La sociedad en la que estamos inmersos, no solo formando parte sino siendo ella misma, nos requiere un nuevo oído para facilitar la convivencia, la transformación social y aceptar el nuevo paradigma o la nueva visión de la existencia humana. La convivencia se muestra crispada, ansiosa.
Basta con ver el funcionamiento dinámico de reuniones, necesarias y obligatorias, de cómo se expresan ciertas personas: gritos, tono de voz desconsiderado, desconfianzas, animadversiones. Un hablar políticamente o empresarialmente correcto, pero encubridor de envidia, celos, malestar. Y así podríamos ir describiendo muchas reuniones de diferentes clases con reacciones emocionales de muchos diversos niveles. Y más, en este momento tan delicado, frágil, como es la situación crísica, de forma importante en la economía, pero básicamente ética o de escala de valores. Donde el mendrugo de pan o la dignidad no existen o no las hay sino hay dinero.
A mi entender, una de las grandes dificultades es la ausencia de saber escuchar. No se sabe escuchar. Si nos fijamos, muchísimas veces no se deja hablar. Se interrumpe sin esperar que el otro exprese un mínimo de su pensamiento. Los parlamentos es una buena muestra. Lo mismo en las tertulias televisas. Y como dato curioso, en las conversaciones privadas cuando una persona intenta expresar o hablar de su problema, hay otra que se lo hace suyo y empieza a hablar de sus preocupaciones, indisposiciones, situaciones problemáticas. Y aquella persona que intentaba hablar puede ponerse en una actitud totalmente diferente, muy positiva. Escuchar en lugar de ser escuchado. Y si está en actitud negativa, no a no escuchar o solo oír.
Pero la escucha tiene que saberse hacer. Es una actitud sabia. Saber quiere decir saborear. Es escuchar con atención. Seguir las razones o argumentaciones del otro. No se tiene que confundir solo con oír. Oír voces. Oír un movimiento de cuerdas vocales. Oír hablar, pero sin saber quién es. Te oigo, pero al final se dice: “Te oigo, pero no te escucho”. “Me das mal de cabeza”·. “Dices siempre lo mismo”. Entonces muchas personas en lugar de escuchar, lo aparentan y solo hacen que oír. Todo ello queda claro y manifiesto cuando la persona que ha oído, y al largo de un buen trecho, no sabe repetir anda ni sintetizar lo que el otro le ha dicho. Saber escuchar, este saborear lo que el otro dice, pide haber aprendido, en primer lugar, haberse escuchado uno a sí mismo. Escuchar, oír y sentir sus sensaciones físicas, sus emociones primarias, sus sentimientos. La corporalidad ha de poderse escuchar como sentir. Cuando hay reacciones corporales o psíquicas, no olvidemos que son un lenguaje, nos quieren dar alguna información, intentan decir alguna cosa ¡Qué sabio es el cuerpo! Entonces, habiendo aprendido a autoescucharse es cuando se puede escuchar o ver las otras reacciones corporales. Y en segundo lugar, si además, una persona ha sido capaz no solo de escuchar las reacciones corporales y psíquicas sino también las vivencias de su mundo interior, sus pensamientos, sus deseos y sus ilusiones, habrá aprendido a saberlas discernir, interpretar para escogerlas y así comprenderse en profundidad. Saber vivir y comprender los niveles de consciencia que se salen de la normalidad. Todo un trabajo ascético, de elaboración interior. De silencio, de meditación. De reflexión. Una labor de toda la vida. Todo este tema emerge al momento de escuchar otra persona. Que padece, que sonríe, que necesitar hablar. Es cuando se está preparado para saber escuchar.
Y los grandes maestros han sabido siempre escuchar. Pero escuchar no quiere decir callar. Habrá algún momento que es preciso intervenir. Hacerle comprender que hablar sin pensar no es comunicarse, sino una actitud autista. Será preciso animarle a reflexionar. O volver otro día. El saber escuchar no significa permanecer mudos. Un saber escuchar adecuadamente permite responder también adecuadamente.
No es preciso recorrer únicamente a los grandes maestros para saber sus enseñanzas sino que también la propia experiencia nos confirma que el sentido común la madurez nos pide este trabajo o aprendiza: aprender a aprender. Como aprender a desaprender. Siempre estamos en camino de esta dialógica de aprender y desaprender de uno mismo.
