuya que cito: “tienen razón los que pretenden borrar del mapa a una clase que por definición ha sido concebida para dominar y explotar a la mayoría. En una humanidad bien organizada, en un orden social que se merezca ese nombre de orden, solo existe una clase social, la de los que viven del fruto de su trabajo y respetan el fruto del trabajo de los demás”.
      Que quede muy claro que la lucha de clases no la han inventado los oprimidos, sino los opresores. Sigo estando harto de las equidistancias, la neutralidad igual a sumisión a los poderes constituídos, el columpiarse pasando de capitalismo y de socialismo…
    Ha habido miles de intentos de solucionar esta dicotomía, esta guerra entre Caines y Abeles: Espartaco, Jesús, los husitas, la teología de la liberación…Y siempre se nos han malogrado por culpa de golpes militares, asonadas fascistas y fusilamientos en masa…
      Pero insisto, los principios que planteas son muy válidos. Y mucho me temo que el Papa Francisco no los tiene tan claros como tú, y a veces se sale un poco de la línea recta. Por ejemplo, ¿hasta qué punto hay que lamentar que los católicos “del rebaño” se apunten a otras confesiones que se dicen también cristianas? ¿Hasta qué punto hay que subrayar que respetamos la decisión de esos católicos que se van, y que “en la casa de mi Padre hay muchas moradas”? A lo mejor el Papa Francisco se ha pasado de proselitista y de arrimar el ascua a su sardina.
      !Por favor, dejen que cada uno decida libérrimamente su camino!