El miedo tiene mucho que ver con la economía. Por eso ahora, en tiempos de crisis económica, hay demasiada gente que, más que asustada, vive dominada por el miedo.
Me refiero, no sólo a quienes han perdido el trabajo o temen perderlo, a los que no pueden pagar la hipoteca o no llegan a fin de mes, etc. Hablo, además, de las personas que no se fían de los bancos, suelen sacar de ellos su dinero y lo ocultan donde pueden o lo ingresan en “paraísos fiscales”. Ya nadie puede contar las asombrosas cantidades de “dinero negro” que circulan por el mundo. Dinero, en definitiva, que no suele ser productivo y que sólo sirve para engrosar más y más los bolsillos de los más ricos.
Aparte otras consideraciones, es importante caer en la cuenta de que el motor, que mueve este repugnante mecanismo de la economía actual, es el miedo. El miedo a perder lo que se tiene. O el miedo a no ganar todo lo que se codicia. Con razón esta economía ha sido denominada “la economía del miedo” (J. Estefanía).
Lo peor del caso es que, por esto precisamente la economía, al menos tal como viene funcionando España, está resultando tan ruinosa. Porque, si un motor importante de nuestra economía es el miedo, deberíamos tener siempre muy presente que el miedo entraña dos consecuencias: 1) paraliza; 2) arruina. Paraliza, porque quien mete su dinero debajo del colchón, con eso, ni él gana nada, ni da trabajo para otros, ni produce beneficios para nadie. Y, además, si el capital se paraliza, eso quiere decir que no produce. Lo que equivale, sin más remedio, a la ruina de un país, de una ciudad, de una familia….
Como es lógico, todo esto resulta inhumano. Sobre todo, cuando semejante ruina se produce en una sociedad en la que hay millones de criaturas que pasan necesidad en las cosas más básicas de la vida. Por eso, sin duda alguna, el Evangelio – que, antes que un libro de “religión”, es un libro de “honradez” y de “dignidad” para la vida – es tan severo cuando afronta el tema del miedo. En los cuatro evangelios, se les dice a determinadas personas (a José, a María, a los pastores, a los apóstoles…): “No tengáis miedo” (Mt 1, 20; 10, 28; 14, 27; 17, 7; 28, 5. 10; Mc 6, 50; Lc 1, 13. 30; 2, 10; 5, 10; 12, 5; Jn 6, 20). Incluso en las situaciones más extrañas, más difíciles, más peligrosas, Jesús insiste: “No tengáis miedo”. Jesús vio claramente que actuar motivados por el miedo es muy peligroso. Tanto ante Dios, como ante cualquier circunstancia que nos pueda presentar la vida.
Y este criterio, que es siempre importante, lo es mucho más cuando se trata de asuntos de dinero. Mucha gente no se imagina que también de esto se ocupó y se preocupó Jesús. Basta leer la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27) para darse cuenta de la importancia que tiene este asunto. Por supuesto, que esa parábola se puede interpretar en clave de “responsabilidad”. Si se lee desde ese punto de vista, lo que se deduce de la parábola es que Dios nos va a pedir cuentas de lo que cada cual ha producido en su vida, según los dones que ha recibido. Pero, si la enseñanza de la parábola es ésa, la consecuencia que de ella se deduce es inevitable: el Dios que nos reveló Jesús es un Dios exigente y justiciero, que, a fin de cuentas, no es sino el Dios más duro y temible que aparece en algunos pasajes del Antiguo Testamento.
Por eso, la enseñanza de esta parábola se ve claramente cuando se interpreta en clave de “productividad”. Por supuesto, productividad ante Dios. Pero, ¿qué frutos de productividad pueden presentar ante Dios quienes pasan por la vida como zánganos y holgazanes que no dan palo al agua? ¿Qué produce el que vive pensando solamente en hacerse cada día más rico, sin importarle un comino lo que tienen o no tienen los demás?
