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Mi nuevo paradigma teológico – 6 –

Juan LuisNunca mejor que hoy, día de San José, cuando va a comenzar el nuevo pontificado de Francisco, para leer con atención este capítulo de Juan Luis. Si el papa Francisco quiere mirar a Francesco para sacar inspiración de cómo reconstruir la comunidad de Jesús, deberá entender esta manera de ver en todo lo humano la máxima encarnación de Dios. Hermano sol, hermana tierra… y mi Señor el pobre y el leproso.

III. El SER HUMANO, MÁXIMA ENCARNACIÓN DE DIOS.

Que Dios se hace carne en la creación es la idea básica del presente desarrollo sobre el nuevo paradigma. Dentro de la creación resta por ver algunos elementos constitutivos de ella : el ser humano, los grandes testigos de Dios, en especial Jesús de Nazaret, y la resurrección como consecución de la Plenitud a que está destinado todo ser humano por el hecho de serlo.

  • III.1  La emergencia del homo sapiens

Cuando en la inmensidad del universo y en lo dilatado de los siglos se topara un foráneo con un ser humano  quedaría alucinado por el portento que se le ofrece. ¡Qué presencia y energía creadora debió habitar el diminuto núcleo inicial (precedido de otros tal vez indefinidamente) que originó con el big bang el comienzo de todo como para alcanzar el grado de ser de ese “milagro” de un niño que nos hace extasiarnos y buscar más allá de él. Lo he dicho más de una vez, ante mi nieto juguetón mi impulso a duras penas reprimido sería caer de rodillas consciente de que transparenta al Indecible.

Todo trasparenta a Dios en la creación si se caen las escamas de los ojos. Cierto que muchos seres humanos, cualquiera de nosotros, lo cela igualmente con la porquería que acumulamos. No importa. La vista se puede hacer penetrante y más allá de la miseria física y moral de un borracho pordiosero en las escaleras de un Metro se acaba vislumbrando la grandeza que se esconde.

Oh, Dios, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? Ni más ni menos que un crucificado sanguinolento y asediado de desesperanza que está apunto de llenarse de luz y belleza en los brazos del Padre.

La evolución cósmica ha parido un cuasi-Dios. Al cabo de un milenario proceso de imperceptible perfeccionamiento, dejando atrás bifurcaciones miles en busca de la emergencia de lo más perfecto, las galaxias, los planetas menos inhóspitos, las primeras células vivas, los microorganismos de los océanos, y así de ‘salto’ en ‘salto’ evolutivo hasta unos primates           que se alzan en pie y en su cerebro se dibuja el rústico instrumento de un palo, en sus ojos apuntan unas lágrimas al morir un hijo junto al que entierra su manjar preferido para el camino; se dibuja una sonrisa furtivamente dirigida a un congénere con el que antiguamente se disputaba a dentelladas un manjar. Quedan siglos y avatares de evolución pero ha surgido una mente que se mira sorprendida a sí misma, se siente hacedora de su historia y, no sé cómo ni en qué momento, apuntan ciertas  preguntas todavía borrosas ¿Quién soy? ¿qué hago aquí? ¿para qué me afano? ¿de dónde vengo? ¿alguien me escucha cuando estalla el relámpago o amenaza el volcán?

¿Son éstas fantasías o aproximaciones a la emergencia de la mente inteligente?

  • III. 2    La mente, una chispa del Logos. El Logos se hizo carne.

Chispa del Logos es una metáfora, no tenemos otro lenguaje. Si cada criatura, carente de ultimidad de consistencia y sentido, apunta más allá de sí misma a un Fundamento Último de todo ser de quien es modesta e imperfecta transparencia, la mente del homo sapiens es el espejo más bruñído y revelador. A Dios no le ha visto nadie y nada se puede decir de él pero en el espejo creatural se manifiesta al menos cómo no es Dios aunque también en los rasgos de la imagen reflejada se vislumbra el Modelo. Y, dado que la consciencia percibe al Dador de sentido, se inicia un diálogo libre. El diálogo es esencialmente comunicación entre dos ‘logos’ que lo son aunque medie un abismo.

