Por ANTONIO DUATO
[Iglesia Viva, nº 87/88, La cuestión de Dios, mayo-agosto 1980]
HANS KÜNG: ¿Existe Dios?, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979, 972 páginas.
KARL RAHNER: Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo, Herder, Barcelona, 1979, 536 págs.
JOSÉ MARIA ROVIRA BELLOSO: Revelación de Dios, salvación del hombre, Secretariado Trinitario (Héroes de Brunete, 42), Salamanca, 1979, 342 págs.
En muchos ambientes eclesiales se percibe a la vez una renovada inquietud por la búsqueda de Dios y una creciente desconfianza por los teólogos profesionales. Se busca de nuevo a Dios, porque el fogonazo del descubrimiento del compromiso temporal que polarizó tantas energías va perdiendo luz al atravesar la densidad de lo real, y surge de nuevo la pregunta: ¿A dónde iremos? Se desconfía en cambio de los teólogos, porque recuerdan tratados aborrecibles y aborrecidos, porque se desconfía de la razón que ha traído estos lodos, porque se quiere seguir el camino limpio de la propia experiencia, haciendo silencio y vacío entorno, rechazando todo pensamiento discursivo aunque para ello haya que acudir a técnicas y maestros orientales.
Y sin embargo la función de la teología y de los teólogos es precisamente el ser guías en ese itinerario personal desde la propia experiencia situada en un mundo concreto hasta el encuentro con el verdadero Dios que nos llama a comunión con El. ¿Cumplen o no los teólogos de hoy esta misión? Desde este determinado punto de vista, su funcionalidad como guías desde la experiencia a la razón, a la revelación y a Dios, quiero examinar tres libros, aparecidos los tres en España en 1979. De alguna manera se condensa y se completa así la bibliografía extensa y comentada que sobre el tema aparece en este número.
Aunque las diferencias entre los tres libros son notables (en su volumen, materia que abarcan, enfoque y estilo, difusión editorial, etc.) los tres parten de la pregunta sobre Dios tal como se presenta o se oculta al hombre contemporáneo, para conducir al lector, a partir de una experiencia propia y original, a dar una respuesta positiva y abrirse a la revelación que está actuando en esa experiencia. Los tres intentan ‑y es un dato común en la teología moderna (Rahner, 29; Rovira, 26)‑ la superación de una división tajante entre teología fundamental y dogmática, la inseparabilidad de experiencia, razón y gracia en el único camino de la persona hacia Dios.
Hans Küng, y empezamos por el libro más conocido, verdadero boom editorial del año pasado, se nos presenta como un excelente guía de una gran exposición. Él ha construido su libro sobre el itinerario del pensamiento moderno, encarnado en hombres concretos, acerca de Dios, con la misma pretensión didáctica y globalizadora con que los responsables del Museo de Arte Moderno de Nueva York han montado este verano una exposición única sobre la obra total de Picasso. En este sentido, es una obra ingente, clarísima, que queda ahí con valor de enciclopedia, pera que a pesar de la amenidad que ha conseguido darle a la parte expositiva puede resultar fatigosa y poco útil para el lector a quien le interese dar una respuesta personal a la pregunta del título.
Sin embargo, a lo largo del minucioso recorrido sobre autores y escuelas, el guía no deja de revelar su propio pensamiento sobre el punto de partida y el itinerario hacia Dios, que es lo que aquí nos interesa. En resumen es éste: el hombre, que es insoslayablemente libre, tiene que tomar en su vida al menos una decisión fundamental: el sí o el no a la realidad. Si opta, lo que es originario y razonable, por la confianza radical en la realidad, el sí a Dios como soporte de esa realidad está racionalmente justificado, y su confirmación y desarrollo temático tienen amplio cauce en la tradición judeo‑cristiana rectamente entendida.
El punto de arranque es el sí a la realidad frente al nihilismo. Küng se muestra en este libro muy impresionado por Nietzsche, como culminación de todo el proceso de racionalidad crítica antropocéntrica del pensamiento moderno. Esto puede parecer un recurso para hacer más fácil el remonte hacia Dios. Personalmente veo en ello más bien el impacto de la juventud universitaria de hoy con la que convive. Hoy el problema más radical en las jóvenes generaciones ‑más por razones sociológicas que por las psicológicas que él ampliamente analiza (páginas 616‑626)‑ es la desconfianza radical en todo. En este sentido puede ser útil el establecer ese punto de arranque en el proceso hacia Dios, aunque a muchos les parecerá insatisfactorio el itinerario que señala, apreciando más el libro por la excelente presentación que hace del pensamiento moderno, con abundante bibliografía.
