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A los cinco años del cónclave del miedo

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Tal día como hoy, hace cinco años, se encerraban los cardenales en el Cónclave que elegiría el día siguiente a Benedicto XVI. Hemos repasado cómo vivimos en ATRIO aquellos días de abril del 2005. Comentamos con tristeza y mucha preocupación la famosa homilía que decantó tan rápidamente la elección. Hoy se hace en todas partes un abierto balance de este quinquenio. Lo ha hecho con su carta abierta a los obispos del mundo Hans Küng, que entonces pidió silencio. J. M. Castillo, en su blog, la hace suya y habla de culpable silencio episcopal. Nosotros publicamos hoy dos balances hechos por Juan José Tamayo en El Periódico y por Bernardo Baranco en La Jornada de México.

 

LA VIÑA DEVASTADA DE BENEDICTO XVI

Por JUAN JOSÉ TAMAYO

         Muy poca gente pensaba que el cardenal Ratzinger fuera elegido papa en el cónclave celebrado en abril de 2005 para elegir al sucesor de Juan Pablo II tras su largo reinado de veintisiete años. Ni siquiera se creía que deseara convertirse en el nuevo “Santo Padre”, entre otras razones, por la edad –había cumplido 78 años- y por algunas de sus declaraciones en las que había expresado su deseo de volver al estudio y a la reflexión teológica. Se le consideraba, eso sí, el gran elector, que podía mover los hilos y aunar voluntades para elegir al nuevo papa. No en vano había sido el todopoderoso presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) durante casi medio siglo y había intervenido activa y decisivamente en el nombramiento de la mayoría de los cardenales reunidos en el cónclave. Pero los pronósticos fallaron y el cardenal Ratzinger se convirtió en el elegido con el nombre de Benedicto XVI para regir los destinos de la catolicidad.

         Y, a decir verdad, no le ha resultado difícil gobernar de manera absoluta ya que ha contado con el apoyo prácticamente unánime de los cardenales, arzobispos, obispos y de la Curia romana y con el silencio casi total de los poco dirigentes eclesiásticos discrepantes. Ésa fue precisamente la estrategia diseñada conjuntamente por  Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger y la seguida por éste durante los cinco años de su pontificado: sustituir a los obispos progresistas seguidores del concilio Vaticano II y defensores de la teología de la liberación por obispos de talante conservador y, en algunos casos, integrista. Los criterios para los nombramientos episcopales han sido la fidelidad a la doctrina, la obediencia al papa y la observancia de las rúbricas litúrgicas. ¿Dónde quedan la ejemplaridad evangélica, la opción por los pobres, la lucha por la justicia y la reforma de la Iglesia defendida por el concilio Vaticano II? La nueva imagen de los obispos ha ido acompañada de una importante involución en la formación del clero, en la educación en la fe, en la orientación teológica, con la renuncia, en muchos casos, a la evangelización y la caída en un empacho sacramental.

         La tan esperada y necesaria reforma de la Curia se ha reducido a una serie de cambios que han reforzado todavía más el centralismo y la orientación tradicional de la Iglesia católica. Los nombramientos de Bertone como secretario de Estado de la ciudad del Vaticano (ministro de Asuntos Exteriores), de Levada como presidente de la CDF y de Cañizares al frente del Culto Divino constituyen los mejores ejemplos de clonación del propio Benedicto XVI en el gobierno autoritario de la Iglesia, en la reproducción ideológica de su pensamiento, en la concepción rigorista del dogma y en la práctica ritualista de la liturgia.

