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¿Cárceles todavía?

ArregiHace más de dos siglos desde que se instauró el actual sistema carcelario y, aunque las cárceles de hoy no sean las de hace doscientos años ni las de hace 50, salta a la vista que no ha cumplido sus objetivos. Espero que antes de otros dos siglos, la humanidad se avergüence de nuestras cárceles.

Si fuera verdad que sirven para lo que se dice que sirven –para prevenir, disuadir y reinsertar–, hace tiempo que debían haber desaparecido, o al menos disminuido, pues habrían desaparecido los criminales, o disminuido cuando menos. Pero los criminales no solo no han desaparecido y ni siquiera disminuido, sino que han aumentado (y eso sin contar los delincuentes de guante blanco, pues éstos, como se sabe, casi nunca van a la cárcel). Si después de dos siglos, las cárceles siguen aumentando y ni aun así dan abasto, es que han fracasado. Hay que pensar en otra cosa.

A no ser que… a no ser que la cárcel sirva, no para lo que se dice que ha de servir (para prevenir el crimen y resocializar al criminal: eso queda muy bien en la Constitución y en el Código Penal), sino para otro fin inconfesable: para castigar y vengar. Me temo que la venganza y el castigo están volviendo a ser el fin real, aunque no reconocido. ¿Cómo, si no, ministros de justicia y dirigentes de partidos proponen sin pudor prolongar la pena, hasta la “prisión permanente revisable”? Fomentan el peor de los instintos humanos: la venganza. Degradan a la sociedad a la que deberían servir. Se degradan a sí mismos. Y es posible que crean en Dios y se llamen cristianos.

Firmante habitual de las campañas de Avaaz, hace unas semanas recibí un mensaje que invitaba a firmar una propuesta de reforma legal para que los corruptos vayan a prisión: “Corruptos entre rejas. Reforma penal YA!”. No firmé. Si alguien, son los políticos y los empresarios corruptos quienes deberían ir a la cárcel, pero no quiero la cárcel tampoco para ellos. Que sepamos toda la verdad, sí, y que devuelvan con creces lo robado, y que se tomen todas las medidas necesarias para que no vuelvan a robar, pero que no tengan que vivir entre rejas, que ya tenemos bastantes. Si hay garantías de que ya no van a robar, no es necesario que vayan a la cárcel, y porque vayan a la cárcel no tendremos mejores garantías de que no volverán a robar. ¿Quién gana algo con que también ellos padezcan la desdicha, el desprecio, el miedo, el olor de la angustia, la inhumanidad que reinan en la cárcel?

Hacemos volar con orgullo costosísimos aviones sin piloto capaces de bombardear y matar con precisión allí donde interesa a los poderosos, pero aún no somos capaces de curar las heridas ocultas que han llevado a un violador a violar, a un asesino a matar, a un maltratador a maltratar, a un ladrón a robar. La cárcel me parece una de las señales más evidentes y graves de nuestro fracaso colectivo, un fracaso bien caro por cierto en estos tiempos de déficits y ajustes. La cárcel no consigue prevenir los delitos ni recuperar al delincuente. Mirad las estadísticas. La cárcel no hace más que aumentar el dolor humano. Al daño infligido por el malhechor, le añadimos el daño padecido por él. “He sido enviado a proclamar la liberación a los cautivos”, dijo Jesús de Nazaret. Y también: “Lo que hicisteis con los presos conmigo lo hicisteis”.

A esto llamarán buenismo. Pero no propongo dejar libres a todos los corruptos, violadores, maltratadores y asesinos. Sus víctimas son sin duda los primeros a los que hay que salvar. Pero también a los victimarios hemos de querer salvar, si es que nos queda todavía sensibilidad en las entrañas. Propongo que inventemos otra cárcel muy distinta u otros medios mejores para evitar que los malhechores sigan haciendo daño, pues salta a la vista que la cárcel tal como funciona no lo logra. Y si es el deseo de venganza y la lógica del castigo lo que secretamente nos guía, propongo que llamemos a las cosas por su nombre.

Si esto te parece buenismo, déjame que te pregunte: tú que deseas que el criminal se pudra en la cárcel, ¿te crees realmente mejor que ese criminal? ¿Estás seguro de que tú habrías obrado mejor que él si hubieras tenido su historia y te hallaras en su lugar? Y si el asesino, violador o ladrón fuera tu hijo, ¿qué querrías para él? Y si tú mismo fueras ese asesino, violador o ladrón, ¿qué querrías para ti? Pues ése es el norma de la humanidad, ni más ni menos. O el camino de la divinidad.

Para orar. EL AMOR UNIVERSAL

Que todos los seres sean felices. Que vivan en alegría y seguridad. Todo ser vivo, sea débil o fuerte, largo, grande o mediano, corto o pequeño, visible o invisible, próximo o lejano, nacido o sin nacer, que todos estos seres sean dichosos.

Que nadie defraude a nadie ni desprecie lo más mínimo a ningún ser. Que nadie, por cólera o por odio, desee mal a nadie.

Como una madre en peligro de su vida cuida y protege a su hijo único, así un espíritu sin límites debe mimar a todo ser viviente, querer al mundo en su totalidad, encima, debajo y alrededor, sin limitación, con una bondad benévola e infinita.

De pie o andando, sentado o acostado, mientras estemos despiertos debemos cultivar este pensamiento. A esto se llama la suprema manera de vivir.

Aquél que, abandonando las falsas visiones, teniendo la visión interior profunda, siendo virtuoso, despojado de los apetitos de los sentidos, se perfecciona, ése no conocerá más renacimiento (Buda, Meta Sutra)

2 comentarios

  • ELOY

    El artículo de Luisgé Martín, citado en el comentario anterior, lleva el título “La fórmula de Blackstone”, se publicó en EL PAIS del pasado miércoles 10 de abril y comienza así:  
     
    << “Es preferible que cien personas culpables puedan escapar a que un solo inocente sufra”, escribió en 1785 Benjamín Franklin. El aforismo, popularizado quizá por él, fue creado por el jurista inglés William Blackstone en el siglo XVIII, y es uno de los pilares en los que se asienta todo el derecho penal moderno. Viene a decir, glosado, que una sociedad compasiva y razonable tiene que asumir el riesgo de que haya ladrones y asesinos en las calles con el fin de evitar que un solo inocente sea encerrado en prisión. O, en otras palabras, que el daño moral que se inflige la sociedad a sí misma condenando a un ciudadano sin culpa es mucho mayor que el provecho que se obtiene encarcelando a todos los delincuentes.
    Resulta llamativo el modo en que una buena parte de la opinión pública española desprecia este principio esencial de una democracia. Cuando un delincuente reincide gravemente, se reclama enseguida el endurecimiento general de las penas, olvidando que otros mil delincuentes en idéntica situación no reincidieron. (…) >>

  • ELOY

    Enlaza el tema de este “post” con el del artículo, expuesto en el Tablón de ATRIO, de Liusgé  Martín publicado en EL PAÍS. Tema de fondo muy interesante.