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I Todos los sueños son creación del soñador

Alexander Grothhendieck

La Llave de los Sueños o Diálogo con el Buen Dios

 Libro póstumo inédito (escrito entre 1987 y 1988) con traducción española disponible enhttps://agrothendieck.github.io/divers/llave.pdf

Edición digital preparada, introducida y comentada para uso privado por AD.

 

        I        TODOS LOS SUEÑOS SON CREACIÓN DEL SOÑADOR

Contenido

  1. Primeros encuentros – o los sueños y el conocimiento de uno mismo.. 10
  2. Descubrimiento del Soñador. 12
  3. El niño y la teta.. 14
  4. Todos los sueños vienen del Soñador. 15
  5. El sueño mensajero – o el momento de la verdad. 15
  6. La llave del gran sueño – o la voz de la “razón”, y la otra.r. 15
  7. Acto de conocimiento y acto de fe.. 13
  8. La voluntad de conocer. 18
  9. La puerta estrecha – o la chispa y la llama.. 21
  10. Trabajo y concepción – o la cebolla doble.. 23
  11. El Concierto – o el ritmo de la creación.. 27
  12. Cuatro tiempos para un ritmo.. 30
  13. Los dos ciclos de Eros – o el Juego y la Labor. 33
  14. Las patas de la viga.. 37
  15. La rebanada frotada con ajo.. 39
  16. Emoción y pensamiento – o la ola y la chapuza.. 42

 

 1. Primeros encuentros – o los sueños y el conocimiento de uno mismo

(30 de abril de 1987) El primer sueño de mi vida cuyo mensaje sondeé y comprendí, enseguida transformó profundamente el curso de mi vida. Aquel momento fue vivido, verdaderamente, como una renovación profunda, como un nuevo nacimiento. Con la perspectiva que da el tiempo, ahora diría que fue el momento del reencuentro con mi “alma”, de la que vivía separado desde los días ahogados en el olvido de mi primera infancia. Hasta ese momento había vivido en la ignorancia de que tenía un “alma”, que en mí había otro yo mismo, silencioso y casi invisible, y sin embargo vivo y vigoroso – alguien bien distinto del que constantemente ocupaba en mí el primer plano de la escena, el único al cual veía y con el que seguía identificándome, me gustase o no: “el Patrón”, el “yo”. Aquél que conocía no ya demasiado, sino hasta la saciedad. Pero aquel día fue un día de reencuentros con el Otro, dado por muerto y enterrado “durante toda una vida” – con el niño que hay en mí.

Los diez años transcurridos desde entonces me parecen ahora, sobre todo, como una sucesión de periodos de aprendizaje, en los que he franqueado sucesivos “umbrales” en mi itinerario espiritual. Fueron periodos de recogimiento y de intensa escucha, en los que me iba conociendo a mí mismo, tanto al “Patrón” como al “Otro”. Pues madurar espiritualmente no es, ni más ni menos, que conocerse a sí mismo una y otra vez; es progresar mucho o poco en ese conocimiento sin final. Es aprender, y ante todo: aprender sobre uno mismo. Y también es renovarse, es morir un poco, quitarse un peso muerto, una inercia, una parte del “hombre viejo” que hay en nosotros – ¡y renacer!

Sin conocimiento de uno mismo no hay comprensión de los demás, ni del mundo de los hombres, ni de la acción de Dios en el hombre. Una y otra vez lo he comprobado, en mí mismo, en mis amigos y parientes, y también en lo que llaman “obras del espíritu” (incluso entre las más prestigiosas): sin conocimiento de uno mismo, la imagen que nos formamos del mundo y de los demás no es más que la obra ciega e inerte de nuestros apetitos, nuestras esperanzas, nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestras ignorancias deliberadas y nuestras huidas y nuestras renuncias y todos nuestros impulsos de violencia reprimida, y la obra de los consensos y de las opiniones que imperan a nuestro alrededor y que nos tallan a su medida. Por eso apenas tiene relaciones lejanas, indirectas y tortuosas con la realidad de la que pretende dar cuenta, y que desfigura sin ninguna vergüenza. Es como un testigo medio imbécil, medio corrupto en un asunto que le afecta más de lo que quiere admitir, sin darse cuenta de que su testimonio le compromete y le juzga…

Cuando paso revista a esas grandes etapas de mi camino interior, a lo largo de los últimos diez años, compruebo que cada una de ellas ha sido preparada y jalonada, al igual que la primera de la que acabo de hablar, por uno o más sueños. La historia de mi maduración en mi conocimiento de mí mismo y en mi comprensión del alma humana se confunde, poco más o menos, con la historia de mi experiencia de los sueños. Por decirlo de otra manera: El conocimiento al que he llegado sobre mi propia persona y sobre la psique en general, casi se confunde con mi experiencia de los sueños, y con el conocimiento del sueño que es uno de sus frutos.

Y no por casualidad, ciertamente. He terminado por aprender, muy a mi pesar, que la vida profunda de la psique es inaccesible a la mirada consciente, por intrépida, por muy ávida de conocimiento que sea. Con sus únicos medios, incluso secundada por un trabajo de reflexión concentrado y tenaz (por eso que llamo “trabajo de meditación”), esa mirada apenas penetra más allá de las capas más superficiales. Actualmente, dudo que haya, o que haya habido en el mundo un hombre (ya fuera Buda en persona) en el que sea diferente – en el que el estado y la actividad de las capas profundas de la psique sean directamente accesibles al conocimiento consciente. ¿Tal hombre no sería casi igual a Dios? No conozco ningún testimonio que me pueda hacer suponer que una facultad tan prodigiosa jamás haya sido concedida a una persona.

Cierto es que todo lo que se encuentra y se mueve en la psique busca y encuentra una expresión visible. Ésta puede manifestarse en el nivel de la consciencia (con pensamientos, sentimientos, actitudes, etc.), o en el de los actos y comportamientos, o también en el nivel (llamado “psicosomático” en jerga erudita) del cuerpo y sus funciones. Pero todas esas manifestaciones, psíquicas, sociales, corporales, son hasta tal punto ocultas, hasta tal punto indirectas, que bien parece que también ahí haga falta una perspicacia y una capacidad intuitiva sobrehumanas, para conseguir extraer un relato, por poco matizado que sea, de las fuerzas y conflictos inconscientes que se expresan a través de ellas. El sueño, por el contrario, se revela como un testimonio directo, perfectamente fiel y de una fineza incomparable, de la vida profunda de la psique. Detrás de apariencias a menudo desconcertantes y siempre enigmáticas, cada sueño constituye en sí mismo un verdadero cuadro, trazado con mano maestra, con su iluminación y su perspectiva propias, una intención (siempre benevolente), un mensaje (a menudo contundente).

 

2. Descubrimiento del Soñador

Nosotros mismos somos ciegos, por así decir, no vemos ni torta en ese batiburrillo de fuerzas que actúan en nosotros y que, sin embargo, gobiernan inexorablemente nuestras vidas (al menos mientras no hagamos el esfuerzo de conocerlas…). Somos ciegos, sí – pero en nosotros hay un Ojo que ve, y una Mano que pinta lo visto. El tenue silencio del sueño y de la noche le sirven de tela, nosotros mismos somos su paleta; y las sensaciones, los sentimientos, los pensamientos que nos recorren al soñar, y los impulsos y las fuerzas que agitan nuestras vigilias, ésos son Sus tubos de pintura, para bosquejar ese cuadro vivo que sólo Ella sabe bosquejar. Un cuadro–parábola, sí, a mano alzada o sabiamente compuesto, farsa o elegía y a veces drama inexorable y doloroso… ¡graciosamente ofrecido a nuestra atención! A nosotros nos toca descifrarlo y recoger el fruto, si nos interesa. ¡Tómalo o déjalo!

Y casi siempre, es cierto, se “deja”. Incluso entre aquellos que hoy en día se las dan (siguiendo una moda reciente y de buen gusto) de “interesarse en los sueños”, ¿hay uno sólo que se haya arriesgado a ir hasta el fondo de uno sólo de sus sueños – de ir hasta el fondo, y “recoger el fruto”?

Este libro, que hoy mismo comienzo a escribir, se dirige en primerísimo lugar a los pocos (si los hay aparte de mí) que osen ir hasta el fondo de algunos de sus sueños. A aquellos que se atrevan a creer en sus sueños y en los mensajes que les llevan. Si tú eres uno de ellos, quisiera que este libro te animase, si hace falta, a tener fe en tus sueños. Y también, a tener fe (como yo la he tenido) en tu capacidad para escuchar su mensaje. (Y a ver agrietarse y derrumbarse tus convicciones más firmes, a ver tu vida transformarse ante tus ojos…)

Quizá también el conocimiento del sueño que intento comunicar pueda evitarte ciertos tanteos y rodeos por los que he debido pasar, en mi viaje de descubrimiento de mí mismo. Sin que me diera cuenta, este viaje llegaría a ser también el del descubrimiento del Soñador – de ese Pintor – Escenógrafo benevolente y malicioso, de mirada penetrante y dotes prodigiosas, ese Ojo y esa Mano de los que acabo de hablar.

Desde el primer sueño que escruté, que me reveló a mí mismo en un momento de crisis profunda, bien sentía que ese sueño no venía de mí. Que era un regalo inesperado, prodigioso, un regalo de Vida, que me hacía alguien más grande que yo. Y poco a poco he comprendido que es Él y ningún otro el que “hace”, el que crea cada uno de esos sueños que vivimos, nosotros, actores dóciles entre sus manos delicadas y poderosas. Nosotros mismos aparecemos en ellos como “soñadores”, e incluso “soñados” – creados en y por ese sueño que estamos teniendo, animados por un soplo que no viene de nosotros.

Si hoy se me preguntase, respecto de mi trabajo sobre los sueños, cuál es para mí el fruto más valioso, respondería sin dudar: es el de haber permitido encontrarme con el Maestro del Sueño. Al escrutar Sus obras, poco a poco he aprendido a conocerLe por poco que sea, a Él a quien nada en mí está escondido. Y recientemente, como resultado, seguramente, de una larga búsqueda que se ignoraba a sí misma, al fin he aprendido a conocerLe por su nombre.

Acaso te suceda a ti lo mismo. Acaso tus sueños de mil rostros te hagan encontrar, a ti también, a Aquel que te habla por ellos. El Uno, el Único.

A poco que este libro pueda ayudarte en eso, no habrá sido escrito en vano.

 

3. El niño y la teta

1 de mayo

Me he acercado a mis sueños como un niño pequeño: el espíritu vacío, las manos desnudas. Lo que me empujaba hacia algunos de ellos, lo que me hacía registrarlos con tan ávido empeño, era algo diferente de la curiosidad de un espíritu despierto, intrigado por un “fenómeno” extraño, o fascinado por un misterio turbador, conmovido por una aguda belleza. Era algo más profundo que todo eso. Me empujaba un hambre que yo mismo no habría sabido nombrar. Era el alma la que estaba hambrienta. Y por alguna misteriosa gracia, que se añadía a la de la aparición de tal o cual sueño “no como los otros”, a veces he sabido sentir esa hambre y el alimento a mí destinado. Era como un lactante desnutrido, enclenque y hambriento, que siente cercana la teta.

No he percibido esa realidad hasta hace bien poco. En aquel momento, ciertamente, y durante muchos años más, en absoluto me veía en esos tonos, casi lamentables. ¡¿Yo enclenque?! ¡Sólo faltaba eso!

No se trataba de una complacencia, de una mala fe inconsciente. La fuerza que sentía en mí, con evidencia irrecusable, es muy real, y es valiosa. Pero se sitúa en un nivel muy distinto. No es la del alma, de un alma que hubiera llegado a su estado adulto, a la plena madurez. Tenía ojos para ver, y también tenía ideas muy claras sobre una realidad que llamaba “espiritual”, y que percibía claramente. Ahora (desde hace poco) me doy cuenta de que la realidad espiritual es otra cosa, no lo que así llamaba. Entonces sólo tenía una experiencia muy confusa de ella, y mis ojos no la veían. Sólo están comenzando a abrirse a esa realidad.

Es verdad que el recién nacido tampoco ve el pecho, y sin embargo lo siente cuando se acerca, lo reclama y mama. Igualmente, en el hombre hay un instinto espiritual, incluso antes de que sus ojos espirituales comiencen a abrirse. ¡Feliz el que sepa sentir ese instinto, y obedecerle! Ése se alimentará, pues el pecho siempre está cerca. Y sus ojos terminarán por abrirse y verán.

 

4. Todos los sueños vienen del Soñador

Si he aprendido sobre los sueños las cosas que no se encuentran en los libros, es por haberme acercado a ellos con un espíritu de inocencia, como un niño pequeño. Y no me cabe duda de que si haces lo mismo, tú aprenderás, no sólo sobre ti mismo, sino sobre los sueños y el Soñador, cosas que no están en este libro ni en ningún otro. Pues el Soñador gusta de entregarse al que se acerca a él como un niño. Y lo que él revela a uno, seguramente, no es lo que le revela a otro. Pero ambos concuerdan y se complementan.