         Benedicto XVI se ha rodeado de una guardia pretoriana que le ofrece una visión distorsionada de la realidad e intenta protegerle de las críticas procedentes no sólo del mundo laico sino de dentro de la misma Iglesia católica, que no tienen intención iconoclasta, sino constructiva y catártica. Es esa misma guardia pretoriana la que, por ejemplo, en vez reconocer la gravedad delictiva de los casos de pederastia de sacerdotes y religiosos y de ayudar al papa a tomar medidas eficaces para erradicar tales prácticas, osa afirmar que el hecho mismo de sacarlas a la luz responde a una campaña anticlerical perfectamente orquestada por los sectores laicistas, al odio y a la persecución de la Iglesia católica y al deseo de desacreditar y socavar el prestigio de Benedicto XVI. Pero los pretorianos no se preocupan del sufrimiento de las víctimas y menos aún de llevar a los violadores, que son los verdaderos verdugos, a los tribunales. Con esa actitud lo que están haciendo es proteger a los victimarios, como hiciera el cardenal Castrillón quien, siendo presidente de la congregación del Clero, felicitó a un obispo “por no haber denunciado a un sacerdote (pederasta) a la Administración civil”.

         El papa tiene a su alrededor una serie de asesores intelectualmente mediocres, moralmente reprochables y desconocedores –o peor aún- falseadores de la historia, que dicen muy poco del tan cacareado prestigio intelectual de Joseph. Sirvan dos ejemplos como botón de muestra. Uno es el  predicador que durante la Semana Santa de este año comparó, en presencia del papa, los sufrimientos de éste por las críticas recibidas con motivo de los casos de pederastia, con el Holocausto. Otro, el cardenal Bertone, “segundo” del Vaticano y brazo derecho del papa desde los tiempos de la CDF, que, con la intención de demonizar a los homosexuales, ha vinculado la homosexulidad con la pederastia, mientras que, para defender la anacrónica e infundada imposición del celibato a los sacerdotes, ha negado cualquier relación de éste con los abusos sexuales de algunos sacerdotes y los religiosos. Con asesores y colaboradores así, no es extraño que el portavoz del Vaticano dedique más tiempo a desmarcarse de tamaños disparates y juicios tan insensatos que a ofrecer una información objetiva sobre las actividades del Vaticano.  

         Los pasos de la Iglesia católica hacia atrás durante el pontificado de Benedicto XVI son más que evidentes. El papa actual retrocedido muchos siglos atrás, pero no a los tiempos del Jesús del Lago de Tiberíades o al cristianismo de los orígenes, tampoco a los movimientos proféticos medievales, sino al concilio contrarreformista de Trento (1545-1563) y al concilio Vaticano I (1870), que definió el dogma de la infalibilidad del papa. Ha tenido como referencia pastoral en su pontificado no la figura tolerante de Juan XXIII, ni siquiera la actitud hamletiana de Pablo VI, sino el comportamiento decididamente antimodernista de Pío X.

         ¿Resultado? Un concilio Vaticano II secuestrado, una teología amordazada, una Iglesia amurallada que se protege de adversarios imaginarios,  en fin, una “viña devastada”, como dijera el propio Benedicto XVI, pero no por los “jabalíes” laicistas  inexistentes, sino por no pocos creyentes y dirigentes eclesiásticos que han dilapidado el legado ético liberador de Jesús de Nazaret y lo han sustituido por la teología neoliberal del mercado. ¿Solución? No está en mis manos. Tenemos que pensarla entre todos.  Será tema de otro artículo.  

[Este artículo nos fue enviado por el autor directamente. Coincide sustancialmenye  con el que publica hoy El Periódico con el título “El Pontífice y su guardia pretoriana” ]   

 

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La Iglesia en pecado

Por Bernardo Barranco V.

      El Papa sigue acosado por reclamaciones y acusaciones por encubrimientos a pedófilos no sólo por el enraizado y sistemático encubrimiento de la estructura eclesiástica en los casos presentados a la luz pública, sino acciones que directamente lo involucran. El tsunami parece no darle descanso: es golpeado una y otra vez con las armas del escándalo mediático provenientes de diversas latitudes del planeta. En esta Semana Santa, la oficina de prensa del Vaticano, en Roma, quedó impresionada por el arribo de cientos de cámaras, periodistas, equipos informativos de grandes cadenas y medios informativos estadounidenses y europeos pendientes de las especulaciones sobre una posible dimisión del pontífice. Difícilmente Ratzinger renunciará, a pesar de la bola de nieve. Pero se debe reconocer que este pontificado, como pocos, ha sido cimbrado al grado de propiciar conjeturas de que la pedofilia del clero es el “Watergate del Papa”.