Es el modo más básico, radical, poderoso, fontal e insuperable  de ‘encarnación’ de Dios. Dios es Don y se entrega sin medida. No cabe  ninguna elección arbitraria, discriminatoria o excluyente vista la donación desde el lado de Dios.

El diálogo es comunicación pero ésta es posible porque la chispa del Logos habita la del ser humano haciéndolo ser. Y haciéndolo ser en su autonomía es como se le está comunicando en un Don sin medida que no se entrega a retazos sino en plenitud. Plenitud nunca deficiente (Dios no se arrepiente de su Alianza creadora), ilimitada en sí misma, sólo limitada por la apertura que le ofrezcemos.

La chispa creadora del Logos, simple y total en sí misma, no hace emerger un ser acabado sino esencialmente extendido en una evolución histórica. Es decir, la creación confiere (como Fundante no como Causa eficiente) la capacidad de desplegarse hasta el infinito: la evolución es “la apertura infinita de la conciencia y de la libertad” (Torres Queiruga). Es una trampa imaginativa pensar que la capacidad de evolución, tanto física como espiritual, está colgada de un surtidor de intervenciones de lo alto suvcesivas y calculadas. Ello sería volver a los viejos esquemas y olvidar el profundo sentido de la autonomía de lo creado a que nos abrió la ilustración.

(Una precaución para las personas de buena voluntad: cuando rechazamos el pensamiento mágico como destructor de la autonomía de lo creado, de ningún modo ponemos en tela de juicio la conciencia subjetiva que acierta en su relación con Dios pese a que el sustrato metafísico inconsciente de su percepción esté objetivamente equivocado)

En la literatura cristiana disponemos de una bellísima metáfora en el cuarto evangelio: el logos, la sabiduría de Dios, el ser inteligente de Dios se comunica desde la eclosión misma de todo ser, y por antonomasia al ser humano y así “El Verbo de Dios se hace carne y habita entre nosotros” (literalmente “planta su tienda entre nosotros”).

Es el modo germinal más radical de ‘encarnación’ de Dios, llamado a superarse sin medida. Dios es Don y se entrega sin cicatería. De nuevo la medida sólo adviene desde el receptor, desde la acogida que se presta al Don: “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaré con él”. (Apocalipsis) Si alguien, es decir, cualquiera, la sola condición es la de abrir, la llamada es indiscriminada, no preselecciona al comensal. Desde una sana idea de ‘creación’, desde un planteamiento religioso hecho desde la racionalidad, rotundamente, no cabe la noción bíblica de “elección” salvo como lenguaje antropomorfo del orgulloso seleccionado.

La encarnación sin medida de Dios en el ser humano es tanto  como decir que el objetivo y fin últimos de una conciencia abierta al Infinito es alcanzar la Plenitud de que el ser inteligente es capaz. Ahora bien, dado que la Plenitud de Dios es inigualable ningún cielo imaginado será una situación de reposo aburrido. Ver a Dios “cara a cara” es introducirse en un chorro de plenitud de gozo desbordante,  siempre creciente y renovado.

Tal es la evolución constructora de nuestro ser NATURAL en virtud del proyecto creador. Ningún añadido “sobre-natural” por parte de Dios es pensable. A ninguna mediación tiene por qué subordinar Dios su cercanía plenificadora. Las mediaciones (nunca exentas de pecado), religiones, iglesias, símbolos, instituciones, liturgias, procesiones se las busca el ser humano desde su necesidad expresiva en su precariedad de caminante

  • III.3  Al encarnarse el Logos en la persona le confiere su dignidad absoluta.

El progreso de la humanidad ha buscado una base consensuada en la que se asienten los derechos y libertades humanos, de los que en parte y contra toda lógica se desmarcó la Iglesia persiguiéndolos incluso. No obstante la base de derechos y libertades nadie niega ya que estriba en la ABSOLUTA  DIGNIDAD del homo sapiens, para creyentes y no creyentes. Por más que el calificativo de ‘absoluta’ encuentra en el no creyente tal vez un soporte teórico de menos clara justificación lógica: ¿merece alguna realidad la consideración de absoluta?

