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RELEYENDO A JUAN LUIS HERRERO DEL POZO 3

FE Y SECULARIDAD
         Fe es confianza
Se puede confiar en que alguien no se va a morir tan pronto e, igualmente, en que seguirá viviendo después de muerto o en que no. La confianza es depositable en todo aquello que ofrece alguna probabilidad y el mayor o menor grado de probabilidad es lo que confiere mayor o menor seguridad de que las cosas van a reaccionar como se prevé.

          Los motivos para despertar la fe y la confianza son múltiples, desde la resistencia de los materiales hasta la expansión de los gases, desde la regularidad de comportamientos humanos hasta los cambios más imprevisibles. Para pasar de la hipotética probabilidad a la certeza se recurre a la ciencia y este paso ya implica fe en la razón que, al descubrir la regularidad de comportamientos, establece leyes físicas o síquicas.

         Para entender la fe en la secularidad o en el secularismo ya se precisa indagar con más sutileza. Aquí se entra a jugar con el tiempo: realidad escurridiza si las hay. Siglo es la duración de cien años y un año es la duración del giro de la tierra alrededor del sol. Así, pues, secularidad es vivir según lo que sucede o puede suceder durante un siglo y secularismo es la convicción de que todo lo que puede suceder sucede en el siglo y fuera de él no hay nada. El secularismo se opone, generalmente, a las religiones y a sus creencias que apelan a realidades trascendentes al tiempo. Con lo cual ya hemos entrado en la fe que da o resta consistencia a las diversas creencias en las que se vive.

         La fe nace, primero, en la sensibilidad. El niño cree en la madre porque le satisface sus necesidades. A medida que se desarrolla cree que puede dominar el pequeño mundo que le rodea hasta chocar con su invencible resistencia y verse en la necesidad de replantearse lo que creía.  Estos procesos de ilusión y desilusión van forjando las costumbres con las que, mejor o peor, logramos sobrevivir.

         La espiritualidad trascendente

         Es posible creer en otra vida o en la misma vida pero obviando el tiempo; no es posible entenderlo pero es posible creerlo. El hecho de que no pueda ser entendido hace que los racionalistas descalifiquen y ataquen las creencias que trascienden la razón. Esta oposición de racionalismo y fideísmo convive en todas las culturas humanas; Junto a las muchas mitologías, origen de todas las religiones preceptivas, sobrenada la sabiduría de maestros de espiritualidad que buscan la verdad limpia de errores y todos ellos encuentran seguidores a lo largo de los siglos.

         El desarrollo humano empieza en la sensibilidad, pasa a la racionalidad y se abre a la espiritualidad. El proceso es muy complejo y reclama fina observación para hacerse una idea coherente del mismo, debido al distinto grado de madurez evolutiva en los individuos y en los grupos sociales. La sensación se resiste al imperio del concepto y el concepto se resiste a la dialéctica del ser, terminando en una algarabía de opiniones que aun no se ha encontrado la forma de compatibilizarlas.

         Juan Luis, en sus artículos y en su libro «Religión sin Magia» hace un análisis  impecable de las pretensiones del poder religioso en contra de la secularidad. Con ello depura muchos rasgos de la fe popular que, evidentemente, tendrán que ir abandonándose y ateniéndose con mayor decisión vital  a las pautas evangélicas.

* * *

 SECULARIDAD VERSUS CREDULIDAD 2

 (Segunda parte del capítulo VI de Religión sin Magia)

  • VI. 5. Hablar de Dios de modo antropomórfico.