En entrevista con L’Osservatore Romano, el ex secretario de Estado del Vaticano, actual decano del Colegio Cardenalicio, Angelo Sodano, comparó los ataques contra Benedicto XVI con los grandes terremotos por los que ha atravesado la Iglesia en la era moderna, dijo: “Primero se tuvieron las batallas del modernismo contra Pío X, después la ofensiva contra Pío XII por su comportamiento durante el último conflicto mundial, y finalmente contra Pablo VI por la encíclica Humanae vitae contra el aborto y los anticonceptivos”. A la lista somera de Sodano habría que añadir la misteriosa muerte bajo conjeturas de complot del papa Juan Pablo I, en 1978, e inmediatamente después los escandalosos movimientos financieros del banquero de Dios, monseñor Marcinkus, y los vergonzosos vínculos con el banco ambrosiano y la mafia italiana. Sin embargo, esta crisis es diferente porque es cultural; esta crisis es de escala planetaria, el litigio no es político ni es provocado por el choque de proyectos ideológicos; la crisis de pederastia muestra la disfuncionalidad e incoherencia de la institución frente a la cultura contemporánea; reflejándose en la actitud inquisitiva de los grandes medios de comunicación, donde este pontificado parece cosificado a una tradición petrificada y que va a contracorriente de la lógica del mundo.

      La defensa mediática del Vaticano no sólo ha sido insuficiente, sino contraproducente. Falta contundencia, transparencia y relajamiento. El manejo de la crisis ha rebasado de lejos a Lombardi, quien carece de estrategia y argumentos sólidos. Basta citar al mismo vocero del Papa, quien ve en la secularización de los años 60 el origen de los abusos, o a Tarciso Bertone, secretario de Estado, que declara en Chile que la homosexualidad es la causa de la pedofilia en la Iglesia: ¿dónde estás, Joaquín Navarro Vals?

El encubrimiento sistémico, el mutismo institucional, la doble moral, la complicidad y la hipocresía han minado la credibilidad de la Iglesia y de sus pastores; así lo demuestran encuestas serias tanto en España como en Alemania, situando al conjunto de la estructura eclesial en una situación de pecado institucional. El discurso de la Iglesia se hace farisaico porque se traiciona a sí misma y echa por la borda el corpus de principios que pregona.

Frente a los agrietamientos comunicativos de Roma, a partir de la semana de Pascua la estratagema cambia, incorpora otras voces y personalidades que buscan apuntalar la imagen del Papa. Efectivamente, en torno al pontífice alemán han cerrado filas casi todos los episcopados en el mundo; mostrando solidaridad, palabras de aliento y el reconocimiento de que Benedicto XVI no es parte del problema, y que está decidido, como ningún otro actor religioso, a limpiar la casa eclesial de pederastas. Igualmente, altos miembros de la curia romana y vaticanistas plegados al pontífice advierten el peligro de la persecución al Papa, pues solamente se inhibirán las importantes acciones correctivas, que pronto pondrá en práctica

