Empezamos el jueves a proponer una visión de la fiesta del Corpus, renovada para el siglo XXI. Y hoy domingo (los dos días en que se puede celebrar la fiesta) volvemos con una visión que, a pesar de ser tan obvia, el autor sólo se atreve a situarla en unos de los próximos siglos del presente milenio.
Corría el año 2¡!11 cuando, al acercarse la fiesta cristiana del Corpus, el presidente de la Conferencia episcopal y de la Confederación de religiosos, se dirigieron a todas las autoridades de la iglesia española, más o menos con estas palabras:
“La fiesta de la Eucaristía (la presencia material y escondida de Cristo entre nosotros) coincide con la cifra de casi cinco millones de parados: más de un millón de familias donde ningún miembro tiene ingreso alguno. Como bien dicen los periodistas, más allá de las cifras abstractas hay rostros humanos concretos, personas, tragedias y desesperaciones que, para un cristiano, se convierten en presencias sacramentales del Señor que dijo: “cuanto hagáis (o dejéis de hacer) a uno de mis hermanos sufrientes, me lo hacéis a Mí”.
Con estos datos, nuestra fe sería un embuste si no dirigimos nuestra veneración y nuestro culto a esos rostros anónimos y sacramentales de Cristo.
No dispone de muchos bienes la Iglesia: nuestros sueldos son modestos, nuestras Cáritas andan totalmente desbordadas, diócesis y órdenes religiosas tienen una pirámide de edades invertida y han de atender a un número llamativo de ancianos y enfermos. Pero, incluso en estas condiciones, la Iglesia puede disponer de algunos tesoros dedicados habitualmente al culto.
No cabe duda de que el mayor culto que podemos dar a Dios es el amor a nuestros hermanos: “no necesito vuestras ofrendas -dice el Señor-; el culto que yo quiero es éste: parte tu pan con el hambriento, abre tu casa al cansado” (Is 58)… Juan Pablo II nos mandó que, “ante casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario: podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, vestido y casa a quien carece de ello” (SRS 31). No tendría sentido beatificar a gentes a las que nosotros no estamos dispuestos a hacer ningún caso.
Por eso decidimos que se haga una valoración de todos esos adornos y objetos preciosos de culto que posee nuestra iglesia (la custodia de Toledo, las entradas de La Sagrada Familia, los vasos y candelabros de oro y plata que llenan nuestra iglesias…). Y que se consulte a un grupo de expertos sobre el modo más eficaz de enajenar esos objetos para servicio de los pobres (ventas, subastas, avales para hipotecas, capitalización para microcréditos, inversiones en puestos de trabajo …).
No nos toca a nosotros dilucidar cuál es el camino mejor para que llegue a los pobres lo que la iglesia posee; pero sí debemos recordar el mandato del Maestro: “una cosa te falta; vende lo que tienes y dalo a los pobres”. No queremos retirarnos entristecidos ante estas palabras, no sea que incurramos en los duros reproches del Señor al joven que reaccionó de ese modo.
Proponemos también, para hacer más comprensible el significado de esa decisión, que este año, en todos los lugares donde se celebren procesiones de Corpus, no sea llevado el Santísimo en custodias de oro, sino en modestos recipientes como los que debieron usarse en la Cena del Señor. Y que bajo palio, junto con el presbítero o párroco de cada lugar, lleve el sacramento alguna persona o familia que sean miembros de ese colectivo de parados, crucificados por un sistema económico montado sobre la codicia. Así percibirán los fieles la inseparabilidad entre la presencia del Señor en el sacramento y en las víctimas de nuestra historia.
En la trágica situación que vivimos, queremos terminar recordando a esos cinco millones de indigentes, un principio fundamental de la moral cristiana. Irritará a muchos; pero la Iglesia no debe silenciar la ley de Dios sólo porque sea molesta. La moral católica ha enseñado siempre que, “en casos de extrema necesidad, todas las cosas son comunes” y, por tanto, quienes estén verdaderamente en esas situaciones extremas, no pecan si se apropian de algo que necesitan y que, jurídicamente hablando, no será suyo, pero lo es moralmente hablando. Correrán sin duda el riesgo de un castigo legal (de ésos que suelen ser mucho más duros con los pequeños que con los grandes delincuentes). Pero la Iglesia tiene el deber de decirles que no incurren en ninguna falta moral”…
Repito para terminar: todo eso ocurrió en el Corpus del año 2¡!11, no en el del 2011
Jose Ignacio Gonzalez Faus.
No creo que sea necesaria “la jerarquía”, para que el aldabonazo suene en cualquier conciencia
Prescindiendo de las iquezas utilizadas en el culto, y los bienes de la “I”glesia.
cualquie persona puede, según sus medios, ejercer la solidaridad, Máxime cuando existen expresionesde Cristo, en las que se identifica con todo aquel a quien podemos ayudar
Lo simbolos de ¡! dentro de ese 2¡!11 me resuena a INDIGNACIÓN POPULAR ¡DEMOCRACIA REAL YA! EN TODAS LAS CIUDADES, CONTINENTE…
La ruina del capitalismo es sustraerle su base de sustentación; el consumismo.
Me encanta tu familia, Pili. Besos!
Totalmente de acuerdo José Ignacio González Faus.
Y pido que sea ¡¡¡ya ahora!!!
¡Tanta riqueza ante tanta necesidad!
Cada persona en particular (en lo que pueda) ayudar de manera segura, para que llegue a su destino, y no se quede entre las manos que se cierran para compartir.
Pensar en casos concretos y necesidades concretas, quizá, alguna de las personas más preparadas de este Atrio-Casa nos pueda ayudar.
Mi hija pequeña, cambiaba de domicilio, quería llamar a amigos para que le ayudaran; lo pensamos mejor, y decidimos buscar un par de hombres fuertes y pagarles sus buenos servicios con justicia y generosidad. Es una manera como habrá otras muchas… son pequeñas gotas, que van aliviando algunas necesidades.
Pero hay que buscar otros caminos más continuos y asegurar el alimento al menos, para tantas familias que están de verdad en situación de caos.
mª pilar
Creo que vale la pena incluir la aclaración que el mismo autor antepone a su texto
Quien conozca la novela de Haruki Murakami (1Q84), recordará que poco a poco van apareciendo dos tiempos, dos lunas en el horizonte y dos realidades en la vida de la protagonista: la del año 1984 en que transcurre la acción; y otra paralela que coexiste con ella, donde el 9 del tiempo real se ha convertido en una especie de Q que, en escritura japonesa, sugiere desgracia. Voy a contar un relato que transcurre también en otro tiempo de ésos virtuales (¿o quizá más reales?), donde el cero de nuestro 2011 se ve sustituido por otro signo que, en este caso, no significa desgracia sino admiración, belleza y maravilla. Tras esta aclaración, podemos comenzar.