Pues bien, aquí es donde entra en juego el tema del miedo. Porque, según el relato de la parábola, la perdición del que no produjo nada fue la consecuencia del que se limitó a esconder su dinero exactamente “porque tuvo miedo” (Mt 25, 25; Lc 11, 21). El miedo es lo que le llevó a ocultar lo que tenía. Y el miedo es lo que tuvo como consecuencia la ausencia absoluta de productividad.
Como es lógico, lo primero que enseña la parábola es que quien tiene en su cabeza un Dios que mete miedo, ése termina siendo un desgraciado que va derecho a su propia perdición. Pero eso sólo sirve para quienes tienen creencias religiosas. Para los que las tienen y los que no las tienen, lo más fuerte que enseña este relato es que quien se pasa la vida pensando sólo en no perder, ése es el que se pierde. Y, por desgracia, perdidos y extraviados hay ya demasiados en España. Por eso estamos como estamos. Y por eso, unos más y otros menos, pero, en definitiva, todos somos responsables del extravío de este país. Aunque es evidente que ha sido el extravío de los ricos el que está extraviando a todos los demás.
Excelente texto, y con inspiración en los Evangelios! Los acompaño en el dolor y en la lucha contra el miedo, que es una angustia en carne viva y en los últimos años se puso “de moda” con las crisis de pánico y otras yerbas de mal olor. Quizás por eso Juan Pablo II empezó su pontificado con estas palabras: “No tengan miedo”.
NO TENGAMOS MIEDO!!!
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Sin duda que Jesús sigue proclamando su mensaje por el testimonio y la palabra de muchos.
Fuente: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/07/120723_eduardo_galeano_crisis_mz.shtm
Bien sabemos y sabe la gente que el amor y los límites mutuamente se excluyen y hacia la exclusión que de los límites hace el amor hay que ir vitalmente progresando.
El miedo se hace problema y paraliza y corrompe actitudes y sujetos cuando sobrepasa lo necesario para lo que la vida personal requiere.
Cierto que hasta la identificación con los marginados en la miseria, el miedo es cuestionable como carencia de amor total y completo.
Pero, si humanamente reflexionamos, esa identificación elegida sin reparar en responsabilidades reales sobre la propia vida y las de otros allegados, puede que no sea plataforma sobre la que no quepa ningún miedo.
Existe un dinero que más que capital, constituye preventivo remedio de lo que individualmente necesitamos (Y no solo de pan vive el ser humano), o se necesita por corresponsabilidad de cuanto otros más allegados necesitan, sin ser justa exigencia el quedarse sin nada.
Hay pequeños y proporcionados ahorros que, por posible necesidad contingente, por su posible pérdida o expolio pueden ocasionar racional miedo.
Es lo que las gentes pobres convierten de pequeñas sobras en ahorro y que no es capital escondido o pasivo, si queda disponible para necesidades de cualquier momento.
Normalmente esto es lo que en las flácidas c/c las sencillas gentes dejan o invierten para compensar remedios imprevistos.
Cuando sucede que la confianza en el uso de lo que sobró y se hace necesario, por desviación abusiva de confianza institucional falla, a la gente le puede lógicamente entrar la previsión de guardar aquello que puede “necesitar” en casa.
Esto no parece entrar en ese miedo malsano de temer perder lo que, por sobrar del vivir en real desahogo, presumiblemente nunca sea necesario. Paralizar esta reserva por miedo,tal vez sea menos justificado, si bien puede explicarse estando sumidos en una economía para nada solidaria.
Y aquí es donde los Gobiernos, que tienen como fin el bien común y para ello disponen del poder recaudatorio de impuestos y planifican presupuestos, deben auspiciar circunstancias de transparencia y confianza para que en la ciudadanía no cunda el miedo o pánico de verse expoliados de lo poco que le han dejado.
El miedo absurdo y punible es el de aquellos que, por el miedo a tener ser más solidarios conforme a Justicia Distributiva, ponen a buen recaudo sus capitales y fortunas en inversiones avaras, o en antros de depósitos bien guardados.