Decir verdades a través de mitos y poemas. Navidad en Japón.
“Lo que ustedes llaman Luz de Buda en el kokoro de cada persona, nosotros lo llamamos Espíritu de Vida”
“A la luz de la estrella de la Navidad, descubrimos y proclamamos lo prodigioso de todas las natividades humanas”
Asistí en el jardín de la infancia del monje Nishimura a la charla matutina del director, que contaba a su auditorio infantil el nacimiento de Siddharta Gautama, el Shakamuni, es decir, el sabio o muni del clan de los shaka, llamado por sus seguidores el Buda o iluminado.
Érase en tiempos del monarca Suddhodana, que reinaba en los alrededores del Himalaya. Se celebraban los festivales de la cosecha veraniega. La reina Maya fatigada se retiró a su aposento a dormir. Soñó que descendían ángeles celestiales y la transportaban en volandas a las cumbres.
Aparece entre los aludes un elefante blanco que galopa sin obstáculos sobre las laderas resplandecientes de nieve. Enarbola con la punta de su trompa una flor de loto blanco. Llegado junto a la reina, amaga su trompa y la introduce por el costado en el seno de la soberana.
Despierta perpleja la reina y cuenta el sueño a su esposo. Convocan a los brahmanes a que interpreten. “Majestad, daréis a luz un hijo, le auguran, de sublime destino. Si permanece en casa será un conquistador. Pero si sale de casa y deja el mundo se convertirá en un Buda iluminado“.
El día del parto sorprendió a la reina de viaje a casa de los abuelos. Se apea del palanquín y se adentra por un claro del bosquecillo de Lumbini. Aparece de repente, dado a luz, su primogénito entre las flores, mientras un aura primaveral arropa a madre e hijo. Llueven pétalos de mandarava y gotas de rocío perfumado. El bebé se pone en pie y proclama: “Soy el Bienaventurado”.
Cuando concluye mi amigo el monje su recitado, la tropa infantil del parvulario, correctamente alineada, pasa a juntar sus manitas devotamente ante una estatua del Niño Buda, como en un besapié de belenes mediterráneos.
Traduzco para el periodista que me acompaña la pregunta que éste hace al monje con desparpajo. “Esto que les ha contado usted, maestro, ¿es historia o ficción? Dígame de verdad: ¿Usted se lo cree o es como Papá Noel y Reyes Magos en Europa, un pretexto para decir “felices fiestas”?”
El monje sonríe sin afectarse y rechaza la disyuntiva: “Ni lo uno ni lo otro. Es algo mucho mejor. Es decir verdades a través de mitos y poemas”. El periodista titubea, pero toma nota. El monje añade: “Estos niños y niñas llevan todos en su corazón (en japonés, en su kokoro) la semilla de un Buda en germen. Les educamos en la fe para que lo descubran y el día de mañana lo realicen y practiquen, a ver si logramos un mundo más compasivo”.
Luego el monje se dirige a mí: “Los eruditos de la universidad de Komazawa explican las mutuas influencias entre tradiciones indias del Rig Veda y mitologías helénicas o egipcias. Pero lo que importa no es saber quién plagió a quién, sino el kokoro, el corazón del relato.” Y me interpela: “¿No tienen ustedes en su Biblia también nacimientos prodigiosos?”
El momento no es oportuno para exégesis complicadas; me limito a aclarar: “Lo que cuentan Mateo y Lucas en los evangelios de la infancia de Jesús no es propiamente un nacimiento espectacular al estilo de la exaltación mítica de Augusto. Más que un nacimiento prodigioso, es la fe en lo prodigioso de todo nacimiento. Lo que ustedes llaman Luz de Buda en el kokoro de cada persona, nosotros lo llamamos Espíritu de Vida. Por eso decimos que toda criatura nace como Jesús: procreada por su madre y padre, pero, a la vez, por obra del Espíritu que vivifica. Así, a la luz de la estrella de la Navidad, descubrimos y proclamamos lo prodigioso de todas las natividades humanas.”