Además, saber escuchar al otro es una sencilla, pero profunda acogida humana. Saber escuchar es acoger al otro. Y esto se precisa mucho en nuestra sociedad secularizada, globalizada, individualizada y sobre todo, informatizada o tecnologizada. Todo son aparatos. Todo son ruidos. Todo el mundo quiere hablar, expresarse. Pero falta el interlocutor que escucha sabiamente. Un interlocutor que dé un poco de su tiempo. Un tiempo gratuito. De gran valor. Un tiempo en aprender a acoger. Es de una gran inmensa riqueza, solo lo sabe quien ha probado en hacerlo. Me viene a la memoria aquel caso de una señora mayor que después de hablar un tiempo muy largo, acabó diciendo: “Le agradezco este diálogo que hemos tenido. Hacía tiempo que no lo tenía”. Es decir, hacia tiempo que no era “acogida”. Solo había hablado ella.
Como bien dice un filósofo catalán, Francesc Torralba: “Escuchar es un acto de hospitalidad. Consiste en proporcionar un lugar al otro, en cederle un espacio y un tiempo mental y cordial. Escuchar es acoger, dar tiempo y espacio al otro, hacer un vacío para que él quepa.”. O como también nos recuerda el poeta francés, Paul Claudel: “No es el tiempo el que nos falta. Somos nosotros que le faltamos”. Y es preciso haber vivido este tiempo interior gratuito para saber escuchar.
Yo sigo con este tema, porque me gusta mucho más reflexionar sobre los pilares de las relaciones humanas con nuestros próximos, que especular sobre temas más ajenos o alejados de la persona como individuo.
Vaya por delante un cuento. Érase una vez dos amigos, uno le dice al otro: oye, me quedé esperando tu llamada después de mi intervención en la radio El segundo le pregunta ¿qué día, a qué hora en qué emisora? La respuesta fue nítida: ese día y a esa hora, yo estaba sintonizando otra emisora. Expectativa frustrada y posible desencuentro derivado de la sospecha. Se puede aplicar a cualquier desencuentro de tipo que sea.
Alguien dirá a qué viene este cuento, y es que a veces los cuentos, las historietas, las parábolas, o las metáforas nos dan más información que cualquier tratado de una materia determinada.
En la escucha, como ya dije, hay dos interlocutores: quien está con la necesidad de que le escuche el otro con las expectativas correspondientes que le genera esa otra persona, mientras esta última persona se encuentra, por mil razones en otra sintonía. De ahí las frustraciones que a veces sufrimos ante nuestras expectativas que, por diferentes motivos, son imposibles: ya sea porque cada interlocutor está en sintonías diferentes, ya sea porque aquel de quien se espera la escucha está más necesitado de que le escuchen que de escuchar, ya sea porque hay tanto ruido ambiente (preocupaciones, ocupaciones, mal humor, ánimo bajo, etc. etc.) que hace imposible el entendimiento, ya sea porque ni siquiera estaba presente.
De todo ello deduzco que tan importante es tener en cuenta a quien escucha como al escuchado. De estos matices se va haciendo posible el que la convivencia sea el humus de la vida cotidiana, o sea lo contrario, un tormento de desencuentros.
En internet, en estos diálogos que mantenemos, es aún más posible que se den estas circunstancias, puesto que ni estamos uno frente al otro, o no hemos leído a nuestro interlocutor que se queda esperando nuestra respuesta, o lo hemos interpretado erróneamente por muchas circunstancias propias o ajenas, etc. etc. En cuyo caso habrá que desarrollar otra actitud no menos interesante: la comprensión y la paciencia.
Hola otra vez, Ana.
Respecto a tu amigo…, es que ningún psicólogo ni ningún psicoanalista tiene, probablemente, las soluciones que buscaba. La solución solo la tenía él, probablemente.
Algunos van al psicólogo como mi abuela iba a su confesor: a que les den soluciones, a que les digna qué tienen qué hacer, qué tienen que pensar, qué tienen que decir. Afortunadamente, ese no es el cometido de un psicólogo, según yo lo veo. (¡Anda que si tu amigo llega a ir a un psicoanalista lacaniano radical! Sabría lo que cuestan los silencios más caros del mundo mundial…, Ja, ja)
No me estoy olvidando de la experiencia de la persona escuchada, cuando alguien está siendo todo oídos a su comunicación. De hecho, tenía un amigo que después de años de sicólogos y sicoanálisis, llegó a la conclusión de hacer en su casa lo que hacía en la consulta: hablar y escucharse asimismo, porque los especialistas sólo le escuchaban, pero no le aportaban soluciones. Claro, que él lo que necesitaba era que alguien le escuchase, y, por eso dejó pronto la autoterapia.
