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Que los ministros se pongan a servir

jbada

Pepe Bada es un sabio cercano. Siempre lo ha sido. Cuando llegó a Zaragoza con su doctorado en Teología por la Universidad de Munich y se puso al servicio de los curas rurales y las comunidades de base en los años sesenta. Cuando fue catedrático de Antropología y Consejero de Cultura y siguió preocupado en los ochenta por los problemas concretos de Aragón y por la paz en el mundo. Ahora analiza nos parece que de manera genial y completando el artículo anterior en Atrio la difícil papeleta que tiene el papa Francisco para llevar con coherencia el cambio que ha anunciado para la Iglesia católica, clerical hasta la médula con maquillaje meramente retórico de servidora.

El Obispo de Roma –como se hace llamar hoy el que lo es, Francisco para todo el mundo– ha pedido a los cardenales, obispos, curas y “pastores” en general que salgan de sí mismos y dejen de ser “intermediarios”, “gestores” o “administradores” de lo sagrado; es decir, “sacerdotes” que dan, expenden o administran sacramentos, bendiciones y divinas palabras a los fieles, parroquianos o clientes de la Iglesia. Como hacen normalmente los profesionales que se precien en las mejores empresas y , por supuesto, los funcionarios o servidores públicos en la Administración del Estado. “Ministro” es una palabra de origen latino que significa literalmente “servidor público”, igual que “liturgia” significa en griego clásico literalmente “oficio o servicio público”. Sin embargo los ministros de cualquier liturgia, civil o eclesiástica, han llegado a ser lo que hoy se entiende en el lenguaje ordinario con ese nombre: “servidores en general bien servidos” o, como dice el Papa, “gestores”, “administradores” e “intermediarios” que ofician y pontifican mediando en lo divino y lo humano hasta chuparse los dedos. Si es que no lo fueron ya desde el principio bajo el engaño de buenas palabras. De todas formas la deriva semántica de los atributos -y de lo que significa el nombre que se lleva- precede a veces y sigue siempre a los cambios que se producen en la realidad objetiva y en la posición social de los sujetos de quienes se predican. Y al final los eufemismos se ajustan a su valor de cambio, como las monedas en el mercado.

Ni la Iglesia es hoy una “asamblea santa” y un “pueblo de reyes” por más que se cante en misa, ni la nación española un “pueblo soberano” por más que se diga en la Constitución y se proclame en el parlamento. La Iglesia no lo es al menos como institución real y realmente establecida en este mundo, asentada, construida, levantada más como templo que reunida como pueblo en el camino y como camino que se hace solo al andar…Y como si ya hubiera llegado y, por tanto, sin esperanza ni fe en lo que está por ver y por venir. Y en las democracias reales pasa lo mismo: ni todos los ciudadanos son iguales, ni el parlamento es sin más la sede de la soberanía popular sino de los partidos, ni los ministros están sencillamente en el gobierno para servir al pueblo como si no tuvieran nada más que hacer. En realidad no existe la democracia ideal, que no es de este mundo. Como tampoco el Reino de Dios, que no es la Iglesia. Pero entre uno y lo otro: lo que es , más bien poco, y lo perfecto –que sería una pasada– hay un camino. No es pedir demasiado si pedimos a todos los pastores o líderes de este mundo, dar al menos los primeros pasos como pide Francisco a los curas:

“El sacerdote que sale poco de sí –ha dicho el pasado día 27 de marzo en una homilía– se va convirtiendo en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor ya tienen su paga, y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño, y pescadores de hombres”.

La dimisión del Papa Bnedicto nos sorprendió a todos, la elección de Francisco también. Difícil es dimitir, pero comenzar e inaugurar es más difícil. El nuevo Obispo de Roma recién estrenado tendrá que elegir, en consecuencia, a pescadores de alta mar que sepan lo que es bregar cuando es de noche y a pastores de campo abierto que le ayuden a sacar al pueblo cristiano del corral en el que se halla metido en conserva para su perdición y triste ganancia de ganaderos. Así como de una tradición muerta y mortificante: de un depósito donde se pudre la cristiandad que nos haría cristianos, y de una Cristiandad que nos retuvo mucho tiempo en un malentendido monumental del Evangelio. Si es que quiere ir –y llevarnos– con ese pueblo y en medio de ese pueblo a la tierra prometida, pues no tenemos aquí ciudad permanente. Nadie la tiene y, menos que nadie, los pobres a los que solo les queda la esperanza –y esto porque no se puede comprar– y todo el camino por delante.