Esta es una de las historias más bonitas que he leido hace tiempo.
Por supuesto, el lenguaje simbólico, las metáforas, las alegorías, los mitos… son la única manera de poder expresar lo inexpresable… Luego está el tema de las claves de interpretación que a veces son más evidente que otras, o que pueden ser como aquellas claves que se introducían en las antiguas cajas de seguridad, que dependiendo la clave que se introduzca se abre un nivel u otro… tema apasionante donde los haya.
Me encanta en este caso: la semilla… el nacimiento… nacimiento físico / nacimiento espiritual, en el caso de Jesús o de Buda fueron una misma cosa, pero en el común de los humanos no. Ojalá que la semilla de la budeidad, del reino… se desarrolle y fructifique en nuestros corazones, y ojalá que tengamos sabiduría de preparar convenientemente la tierra de nuestros hijos a ver si entre todos, como dice el monje, logramos un mundo más compasivo…
Gracias a Juan Masiá por esta preciosidad de narración y a vosotros por vuestras intervenciones.
Me quedo con esto:”El bebé se pone en pie y proclama: “Soy el Bienaventurado”. La vida es un regalo prodigioso.
Me lleva a “Este es mi hijo amado”. La fe que confía, que ve, que se vive incondicionalmente amado/a y bendecido/a, proclama certeza en lo más hondo, en todo prodigioso nacimiento-despertar en quien se es.
Mis mejores deseos en este 2011 que empieza al modo como lo expresa Gabriel en el hilo “Jesús de Nazaret 3”. Gracias.
Cuando leo un escrito de Juan Masiá, con toda su sensibilidad, con todo su saber, con todo su magisterio, me hace pensar en un maestro, en su mejor acepción, ya que ejerce su magisterio de forma extraordinaria.
Y para hablar de él o con él, que más quisiera, le pondré el tratamiento de Don, creo que se lo merece-
Don Juan Masiá nos narra de forma sencilla otra Natividad, el monje cuenta verdades a través de mitos y poemas, es el corazón del relato (a mí me recuerda a las “parábolas”) y Don Juan nos traduce “Luz de Buda” por “El Espíritu de Vida” y nos hace sentir que todas las natividades humanas son prodigiosas.
Es una explicación magistral.
Muchas gracias y feliz navidad.
JESÚS
“…Por eso decimos que toda criatura nace como Jesús: procreada por su madre y padre, pero, a la vez, por obra del Espíritu que vivifica”.
Hermosa manera de explicar aquello que nos supera; ponerlo a la altura de cada persona que esté dispuesta a “comprender” lo incomprensible desde la realidad personal, pero intuye; sin “misteriosas” intervenciones.
¡Gracias Juan Masiá! por estar de nuevo entre todas las personas de este querido Atrio.
Copio sólo una frase del poético comentario:
“El monje sonríe sin afectarse y rechaza la disyuntiva”.
Para lograr un mundo más compasivo quizás hace falta sintonizar desde lo profundo del corazón con la sonrisa del monje.
Precioso, Masiá! Nacer en la caricia de una brisa de primavera, sobre una cuna de pétalos de mandaravas y una lluvia de gotas de rocío perfumado…Es el mismo Nacimiento, pero en otro mundo, en otra cultura. Es el Ser humano en tuda su grandeza, dignidad y origen divino.
Me pregunto, Masiá, si los cristianos de Japón decoráis vuestros Belenes con los mismos motivos y la misma literatura que los budistas adornan el Nacimiento de su Buda…Porque meter en vuestros Nacimientos angeles, pastores, la mula y el buey…pues como que chirría un poco. Al fin y al cabo, si ellos y nosotros hemos puesto en el Nacimiento un poquito o un mucho de novela o de cuento de hadas, ¿por qué no hemos de adaptarnos a las categorías mentales, filosóficas y poéticas, de los que nos rodean? Vamos, digo yo…