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El pacto de las catacumbas

    Cuando el papa Francisco acaba de decir “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” y cuando ha empezado a dar pequeños signos de sencillez y alergia al oro, bueno será recordar el pacto de las Catacumbas. Lo firmaron 40 obispos en la Catacumba de Domitila, antes de que finalizara el Concilio, para plasmar el espíritu del Vaticano II que les había unido. Fueron promotores de la iniciativa Helder Cámara, bien conocido, y Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon que trabajaba de zapatero. De aquel pacto salió Medellín y un nuevo tipo de ser obispos y curas, tanto en América como en Europa. ¿Qué va a salir de esa llamada a la pobreza de Francisco?


NOSOTROS, OBISPOS, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio; invitados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir o la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:

  • 1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. [Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.]
  • 2. Renunciamos para siempre a la riqueza, ya sea real o aparente, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos a favor de otros signos más evangélicos. [Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6.]
  • 3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco a nombre propio. Si fuese necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. [Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.]
  • 4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. [Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.]
  • 5. Renunciaremos a que nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor), ya sea verbalmente o por escrito. [Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.]
  • 6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). [Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.]
  • 7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. [Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.]
  • 8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón o medios al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente más desfavorecidos. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. [Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.]
  • 9. Procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia. [Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.]
  • 10. Trabajaremos para que los responsables políticos pongan en marcha leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. [Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.]
  • 11. Dado que la función de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio a las personas en situación de miseria física, cultural o moral, nos comprometemos a:
  • Participar, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
  • Pedir de modo unánime a los organismos internacionales el fomento de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
  • 12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio.

De este modo:

  • Nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
  • Buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
  • Procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
  • Nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. [Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.]

  • 13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.

Que Dios nos ayude a ser fieles al Evangelio de Jesús.

(Catacumba de Santa Domitila, Roma, 16 de noviembre de 1965)

2 comentarios

  • Angel del Pozo Izquierdo

    Este papa tiene visos de cambio en la Iglesia Católica: por lo que dice y por lo que hace. Es un regalo de la Providencia. Angel

  • ROSA ARAUZO

    Todo un camino de Evangelio. Hoy, parece como que al volver a releer estas intenciones (para mí, he de confesarlo, un bendito descubrimiento), se estan actualizando “los signos de los tiempos”, aquellos de los que nos hablaba el buen papa Juan al inicio del Vaticano II…..seguimos con la mirada atenta, el corazon esperanzado y el actuar, en sintonía, al menos en la intención profunda, de lo que vamos sabiendo de Jesús, a través de Francisco (ver las palabras del 1º Angelus, de hoy mismo) Seguimos preparandonos para la Pascua