Por eso, para conocer tus sueños, y a Aquél que te habla por ellos, en absoluto es necesario que me leas ni que leas a nadie. Pero saber cuál ha sido mi viaje y lo que he visto en el camino tal vez te anime a emprender o a proseguir tu viaje, y a abrir bien tus ojos.

Durante largo tiempo sólo anotaba los sueños que me impresionaban más, y no todos. Incluso una vez anotados con gran cuidado, la mayoría de esos sueños permanecían enigmáticos para mí. ¿Tenían algún sentido? No me habría atrevido a pronunciarme al respecto. Algunos, sobre todo entre los que no anotaba, ¡se parecían más a una historia de locos que a un mensaje portador de un sentido!

Fue en agosto de 1982, seis años después de mi primer trabajo sobre un sueño, cuando tuvo lugar un segundo gran giro en mi relación con los sueños y el Soñador. En ese momento comprendí que todo sueño era portador de un sentido, a menudo escondido (seguramente a propósito) bajo un aspecto desconcertante –que todos salen de la misma Mano. Que cada uno, por anodino o escabroso que pueda parecer, o por extravagante o chiflado, o por fragmentario o confuso … – que cada uno sin excepción es una palabra viva del Soñador; a menudo una palabra traviesa, o una risa loca detrás de unos aires graves e incluso lúgubres (nadie como Él para coger al vuelo y hacer estallar lo cómico y lo gracioso donde menos se espera…); palabra recia o palabra truculenta, jamás banal, siempre pertinente, siempre instructiva, y bienhechora – una creación, en suma, ¡recién salida de las manos del Creador! Algo único, diferente de todo lo que ha sido o será jamás creado, y creado ahí ante tus ojos y con tu ayuda involuntaria, sin tambor ni trompeta y (parecería) para ti sólo. Un regalo propio de un príncipe, sí, y un regalo en estado puro, totalmente gratuito. Sin que tengas que agradecerlo, ni que tomar nota, ni siquiera que concederle una mirada. ¡Increíble, y sin embargo cierto!

En todo caso, lo que es cierto es que entre la multitud de sueños que he anotado a lo largo de los últimos diez años (debe haber casi un millar, entre los que hay trescientos o cuatrocientos cuyo mensaje he sabido captar), no hay ni uno sólo que actualmente me dé la impresión de ser una excepción a la regla; de ser, no una creación, sino el producto de algún mecanismo psíquico más o menos ciego, o de alguna fuerza en busca de una gratificación, sea de los sentidos o de la vanidad (6). En todos sin excepción, a través de toda su prodigiosa diversidad, siento el mismo “sello”, percibo en ellos un mismo soplo. Ese soplo no tiene nada de mecánico, y no proviene de mí.

 

5. El sueño mensajero – o el momento de la verdad

Pero en los primeros años no me planteaba ninguna de estas cuestiones. No prestaba ninguna atención a los sueños que, en ese momento, aún me parecían como de lo “primero que pasa”. E incluso entre aquellos que anotaba, luego no me detenía más que con los sueños que entonces llamaba “sueños mensajeros”. Eran aquellos, en suma, en los que de entrada estaba claro, por no sé qué oscuro presentimiento, que realmente eran portadores de un “mensaje”.

Ahora que sé que todo sueño lleva un mensaje, y que a veces sueños de apariencia humilde expresan un mensaje de gran alcance, ese nombre de “sueño mensajero” me parece ambiguo, y tengo reticencia a utilizarlo. Son también los sueños que, de entrada, llaman la atención como “grandes sueños”. “Grandes” no necesariamente por su longitud o duración, o por su riqueza en episodios o detalles llamativos; sino en el sentido en que a veces tal obra de la mano o del espíritu – cuadro, novela, film, incluso un destino – nos impresiona como algo “grande”. Una de las señales de tales sueños es una agudeza excepcional de las percepciones y de los pensamientos, y a veces una fuerza turbadora de las emociones. Como si el Soñador quisiera zarandear nuestra inveterada inercia, sacudirnos, desgañitarse gritándonos: “¡Eh perezoso, despiértate de una vez y pon atención en lo que te voy a decir!”.

También son los sueños que tienen un lenguaje trasparente, sin “código” secreto ni juegos de palabras de ninguna clase, sin nada que oculte o que vele. En ellos el mensaje aparece con una claridad fulgurante, indeleble, trazado en la carne misma de tu alma por una Mano invisible y poderosa, tú mismo Carta viva y vibrante actor de la Palabra que se te dirige. Y cada palabra lleva y expresa, con los movimientos de tu alma, un sentido que te concierne, a ti y nadie más, y lo pone en tu mano a fin de que te des cuenta. Aquél que habla en tu corazón como nadie en el mundo podría hablarte, Él te conoce infinitamente mejor y con más intimidad de lo que tú te conoces a ti mismo. Cuando llega el momento, mejor que nadie, sabe cuáles son las Palabras vivas que resonarán profundamente en ti, y cuáles son las secretas cuerdas que harán vibrar.

En resumen, el “sueño mensajero” es aquél en que el Soñador “echa el resto” para decirte lo que tiene que decirte, con una fuerza y una claridad excepcionales. Si pone tal insistencia, es porque, sin duda, también el mensaje es excepcional, te dice algo esencial, algo que es absolutamente necesario que sepas. Quizá el sueño venga a revelarte recursos insospechados escondidos en tu ser – una fuerza intrépida que aún se oculta, o una profundidad disponible, o una vocación que espera, un destino por realizar… – ¡algo que despierto jamás te habrías atrevido ni a soñar! O quizá haya venido para animarte a quitarte algunos pesos aplastantes que llevabas desde hace muchos años, durante toda tu vida quizá…

Escuchar uno de tales sueños, comprender su mensaje evidente, irrecusable, y acoger el conocimiento que te aporta, aceptar esa verdad que se te ofrece – también es ver cambiar tu vida profundamente, al momento. Es cambiar, es renovarte, en ese momento.

Nunca más serás el que eras antes de ese momento de la verdad.

Por eso mismo es tan raro que una palabra tan ardiente sea escuchada, que un regalo tan inestimable sea aceptado. Pues en cada uno de nosotros actúa una inercia inmensa, opuesta a todo lo que nos cambia y nos renueva. Y raros son aquellos en que esa inercia del alma no se acompaña de un miedo incoercible, profundamente escondido.

Ese miedo es mucho más poderoso y más vehemente que el miedo a la enfermedad, a la destrucción o a la muerte. Y tiene múltiples rostros. Uno de ellos es el miedo a conocer – a conocerse. Otro: el miedo a encontrarse, a ser uno mismo. Y aún otro: el gran miedo al cambio.

6. La llave del gran sueño – o la voz de la “razón”, y la otra.

15 de mayo[1]

El “sueño mensajero” es, en suma, el sueño cuyo sentido es claro, evidente, aquél que para penetrarlo no se necesita una “clave”. Al menos no una “clave” en el sentido en que tenderíamos a entenderlo en el contexto de los sueños: algo como un “código”, o un “diccionario” (de símbolos), o al menos, una colección de recetas, de instrucciones para manejarlo, que resumirían una larga experiencia de los sueños, amasada tal vez por generaciones de sagaces observadores… Más aún: digo que tal experiencia de los sueños (¡aunque sea milenaria!) aquí no sirve de nada, que incluso sería, si no tienes la precaución de olvidarla, un señuelo y una traba, buena para distraerte de lo esencial.

Al enfrentarme al primer sueño de mi vida que sondeé, ni se me hubiera ocurrido la idea de una “clave” o de una “forma de proceder”. (En ese contexto, ¡hubiera sido tan incongruente como levantarme para buscar un martillo o una sierra, o invocar el principio de Arquímedes, para abrir un grifo del fregadero!). No más que la idea de mi inexperiencia. El bebé que quiere mamar o que mama ¡¿se pregunta sobre su “inexperiencia”?! Pide a gritos o mama, eso le basta. Para el crío ansioso de mamar, la llave de la teta, que da acceso a la leche generosa que hincha el pecho redondeado, no es ni más ni menos que el hambre que le empuja, ese grito de un cuerpo hambriento, que exige lo suyo sin andarse con rodeos.

Como un seno maternal, el “gran sueño” nos presenta una leche espesa y sabrosa, buena para alimentar y vivificar el alma. Y si la Madre se inclina así sobre nosotros con bondad, es que Ella sabe, Ella, aunque nosotros lo ignoremos, que el alma, cual lactante famélico, está hambrienta. Y la “llave” de los sueños, el “¡ábrete Sésamo!” que da acceso a esa leche tan cercana que oscuramente presentimos – esa llave está en ti. Es esa hambre, el hambre de un alma hambrienta.

Yo no sabía nada de todo esto, por supuesto, al menos no a nivel consciente. No sabía ni que tenía un “alma”, ni que ésta estaba mal alimentada. Y nunca había hecho ni visto hacer un trabajo sobre un sueño. Era la inexperiencia total. Pero al igual que el crío, no necesitaba nada de eso. Al despertar, hubo cuatro horas de intenso trabajo, un “trabajo” sin darse cuenta, para “vaciar la teta” – ir hasta el fondo del sueño. En cuatro o cinco “sentadas” sucesivas, cada una retomando la anterior como a mi pesar, para que no digan, mientras me disponía, ¡por fin! a dormirme de nuevo, para recuperar un sueño bien necesario (desgraciadamente interrumpido por el intempestivo despertar y el insólito trajín que le siguió).

Ni yo mismo hubiera sabido decir por qué me obstinaba así, en volver a escribir una y otra vez, sentado en mi cama: primero el relato del sueño (con un cuidado infinito, ¡me llevó dos horas de un tirón!), después (encendiendo de nuevo la luz) el relato del despertar sobresaltado, y de las asociaciones que se me vinieron sobre la marcha, aún bajo el impacto de la emoción; y aún después, en dos o tres tirones más (aunque cada vez había apagado la luz y me había tumbado, con la idea de volverme a dormir enseguida), me obstinaba en encender la luz y retomar la escritura, para anotar unas (¡últimas!) reflexiones sobre la etapa precedente (que me había creído que era la última) – ¡para terminar y que no se hable más! En ningún momento tuve el sentimiento de que hacía algo importante, de que estaba en busca de un sentido que todavía se me hubiera escapado y que además tuviera que enseñarme algo importante, incluso crucial. Bien al contrario: mis pensamientos se obstinaban a pesar mío en volver sobre ese sueño y sobre las reflexiones que ya me había inspirado, mientras que un diablillo (que ya conocía, y que después iba a conocer mucho mejor todavía…) perentoriamente me susurraba que verdaderamente no era serio desperdiciar mi precioso tiempo hilando tan fino, que ya era hora de que me durmiera para estar en forma después; no faltaban, gracias a Dios, cosas más serias que me esperaban….

Claramente, ésa era la voz de la razón, ¡tenía toda la razón, sí! y sin embargo – sólo cinco minutos más (suplicaba yo), sólo cinco minutitos y nada más, para poder dormirme de una vez con el espíritu verdaderamente tranquilo, terminando por fin ese trabajito nada serio… Suplicaba, en suma, indulgencia con esa manía mía, que tan a menudo literalmente me fuerza la mano, me guste o no, de ir hasta el final de un trabajo (claramente sin interés) o de una idea (claramente mediocre) o de alguna vaga e indefinible impresión; como, por ejemplo, la de no haber “captado” aún (¿qué quiere decir?) algo que está bien claro; llegando incluso, a fuerza de insistir fuera de lugar, a darme a mí mismo (a esa “voz de la razón”, por supuesto) la penosa impresión de estar “zumbado”, de hacer novillos en lugar de ocuparme en cosas serias como todo el mundo.

Y sin embargo, si en ese momento me hubiera detenido unos instantes, para preguntarme al respecto, habría sabido que en mi trabajo matemático, al menos, todo lo que he hecho de bueno (y sobre todo lo que nadie había soñado jamás y que sin embargo, después, se revelaba como algo que “saltaba a la vista”) – siempre es en contra de esa sedicente “voz del sentido común” como lo he hecho, por haber sabido escuchar otra voz en mí: justamente la de ese “maniático”, del muchacho “poco serio”, el que sólo hace lo que le viene en gana y por el que suplicaba indulgencia…

Con la perspectiva de diez años, ahora veo claramente que esa “otra voz”, ésa es la que siempre me orienta hacia lo esencial; mientras que la voz “de la razón”, la del sentido común, intenta siempre y a cualquier precio desviarme. La única preocupación de ésta es mantenerme prudentemente apegado a las cosas catalogadas y clasificadas, o al menos fácilmente reconocibles, y por eso, sentidas como “seguras”. Pues las cosas esenciales son también las más delicadas y las menos “seguras” de todas – cual vapores impalpables, escapan a los marcos y las cajas en que bien nos gustaría encerrar todo el Universo de las cosas cognoscibles, para tener la impresión de ternerLe “cogido”[2].

Cuando en ti haces callar a esa “otra voz”, para seguir pánfilamente la que todo el mundo sigue– te apartas de lo mejor que hay en ti. Sin ella no puedes descubrir, ni las cosas exteriores a ti (sean las matemáticas, o el “por qué” de los hechos y gestas de Alguien, o los misterios del cuerpo de la amada…), ni las que hay en ti. Sin escucharla, aunque hubieras leído todos los libros del mundo, no puedes penetrar ni en uno sólo de tus sueños.