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El libro de Rahner es algo totalmente distinto. Ni una cita de autores –sólo reducidísimas referencias a textos de la Biblia y del Dezinguer–, aunque a través del libro se puede adivinar todo el bagaje de información acumulado por una vida de estudio e investigación. Rahner ha escrito este libro de una manera personalísima y como un intento de justificación ante sí y ante el mundo de su fe cristiana y católica. Se muestra en él como experto guía de alta montaña, para el que resulta fácil lo que parecía inaccesible. Incluso como ingeniero de un impresionante funicular o autopista de alta montaña. De vez en cuando te das cuenta, siguiendo el libro, que discurres por encima o por debajo de aquellos vericuetos por donde tenía que pasar antes la teología. El viaje con Rahner es lineal y directo, pero no exento de dificultades. Hay que estar muy avezado a su lenguaje y a su pensamiento para que no entre vértigo o modorra. Lo difícil al seguirle es hacer propio el camino, sintiendo bien clavados los pies o los pilares al terreno de lo real.
El mismo Rahner parece consciente de esta dificultad al introducir su obra en la que ha estado trabajando más de quince años. Por una parte se había planteado hacer un Curso Introductorio para los que van a empezar los estudios de teología. Aunque reconoce que le ha salido una obra muy técnica, no apta para principiantes, en la que el carácter teorético y científico dominan sobre el pedagógico y didáctico (pág. 23).
Sin embargo la teología de Rahner, sobre todo en este libro, no deja nunca de pisar tierra. El mismo se ha propuesto hacer, y lo hace a lo largo del camino, una continua confrontación entre concepto y saber originario, para no caer en el defecto profesional del teólogo: «adquirir una habilidad extrema en este hablar y, sin embargo, no haber entendido realmente desde la profundidad de nuestra existencia aquello sobre lo que en verdad hablamos” (pág. 34).
Este testimonio de unión armónica, personalizada, no sólo de conocimiento filosófico y teológico, sino de conceptualización y experiencia originaria y problemática, es lo que da a esta obra de Rahner, obra de plenitud, un carácter único. Es así como, pese a la dificultad del lenguaje, puede ayudar mucho como guía en ese itinerario personal hacia Dios.
Siguiendo su filosofía trascendental de una manera muy existencial, para Rahner el hombre en todo acto espiritual de conocimiento se experimenta a sí mismo, con conciencia originaria, como abierto a la amplitud ilimitada de toda realidad. Esta experiencia trascendental, que acompaña al acto de conocimiento. es la que constituye al hombre como sujeto, como persona libre. De esta experiencia originaria parte Rahner, como dato previo a cualquier conceptualización o tematización. El de dónde y el hacia dónde de esta experiencia trascendental quedan ocultos, velados, es el “misterio sagrado”. Todo esfuerzo por un conocimiento temático directo del misterio aleja el misterio a esa conciencia, de que algo trasciende ese nuevo acto de conocimiento. Pero a ese “hacia dónde de la experiencia trascendental”, a ese «misterio sagrado”, lo encontramos desde los principios de la humanidad llamado Dios, en alguna de las variantes de la palabra. Si esta palabra originaria que nos viene impuesta desapareciese totalmente del lenguaje humano, sería porque ha desaparecido en el hombre y en la humanidad el misterio sagrado, la experiencia de trascendencia. Esto es posible, pero para Rahner esto significaría la muerte colectiva del hombre como tal, pues se habría producido una evolución regresiva de la especie hacia algo que no es el hombre (pág. 70). Así de lúcido y rotundo es ante la pregunta sobre Dios.