Al hablar del desencuentro entre iglesia y mundo de hoy, más allá de problemas menores, he mencionado dos racionalidades distintas y he situado su punto de ruptura y discrepancia en el elemento radical que sustenta y de donde arranca todo el imaginario religioso. Este punto radical de partida de una concepción religiosa determinada es el modo cómo entendemos la relación entre la persona y la divinidad. ¿Cómo solemos entender esa relación concreta? En términos de elección: atribuímos a Dios una decisión sobre una persona que es independiente y anterior a la libre determinación de ésta. Éste es el punto clave de arranque en la relación Dios-criatura, al menos en las llamadas religiones del Libro. Cuando un judío, un cristiano o un musulmán asegura que Dios le ha hablado está diciendo que Dios ha tomado la iniciativa de dirigirse a él concretamente y no a otro. Es decir, Dios lo ha elegido. Intentemos desentrañar lo que implica el concepto religioso de elección.

La elección divina es ya un modo muy peculiar de entender la relación Dios-criatura. En primer lugar Dios detenta la iniciativa. Nada sospechoso aún si con ello afirmamos la primacía del Trascendente: en la relación Dios-persona, Dios es fuente de ser y don acordado mientras que la persona es receptora de ser, beneficiaria del don de Dios. Hasta este instante estamos situados a nivel del ser aunque en una dualidad básica, Ser y ser, Ser absoluto y ser contingente o relativo. Lo único que hemos afirmado es una primacía que se suele llamar ontológica porque afecta al ser en sí y no a su modo de ser. Sin embargo, al hablar de elección divina hemos introducido inconscientemente en la consideración de ese ser, el de Dios y el de la criatura, el factor tiempo: Dios ha elegido a una persona antes de que ésta abriese la boca. Y aquí es donde se nos ha ‘colado’ un factor insospechado, el tiempo: afirmar que una realidad es no implica afirmar que es antes de o después de otra. Esto lo entiende, en principio, cualquiera con un mínimo esfuerzo de abstracción. Pero este esfuerzo consiste despegar del suelo para recaer inmediatamente en él por la ley de la gravedad. Y, en filosofía, el factor tiempo es como la ley de la gravedad que nos impidiese considerar el ser sin inmediatamente introducirlo en el tiempo. Ésta es la condición de nuestro conocimiento.

Todo nuestro conocimiento arranca de la experiencia de los sentidos y las realidades que los sentidos alcanzan se hallan todas inmersas en los parámetros del tiempo y del espacio: toco un libro que está encima de la mesa, veo un corredor que llega antes o después. De tal guisa que esta ley de la gravedad filosófica, el factor tiempo, impregna todo nuestro conocimiento, incluida cualquier percepción que tengamos de Dios y la distorsiona apenas nos descuidamos. Por ejemplo, la afirmación de que Dios conoce desde toda la eternidad lo que una persona va a hacer es válida, pero se presta a deslizarse por un barrizal en plena niebla. Porque de ordinario ¿cómo va a entender cualquier persona tal afirmación? Dentro de la categoría tiempo: Dios conoce tal acto histórico antes de que éste se produzca.

Y exactamente éste es el equívoco que afecta al concepto de elección que estamos manejando como modo de concreción primordial de la relación Dios-persona. El factor tiempo condiciona el conocimiento humano y es lógico que los textos sagrados hablen de esa relación dentro de este parámetro. El concepto de elección como el de providencia ha sido entendidos por los cristianos y por la misma teología de modo antropomórfico. Pero sin el correctivo de la reflexión, la teología entera y la religión se resienten y se adulteran. Carece, pues, estrictamente de sentido válido decir que ‘Dios conoce antes de…’ o elige a alguien para una vocación determinada antes de…Semejante pre-determinación o pre-destinación divina además de anular la libertad implica una selección arbitraria y caprichosa de unas personas o pueblos sobre otros.

Introducir, pues, las coordenadas de espacio y tiempo a la hora de entender y formular nuestra relación con Dios es un modo antropomórfico de hablar que no tiene mayor importancia negativa si somos conscientes de ello. Esta reflexión nos ayuda a entender por qué los teólogos serios hablan de teología negativa: más que decir lo que es Dios insistamos en lo que no es y cómo no es.