A decir verdad, esa voz, seguramente, es la misma que la que te habla en los sueños. Es la del Soñador, la de la Madre. Ella te susurra por lo bajo dónde se encuentra la verdadera leche, a la que aspira no tu superficie, sino tu profundidad. Está muy cerca de tus labios. A ti te toca mamar.

Esa voz también es la voz de tu hambre – el hambre del alma, o si no, el hambre de Eros, del Eros-que-quiere-conocer. Pero incluso cuando Él habla de Eros (y habla de él a menudo), siempre es al alma a la que se dirige el Soñador, y al hambre del alma. Seguir al hambre y mamar, también es seguir a esa voz.

Esa hambre que hay en ti, y la humilde voz de esa hambre, poco resuelta, como avergonzada de sí misma – ésa es la “llave del gran sueño”, del sueño-mensajero. No hay otra. Gira sin hacer ruido, y parece que no pasa nada. Mientras no la hayas girado hasta el final, no pasa nada ni nada ha pasado – en todo caso nada que no pueda, en los minutos que ya vienen, volver a hundirse en la ciénaga del olvido y desaparecer.

Solamente cuando la has girado hasta el final, de repente, todo ha cambiado: estabas ante una puerta cerrada, ¡y milagrosamente se ha abierto! Estabas en la oscuridad o la penumbra, ¡e irrumpe la luz!

Ésa es la señal de que has ido “hasta el final”, que has tocado el fondo del sueño, mamado la leche destinada a ti. No te puedes equivocar. Quien ha vivido tal momento, aunque sólo sea el descubrimiento de esto o de aquello (y quién no lo ha vivido, ¡aunque sólo sea en su para el espíritu que las aborda en terreno desconocido, son totalmente nuevas. No hay ningún consenso al que agarrarse, para distinguir lo verdadero de lo falso, lo esencial de lo accesorio. Los reflejos adquiridos, que reflejan tales consensos, aquí no son de ninguna ayuda, sino un señuelo del que hay que liberarse cuanto antes, para poder darse cuenta verdaderamente de lo que hay alrededor. Tal es la situación, especialmente (con escasas excepciones), en el menor de los sueños que abordemos – pues el menor sueño es obra de una libertad total, es “nuevo” en el pleno sentido del término, incluso para Aquél mismo que acaba de crearlo.

Entiéndase bien, el “diablillo”, que habla por la voz de la “razón”, encarna los “reflejos adquiridos” de los que acabo de hablar. Tienen una fuerza considerable en cada cual (¡por decir poco!), incluyéndome a mí mismo (hay que repetirlo). Pero mientras se obedezca a esa falsa “razón”, no hay acto creador ni obra innovadora.

niñez!) – ése sabe bien de lo que hablo: cuando de un magma informe de repente nace un orden, cuando una oscuridad de repente de aclara o se ilumina…

Pero cuando el descubrimiento llega como una revelación sobre ti mismo, cambiando de arriba a abajo tu relación contigo mismo y con el mundo, entonces es como un muro que se derrumba ante ti, y un mundo nuevo que se abre. Ese momento y lo que te acaba de enseñar, sabes bien (sin siquiera soñar en decírtelo) que no hay peligro de olvidarlo jamás. Desde entonces el nuevo conocimiento forma parte de ti, inalienable – como una parte íntima y viva y como la carne misma de tu ser.

 

7. Acto de conocimiento y acto de fe

16 de mayo

Ayer escribía que no había otra llave para el “gran sueño” más que el hambre del alma. Cuando, aún bajo la impresión del sueño que acabas de tener, sabes escuchar la humilde voz de esa hambre, entonces, sin siquiera saberlo, estás apunto de girar una llave delicada y segura. Y te deseo la gracia de que no te pares en el camino, antes de que se corra el pestillo y de que la puerta, cerrada durante toda una vida, se abra…

También he pensado en la fe en el sueño. Cuando me he despertado bajo el repentino influjo de una emoción tan grande que mi alma no la podía contener, al instante he sabido, con seguridad: este sueño me hablaba, y lo que me decía con tal potencia turbadora, era importante, era crucial que me diera cuenta. Lo he sabido, no por haberlo leído en alguna parte o por haber reflexionado cierto día, sino por ciencia inmediata y segura. Igual que a veces sucede, cuando alguien te habla (y poco importa que le conozcas o que sea la primera vez que leves), que sabes con seguridad y sin tener que preguntártelo, que lo que te dice es verdad. Eso no es una impresión, más o menos fuerte o convincente, sino un conocimiento. La impresión puede equivocarse, pero no ese conocimiento. Ciertamente, hace falta que estés en un estado particular, un estado de apertura, o de rigor, o de verdad (llámese como se quiera), para saber distinguir, sin asomo de duda, entre una simple impresión y tal conocimiento inmediato. Tal discernimiento, tanto si es percibido conscientemente como si permanece inconsciente (poco importa en este caso), no es del orden de la razón, o de una intuición de naturaleza intelectual. En ese momento, nuestro ojo espiritual, que percibe y distingue lo verdadero de lo falso, está abierto o entreabierto y ve.

Creo que tal percepción aguda de lo verdadero y lo falso, en lo que dura un relámpago, está presente en la psique más a menudo de lo que pudiera pensarse: si no de forma plenamente consciente, al menos en las capas de la psique cercanas a la superficie. Pero tal discernimiento, tal conocimiento no es eficaz por sí mismo. Es como un escalpelo bien afilado, antes de que una mano lo sujete. Asumir uno de esos conocimientos fugaces que surgen en ti, aprovecharlo, volverlo eficaz, operante, no es ni más ni menos que “tomárselo en serio”, es “creer en él”. Es un acto de fe. Sólo el acto de fe vuelve eficaz, vuelve activo al acto de conocimiento. Él es la mano que sujeta la herramienta.

Cuando se habla de “fe”, se piensa generalmente en la “fe en Dios” (y Dios sabe qué hay que entender por eso en cada caso…), o en una religión determinada, o en una creencia particular. Aquí no se trata de eso, claramente, ni de la “fe” en tal persona o en tal otra. Se trata de una “fe” en algo inmediato, que pasa en nosotros mismos en ese mismo instante: ese acto de conocimiento que acaba de ocurrir, nos señala tal cosa como “verdadera”, o como importante. Podría decirse que es una fe “en uno mismo”, o mejor dicho: una fe en ciertas cosas que pasan en nosotros, no sabemos por qué ni cómo, en ciertos momentos de la verdad percibidos como tales. Un instinto oscuro y seguro nos advierte de que desconfiar de ese acto que ha tenido lugar, de esa percepción aguda que nos da un conocimiento cierto, sería una abdicación, una renuncia a la facultad, que nos ha sido concedida como a cualquier otro, de un conocimiento personal, directo y autónomo de las cosas que nos conciernen.

A decir verdad, el acto de conocimiento en el pleno sentido del término incluye el acto de fe, que le da crédito y toma ese conocimiento como punto de partida y trampolín de una acción. Pues en tanto que el acto de fe, generador de acción, no esté incluido, el conocimiento permanece salpicado de dudas, es incompleto e ineficaz, está mutilado de su misma razón de ser. Y el “estado de verdad” del que hablaba hace un momento, en el que nace el acto de conocimiento, no se realiza plenamente más que cuando incluye, en el silencio de una escucha, esa tonalidad de ardor, de implicación de uno mismo sin reservas[3] del que brota, invisible pero activo, el acto de fe. Tal estado de verdad, en el pleno sentido del término, está entre las cosas más raras del mundo, y las más valiosas.

En qué medida tal estado nos llega como una gracia, como un don gratuito venido de otra parte, y en qué medida depende de nosotros – de un rigor, de una probidad, de un coraje… – eso es un misterio. Para mí es uno de los grandes misterios de la psique, y de su relación con la Fuente de todo conocimiento.

¿De dónde me venía ese conocimiento inmediato sobre el sueño que acababa de tener? Visiblemente no provenía de ninguna experiencia de ninguna clase, y aún menos de una reflexión. Creo poder decir, sin sombra de duda, que era algo que se me “decía” a la vez que el sueño, por el mismo hecho de que ese sueño realmente era vivido por mí, y con tal fuerza, que en absoluto podía recusar el testimonio de esa vivencia, ni el conocimiento (inseparable, a decir verdad, de éste): que esa vivencia tenía, más allá de su sentido “literal”, otro sentido, que me concernía de modo mucho más profundo.

Quizá incluso pudiera decir que, a nivel espiritual, el acto de conocimiento “parcial”, o “preliminar”, del que hablaba al principio, jamás viene de nosotros, de nuestra limitada psique sino siempre de Aquél que sabe en nosotros: de aquél que, cuando dormimos, nos habla por los sueños, y en la vigilia, de cualquier otra forma que Le plazca. Decir que ese acto de conocimiento incompleto tiene lugar, significaría pues que Él nos habla de lo que no podríamos saber con nuestros propios medios, y que además “escuchamos”, que nos “damos cuenta” de lo que Él nos dice. El estado de verdad parcial sería el estado de silencio interior y de escucha, que nos permite distinguir claramente la Palabra del ruido circundante. La participación de la psique aquí es por tanto pasiva, teniendo el papel activo “la Fuente”, o “el Soñador”, o “la Madre” o cualquier otro nombre que se le dé a Eso o a Ése o Ésa en nosotros que siempre sabe, y con ciencia profunda y segura[4].

Por el contrario, el acto de fe viene de nosotros, del alma. Es el acto por el que “damos crédito”[5] a lo que se nos dice (¡la lengua francesa está aquí particularmente inspirada[6]!), y esto en el pleno sentido del término: nosotros nos entregamos, al instante, a ese conocimiento que acaba de ser dado y recibido, actuando sin reserva ni vacilación según nos inspira ese conocimiento que acaba de aparecer.

Así el acto de conocimiento completo, incluyendo el acto de fe, aparece como un acto común en el que participan, indisolublemente, dos compañeros: la iniciativa se debe a Dios (dándole esta vez el nombre que le conviene), y el alma figura como interlocutor de Dios, a veces recibiendo el don de su Palabra y otras dándose por el acto de fe. Así, al menos, se me presenta el acto de conocimiento que tiene lugar al nivel que aquí me interesa, el de la realidad espiritual.

Por supuesto, estas cosas, como prácticamente todos los procesos y actos creativos, tienen lugar (salvo raras excepciones) en el Inconsciente, al abrigo de la mirada. Además, casi nunca tenemos consciencia de un “Interlocutor”, ni siquiera (creo) en las capas profundas de la psique. Ése era el caso, especialmente, en esa primera vez que sondeé un sueño. Al menos a nivel consciente (como ayer subrayé), lo que entonces daba el tono y dominaba “sin mucho esfuerzo”, eran las resistencias al cambio, alias “el diablillo”, ¡que se presentaban bajo la convincente apariencia de la “voz de la razón”! Sin embargo, el acto de fe tuvo lugar y dicha fe, bien aferrada en el Inconsciente (y sin preocuparse, es cierto, de salir a plena luz…), aguantaba todo haciéndose humilde y casi sumisa: “¡sólo cinco minutitos, para terminar…!”. Y no ha cejado, hasta que al fin el pestillo cede y de repente la puerta candada se abre de par en par…

En las horas y los días siguientes, esa fe en “los sueños” llegó a ser plenamente consciente. Fue, y ha seguido siendo, una fe total, sin reserva, un conocimiento seguro e inquebrantable: sabía, sin la menor duda, que podía confiar totalmente en mis sueños[7]. Si había alguna reserva, nunca se refería al sueño o a Aquél que me hablaba por el sueño, sino únicamente a la comprensión que alcanzaba de tal sueño o tal otro, más o menos completa, más o menos segura según el caso. En el caso del primer sueño que sondeé, una vez que hube llegado al final, sabía con certeza, sin el menor asomo de duda, que el “mensaje” había llegado – ¡que el sueño había hecho “diana”!

Ese conocimiento, esa confianza total en el sueño, no es fruto de la experiencia. Después es confirmada abundantemente por la experiencia, eso se sobrentiende – pero eso era algo que se caía por su propio peso[8]. A decir verdad, antes de ahora, nunca me he preguntado por el origen de ese conocimiento, de esa confianza total, esa fe. Es de la misma naturaleza, me parece, que el conocimiento que tengo desde siempre de la “fuerza” que hay en mí – de la capacidad de conocer de primera mano, y de crear sin tener que imitar a nadie. Ambos conocimientos me parecen casi indistinguibles. Sin habérmelo dicho jamás claramente, sentía bien, de entrada, que lo mejor de mí era de la misma esencia que el Soñador. Él era un poco como un hermano mayor, travieso y benevolente, sin la menor complacencia y a la vez de una paciencia inagotable. Ciertamente me superaba infinitamente en sabiduría, por la penetración de su mirada, por su prodigiosa capacidad de expresión y, sobre todo, por una libertad desconcertante, infinita. Sin embargo, por limitado que yo sea, encerrado por mis orejeras, había ese sentimiento, jamás expresado, de parentesco. Estaba confirmado por el evidente interés que el Soñador se tomaba con mi modesta persona. Pero sobre todo, me parece, ese sentimiento aparecía en una especie de connivencia que se manifestaba en ciertos sueños; sobre todo en aquellos que encerraban una comicidad oculta, a menudo desopilante, detrás de apariencias gravísimas, incluso dramáticas o macabras. Conseguir “entrar” en uno de mis sueños, y por eso mismo en el espíritu con que había sido creado, también era, un poco, despojarme por un momento de mi acostumbrada pesadez, y reencontrarme con lo mejor de mí, por esa comunión traviesa, esa connivencia con Aquél que me hablaba por el sueño.