Es maravilloso tener esa persona amiga que, cuando le estás comunicando una pena o una alegría, no está preparando la comparativa con lo que a ella le pasó para desactivar lo que le dices, a no ser que sea para aportarte algo que te pueda ayudar. Ay, los egos desbocados…
Tienes razón, Pepe Blanco, lo que ocurre es que estaba hablando de la interacción de dos personas, y ahí el malestar del otro con respecto a mí misma te puede dar alguna pista de esas de la ventana ciega para hurgar un poco en qué ve el otro de mí que yo no vea. Por eso he utilizado el símil del espejo porque quizá yo esté reflejando algo que el otro me quiere hacer ver.
Es cierto que el otro también se retrata anta una, pero, a no ser que requiera ayuda, la solución la tiene que buscar el otro para él, nadie podemos entrar en el “alma” ajena, y sí, en la nuestra propia. Esto da sentido a mi párrafo anterior.
Y pienso que la introspección es una técnica de conocimiento propio, pero hay otras, por eso he puesto lo de la ventana de Johari. La tarea de conocernos es una dinámica que nunca termina, puesto que, por un lado estamos evolucionando siempre, unas veces a peor y otras a peor, y, por otro, las circunstancias también cambian.
El mantenerte a la escucha es una sabia actitud, no sólo ante las personas, sino también ante los acontecimientos. Y escuchar es abrirte en canal, manteniendo las distancias, pero siendo receptiva a las lecciones que la vida nos da. La vida es la gran maestra que va siempre con nosotros y con nosotras.
Hola Ana,
Dices: “En ello estoy [en conocerte a ti misma] y mi espejo, es observar qué nivel de bienestar tienen los otros ante mi actitud, y si no están a gusto, es que algo falla.”
Pienso que el grado de bienestar de los otros frente a nuestra actitud puede ser relevante. El problema -por lo que se refiere al conocimiento de uno mismo- es que, con frecuencia, revele más acerca de cómo son ellos que acerca de cómo somos nosotros.
Con el fin de conocerse a uno mismo, me parece más útil, para empezar, analizar por qué estoy mal -si es que estoy mal, claro-, “descubrir la anatomía y la fisiología de mi malestar”.
La verdad es que la sicología y el estudio del ser humano siempre me han apasionado. Y lo he abordado desde distintas perspectivas, destaco una que me ha ayudado considerablemente en el conocimiento de mí misma, y son las prácticas orientales como el yoga, la meditación y, en estos momentos el chikung. Me preocupo mucho por mis actos derivados siempre de mis pensamientos o emociones, unas veces acierto y otras me equivoco, pero mi línea es que quien esté a mi lado se sienta a gusto. Y tengo que confesar que el número de desencuentros sin solución posible, me sobran los dedos de una mano, para contabilizarlos, y lo contrario, la gente que valora mi ser y estar con ellos/as, son incontables. Perdón por este farol, es la realidad, mi realidad, que tan agradable me hace la vida aún en los peores momentos personales, que han sido muchos, en los que siempre me veo casi abrumada por la inmensidad de cariño de tanta gente.
Siempre he tenido en cuenta en mis reflexiones la ventana de Johari que dice lo siguiente: Tenemos una parte pública que es lo que yo y los demás conocemos, una ventana ciega que es lo que lo demás conocen y yo no veo o me cuesta aceptar, una parte oculta que sólo nosotros sabemos y ocultamos a los demás, y, finalmente, una parte desconocida que ni los otros y nosotros mismos conocemos, sería el subconsciente; pero, al mismo tiempo, es el laboratorio a través del cual exploramos sobre la parte ciega y la parte oculta. Estos aspectos dan un amplio juego en el conocimiento de uno mismo.
Y esto enlaza con la propuesta de Jaume cuando dice que para poder escuchar al otro, es necesario conocerse a sí mismo. En ello estoy y mi espejo, es observar qué nivel de bienestar tienen los otros ante mi actitud, y si no están a gusto, es que algo falla. Empiezo por mí y si no encuentro nada reprochable, “escucho” sus razones, sus circunstancias, su momento, y espero…
PD Pido perdón por haber personalizado en exceso mi compartir con vosotros esta reflexión. No podía ser de otra manera, puesto que en la escucha el protagonista no es el otro, somos nosotros mismos.