Dios no está en el tiempo, ni siquiera en relación a sus criaturas. Dios conoce mi decisión mas no antes de que sea tomada sino dentro de la entraña de mi devenir temporal. Dios conoce mi acto libre porque lo está creando y habitando como tal acto libre. Dios es y actúa, pero no como nosotros somos y actuamos. En nuestro acto libre hay, pues, dos actores, Dios y nuestra voluntad ¿Cómo se preservan en él los dos factores intervinientes sin anularse el uno al otro, la fuerza de Dios que fundamenta el ser y la libertad humana responsable de su decisión? En un lenguaje humano tan precario como el nuestro debemos proceder dialécticamente, afirmando a la vez los dos extremos, acción de Dios y acción humana, sin prioridad temporal de uno sobre el otro, de tal modo a no definir el contenido del uno sin incluir el del otro. Es decir, la acción de Dios que me empuja a hacer el bien no está pre-definida en el sentido de ésta o aquella dirección o bondad, sino que sólo existe en cuanto es acogida por mi libre decisión. Tal vez esta reflexión metafísica pueda ilustrarse ejemplificada concretamente, aunque artificialmente, con el caso de una ‘vocación´ a la vida religiosa. En definitiva se trata de la convergencia de una elección de Dios y de la persona. Expongamos el caso desde los dos paradigmas mentales a los que aludimos con frecuencia, el tradicional y el nuevo.

  • VI. 6. Dios actúa ‘como si no existiese’[10]

El título mismo sugiere la dialéctica metafísica que nos ocupa.

A Paradigma tradicional

Marco, muchacho sensato y maduro, ha terminado medicina y un buen día dice a su confesor que siente la llamada de Dios a ir a misiones. Ambos analizan la situación, el contexto humano, los pros y los contras. Marco se resiste un momento a abandonar su carrera y profesión en el mundo en el que ha vivido siempre. Pese a ello, o tal vez por ello, cree que la llamada de Dios es auténtica y se decide a seguirla. Toda su vida ha estado convencido de que esta vocación le llegó de lo alto, según ha comentado a veces, precisamente porque hubo de abrirse paso contra corriente. La llamada de Dios pudo más que su inercia humana y ese pensamiento le reconforta.

Sin embargo, apenas ordenado presbítero, su salud se resquebraja. Una cierta tristeza y atonía le invaden. Se recupera y vuelve a recaer. La medicina diagnostica una depresión, en apariencia sin causa exógena, dado que su trabajo le gratifica. Conforme han ido pasando los años, la depresión se ha instalado en permanencia y Marco sobrevive angustiado, siempre ayudado por medicación casi desesperando de poder salir del negro agujero. No tiene más remedio que someterse a psicoanálisis. La experiencia no puede ser más dura, con altibajos, resistencias, opacidades, destellos de luz… Ir hurgando en su pasado le descubre perspectivas de su vida de las que ni confesor, ni psicólogos, ni médicos, ni, por supuesto, él mismo habían sospechado. Por abreviar, llega un momento en que descubre algo con meridiana nitidez: su vocación le había sido transferida desde la psicología materna; lo que explica la protesta y rebelión del subconsciente hasta el punto de hacerle enfermar. Y así, el día que cayó en la cuenta de su errónea decisión, sintió como una liberación desde la raíz íntima de su ser. Curiosamente, también esta vez creyó ser voluntad de Dios que se secularizara. ¿Cuándo existió verdadera llamada de Dios, la primera vez, la segunda, ambas veces, ninguna? Marco es incapaz de decirlo.