Ahora me parece que progresivamente, a lo largo de los años, esa fe en mis sueños, o mejor dicho, esa fe en el Soñador, se ha decantado como la quintaesencia misma de la fe en lo mejor de mí – en lo que me hace capaz de conocer, de amar, de crear con las manos, el espíritu y el corazón.

Esa fe me ha acompañado toda mi vida. Se confunde con mi fe “en la vida”, “en la existencia”. No es una creencia, una opinión sobre esto o aquello, sino la respuesta activa a un conocimiento. Esa fe no queda afectada por la experiencia de mis limitaciones y de mis miserias, ni por la de mis errores o del hambre tenaz de ilusiones sobre mí. Toda experiencia de mí mismo y todo descubrimiento sobre mí, sea el de una grandeza o el de una miseria, profundiza el conocimiento y vivifica la fe.

Desde hace poco, la naturaleza de esa fe se comprende mejor, a la vez que recibe una base mejor; un centro y un fundamento, a la vez en mí y fuera de mí, y que me supera infinitamente, mientras que le estoy íntimamente y misteriosamente ligado. Para eso ha hecho falta que el Soñador se me revelara como Quién es. ¡Pero me anticipo!

 

8. La voluntad de conocer

17 de mayo

Pudiera parecer que ayer puse el dedo sobre una “segunda llave” del gran sueño, ¡después de afirmar perentoriamente anteayer que sólo había una! Pero deteniéndose un instante sobre el tema, se pone de manifiesto que esas dos llaves son en realidad indistinguibles – en realidad es la misma llave, vista desde dos ángulos o dos lados diferentes. La primera, decía yo, es un hambre espiritual que el sueño viene a satisfacer, y la voz de esa hambre, que te dice: ¡ése es el alimento que necesitas! Y la segunda, de la que ayer hablaba, es el acto de fe, por el que das crédito a esa voz y le obedeces. Las dos juntas: tomar conocimiento de esa voz y darle crédito, no son más que el acto completo que apareció en la reflexión de ayer, el “acto de conocimiento” en el pleno sentido del término – aquél que es uno con la acción[9].

Creo que en la estela inmediata de todo gran sueño, que aporta un alimento esencial al alma hambrienta, la “voz del hambre” está muy presente – ¡el crío berrea bien! Sin embargo, si es tan raro que el sueño haga “diana”[10], es porque hay alguien (el perentorio “diablillo” del que hablaba, alias “la voz de la razón”) que se apresura a callar al gritón hambriento. Dicho de otra forma: hay una “llave” del sueño, al alcance de la mano – pero la mano, en vez de cogerla para usarla como se debe, la tira a la chatarra (como algo ridículo e inservible para lo que se desea…). Hecho esto, nos rascamos la cabeza y decimos: ¡¿qué querrá decir este sueño tan distinto que acabo de tener?! Y si nos queda tiempo, vamos a hojear un libro sobre los sueños, o vamos a hablar con nuestro psicoanalista…

Lo que ha faltado, es el acto de fe. Una fe en algo de lo más delicado, casi imperceptible, hasta el punto de parecer totalmente ridículo. Pues ese “gritón” del que hablaba, el alma enclenque, enferma, ignorada – “grita” en voz baja. La voz de alguien que bien sabe que jamás será escuchada. Se le oye, pero jamás se le escucha, de lo ocupado que se está en hacerla callar cuanto antes.

Ignoro si el relato naÏf y sin maquillaje de mi propia experiencia te ayudará (o ayudará a alguien) a “dar el salto”, a entrar en alguno de tus grandes sueños. Lo que sí sé es que en ausencia del acto de fe del que hablaba, ninguna técnica auxiliar (diccionario, método, analista) te será de la menor ayuda. Aunque el Soñador o Dios en persona viniera a explicarte largo y tendido el sentido del sueño, secundando con el lenguaje de las palabras el lenguaje del sueño que rechazas, eso no te serviría de nada. Dirías: “Sí, ¡qué interesante! ¡Maravilloso!”, y te entraría por una oreja para salir por la otra. La oreja espiritual quiero decir, que es la única que cuenta aquí. No es una cuestión de conceptos que la razón reúne y la memoria retiene. Está tan lejos de eso como el juego amoroso lo está de un tratado de ginecología, o como el perfume de la mujer amada, o de una flor que aspiras, lo está de la fórmula química que pretende “describirlo”.

Dicho de otro modo: el acto decisivo, el acto de fe, no es un acto intelectual, sino acto y expresión de una voluntad espiritual: la voluntad del crío hambriento, de mamar de verdad en el pecho que se le ofrece. Pues, aunque parezca extraño, por más hambre que el alma tenga, hay una fuerza aún más fuerte que le impide mamar, e incluso siquiera querer mamar. Como un chiquillo desgraciado, quizá, que hubiera visto demasiado y que, aunque esté muy hambriento, no se atreviera ya a escuchar y seguir la voz de su hambre. Además eso existe realmente – lactantes hambrientos y enclenques, que prefieren dejarse morir antes que mamar. Lo raro es que el alma de todos o casi todos esté en ese estado (y no soy una excepción). Con la diferencia sólo de que el alma, esa gran Invisible, tiene la piel tan dura ¡que nunca revienta, hagas lo que hagas! Ella vegeta, languidece, va tirando, pero no se muere.

Dicho esto, cuando un niño de pecho, por hambriento que esté, rehúsa mamar, es inútil hablarle aunque sea con voz angelical – ni por esas mamará. Y si no tienes voluntad de “mamar”, de aprender algo por tu cuenta – te llegue por un sueño o de cualquier otra forma – por más que hagas, y por más que hagan tus amigos y el analista, no mamarás, no aprenderás nada. Ni siquiera Dios en persona (suponiendo que se tomase la molestia, que bien sabe Él de antemano que no vale la pena…) lo conseguiría. Pues Él respeta tu libertad y tus decisiones, más de lo que tú mismo ni nadie en el mundo las respeta…

 

9. La puerta estrecha – o la chispa y la llama

18 de mayo

Había pensado que pasaría rápidamente sobre el “caso” del “gran sueño” o sueño mensajero, porque es el caso en que, desde el punto de vista técnico, no hay prácticamente “ningún problema”. Como todo el mundo, permanezco encerrado, en mis reflejos a flor de piel (y sobre todo en un libro, ¡supuestamente “serio”!), en la actitud consistente en no considerar como “serio” y digno de atención más que el aspecto técnico y “sabio” de las cosas, las “recetas” seguras (o pretendidamente tales) y prestas a emplearse.

Sin embargo bien sé que los grandes sueños, por excepcionales que sean, son con mucho los más importantes – ¡más importantes ellos solos que todos los demás juntos! Escuchar sólo uno de ellos, ya es “cambiar de nivel”. Es saltar de un nivel de consciencia a un nivel superior – algo que ni diez años, ni cien años ni mil de experiencia de tu vida sabrían realizar, por ellos solos. Sí, aunque vivieras mil años de un tirón, para pasar a esa nueva fase que te espera, no podrías eludir esa “puerta estrecha” que me esfuerzo en describir, no te podrías ahorrar el acto de conocimiento y de fe, surgido de una voluntad espiritual firme y sin demoras. (Ese acto que he sido llevado, casi a mi pesar, a intentar delimitar a tientas.) El umbral está ahí ante ti, en el camino del conocimiento. Lo cruces siguiendo a un gran sueño (¡esa mano tendida por Dios!) o de cualquier otra forma, tienes que pasar por esa puerta. Su llave está en tu mano y en la de nadie más. Aunque Dios te llenase de las gracias más inauditas (y la aparición de un gran sueño ya es por sí sola una gracia inestimable…), sería en vano, si no hay en ti la fe para creer en él y la voluntad para captarlo. Pues incluso deseando y queriendo tu bien, Dios no te forzará la mano, ni la moverá en tu lugar para el acto que te incumbe a ti, y no a Él ni a ningún otro en la Tierra u otra parte.

Entre todas, ésta es pues una situación en que “el problema” no es técnico, no es el de un saber o una perspicacia, sino que se sitúa en otra parte. Esa “otra parte” de la que nadie habla jamás, de tan despreciada que es hoy por todos (incluidos aquellos que se las dan de “espirituales”). La “otra parte” de esas cosas delicadas y elusivas, cosas de la oscuridad y la penumbra, que el lenguaje logra evocar (pues no hay nadie, seguramente, en quien no repose un conocimiento silencioso de esas cosas…), pero nunca describir, “definir”, “captar” realmente. Pues el comienzo y la esencia del acto creador es inasequible. Siempre escapa a las palurdas manos de la razón, y a su red, el lenguaje.

No obstante, una vez presente la voluntad de conocer, y firmemente dispuesta a actuar, la razón y el lenguaje son instrumentos valiosos, incluso indispensables. Pues por la sola aparición de esa fe, de ese deseo, de esa voluntad, no se logra penetrar, la puerta no se abre. He dicho que erala llave y la mano que sujeta la llave; todavía hay que ajustarla en la cerradura y girarla. Ésa es la “intendencia”, ése es el “trabajo”. Trabajo “sin problema”, quizá. Pero no te lo puedes ahorrar, al igual que el acto previo, el acto de fe y de voluntad que desemboca en ese trabajo y que le da su sentido y lo hace posible. Y también es en ese trabajo donde la sana razón, y su servidor el lenguaje, retoman todos sus derechos.

Fe, deseo, voluntad son la chispa que salta de repente, como llamada por el combustible ya listo, entregado al fuego que ha de quemarlo y consumirlo. El trabajo del fuego es la prolongación inmediata y natural del salto de la chispa, que muerde el alimento que se le ofrece y lo devora hasta agotarlo. No es necesario prescribirle a la chispa lo que debe hacer: está en su misma naturaleza transformarse en mordiente fuego, y en la naturaleza del fuego devorarlo todo, en esos ardientes esponsales con la materia que él consume.

Y tu deseo y tu hambre son la chispa y el fuego que saltan de tu ser y devoran la madera que te ofrece Dios.

 

10. Trabajo y concepción – o la cebolla doble

Pero me disponía a decir unas palabras sobre el trabajo para penetrar en un sueño mensajero. Quizá te extrañe que haya que “trabajar”. ¡¿No había dicho que lo que distingue precisamente al sueño mensajero de los demás es que su sentido es “evidente”, que está expresado con claridad fulgurante precisamente para nosotros?!

Y realmente es así. Pero esa “evidencia” sólo surge al terminar el “trabajo”[11]. Incluso ese sentimiento de evidencia – que eso que acabas de descubrir es lo que tendrías que haber visto desde el principio como lo evidente – ese sentimiento es una de las señales (si no la primera, o la más llamativa) de que “ya está”, que has tocado el fondo del sueño…

Por otra parte, la repentina aparición de tal sentimiento no es algo especial de la comprensión del gran sueño. Sólo representa uno de los casos en que es de lo más flagrante. Incluso creo que es más o menos común en todo trabajo de descubrimiento, en los momentos en que éste desemboca en una comprensión nueva, grande o pequeña. Lo he experimentado una y otra vez a lo largo de mi vida de matemático. Y las cosas más cruciales, las más fundamentales, en el momento en que por fin se captan, son también las que chocan más por su carácter de evidencia; las que después uno se dice que “saltaban a la vista” – hasta el punto de quedarse estupefacto de que ni uno mismo ni nadie haya pensado antes en ello y desde hace mucho tiempo. Ese mismo asombro me lo he encontrado de nuevo en el trabajo de meditación – ese trabajo de descubrimiento de mí mismo que ha llegado, poco a poco, a confundirse casi con el trabajo sobre mis sueños.

La gente tiene tendencia a no fijarse en ese sentimiento de evidencia que tan a menudo acompaña al acto de creación y a la aparición de lo que es nuevo. Incluso a menudo se reprime el conocimiento de lo que puede parecer, en términos de las ideas recibidas, una extraña paradoja[12]. Pero seguramente esto es bien conocido, en el fondo, para todo el que haya vivido un trabajo de descubrimiento (sea intelectual o espiritual), e incluso para el que haya vivido simplemente el brote repentino de una idea imprevista (¡y quién no ha vivido tales momentos!), mientras que el trabajo que la ha preparado permanece totalmente soterrado.

Esa impresión de evidencia, y ese asombro, raramente están presentes en el primer contacto con la cosa nueva (el mensaje de un sueño, digamos). El ojo al principio sólo la percibe de un modo muy superficial, incluso distraído, como en una imagen borrosa, que la engloba junto con otras cosas igualmente borrosas e incomprendidas, y de las que no se distingue bien; mientras que es ella la que se va a revelar como el alma y el nervio que anima al resto. Esa revelación sólo se produce una vez que la imagen mental ha superado esa primera fase más o menos amorfa, que ella misma se convierte en movimiento y vida, igual que la realidad que refleja. Esa metamorfosis, de una imagen amorfa en una viva realidad interior (fiel expresión de una viva realidad “objetiva”), es precisamente lo que es preparado por el trabajo y constituye su verdadera razón de ser. La cosa no se ve plenamente más que al final del trabajo.