Dios se encarna en todo ser humano y lo hace inviolable por principio. Es su imagen, su icono, su misma carne visible. ¿En qué medida somos conscientes de ello? Al menos actuamos como si lo fuéramos. Vivimos inevitablemente siendo el centro del universo. El egocentrismo es inevitable, a no confundir con el egoísmo. Es imposible no referir todo al yo, sensaciones emociones, conocimientos, penas y satisfacciones, pasado y futuro. La consciencia es percibir todas las cosas desde la propia idntidad. Así es el ser de la naturaleza inteligente. El gran filósofo que fue Tomas de Aquino asegura que seríamos incapaces de abrirnos y amar a Dios si no lo percibiéramos como un bien para nosotros. Basta observar nuestro comportamiento espontáneo en cualquier tertulia: sólo una actitud educada aprendida nos frena y mantiene discretos sin permitirnos caer en el ridículo de acaparar la atención como centro principal. Aunque el reflejo de la madurez nos preserve del narcisismo es inevitable – y natural- que nuestro yo actúe de algún modo como un absoluto. Es la raíz misma de nuestra dignidad  como persona la que no tolera la injusticia ni siquiera ser reducidos al papel de simple instrumento o medio para algún fin. Lo que vivimos y defendemos como dignidad inalienable ¿no es la forma de entendernos como un existencial  absoluto? Para el creyente es la salpicadura del Infinito de Dios de quien nos decimos imágenes, iconos vivientes. Ello hace que la persona nunca pueda ser simple parte de un todo y aquí radica la razón última de la democracia. El individuo, él mismo, es un TODO, único e irrepetible, radicalmente solo en su grandiosa mismidad. Sólo algo o alguien a su lado que no lo anule puede serle compañía en su inevitable soledad. Para un ser no pegado a la epidermis de las cosas  Dios habita esa soledad con tal plenitud que un preso aislado en una celda si pudiera abrirse a su realidad profunda se sentiría inundado de fuerza y de luz. El Padre Damián besaba y abrazaba a los leprosos en los que veía a Dios.

  • III. 4  Creaturalidad insaciable, abierta al Infinito

Hay más. El conocimiento humano es de tal índole que su capacidad de percepción es, de por sí mismo, ilimitada salvo por su soporte neuronal . Ninguna realidad limitada puede brindarle un reposo total: siempre hay más realidad de ser que abarcar, nunca puede estar saciado. Y arrastrada por el conocimiento la ansia de felicidad es inagotable. Como dije antes ni la unión con su máximo Bien conoce un tope. Sin duda no lo hay por parte de la plenitud de Dios pero tampoco cabe entender que lo haya por parte de la criatura. No se entiende desde qué condicionante su capacidad cognitiva y volitiva podría alcanzar un “no va más”. Rigurosamente hablando  ”en la misma medida en que la mente es imagen de Dios puede abarcarlo (”capax Dei”) y participar de él” (Agustín de Hipona). La simple creación abre a la Plenitud del Infinito en conocimiento y felicidad. La condición de “capax Dei” no acaba de recorrer el camino hacia la unión máxima posible porque Dios es inagotable.

La simple contemplación de tal rebosamiento sin medida de Dios sobre el ser humano hace redundante e imposible cualquier complemento. Es decir si el ser humano por su simple creaturalidad es “capax Dei” no es pensable ningún otro don que se le pueda añadir: cualquier meta-creaturalidad, cualquier sobre-natural es inconcebible.

Es claro que la criatura es precaria y defectible (único contenido del mito del pecado original) pero sería una creación a medias la que no la dotara de todas las capacidades para recuperarse si falla, enderezarse si se tuerce, SALVARSE en suma y alcanzar por su propia fuerza creatural (es decir, cimentada en el Fundante óntico) la Plenitud a la que hemos visto que estaba destinada. Mediante el misterio de la Creación todo lo divino queda introyectado en cada criatura, según su propia receptividad y cualquier otra pretendida “intervención” salvadora divina es redundante y supérflua. Al parecer – y no percibo haber dado ningún paso en falso lógico o metafísico hasta este momento- la simple razón humana se basta para satisfacer las exigencias de entendimiento de la andadura humana hacia Dios.len sin que el resto de los “misterios” de la historia santa El El resto de los “misterios” de la historia santa sólo servirían como apuntes mitológicos desde una lectura literal (fundamentalismo) de la Escritura. Y merecería la pena hacer un recorrido para descubrir cómo se han construido desde presupuestos injustificados, tal el pecado original que exige un redentor, tal la unicidad exclusiva de la salvación universal por Cristo a la que se agarran quienes infravaloran su función de prototipo ejemplar (que da sentido nada menos que al “seguimiento”).