B. Nuevo paradigma.

La lectura es totalmente diferente: no se da ninguna vocación, ninguna llamada de Dios pre-existente al proceso estrictamente humano de la decisión de Marco. Cuando una lectura hizo surgir en él la idea de ir a misiones, Marco no pensó en una gracia divina previa y unidireccional hacia esa vocación. Sopesó en el silencio de la oración los pros y los contras y decidió marchar a misiones. La decisión fue honesta y moralmente irreprochable. Nada hacía presagiar que se revelaría errónea. Marco conocía aquello de Ignacio de Loyola: “confía en Dios como si todo dependiese de él y actúa como si todo dependiese de ti mismo“, es decir “como si Dios no existiese“. Marco no esperaba ninguna voz divina, ni siquiera una inclinación interior poderosa. Confiaba en Dios pero ponía los medios para actuar honestamente. Nunca, sin embargo, imaginó que Dios le preservaba del error: el “como si todo dependiese de ti mismo” de Ignacio encierra una profunda espiritualidad cargada del mejor sentido común. Hizo bien Marco, antes de cada una de sus dos importantes decisiones, en orar, vivir evangélicamente, pero sobre todo en consultar, analizar sus motivaciones, su contexto vital y posibilidades, sopesar los pros y los contras y… decidir en soledad, como siempre ocurre y es inevitable. Dios, máximo presente en su interior, estaba ausente en la valoración definitiva de los parámetros de su decisión. Entiéndase bien -estamos en el clímax de la dialéctica-: Dios estaba presente-ausente. Como presente estaba confiriendo el ser a aquel acto libre en su decisiva y generosa determinación, mas no en el sentido de existir, pre-definido en Dios, el objetivo o la diana de una decisión unidireccional, con lo cual habría suprimido su libertad. Marco obró honestamente en todo su trabajo previo de discernimiento, aunque se equivocó objetivamente (si el diagnóstico de secularización fue certero). Este planteamiento que no cuesta ver en qué paradigma de pensamiento se inscribe, facilitó a Marco vivir sin soberbia religiosa su ‘vocación’ y con serenidad el proceso de doloroso discernimiento que le llevó a abandonarla. Y a nosotros nos permite tomar con la máxima precaución el concepto religioso de “elección”.

Creo que este ejemplo ficticio –exponente de la autonomía de lo humano ante la acción de Dios–, si lo entendemos correctamente, puede ayudar a vislumbrar dónde se sitúa el planteamiento metafísico que estudiamos, no para resolver el enigma que es verdadero misterio –en la medida en que está interesado el ser misterioso de Dios–, sino para evitar un planteamiento falso, que es el que subyacía, por ejemplo, en la antes mencionada controversia de auxiliis. Resumiendo: no existe para el creyente un ápice de ser que no sea ser-desde Dios pero, al mismo tiempo, no existe ninguna acción de Dios pre-definida en sí misma, que no sea toda ella solamente definible como ser-en la realidad intramundana. Es decir, ambos factores, Dios y el ser, no son definibles aisladamente. De lo cual se podrá deducir que nunca pueden entenderse como con-causas, causas concurrentes o competitivas. Y, por eso mismo, no tiene sentido pensar que la oración humana de súplica puede modificar la acción de Dios, ni que la gratuidad del don de Dios está preestablecida con anterioridad a la acogida del gratificado ni, por consiguiente, que un don de Dios privilegia a unos sobre otros (¡la elección, de nuevo!).

Soy consciente de la dificultad del tema, pero cualquier lector habrá cuando menos atisbado su alcance, su sustancial repercusión en el ámbito religioso. Al menos en un planteamiento sistemático –que, sin duda, no es imprescindible para la vida– es algo decisivo en cuanto que su ausencia avala y refuerza el pensamiento mágico de la religión mientras que su clarificación desbarata la magia y sanea lo religioso.

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NOTAS


[10] El ‘etsi Deus non daretur(aunque Dios no existiese) de Bonhoeffer lo utilizo casi siempre con el matiz de ‘ut si Deus non daretur’ (como si Dios no existiese)

53 comentarios

  • Santiago

    Oscar Varela,   quise hacer yo tambien un comentario al tuyo, pero colgue el mio en otro hilo….sabras disculparme,   pero esta en “El altar del dios desconocido”…un abrazo    de Santiago Hernandez 

  • M. Luisa

    Hola Oscar, en tu comentario encuentro a faltar algún que otro OK, de esos que  tú sueles poner de vez en cuando. Esta vez todo en él es negativo ¿tan mal me he expresado?
     