Sólo entonces aparece con toda su “evidencia”, con su viva simplicidad.

Se puede ver ese trabajo como un trabajo de “organización”, que instaura un orden en lo que al principio parecía amorfo; o como una “dinamización” o “animación”, que insufla vida y movimiento en lo que parecía inerte. Inercia y amorfía no son inherentes a lo que se mira (sin ser “visto” aún), sino más bien al ojo que ve mal, estorbado como está por el lastre de las antiguas imágenes, que le impiden aprehender lo nuevo.

Pero más que cualquier otra cosa, el trabajo del que quiero hablar es un trabajo de profundización, una penetración desde la periferia hasta las profundidades. Así es como lo he sentido, de manera casi carnal, desde la primera vez que medité[13], y de nuevo, apenas dos días más tarde, cuando por primera vez en mi vida sondeé el sentido de un sueño. Esa profundización la percibo de dos formas diferentes, ambas irrecusables, como dos aspectos igualmente reales, y de alguna manera complementarios, de una misma y laboriosa marcha.

He aquí el primero. El espíritu entra y penetra en lo que hay que conocer, como si estuviera formado por capas o estratos sucesivos; sondeando laboriosamente una capa tras otra, atravesando una para quitarla después y penetrar en la siguiente, y prosiguiendo sin descanso su tenaz progresión hasta que al fin toca el fondo.

En el momento mismo en que tocas el fondo es cuando nace lo nuevo – la imagen viva, encarnación de un conocimiento nuevo y verdadero, que te entrega una realidad que de repente se vuelve tangible, irrecusable.

Ése es el aspecto de alguna forma “externo” del trabajo de profundización, en que el espíritu que penetra juega el papel activo, “masculino”. Hace las veces de un tenaz insecto que se abre un camino a través de las sucesivas capas de una gruesa cebolla, como atraído por un oscuro instinto hacia el corazón del bulbo, a donde ha llegar para conocer allí, ¿quién sabe? alguna deslumbrante metamorfosis, de la que antes sería incapaz de hacerse la menor idea. El cruce de cada “interface” entre un estrato y otro de la cebolla representa el cruce de un “umbral”, el paso de un cierto “orden”, ya captado por la imagen mental, al siguiente orden, correspondiente a un grado superior de organización y de integración[14].

Y he aquí el segundo aspecto del trabajo de profundización, el aspecto “interno”. Ahora es la psique la que es penetrada, ella es la que juega el papel receptivo o pasivo, “femenino”. Esta vez la “cebolla” no es la substancia desconocida que el espíritu penetra y sondea, sino que es la psique misma, percibida como una formación de capas superpuestas, desde la superficie (la pantalla en que se proyectan las impresiones y conocimientos plenamente conscientes) hasta las partes cada vez más profundas y remotas del Inconsciente. El que ahora tiene que abrirse un camino, desde la piel periférica hasta el corazón mismo de la cebolla, es la percepción y la comprensión de la cosa que deseo conocer – o mejor dicho, es esa misma cosa que, en virtud de la atención que la acoge y aunque ella sea exterior a mí, también se encuentra en mí con una vida que le es propia, participando tanto de lo que es exterior a mí como de lo que es interior y le responde. La maduración progresiva y el despliegue de una comprensión al principio embrionaria, se visualiza y se vive como una progresión de la cosa a conocer, como su obstinado descenso a través de mi ser, desde la delgada capa periférica hasta las profundidades del Inconsciente. Y esa marcha se va reflejando, como en un espejo, de manera más o menos clara, más o menos completa, sobre la pantalla del conocimiento consciente. Un poco como si en cada momento el camino ya recorrido sirviera de comunicación, como el tubo óptico de un periscopio, entre la periferia y la última capa del camino, para proyectar en el campo de la consciencia y hacerle accesible lo que hay y lo que ocurre en esa capa.

Este segundo aspecto del trabajo, el aspecto “femenino” o “yin”, sobre todo es importante, me parece, cuando se trata de integrar plenamente un conocimiento que ante todo es de naturaleza espiritual. Con frecuencia ese conocimiento ya está presente, quizá desde hace mucho tiempo, incluso desde siempre, en las capas mas profundas de la psique. Pero mientras las fuerzas represivas del “yo”, del condicionamiento, lo mantengan prisionero en el fondo del Inconsciente, su acción es limitada e incluso mínima, si no nula. Del lado opuesto, un supuesto “conocimiento” que se limitase a la “piel de la cebolla”, bajo la forma (digamos) de una “opinión” o de una “convicción”, originada en lecturas, discusiones o simplemente en el “espíritu de los tiempos” cultural, o de una reflexión, e incluso de una intuición súbita – tal “conocimiento” rara vez merece ese nombre. Pondría sin embargo aparte el caso de la “intuición súbita”, por ejemplo una primera intuición del mensaje de un sueño, aparecida bajo el golpe de la emoción al despertar. Con seguridad es una proyección instantánea, en el campo consciente, de un conocimiento presente en las capas más o menos profundas de la psique (proyección tal vez incompleta, o deformada). Pero incluso en ese caso, ese conocimiento parcial, presente a la vez en la superficie y en el corazón, permanece ineficaz. Permanece así mientras no se realice el trabajo de profundización, que asegura el “conducto” (por así decir) entre el conocimiento profundo (que hace la función de “fuente”) y su proyección en la periferia. Primero hace falta que se abra un camino, traqueteando, capa tras capa, hasta el fondo, hasta la vuelta a su fuente.

Si este trabajo se detiene antes de llegar a término, aunque faltase el grosor de un cabello – es como si no se hiciera ningún trabajo. Como si el espermatozoide se detuviera en su carrera, antes de alcanzar el óvulo y de fundirse con él en un nuevo ser. La fecundación, la concepción instantánea del nuevo ser, tiene lugar (cuando el camino se recorre hasta el contacto último) o no tiene lugar (cuando se detiene antes de llegar a término). No hay término medio, nada de justo medio. No se nace ni se renace a medias.

Aprovechas tu oportunidad, o la dejas pasar. Renaces, o sigues siendo el que eras – el ‘hombre viejo”.

 

11. El Concierto – o el ritmo de la creación

19 y 20 de mayo

En esta primera parte de mi testimonio sobre mi experiencia de los sueños, mi propósito es relatar las enseñanzas de esa experiencia que me parecen las más esenciales para el conocimiento del sueño en general. Ninguna es de naturaleza técnica, y se refieren ante todo a la naturaleza misma de los sueños y del conocimiento de ellos que podemos tener. Y llevo ya cinco días seguidos en que me veo conducido, día tras día y como bajo la coacción de una lógica interna muda y perentoria, a detenerme sobre el sueño mensajero, examinando y escrutando una tras otra las diferentes etapas y los movimientos del alma en el delicado y ardiente periplo que conduce (cuando los vientos del espíritu son propicios…) desde la aparición del sueño hasta la comprensión de su mensaje.

El hecho de que el mensaje del gran sueño nos afecte de modo neurálgico y profundo le da un alcance de una dimensión espiritual excepcionales, incluso únicos en la aventura de una vida humana. Es una llamada, una poderosa interpelación, una apremiante invitación a una renovación creadora del ser: a pasar, sin vuelta atrás, de un nivel de desarrollo espiritual a otro, menos grosero, menos limitado, menos indigente e incluso miserable. Éste es un aspecto casi siempre pasado por alto, sobre el que he sido llevado a volver una y otra vez, sobre el que nunca se insiste demasiado.

Pero cuando hago abstracción de esa dimensión única del sueño mensajero, lo que más me choca en el relato de estos últimos días está de hecho en la dirección más bien opuesta: las demás particularidades del “periplo de conocimiento” que he evocado con ocasión del gran sueño se encuentran más o menos tal cuales en los “procesos del conocimiento” en general. Pero quizá fuera mejor llamarlos “procesos del descubrimiento”, para indicar bien que se trata de procesos por los que aparece un conocimiento nuevo, en que un conocimiento ya adquirido, ya integrado en nuestro ser, se renueva.

A lo largo de los diez últimos años[15] progresivamente me he ido dando cuenta de algo notable con respecto a esos procesos creadores: que bajo formas ciertamente variables hasta el infinito, se reconocen los mismos aspectos esenciales, sea cual sea el “nivel” psíquico al que se sitúe el conocimiento que se desarrolla y se renueva. Distingo tres de tales niveles o “planos”: el conocimiento llamado “sensual” o “carnal” (que incluye el conocimiento “erótico”, en el sentido restringido y corriente del término), el conocimiento “intelectual” y “artístico”[16](que constituye un estadio superior de la evolución del conocimiento “erótico” de las cosas, sin ser no obstante de naturaleza esencialmente diferente[17]), en fin , el conocimiento “espiritual”. Éste es de naturaleza profundamente diferente a la de los dos modos o niveles de conocimiento precedentes, y (al menos a los ojos de Dios…) de esencia superior[18].

Entre esos tres grandes planos del conocimiento, de los cuales los dos primeros permanecen muy cercanos, pero el tercero, el plano espiritual, se encuentra mucho más allá de ellos, se perciben sin embargo correspondencias íntimas y misteriosas. Como si los dos planos inferiores fuesen reflejos, o mejor “parábolas”, imperfectas y fragmentarias y sin embargo esencialmente “fieles”, del plano espiritual, del que para nosotros serían los mensajeros enigmáticos y poco apreciados. Y poco a poco el sueño se me ha ido apareciendo, a lo largo de los años, como el “Intérprete” por excelencia, que nos señala cómo remontar desde las palabras de la carne y de las de la inteligencia humana, hacia la realidad original, que es nuestra verdadera patria y nuestra herencia inalienable.

La reflexión de estos últimos días inesperadamente entra en resonancia con el conjunto de intuiciones dispersas que acabo de intentar evocar. Parece como si hubiera un arquetipo común a todos los procesos creadores, a todos los procesos de descubrimiento, sea cual sea el plano en el que se desarrollan y se llevan a término. E incluso supongo que ese arquetipo o molde original o forma original, ese “modelo” eterno de todos los procesos creadores que se realizan en la psique (tal vez incluso de todos los procesos creadores sin excepción, cualesquiera que sean los planos de la existencia en que se puedan desenvolver) – que se encuentra encarnado e inscrito desde toda la eternidad en la naturaleza misma de Dios, el Creador: de la manera que Dios mismo procede al crear – así procede todo trabajo y todo acto creativo sin excepción, ponga Dios mismo su mano en él, o no (7).

Percibo, en los procesos de descubrimiento, varios “momentos” diferentes, o “etapas” diferentes, que se desarrollan en un orden y siguiendo un escenario que, en lo esencial, parecen ser los mismos en todos los casos. Entre ellos hay dos, más o menos largos y laboriosos, en los que el “factor tiempo” parece ser un ingrediente esencial, igual que en el crecimiento de una planta, la maduración de un fruto, o en la gestación de un feto en los repliegues de la matriz maternal. “Trabajan con el tiempo”, se desarrollan “con una duración”. Por el contrario, veo otros dos que parecen ser más o menos instantáneos, como la chispa que salta, la llama que se inflama, el edificio que se derrumba. Como tu nacimiento y la irrupción de la luz, que preparan las oscuras labores del embarazo…

He aquí esos “cuatro tiempos” que marcan el ritmo de la creación, cual flujo y reflujo de una respiración infinita, cual compases en un contrapunto que no tiene principio ni fin:

  • tiempo largo (preparación)
  • tiempo corto (concepción – o desencadenamiento)
  • tiempo largo (trabajo)
  • tiempo corto (culminación):

¡un compás! Un periplo, o un “acto”, en el proceso del conocimiento…

Y la culminación del acto es a la vez el desencadenante del siguiente acto, respiración tras respiración, encadenándose los compases al hilo de los momentos y de los años y de los tiempos y de las estaciones de tu vida – y al hilo de tus vidas, de nacimiento en muerte y de muerte en nacimiento, para cantar un canto que es tu canto – canto único, canto eterno, canto valioso que se funde con los otros cantos de los demás seres en que alienta la vida, en el infinito Concierto de la Creación.

Sólo el Director de la Orquesta escucha el Concierto en su totalidad, al igual que cada una de las voces y cada modulación y cada compás de cada voz. Pero nosotros, parte del coro, a poco que aguzemos el oído, a veces podemos percibir al vuelo las briznas dispersas de un esplendor que nos supera y en el que sin embargo, de modo misterioso e insubstituíble, participamos.

 

12. Cuatro tiempos para un ritmo

Pero ya es hora de aterrizar, y de volver sobre ese “ritmo en cuatro tiempos” con un ejemplo – el del “periplo”, digamos, al que nos convida un sueño mensajero.

  1. Dormir: vivimos el sueño. Éste juega el papel de “material”, o de “alimento” o de “combustible”, para el periplo que nos espera, cuya etapa preliminar es el sueño que vivimos. Es la “entrada en materia”, o mejor dicho, la “presentación” de dicha “materia” (o “material”) y el primer contacto con ella.