      Estamos parcialmente de acuerdo con la sentencia del editorial Desde la fe, órgano de comunicación del cardenal Norberto Rivera, en el que todos los críticos de la Iglesia morirán y sus furiosas críticas y malévolos deseos quedarán en el olvido mientras la Iglesia permanecerá. En efecto, la Iglesia en sus largos dos mil años ha sobrevivido a cismas, reformas, cautiverios, ocupaciones, conspiraciones y ha mostrado una gran capacidad de adaptación a diferentes configuraciones civilizatorias. Sin embargo, el comentario además de soberbio, calificado así por el editorial de La Jornada, se abstrae de la historicidad de la propia Iglesia, de sus cambios y mutaciones. Una de las grandes lecciones de esta crisis es que la Iglesia no es ajena a los antivalores de la sociedad contemporánea a la que critica con vehemencia implacable. La iglesia no es una entidad blindada, encapsulada o aislada de la cultura; de hecho está atravesada por cada una de las grandes corrientes de la modernidad por tanto debe reconocerse, con humildad y hasta misericordia, como parte de esta complejidad. Recuerdo un texto lúcido del propio Ratzinger cuando habla fuertemente de la doble condición de la Iglesia santa y ramera, en los siguientes términos: “Digámoslo una vez más, estos hombres son la Iglesia, que no puede separarse simplemente y sin más ni más de ellos… siendo así que ella vive en los hombres, aun cuando los trascienda por el misterio de la misericordia divina que ella les lleva. En este sentido, la santa Iglesia permanece en este mundo siendo Iglesia pecadora” (El nuevo pueblo de Dios, Ed. Herder 1972, pág. 285). No es solo una cuestión de nueva actitud ni de superación de hipocresías, mucho menos de soberbia que por cierto es uno de los siete pecados capitales, sino de capacidad de diálogo e interlocución sincera con la diversidad cultural contemporánea. Esta crisis planetaria sin precedentes ha cimbrado el atavismo y fariseísmo clerical que vive la Iglesia, sin embargo, puede sentar bases para una profunda reforma o revolución pastoral.

 [Publicado en La Jornada de México el miércoles, 14 de abril de 2005]

2 comentarios

  • andres galera segura

    Que poco tiene que ver la estetica, las formas en general del vaticano con Jesus, y si las formas nada tiene que ver, los contenidos igualmente distan mucho, y si esto es asi, ¿ por que permanece ante un mundo que bien discierne y nota las grandes diferencias entre ambos modelos?. Que cese ya de llamarse la iglesia de Jesus si no lo son, que dejen ya de poner a Jesus como su guia si ellos solo siguen la guia del interes y del dinero. Que no se ultrage mas la memoria y el mensaje de un hombre bueno que quiso lo mejor para todos nosotros.

  • Antonio Vicedo

    Si las distintas parcelas del Rebaño DE JESÚS en las distintas Diócesis conocieran y siguieran a  quien ejerce la misión de pastor confiada y se les ofreciera oportunidad de elegir y presentar CANDIDATOS PAPABLES,  e intervenir activamente en la elección papal, (¿Modos? difíciles, pero los hay ya posibles y no muy costosos), seguro que habría más fidelidad a la Tradición Apostólica y al crédito de que el Espíritu actua y no solo tolera.
    El poder eclesiástico lleva enrocado siglos y queriendo escapar (Al menos eso parece que se intenta con las normas tantas veces renovadas sobre : “Eligiendo Pontífice”) de presiones y corruptelas con secretismos y penalidades, precedidas de ejercicio de poder absoluto para nombramientos y designaciones episcopales y cardenalicias.
    La vida eclesial no puede funcionar equilibradamente con sobrecargas de responsabilidad en unos cuantos miembros y atrofiamiento de la misma en casi todo el conjunto de sus miembros.
    Bajando al terreno vital eclesial ¿qué consideración se le tiene y cómo se respetan los efectos (“Ex opere operato”) de la Sacramentalidad en la que tanto encelamiento se pone?
    ¿Qué significa para quienes los administran,  los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y aún del Orden y Matrimonio en orden a la eclesialidad?
    Hay acusaciones de laicidad como cargándola de enemiga y oposición a la Iglesia;  y resulta que en lo laico, se va avanzando más en actividad posible compartida en aquello que es común por los niveles democráticos,  imperfectos, pero ya alcanzados.
    ¿No se está reforzando la prueba de aquello de Jesús: “-Los hijos de las tinieblas (No creo que ahora lo refiriera Él a lo positivo democrático), son más sagaces que los hijos de la LUZ”.
    Aviso para navegantes y para aquellos que siguen emperrados en que el valor del SÁBADO debe anteponerse al de LO HUMANO.