Los seres humanos como seres interrelacionables e interrelacionados, constituimos dos partes, los dos interlocutores. Y, dada la complejidad de cada ser humano, en el encuentro con el otro puede ocurrir de todo. El entendimiento mutuo es la gran asignatura pendiente que tenemos cada persona en nuestro día a día, pues nunca sabes en qué momento tocas alguna fibra sensible o cuándo te dejas afectar por agentes externos a ti mismo. Esto implica al emisor y al receptor, a quien habla y a quien escucha o no escucha.
Después de los últimos desencuentros que algunos han tenido conmigo, este tema me preocupa bastante, no por quien ha escuchado cosas que yo no he querido decir, sino por la falta de “escucha” por mi parte, el por qué ha ocurrido, qué parte es la mía, que es el terreno que yo puedo controlar, no el de los demás.
Recuerdo un sainete de Arniches en el que una pareja se pasó la tarde discutiendo porque a uno de ellos, hiciese lo que hiciese el otro, o dejase de hacer lo que fuere, todo le caía mal. O los ejemplos que he puesto últimamente de cómo el decir “qué mala cara tienes” el emisor lo dice con cariño y preocupación por el amigo, y el receptor lo toma como un insulto. O el que ponía ayer, cuando un amigo le dice a otro “qué hijo p. eres” con una palmadita en la espalda o cuando se lo dice con agresividad. Son ejemplos de desencuentro por una de las partes.
Sí ya sé que el tema del hilo es el de la escucha, y algo tiene que ver el desencuentro cuando alguien escucha algo que el otro no ha dicho ni ha tenido intención de decir.
Quizá yo tenga que aprender alguna lección de todo lo ocurrido, y es la parte que a mí me toca. Aunque no me hubiese gustado personalizar en mí, pero son cuestiones experienciales y es ahí donde se aprende.
“Soy una arteria ensordecida
vibrando
detrás de la maleza cotidiana.”-
Así los tres versos finales de una amiga Poeta
al pasar por las intemperies de la ciudad contemporánea.
………………..
CALLE DE MI CIUDAD
(Marta Rufini – San Nicolás, Pcia de Buenos Aires)
I
Ahora digo de tus laberintos
en confuso latido.
Traigo aquí tus temblores
tus risas
tu sudor expectante
y unos gritos
en mecánicas voces encerradas.
Sé de un cauce difuso
peregrino
en un cielo de frías direcciones
velando tanta búsqueda
tanto dolor descalzo
y un misterio de siglos
desvelado.
II
Las sombras pasan
van, vuelven, me recorren
me hieren.
Son un puñal de nerviosas llamaradas.
Lacerado y violento
me invade cada día un hombre y su equipaje
sus máscaras
sus confundidas huellas
sin permitirse sosiego en mi camino.
Soy una arteria ensordecida
vibrando
detrás de la maleza cotidiana.
“ Saber escuchar, este saborear lo que el otro dice, pide haber aprendido, en primer lugar, haberse escuchado uno a sí mismo. Escuchar, oír y sentir sus sensaciones físicas, sus emociones primarias, sus sentimientos.” Jaume Patuel)
“Pensar es, en sentido originario, descifrar lo que se siente“. (María Zambrano)
Hace unos días, Ana Rodrigo reclamaba un poco de oxigenación frente a tanto discurso sobre la iglesia y sobre el papa. Pienso que este artículo de Jaume Patuel, es un buen punto de partida para oxigenarse un poco. En mi opinión, es bueno incidir en que saber escuchar empieza por uno mismo. Y lo primero para empezar a escucharse a uno mismo es relajarse.
Hola!
¡Tiene razón!
Todos se escuchan a sí mismos.
Solo yo me escucho a mí!
¿Qué estoy diciendo?
¡Bueno, dejémoslo ahí!
Yo me entiendo y ¡Vamos todavía! – Oscar.
El desarrollo y avance hacia la plenitud humana del propio yo, no es solo perfeccionarlo y agrandarlo, sino ensamblarlo con cada tu u otr* con el que nos relacionemos para que el nosotr*s llegue a ser una realidad también humana y en ella se complementen hasta la plenitud cada uno de los yo singulares.
Para ello es indispensable escuchar amorosamente a l*s otr*s-
¡Cuanta falta nos hace a todos saber escuchar! Si en la sociedad y enla Iglesia nos escucháramos de verdad habría habido muchos menos conflictos.