Acaban (en este caso, el buen Dios) de presentarnos un plato sustancioso. ¿Nos limitaremos a tomar nota? Y si no, ¿cómo responderemos? ¿mojando los labios, probándolo, comiéndolo,…?

Etapa larga, en que nuestro papel es totalmente pasivo (8). Está destinada a suscitar la siguiente etapa, el “desencadenamiento”, y el proceso creador que éste inicia.

  1. Despertar: intuición fulgurante del sueño como un mensaje, y un mensaje crucial, para nosotros; fe dada a ese conocimiento inmediato, que no sabemos de dónde viene; deseo de penetrar en el sueño, de empaparnos del mensaje, cargado de un sentido desconocido; voluntad de saber, que accede al deseo y está animada por la fe… – cuatro movimientos del alma, indisolubles y casi invisibles, que eclosionan en los oscuros repliegues de la psique, como una imperceptible chispa que salta en las sombras…

Etapa instantánea, intensamente y secretamente activa, a la vez intensamente “yang” y “yin”, “macho” y “hembra”. Con ella se inicia el proceso creador propiamente dicho, preparado por la etapa anterior.

  1. Trabajo, que se realiza en las siguientes horas[19] (si las circunstancias no nos obligan a posponerlo): igual que un feto llegado a término se abre un oscuro camino hacia la luz, así la comprensión parcial, periférica, llegada con el sueño y captada al despertar, se abre laboriosamente el suyo, capa tras capa, hacia las profundidades: desde la periferia hacia el corazón, desde la letra del sueño hacia su sentido profundo, desde la superficie consciente de la psique hacia su trasfondo…

Etapa larga, a menudo laboriosa, en que la perforación de cada “capa” es en sí misma como el trabajo de un “miniperiplo” parcial, preparado por la perforación de la capa anterior, iniciado por el cruce de una a otra y culminando en el cruce que permite pasar a la siguiente capa más profunda, que nos acerca un paso más al inminente desenlace…

El trabajo prosigue como bajo el efecto de una fuerza invisible y poderosa que nos atrae hacia delante, en contra de resistencias tanto inertes como vivas – como si el ignoto sentido que queremos sondear y alcanzar nos atrajese hacia él inexorablemente, hacia la culminación total, sin dejarse embaucar ni distraer por ninguna de las mini-culminaciones parciales que jalonan la tenaz progresión hacia el corazón mismo del mensaje. (Y con cada nuevo paso hacia el sentido entrevisto, aumenta la tensión y la respuesta emocional…)

Etapa a la vez “activa” y “pasiva”, “yang” y “yin”, en que penetramos y somos penetrados, tiramos y somos atraídos – larga como los trabajos del parto – y donde las horas vuelan en un instante…

  1. Irrupción: repentino desenlace y final del trabajo, conclusión del viaje, culminación del sueño y de su mensaje… Etapa instantánea, puramente e intensamente receptiva, “yin”, abolida toda veleidad de pensamiento, de acción, mientras fluyen a través del ser las olas de una emoción redentora…

Anteriormente ya he insistido bastante sobre el sentido y el alcance de ese momento – uno de los grandes momentos de la existencia – como para que aquí no tenga que volver sobre ello. Y tanto menos cuanto que el sueño mensajero ahora no es para nosotros más que un “caso”, a la vez típico por su desarrollo y extremo por su alcance, traído para ilustrar el “ritmo” inmemorial de los procesos creadores.

Se trate del periplo preparado por la aparición de un gran sueño, como de cualquier otro periplo de descubrimiento, la etapa más secreta, la más delicada de todas, la más incierta – también la que tiene tendencia a escapar totalmente al recuerdo consciente (su naturaleza íntima al menos, si no su existencia), es la de la “chispa que salta”, es el delicado desencadenamiento del proceso creador: La percepción viva de una substancia virgen, con su insondable riqueza y su potencia; la eclosión del deseo y el acto de fe en ese conocimiento, difuso e incompleto, que aporta la percepción y que quiere encarnarse; y la voluntad en fin de acceder al deseo, de seguirle, de dejarse llevar por él – hasta los lejanos límites anegados en brumas…

Una vez que ha saltado la chispa, vigorosa (en su misma fragilidad…), y a poco que esa voluntad o esa fe o ese deseo no se apaguen o no se quiebren antes de tiempo[20], ya se ha ganado: el resto vendrá por añadidura, a su hora…

Así, es el momento más oscuro, el más ignorado, cuando no renegado u objeto de burla y de desprecio, el que es también el más decisivo, el momento creador entre todos.

En el ciclo de la transmisión de la vida, es el momento de la concepción, por el que se engendra en la carne un nuevo ser y se inicia la laboriosa gestación en la matriz materna, que prepara un segundo nacimiento a la luz del día. Y ese desprecio, que en nuestros días veo extenderse en todas partes, por lo que constituye la esencia misma de toda creación, por esa cosa infinitamente frágil y delicada e infinitamente valiosa, no es más que uno de los innumerables rostros del secreto cargado de ambigüedad y de vergüenza que, desde tiempos inmemoriales, rodea al acto de la concepción – el mismo acto de vida del que nuestro ser carnal es fruto.

 

13. Los dos ciclos de Eros – o el Juego y la Labor

21 de mayo

He aquí otros dos “compases” en el ritmo creador, los dos “ciclos de Eros”. Son los dos arquetipos del acto de creación en el campo de la experiencia humana. (Mientras que el arquetipo último se nos escapará siempre, inscrito como está en la naturaleza del Creador…)

  • Eros – o el Juego

He aquí el “ciclo de los amantes” – o el juego del Amor.

  1. Preparación. Encuentro de las dos partes: la mujer, o el sosiego, el asiento – y el hombre, o el movimiento. Vedlos aquí, cada uno en presencia del otro, llevados por los “azares” de la vida. ¿Se dará cuanta al menos cada uno del otro, y si es así, cómo?
  2. Desencadenamiento: arde el deseo, en uno o en otro, o en uno y otro. ¿Será reprimido, cual un secreto borrón, o encontrará consentimiento por la fe en la belleza del deseo y de su propia fuerza, y por la esperanza en el consentimiento del otro? Y si la fe consiente en la belleza del deseo y del conocimiento que ya entraña en sí mismo, ¿consentirá la voluntad en actuar?

Cuando deseo, fe y voluntad concurren y concuerdan, ya ha saltado la chispa, con su fuerza viva original. De repente la percepción del otro cambia de plano y se transfigura, los personajes ya se retiran para dejar paso a los papeles inmemoriales: la Amante-misterio, la Inmóvil, la Eterna, comulgando en su cuerpo, y el Amante efímero y móvil, descubriendo el misterio, en busca del reposo…

  1. “Trabajo” – o el Juego: He aquí el Juego de los juegos, el juego del descubrimiento en que cada uno de los amantes se encuentra y se descubre – la Amante a través del Amante que la recorre, la explora y la sondea, y el Amante al recorrer al explorar al sondear… una y otro llevados por las vastas olas de placer de la Amante, la Inagotable, la Todo-poderosa – uno y otra atraídos (como hacia un fin común, lejano al principio y que cada vez se hace más cercano y más apremiante…) hacia la última cresta en que la ola se rompe y se abisma – hacia la extinción, hacia la nada…
  2. Cumplimiento: es la muerte orgásmica, la extinción de cada uno en el otro, y la Nada que se extiende delante borrándolo todo… Y en esa muerte, en esa nada húmeda y tibia apunta, como una primera sonrisa, como un humilde resplandor, el recién nacido – el ser en su frescura primera, el ser de los días del Edén y del alba de los días, el ser nuevo, vacío de deseos. El ser renacido, en él por ella y en ella por él, tanto él como ella a la vez padre o madre, y el niño recién nacido.
  • Eros – o las Labores

He aquí el “ciclo de la encarnación” – o los trabajos de la Vida.

El encuentro ha tenido lugar, o los encuentros, y la chispa ha saltado, una vez o cien veces.

En adelante las dos partes forman la pareja de los esposos, obreros unidos en obras de vida.

  1. Preparación: es la etapa del juego amoroso en el ciclo precedente, el ciclo de los amantes, y de su culminación orgásmica. Al final de la etapa el semen se ha derramado y el óvulo espera, escondido en la tibia y oscura humedad de la matriz, los gametos masculinos se apresuran al asalto del medio-germen de ser, que llama a su otra mitad que ha de completarle. ¿Habrá un vencedor – habrá un germen de ser?
  2. Los gametos masculino y femenino se han unido: es la concepción, o fecundación del óvulo, la aparición “biológica”, en la carne, del nuevo ser, con ese germen de embrión que se acaba de formar.

¿Hay aquí un acto de conocimiento, de deseo, de fe, de voluntad?

Supongo que sí, sin poder afirmarlo. Al “sabio”, es verdad, la cuestión ni se le plantea – para él todo está regulado por las ciegas leyes del azar (que es el nombre que le damos a nuestra ignorancia) y de la necesidad (que es el nombre que le damos a lo poco que sabemos, en este caso sobre los procesos biológicos y moleculares). Pero seguramente “azar” y “necesidad” son los instrumentos de un Propósito que se nos escapa, en una Mano experta que no sabemos o no queremos ver. Y el alma aquí llamada a encarnarse de nuevo, y su deseo y su miedo, su fe y sus dudas, y su precario conocimiento y sus innumerables ignorancias, y su voluntad (quizá vacilante…) de intentar la nueva aventura – o de evitarla si pudiera… – todo eso seguramente actúa y se expresa en el plano de la materia y de los oscuros trabajos del cuerpo, al igual que los deseos, miedos, seguridades, dudas, conocimientos, ignorancias que confluyen en un acto más o menos resuelto o más o menos confuso de nuestra voluntad, se expresan y actúan en nosotros, almas encarnadas, de innumerables maneras en el plano de la carne y de la materia.

Por eso, en la ignorancia, más vale preguntarse o callarse que afirmar o negar.

  1. Trabajo: es la laboriosa gestación del embrión en la matriz nutricia, la larga y minuciosa construcción, célula tras célula, de la “morada” o la “casa” del alma reencarnada. Obra de una complejidad y de una delicadeza prodigiosas, en sus más ínfimas partes, igual que en su misteriosa coordinación y en la perfecta armonía de las funciones y las formas, hechas a imagen de Dios…

Mientras se despliega y se ensancha la morada, y a través de las emociones y azares de su vida uterina, el alma (quizá con esperanza, o con aprehensión…) aguarda la hora señalada, que pondrá fin a su relativa quietud: la hora de la expulsión…

  1. Cumplimiento: es el nacimiento del nuevo ser a la luz del día, su segunda salida en su nueva aventura terrestre. Por segunda vez se han tirado los dados: el alma de nuevo se enfrenta, para crecer, a la condición humana.

Los dos ciclos arquetípicos se entrelazan: He aquí que Eros-niño, Eros jugando al Amor y cosechando placer de amor y conocimiento carnal de la muerte y del nacimiento, se transforma en Eros el Obrero, que trabaja sembrando la vida en el campo del Señor de la Vida, regándolo con su semen, con su sudor y con su amor.

El juego de Eros no es su propio fin – y no somos nosotros los que fijamos los fines. Es una preparación. Y la culminación del juego de Eros-niño es también el inicio de las labores de Eros el labrador.

Y estos dos “compases” arquetípicos que se prolongan y se concluyen, acompasando la experiencia carnal del amor y su prolongación en simiente de vida, de repente se me presentan como formando a su vez una parábola, que me habla de otra realidad. Cuando sólo acabo de separarme, como a disgusto, de Eros-niño ávido de espigar, para arar y sembrar según la voluntad de su Señor…

 

14. Las patas de la viga

22 de mayo

Después de la digresión de estos últimos días sobre los procesos creadores en general, ya es hora de volver a los sueños, y al trabajo sobre el sueño mensajero. Había comenzado a hablar de él, de dicho trabajo, hace ya cuatro días, en la sección “Trabajo y concepción – o la cebolla doble”. Es ahí donde comencé a entrar en la cuestión, ciertamente pertinente, de por qué es necesario un largo y laborioso trabajo para llegar penosamente a captar, a fin de cuentas, un “sentido” que tendría que haber sido evidente desde el principio. Es que antes de tal trabajo, decía yo, la imagen mental consciente que tenemos de una cosa nueva es “amorfa”, “inerte”, mientras que la cosa misma está dotada de orden y de vida – y eso se debe al ojo que ve mal, “estorbado como está por el lastre de las antiguas imágenes, que le impiden aprehender lo nuevo”.

Hay pues que pensar que el trabajo tiene como efecto “cambiar nuestro ojo”, darle (al menos en su relación con la cosa examinada, aquí el sueño que acabamos de vivir) una vivacidad, una cualidad de integración originales. Y si lo que lo vuelve tan palurdo y tan zoquete es ese “lastre” de antiguas ideas, el trabajo debe parecernos en primerísimo lugar como una limpieza, a fin de quitarnos el aplastante bagaje de las “vigas” de todo tipo que llevamos con nosotros, a menudo durante toda la vida.