Francisco tendrá que elegir como colaboradores necesarios a servidores que sirvan y no se sirvan del pueblo.”Ministros” que se apeen para servir, y perviertan el escalafón: que la jerarquía sea en efecto para bajar y no para subir, para que el primero sirva a todos. Para que esté en posición de servicio con todas sus fuerzas. No para que otros suban a ocupar el poder, sino para poner el poder como escabel a los pies del pueblo de Dios. Francisco tendrá que elegir a servidores del pueblo dispuestos a cambiar el confortable centro histórico por los suburbios, la periferia y más allá hasta el último rincón del mundo. Tendrá que elegir a compañeros, obispos y colegas que no se muevan como Pedro por su casa, que salgan de ella y hasta de sí mismos: que se desvivan por los otros. Que no, que no se trata ya de salir de casa e ir por todo el mundo girando como peonza sobre sí mismo para no caerse. Que no es dejarse ver o poner en escena al Papa como hizo Juan Pablo II. Que es ponerse a servir, salir al encuentro de los otros aunque sea dando tumbos y no ponerse a bailar sin parar ni reparar en nada y en nadie para volver consigo al mismo sitio sin perder la compostura.

Me pregunto si es eso lo que quiere el Papa y lo puede hacer Francisco. Dudo que se lo pueda permitir la Iglesia Católica, y muchos son los que tememos que la Curia Romana haga lo imposible para que no sea. Pero si no obstante sucede contra toda esperanza –es decir, contra toda expectativa razonable– y Francisco hace lo que dice, será para celebrarlo: un acontecimiento realmente histórico, un milagro, nada que ver con lo que pasa normalmente en la naturaleza y una revolución de mayores consecuencias que la caída del Muro. Todos son flores para Francisco en Pascua Florida. Pero se ha de ver todavía lo que sea en Pascua Granada.

3 comentarios

  • José Ignacio Ardid

    Copio este párrafo de mi comentario para aclararlo un poco:

    la ICAR no debe ser -si quiere ser- una comunidad patriarcal y clerical, los ministros no deben ser presbíteros como los que lleven las congregaciones en la Curia no tiene por que ser arzobispos, simplemente, por tener un cargo -el último caso de la elección ya no me ha gustado-.

    Quiero decir que en los órganos de la ICAR, tanto diocesana como de la Curia, no tienen por que ser presbíteros, igualmente pueden ser laicos -incluyo, por supuesto, a las mujeres-. De ahí que siga sin entender que, para llevar una Congregación, se deba nombrar como arzobispo -por ejemplo, el último nombramiento, ya que es un fransciscano y, cuando acabe el cargo, deberá -si él quiere- seguir de franciscano en el convento asignado y no proseguir con una incomprensible carrera eclesiástica.

    Espero, ahora, haberme explicado un poco más, saludos,

  • José Ignacio Ardid

    Entiendo el artículo, pero me gustaría que diera un paso más: la ICAR no debe ser -si quiere ser- una comunidad patriarcal y clerical, los ministros no deben ser presbíteros como los que lleven las congregaciones en la Curia no tiene por que ser arzobispos, simplemente, por tener un cargo -el último caso de la elección ya no me ha gustado-.

    Esa jerarquización y esa patriarcalización tiene que, definitivamente, desaparecer para dar cabida al laico, incluso en órganos directivos de la ICAR en todos los ámbitos y, por supuesto, a la mujer, igualmente.

    Sé que es un comentario que, quizás, poco tenga que ver con el objetivo del que comento, pero pienso que, si se quiere salir del túnel que tenemos, hay que dar pasos hacia esa democratización real de la ICAR, aún sabiendo que nos podemos equivocar todos.

    Saludos,

  • Antonio Vicedo

    -Muchas gracias, Pepe, por la bocanada de “oxígeno evangélico” que nos das a todos, pero muy especialmente a los que, un poco cansados de respirar caminando desde tanto tiempo al raso, las presiones internas y externas, nos fuerzan a respirar muy superficialmente, a poco que nos descuidemos.
     
    ¿Será porque los humos de incienso que recargaron nuestros pulmones, cerraron tantos alvéolos que no han podido ser regenerados ni siquiera respirando en campo abierto durante tanto tiempo?
     
    Con un poco de atrevimiento, hago mía esta tu aportación.
     
    A ver si Francisco, con el látigo de su testimonio pastoral, consigue, como Jesús, librar a la Comunidad de Discípul*s de los asalariados mercaderes.
     
    Sería el modo como, convertido él, estaría en condiciones de confirmar en la Fe de Jesús a sus herman*s, aun a costa de ser crucificado.