Desde estos presupuestos, que suponen una estructura existencial del hombre abierta hacia Dios, Rahner sobrevuela las espinosas cuestiones del conocimiento natural y revelado, de la necesidad de la gracia y la libertad, de las vías y mediaciones creadas para llegar a Dios. Sobrevuela dificultades sin ignorarlas, pero a costa de emplear un lenguaje que es tan claro para el iniciado como árido para el profano. Un ejemplo sólo, tomado del apartado titulado Inmediatez con Dios como inmediatez mediada: “El ente particular como tal puede mediar a Dios en su singularidad y mediación categorial por cuanto, en su experiencia, acontece la experiencia trascendental de Dios” (pág. 110).
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Frente a la gran exposición de Küng, o a la gran ingeniería intelectual de Rahner, el libro de Rovira Belloso tiene menos pretensiones, aunque representa un selecto diálogo con el pensamiento moderno y posee una estructura reflexiva muy trabajada y personal. Es como el guía que se conoce muy a fondo la ciudad o la zona, y lo mismo te introduce en ella a través de un museo que desde el rincón más perdido en una callejuela. Su libro se parece más a unas notas de viaje o a, un cuaderno de campo.
Todo el libro está penetrado por un profundo respeto, casi estremecimiento, ante el tema de Dios. No es un libro magisterial y altisonante, sino dialogante. Los que le conocemos, al leerle, le oímos. Es el mismo José María cercano que comunica su saber preguntando y sugiriendo, que para hablar de lo más alto emplea el lenguaje más cotidiano. Esta modestia de fondo, a la que acompaña las características externas y comerciales de la edición, pueden hacer perder importancia a un libro que no dudo en considerar una de las mejores aportaciones teológicas que se han producido en los últimos años en nuestro país. Y desde luego muy a la par de los dos libros anteriores.
El que busque respecto al tema de Dios diálogo con el pensamiento moderno, lo va a encontrar al mismo nivel de profundidad que en Küng, aunque evidentemente en forma más breve y selectiva. Y es curioso cómo, dedicándoles muchas menos páginas, en el análisis que Rovira hace de la crítica religiosa de Marx y de Freud en concreto, hace la impresión de llegar más al fondo de la cuestión que el enciclopédico Küng.
Y sobre todo el que busque al guía que señale el camino desde la experiencia propia al Dios revelado encontrará en Rovira mucha ayuda. Sé que él mismo rechazaría siquiera la comparación de su obra con la de Rahner. Pero si que hay que decir que el seguir los balbuceos (páginas 45‑52) de Rovira sobre la experiencia profunda, preconsciente, de la identidad en la comunión total puede ser mucho más útil, aun siguiendo el mismo camino, que seguir las densas y difíciles páginas de Rahner. Para que el lector pueda identificar esa experiencia originaria trascendental, Rovira va dejando en el camino pistas: “el silencio ritmado: ritmado por la propia respiración, como en la técnica del yoga, o por la cadencia del agua como en el 2.0 movimiento de la Pastoral de Beethoven% o como “cuando Maragall se sabe situado sobre d’un prat ben verd, sota d’un cel ben blau” (págs. 46 y 48). Su lenguaje, sin dejar de ser técnico, resulta más comprensivo. Compárese como ejemplo el párrafo siguiente con el equivalente –viene a decir lo mismo– de Rahner citado anteriormente: “El hombre… se siente atraído por la última y central densidad de lo real… Cada cosa me está indicando que ella no es la última ni la central. Cada cosa me remite a una ulterior ultimidad” (pág. 50).
Y sobre todo, en Rovira, las criaturas, el mundo, tienen rostro: no sólo son las estrellas y el cielo azul, sino también la música y la pintura, la lucha sindical, el partido político y, sobre todo, el barrio, el suburbio de Barcelona, desde el que el autor ha construido su reflexión teológica. Véase la advertencia al final del precioso capítulo sobre el itinerario de Dios en Juan de la Cruz e Ignacio de Loyola: “en el nivel personal, es muy difícil para un adolescente del Tercer Mundo o de Barcelona que haya vívido un ambiente familiar desencajado y propicio al desarraigo, abrirse naturalmente a la consideración del Ser como Amor” (pág. 85).
En definitiva, que el sencillo libro de Rovira puede abrir el apetito de la reflexión teológica, a partir de la experiencia y en diálogo con el pensamiento moderno, consiguiendo tal vez que los otros dos volúmenes, valiosísimos, de Küng y Rahner, no tengan como único fin adornar o enriquecer una biblioteca.
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