Ahora bien, separarse de una idea recibida (y recibida, lo más a menudo, sin que nos hayamos dado cuenta, por ser parte del espíritu de los tiempos…), eso es, créeme, una de las cosas más difíciles que haya. En la psique hay inmensas fuerzas de inercia, inherentes a su misma estructura, que hacen una oposición invisible y muda, y ¡oh cuán eficaz! a todo lo que pueda cambiarla por poco que sea – a todo lo que intente tocar el armazón de ideas e imágenes (la mayoría jamás formuladas) que estructuran el “yo”. Ya es así en el dominio relativamente anodino de la investigación científica[21]. Pero cuando se trata de ideas e imágenes que implican nuestra propia persona de manera un poco sensible (“empfindlich”) raros son aquellos en los que esa inercia general no se convierte en fuerzas de resistencia “vivas” de asombrosa potencia, de una dureza a toda prueba. Se sufrirían mil muertes y se infligirían mil veces mil sin pestañear, antes que reconocer humildemente uno mismo el menor de esos actos de vanidad , de pusilanimidad o de secreta violencia que salpican los días incluso de los mejores de nosotros

(9). Es verdad que no hay “cosa pequeña” en el conocimiento de uno mismo (cuando éste es algo más que un simple florón de la imagen de marca), y que conocer una de estas cosas tal y como es, y situarla en su justo lugar, ya es el derrumbe de cierta imagen de uno mismo, y a la vez el derrumbe de todo un conjunto petrificado de actitudes y comportamientos en la relación con uno mismo. Siempre ocurre que el “gran sueño”, que más que ninguna otra cosa está hecho para “tocarnos” de manera neurálgica, moviliza enseguida resistencias invisibles y vehementes, que tienen buen cuidado de evacuar cuanto antes el mensaje entrevisto.

La imagen que apareció antes, la “limpieza” para quitarnos las “vigas en el ojo” que llevamos sin saberlo, también está lejos de la realidad. Para que se pareciese más habría que precisar que dichas vigas no son sólo cosas, ciertamente pesadas pero por sí mismas inertes, que bastaría tirar para librarse de ellas; sino que por el contrario tendrían una vida y una voluntad propias – una voluntad feroz y tenaz de no dejarse desalojar de allí a cualquier precio, aferrándose al ojo con los pies y las manos, esas vigas distintas de las demás, ¡o con cien pies y cien manos a la vez! Desalojar a la zorra no es ni más ni menos que trabajosamente hacerla pedazos – ¡no es un pequeño trabajo, no!

Y para colmo de la felicidad, no la vemos, esa famosa viga, ni siquiera ninguna de sus mil patas ágiles y tenaces. Más aún, durante todo el trabajo, ¡ni sospechamos de su existencia! Todo lo que sabemos es que no lo vemos claro – y aquella voluntad nos hace seguir al oscuro instinto que nos empuja hacia delante, y que en cada momento nos dice también, irrecusablemente, que avanzamos realmente, que penetramos en el “sentido” que queremos conocer, capa tras capa, trabajosamente, inexorablemente, hacia el corazón mismo del mensaje.

El trabajo consiste en suma en soltar pacientemente una tras una las mil patas invisibles de la invisible viga. Pero eso no lo sabemos entonces, ni tenemos que saberlo. Ahí no está nuestra tarea. Los procesos creadores se realizan en la sombra, y sólo Uno los ve plenamente, tal y como se realizan verdaderamente, con Su silenciosa ayuda, allí donde el ojo humano no tiene acceso. Quizá no seamos más que un instrumento vivo, dotado de voluntad propia y cargado de ignorancia, en sabias Manos. Nuestra tarea es asentir por la fe activa en la obra que debe realizarse por nosotros y en nosotros, si lo queremos. Nuestra tarea es esa fe, esa voluntad, esa “obediencia” – el resto (ya he debido decirlo antes) está en Sus Manos, y nos llega por añadidura.

 

15. La rebanada frotada con ajo

Si no es “tarea nuestra” saber cómo se desarrollan en nosotros los (¿supuestos?) “procesos creadores” (de todas formas incognoscibles…), quizá se me pregunte por qué me tomo la molestia de decir algo a pesar de todo. (Y ya hace una semana que esgrimo con ello…) ¡Otra pregunta pertinente! En mi descargo diría que “no lo he hecho adrede” – ha ocurrido, ya lo he dicho, como a mi pesar. ¡Y justo eso es una buena señal! Si el lector tiene la impresión de perder su tiempo, yo, al menos, no tengo la impresión de haber perdido el mío…

De todas formas, para terminar con este aciago trabajo (!) en el que estoy comprometido, sobre el “trabajo de descubrimiento”, y después del imprevisto episodio de la viga con patas, quisiera añadir alguna palabras sobre el frote. El frote es algo que lleva su tiempo, que absorbe energía, y que pone en contacto repetido, insistente, incluso íntimo (vergüenza para el que piense mal…), dos cosas o sustancias diferentes. Desprende calor, y sobre todo (y ahí es dónde quería llegar) tiene como efecto que cada una de las dos sustancias presentes se impregna de la otra. Se impregna más o menos profundamente, según el tiempo y la energía que se ponga.

Tomas un diente de ajo pelado y una rebanada de pan, y frotas. La partida es desigual, el ajo es decididamente el más fuerte de los dos. Sin que tengas que frotar durante horas, el pan se impregna del sabor del ajo. Cuando no gusta el ajo, es mejor abstenerse.

Si verdaderamente quieres conocer una cosa, no lo conseguirás sólo por gracia del Espíritu Santo. Conocerla también es impregnarte, hacerla penetrar en ti – o también impregnarla, penetrar en ella, son una y la misma cosa. Y para impregnarte e impregnarla, tienes que “frotarte con ella”. Todo el mundo lo ha experimentado, aunque sólo sea para aprender a caminar, a leer y a escribir, montar en bici, conducir su coche, e incluso para conocer el cuerpo de la mujer o el hombre que se ama…

Es así a todos los niveles, cuerpo, cabeza, espíritu. Están los relámpagos de conocimiento, eso por supuesto. Iluminan vivamente un paisaje, durante un instante, y desaparecen, no sabemos dónde. Su acción es fugaz por sí misma, y por eso mismo limitada. Si no ponemos de nuestra parte, hasta el recuerdo del conocimiento se difumina rápidamente, antes de desaparecer del campo de la consciencia, quizá para siempre.

Una de las funciones del trabajo es retener el conocimiento fugaz, darle estabilidad y duración. Y de paso transformarlo.

Notarás que esto es algo de naturaleza muy distinta que fijar un recuerdo. El conocimiento es algo vivo – algo que germina, crece y alcanza plenitud. El recuerdo es como una foto que hubieras tomado en un momento dado, más o menos conseguida. Incluso si está conseguida, si tienes la cosa viva, ¡no te hace falta la foto!

El conocimiento fugaz está vivo, ciertamente, pero sólo captamos lo que nos ha revelado ese relámpago, en un instante, antes de desaparecer en las profundidades del Inconsciente. Seguramente allí está, vivo, y debe actuar a poco que sea desde su escondite; pero mientras permanezca confinado en esos subterráneos, es una vida al ralentí, en hibernación. Y por tanto la acción que puede tener es una acción adormecida.

Dar a un conocimiento soterrado su total plenitud, según la vitalidad que descansa en él, es también y sobre todo, hacer que participen en él todas las capas de la psique, cada una dándole su propia coloración y resonancia. Pues nuestro ser no es ni sólo la superficie ni sólo la profundidad. Se extiende desde las alturas hasta las profundidades, desde la superficie hasta el corazón. Hacer verdaderamente nuestro el conocimiento, asimilarlo, hacerlo carne de nuestro ser, es también impregnarnos de él de parte a parte. Sólo entonces adquiere, con la profundidad, una duración, una permanencia que no es la de la foto clavada en la pared de nuestro cuarto, sino la de algo que vive. Ya no tenemos que mantenerlo a la fuerza dentro del campo de la mirada, a costa de un esfuerzo a veces prodigioso, como a una prisionera[22]ágil y fuerte, deseosa de evadirse. Pues desde entonces ya no es prisionera ni fugitiva, sino la esposa.

Podría decir (si me atreviera…) que la fugitiva se vuelve la esposa “frotándose”. Y frotándose, no a todo correr (todos estamos tan ocupados…), sino tomándose su tiempo. El que mira el tiempo, sea para “hacer” el amor, o matemáticas, o para penetrar un sueño – quizá eche un polvo o calcule o decodifique – pero está lejos de la Amada y lejos de los sueños, y no está en camino de conocer ni una ni los otros.

Al hablar del ajo y el pan, pensaba en los sueños. Entre todos los sueños y todos los mensajes que te llegan para hablarte de ti, comprendidos e incomprendidos, el “sueño mensajero” es como el ajo entre las plantas que crecen en tu jardín. Es un alimento, ¡y concentrado! Sienta bien y da sabor a los demás, pero o gusta o no gusta. Y tú recoges en ese jardín, pero es Otro el que siembra. Hay ajo en tu jardín, aunque no te guste.

Pero cuando quieres beneficiarte de él, lo recoges, lo pelas, frotas. Y el pan que se impregna de ajo, ése eres tú. Cuando está saturado de parte a parte, se come de un bocado.

 

16. Emoción y pensamiento – o la ola y la chapuza

27 de mayo

Todavía queda un aspecto del “gran sueño” que sólo he rozado de pasada aquí y allá: es la emoción. La emoción contenida que traspasa de parte a parte el sueño y que, a menudo, termina por ser la cresta de una ola desmesurada – para romperse repentinamente con el despertar sobresaltado – y aún en los segundos que siguen al despertar jadeante, esa ola viva que traspasa el ser es algo más real y más poderoso, y bebe en aguas más puras y más profundas, que todo lo que hemos conocido en nuestra vida despierta. Y es en la estela inmediata de esa ola surgida de las profundidades donde nos llega ese conocimiento instantáneo y seguro: ese “sueño” que acabamos de vivir y que todavía late en cada fibra de nuestro ser, no es “ensueño” ni ilusión sino verdad hecha carne y soplo y nos habla, como ningún alma viva ni libro profano o sagrado podría hablarnos…

Esa emoción que impregna al gran sueño y el despertar que le sigue, es como el alma misma y el soplo del sueño. Es cierto, rápidamente esa emoción se disipa, y el espíritu se calma. Dispersar y alejar el soplo de vida del sueño, para no retener (si es que algo se retiene…) más que la osamenta y las carnes, es la mejor manera, puesta en marcha de oficio por las fuerzas adversas, para evacuar deprisa el mensaje presentido – ¡y recusado antes incluso de ser formulado! Ése es, creo, un reflejo universal, instantáneo, de una fuerza sin réplica, que ya se desencadena en los segundos que siguen al despertar, cuando la cresta de la ola apenas acaba de romperse y las aguas de la emoción refluyen un poco – ¡como una fregona que se apresurase a quitar esas aguas decididamente inoportunas!

Ese reflejo toma la delantera a cualquier otro movimiento de la psique, y seguramente independientemente de la humilde chispa de deseo, de voluntad y de fe[23] (suponiendo que salte…) que marca el instante en que se desencadena un verdadero trabajo interior. El principal signo que distingue a tal trabajo, que entra en lo vivo de una sustancia viva, del simple paripé, quizá sea éste: aunque tengamos tendencia, sin saberlo, a alejarnos de la poderosa corriente emocional que anima al sueño, un instinto oscuro y seguro nos reconduce sin cesar, como atraídos por un hilo invisible – un hilo seguramente más fino y sin embargo más eficaz que las cuerdas y los cabos (igualmente invisibles) que nos quisieran separar.

A título de testimonio, he aquí el comienzo de las reflexiones retrospectivas sobre el trabajo que acababa de realizar, y de culminar con el instante del “reencuentro” del alma consigo misma[24]. Fue a las 11 h 1/2 de la mañana (a mediados de octubre de 1976). Las siguientes notas son de apenas una hora más tarde, las 12 h 1/2:

“Pensé volver a dormir, pero sólo dormité, y finalmente mis pensamientos, medio adormecidos, volvieron sobre el sueño, sobre su significado. Y ahora acabo de releer la última parte de la descripción[25] – cuando, desaparecidas una tras otra mis resistencias, la significación profunda del sueño se me presenta finalmente con toda su fuerza revulsiva. Las sucesivas etapas que me acercaban a esa revelación estuvieron marcadas por la creciente intensidad de las respuestas emocionales, que afectaban a capas más y más profundas de mi ser. Cada vez, la descripción del momento culminante de la etapa anterior fue el punto de partida de una repentina profundización de la comprensión, y de la respuesta emocional a esa comprensión. Hasta el momento en que toda veleidad de comprensión, de análisis, de distanciamiento – era aniquilada, sumergida por esa ola de tristeza redentora que me atravesaba, me sacudía y me lavaba, toda resistencia desvanecida.