    Para salir de dudas te comento.
    Me retraes este inadecuado planteamiento
    1-    “nunca me he dirigido a ninguna extraña  realidad fuera de la que nos encontramos”  Tal vez haya una manera mejor de componer la frase, sin embargo pienso que de la misma manera que yo me esfuerzo no poco  por entenderte ( y no por mala construcción, sea dicho de paso, sino por brevedad)  puesto que presumo de conocerte, también  si hubieras querido,  con  la de veces  que  en mis comentarios sitúo aquí y no allá la realidad, pienso que   me hubieras  podido interpretar correctamente.
     
    2-    “lo real de ellas (las cosas) siempre aparece intocable … y  constituyen un mundo de cosas reales  en donde  la persona se encuentra.”
    Dices. Ad 2- que “lo real” de las cosas constituyan un mundo de cosas reales “in-tocable”
    ¿no te parece que no sólo estás postulando algo “extraño”,
    sino “in-alcanzable” (a-gnosticismo)
     
    Veamos el lado bueno de lo que quería decir, porque lo tiene,  sólo que las palabras elegidas  precipitadamente  para expresarlo  no son las adecuadas. Tal vez ahora me entiendas. Lo real de las cosas siempre está ahí esperándonos. Si antes me había referido   que las cosas son manipulables,   lo real de ellas no. Y es lo que posibilita la reflexión  y la vuelta  de nuevo a ellas.
     
    Por otro lado  esto hace que el carácter abierto de las cosas reales  constituya esa unidad física que es el mundo. No hace falta añadir aquí lo que ya expresé días atrás. El hombre por sus estructuras está abierto  no solamente a un medio  sino  que por  su humanidad está abierto a un campo y a un mundo: es el campo de lo real y el mundo de lo real.
     
    Sí,  en efecto, Oscar  la vida humana es un drama, dímelo a mí,  pero  por suerte no  acaba en  tragedia.
     
    No sé si me dejo algo… en cualquier caso lo dejo aquí
     
    Ha sido un placer, casi…

  • oscar varela

    Hola M. Luisa!
     
    Te extrañas que no vea la “coincidencia” contigo.
     
    Es que la vida humana de cada cual
    no coincide con la de otro cual.
     
    Donde uno se para
    no puede estar parado otro
     
    ¿Cómo podrán hacer para hacer coincidir sus vistas en un mismo paisaje?
    …………….
    Es aceptando estas perogrulladas como se podrá avanzar sobre terreno firme, sin empantanarse.
    …………….
    Tal vez valga la pena cambiar al Post siguiente sobre JLH del Pozo 4 ¿no?
     
    Pero te dejaría picando esta preguntita sobre una “no-coincidencia”
    de dos afirmaciones tuyas (si es que te entiendo bien). Dices:
     
    1- “nunca  me he dirigido  a ninguna extraña realidad fuera de la que nos encontramos.”
     
    2- “lo real de ellas (las cosas) siempre aparece intocable … y  constituyen un mundo de cosas reales  en donde  la persona se encuentra.”
    …………….
    Yo diría, en cambio, que:
     
    Ad 1– “El ser humano tiene la particularidad de:
     encontrarse siempre en esa “extraña” realidad
     que es “su vida”
     que -sin su anuencia- le ha sido dada
     pero “vacía”
     y que no tiene más remedio que ir ocupándola
    con ocupaciones autónomamente sensatas (Auto-estima).”
     
    NOTA: conocerás el lamento de Ortega: – “¿Cuándo caeremos en la cuenta que la vida humana no es cuerpo, ni espíritu, ni alma ni cosa alguna; sino un Drama?”-
     
    Ad 2– que “lo real” de las cosas constituyan un mundo de cosas reales “in-tocable”
    ¿no te parece que no sólo estás postulando algo “extraño”,
    sino “in-alcanzable” (a-gnosticismo)?
    …………….
    ¿Vienes a Del Pozo-4?
     
    ¡Vamos todavía!  – Oscar.