En resumidas cuentas, es el mismo Dios quien hace emerger en la cumbre de la evolución cósmica una criatura insaciable cuyo destino natural es la máxima unión con su Creador (resurrección-plenificación) para cuyo cometido ha sido pertrechada con todos los medios oportunos.

  • III. 5  La unión con Dios nunca alcanza la identidad con él.

Éste puede considerarse como un axioma de orden ontológico estricto: expresa simplemente la diferencia irreductible entre creador y criatura, finito e Infinito. Estando convocada la creatura a la máxima unión no cabe pensar que al lograrlo pierda su propia identidad disolviéndose en el Ser creador. Una unión que se consumase en la fusión en una de las dos realidades sirve como metáfora mística o como afirmación de panteísmo estricto que dudo que éste sea el fondo del pensamiento oriental tan difícilmente descifrable para la mente occidental. Ni siquiera la imagen de la gota de agua que se pierde en el océano puede ser algo más que un símil de la unión mística con Dios: las moléculas de la gota se añaden a las del océano confundiéndose con él sólo en apariencia.

Estas afirmaciones no restan fuerza a la realidad de la unión mística, al contrario. Cuando el ser humano se va uniendo espiritualmente a Dios en modo alguno se pierde sino que se gana plenificándose en él. Nunca mejor aplicación de las palabras de Ireneo de Lyon “gloria Dei, vivens homo”, Dios manifiesta su gloria en que el hombre VIVA y, en el fondo, que viva permaneciendo para siempre en su máxima realidad de imagen del Dios vivo. El proceso de progresiva unión con Dios, especialmente en su culminación, debe ser indescriptible y de una fuerza ejemplarizante y de arrastre sin par con capacidad de polarizar corazones y dejar huella indeleble en la historia. Una persona que vive la unión con Dios en grado de excelencia revela a otro ser humano lo mejor de sí mismo y le abre caminos insospechados. Así son los verdaderos Maestros en humanidad.

En cambio no parece pensable para el verdadero ser humano en camino hacia Dios ninguna situación intermedia entre la unión y la identificación, ningún ser mitológico mitad hombre mitad Dios, en parte criatura en parte creador.

(Sigue III. 6   Dios se encarna en ‘los otros’)

(Seguirá IV   Dios se encarna en Jesús de Nazaret  y V Resurrección natural plenificante)

Logroño 17 abril 08

Un comentario

  • Antonio Vicedo

    Conocí en mis primeros contactos con la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Catótlica) a un matrimonio obrero, enamorados ambos de Jesús, que, al ser padres, tenían dificultad para trasladarse al templo y postrarse en oración y contemplación ante el Sagrario donde creían presente sacramentalmente a Jesús.
     
    Pero ello no les suponía ninguna dificultad para su oración contemplativa diaria,  arrodillados ante la cuna de sus bebés antes de ir a la cama rendidos por el duro trabajo de la jornada.
     
    Decían, y así lo creían, que aquella cuna era el sagrario doméstico en el que encontraban la presencia viva de Jesús en cada uno de sus sucesivos hijos, y de esa contemplación, iban alimentando el descubrir en cada ser humano la real y viva presencia del Creador y Padre Celestial, con lo que conllevaba de compromiso y entrega amorosa a sus herman*s tod*s y en especial, a los más necesitados de Justicia y Amor.
     
    Aunque siempre  he tenido presentes  a estos buenos amigos, tus reflexiones, Juan Luis, me han dado motivo para aportar este testimonio tan cristiano por humano, encajándolo después de sesenta años, en ese que,  agradezco y tu llamas, mi nuevo paradigma teológico.