Cuando escribo: “Pero en mí también hay – pero menos visible, ciertamente más discreto… otro ser, espontáneo, libre…”, me arriesgo casi como a una hipótesis atrevida, surgida quizá de un intento demasiado ágil – ¡sin atreverse a creersela! Y sin embargo. en ese momento nace como una esperanza repentina – y de repente el sueño aparece como un estímulo, como una promesa. Sí – tienes nostalgia de la frescura – y sentir la de S. te ha tocado como una herida profunda (a la que aún te resistías…), y entonces te has dicho sin atreverte a creerlo: quizá un día fui eso, o al menos un día, en un nuevo nacimiento quizá, lo seré. Pero igual que la inocencia vive en Daniel, en el que a veces has percibido el miedo, el orgullo, la cólera – y la inocencia – así (¿quizá?) esté ella viva en ti, humildemente – ciertamente poco visible y poco activa quizá, ¡pues el primer plano de la escena está ocupado por el otro!

Pero entonces todo esto sólo era entrevisto, como una visión tan fugaz que al momento ya se duda de haberla tenido. Y la continuación de la descripción, de la reflexión escrita, era una forma de retener esa visión, de impedir que se desvaneciera sin traza perdurable – igual que la descripción de todo el sueño y de las reflexiones que se le añadieron (lo que llevó cuatro horas) había sido un medio de retener la fugaz visión que representaban el sueño y la primera intuición inmediata de su significado. Aquí aparece de nuevo el papel (útil) del pensamiento, que describe y analiza, sirviendo de fijador a lo que la intuición nos revela con relámpagos, para forzar (si puede decirse) a la reticente intuición a descender a capas más profundas, en lugar de eludir el descenso, y desvanecerse sin dejar rastro. El pensamiento es entonces soporte material, y estímulo para avanzar, etapa tras etapa, y alcanzar al fin el último umbral en que una revelación puede darse con toda su fuerza revulsiva – una revelación en que el pensamiento ya no tiene parte.

Tal ha sido la marcha de la meditación en mí, desde el viernes[26] (hoy es pues el tercer día). No recuerdo ninguna otra ocasión en mi vida, ni siquiera en estos últimos años, en que la reflexión sobre mí mismo verdaderamente haya sido algo más que un inventario aliado con un ejercicio de estilo, como ahora, que es un peligroso viaje de descubrimiento, con el pensamiento por guía[27], ciertamente miope y limitado, pero meticuloso y lleno de energía, y también sabiendo retirarse cuando la ocasión lo requiere…”

 

NOTAS AL FINAL

[1] Las tres secciones precedentes son del 1 de mayo, de hace dos semanas. No he estado en paro entretanto, sino que me he decidido a lanzarme a un capítulo posterior, “Las cuatro vías”, escribiendo desde el 2 de mayo seis secciones y las correspondientes notas.

[2] 16 de mayo) Al escribir estas líneas, he pensado sobre todo en las cosas que conciernen al alma o la psique. No quiero decir que necesariamente sea imposible expresar con el lenguaje las “cosas esenciales”, y que sean vanos los intentos de hacerlo con toda la delicadeza y toda la precisión de que seamos capaces. Además sería paradójico pretender que no hay “cosas esenciales”, por ejemplo en el dominio de las ciencias naturales o las ciencias exactas, que sean sentidas por todos (con razón o sin ella) como “bien conocidas”, como “seguras”. (Así el hecho de que la Tierra sea redonda, o el, más sutil y discutible, de que gira alrededor del Sol, y no a la inversa…). Por el contrario, he pensado en las cosas que no son objeto de un consenso bien establecido, en un grupo humano más o menos vasto de gentes consideradas como “al corriente”; en las cosas pues que, para el espíritu que las aborda en terreno desconocido, son totalmente nuevas. No hay ningún consenso al que agarrarse, para distinguir lo verdadero de lo falso, lo esencial de lo accesorio. Los reflejos adquiridos, que reflejan tales consensos, aquí no son de ninguna ayuda, sino un señuelo del que hay que liberarse cuanto antes, para poder darse cuenta verdaderamente de lo que hay alrededor. Tal es la situación, especialmente (con escasas excepciones), en el menor de los sueños que abordemos – pues el menor sueño es obra de una libertad total, es “nuevo” en el pleno sentido del término, incluso para Aquél mismo que acaba de crearlo. Entiéndase bien, el “diablillo”, que habla por la voz de la “razón”, encarna los “reflejos adquiridos” de los que acabo de hablar. Tienen una fuerza considerable en cada cual (¡por decir poco!), incluyéndome a mí mismo (hay que repetirlo). Pero mientras se obedezca a esa falsa “razón”, no hay acto creador ni obra innovadora.

[3] Aquí he pensado en la palabra inglesa “earnestness”, que no tiene equivalente en francés, y que he transcrito lo mejor que he podido como “tonalidad”.

[4] (Creatividad humana y actos creadores de Dios). En este párrafo, he tocado de pasada, sin tener la pretensión de zanjarla, la delicada cuestión: ¿en qué medida los procesos y actos creativos (y especialmente los “actos de conocimiento”) que se realizan en la psique, y más particularmente en sus capas profundas, son obra de la psique misma, o de Dios que actúa en nosotros. Estoy lejos de verlo claro, y sospecho que esto forma parte de las cosas cuyo pleno conocimiento está reservado a Dios. Tiendo a creer que sólo la psique que ha llegado a un estado de madurez superior está en condiciones de “ver” plenamente el género de realidad espiritual (¡seguramente de lo más primario!) que aquí se trata, sin intervención directa de Dios, hablándonos por esa “voz interior” o esa “otra voz”, la “voz de nuestro hambre”, que ayer tratamos.

Pudiera preguntarse si todo acto psíquico verdaderamente creativo no sería un acto de Dios, del que sólo seríamos el instrumento. Más de una vez he tenido esa impresión – que en los momentos de verdadera creación, tanto en el trabajo matemático como en el trabajo de descubrimiento de mí mismo, no hacía más que cumplir lo que otro me soplaba. Seguramente no soy el único que ha tenido esa experiencia. Sin embargo dos de mis sueños (de los pasados meses de enero y febrero) me dicen claramente que hay una parte de creatividad que proviene de la psique misma. En uno de esos sueños se trata de una “colaboración” entre Dios y la psique. No sabría decir si la psique puede realizar una obra verdaderamente creativa, a nivel espiritual o a cualquier otro nivel, sin ser al menos secundada por la inspiración divina. (La misma expresión de trabajo o acto “inspirado” dice bien lo que quiere decir…)

[5] (N. del T.): El texto original francés dice “ajoutons foi”, que literalmente significa “añadimos fe”).

[6] La lengua alemana, que dice “Glauben schenken”, no está menos inspirada, al poner de relieve otro aspecto del acto de fe, como un don (de fe). (N. del T.: Literalmente “schenken” puede significar servir (una copa…), escanciar, regalar, donar, obsequiar, ofrecer, brindar,…)

[7] Se trata, claro, de los sueños a los que prestaba atención. Era como si el mero hecho de tomar contacto con ellos, anotándolos por escrito, hubiera bastado para darme a conocer lo que tenían que decirme (lo comprendiera o no), podía tomarlo como algo seguro. Entonces no me habría pronunciado sobre el sueño “en general”, y en ese momento no me preocupaba de saber si todos provenían del mismo origen – si entre ellos no había algunos, incluso quizá una mayoría, que no representaban más que a los primeros “reflejos psíquicos” que pasaban, originados por el impulso erótico o por “el ego”. No fue hasta agosto de 1982, seis años después del primer gran giro en mi relación a los sueños, que aprendí que todos los sueños provienen del mismo Soñador. He de añadir también que esa “fe” en mis sueños era más o menos activa según las épocas y según los casos. A veces, cediendo a la “voz de la razón” (alias “el diablillo”) de la que hablaba ayer, hice oídos sordos a algunos sueños mensajeros, y no acogí el mensaje hasta varios meses después.

[8] Al escribir estas líneas, me ha llegado el pensamiento de una situación totalmente análoga que proviene de mi experiencia como matemático. Cuando una situación matemática ha sido escudriñada de arriba abajo y aclarada desde diversos ángulos, nace un sentimiento de comprensión que equivale a un verdadero conocimiento. Conlleva entonces una adhesión más o menos total, tal vez investida de una “fe” más o menos activa. Esa fe no se refiere solamente a la validez de la visión que se ha alcanzado (caso de que aún no haya sido establecida por una demostración), sino a menudo también y sobre todo, al alcance de lo que se ha desentrañado y se ha comprendido de manera más o menos completa. En tal situación, las confirmaciones posteriores, sean por demostraciones que establecen la validez de la visión, o por consecuencias y prolongaciones previstas o imprevistas, o por concordancias con otras situaciones ya más o menos bien conocidas por otro lado, son igualmente sentidas como “cosas que se caen por su peso”. El íntimo conocimiento de la validez (en sus rasgos esenciales) y del alcance de una comprensión, o de una visión, de su perfecta adecuación a la naturaleza misma de las cosas, no es una cuestión de comprobación “posterior” que viene a confirmar algún “sensación” hipotética, sino que precede a toda experiencia. Ésta hace un poco las veces de “la intendencia”, que siempre termina por seguir a duras penas. Pero la chispa del conocimiento está en otra parte…

[9] En esta situación, el acto (pasivo) de “tomar conocimiento” juega el papel “yin”, “femenino”, y el acto (activo) de “dar crédito”, el “acto de fe”, juega el papel “yang”, “masculino”. El acto completo, igual que todo acto completo, es el fruto de los esponsales de sus dos aspectos inseparables o “vertientes”, uno “femenino”, otro “masculino” – como el niño, concebido y engendrado por el abrazo creador de la esposa y el esposo. Cuando uno de los dos cónyuges falla o es insuficiente, el acto queda mutilado de su virtud creadora: el niño no puede aparecer si uno de los dos cónyuges está ausente o es impotente.

Aquí me encuentro, al filo de la reflexión, una nueva “pareja cósmica” que se me había escapado en el repertorio provisional incluido en “Las Puertas sobre el Universo” (en Cosechas y Siembras, parte III). Es la pareja

fe – conocimiento ,

en que la fe juega el papel yang, que viene a “fecundar” al conocimiento, que juega el papel yin. Ésta es una pareja de naturaleza más sutil que la pareja que ya me era familiar desde hace mucho tiempo (incluida en el repertorio en cuestión)

fe – duda

Sin embargo ambas parejas se dan un aire de parentesco. En la primera de las dos, el “conocimiento”, en tanto no es “fecundado” por la fe, está (según escribí ayer) “salpicado de dudas”. En la situación examinada, tal tonalidad de duda vuelve ineficaz al conocimiento – y la fe la hace desaparecer. Pero en la segunda pareja, la fe y la duda coexisten y se refuerzan mutuamente. Es con mucho la situación más frecuente: desterrar la duda también es mutilar la fe. (Igual que desterrar la fe también es mutilar la duda de la virtud creadora que hay en ella.)

[10] La triste verdad es que no conozco ningún caso, aparte de mí, en que el mensaje de un gran sueño haya sido realmente entendido. Incluso para los sueños “corrientes” u “ordinarios”, debe ser algo más que raro, de tan grande que es la repugnancia de cada uno a aprender la más mínima cosa por su propia cuenta. Ahora bien, casi todos los sueños nos dicen algo sobre nosotros mismos que ignoramos y que no tenemos ninguna gana de conocer. La ausencia de curiosidad del hombre sobre sí mismo, incluso por las cosas que pudieran parecer anodinas – el menor movimiento de vanidad, o de deseo subrepticio – es simplemente prodigiosa, y siempre me dejará con la boca abierta de nuevo…

 

[11] A veces ocurre que el mensaje de un gran sueño le parece ya de entrada evidente a una tercera persona a quien se le haya relatado. La razón es, por supuesto, que en esa persona, que no está directamente afectada por el mensaje, no se produce una sublevación en masa de resistencias contra la renovación. En todos los sueños mensajeros que me han llegado y he sondeado, he necesitado horas, y a veces días de trabajo, para captar su mensaje.

[12] Hay dos formas igualmente corrientes de eludir la paradoja. Sea valorando lo nuevo: poniendo de relieve la novedad, la originalidad, la profundidad, el alcance, etc., e ignorando la simplicidad y la evidencia. Sea desvalorizando: se hace lo contrario, tratando con desprecio cosas tan simples (por no decir estúpidas…). He tenido amplia ocasión de encontrarme ese proceder y el espíritu que lo inspira durante los dos años en que he escrito “Cosechas y Siembras”.

[13]  Hablo de la meditación y del descubrimiento de la meditación en “Cosechas y Siembras”, primera parte (Vanidad y Renovación), y más particularmente en las secciones “Mis pasiones”, “Deseo y meditación”, “El fruto prohibido”, “La aventura solitaria”, “Acta de una división” (nos 35, 36, 46, 47, 49).

[14] Esos cruces de “umbrales” sucesivos se perciben claramente durante el trabajo, si no a nivel plenamente consciente, (¡pues el pensamiento ya está bastante ocupado con otras cosas!), al menos en las capas de la psique cercanas a la consciencia (el “subconsciente”).

Tengo la impresión de que las “capas o estratos sucesivos” que consideramos aquí, percibidos a veces con tal nitidez irrecusable, realmente pueden tener una existencia “objetiva”. Corresponderían a diferentes “planos de existencia”, de elevación creciente, de la realidad (ideal o psicológica) sondeada. Esos planos tendrían pues una existencia “objetiva”, independiente del espíritu que sondea. Mientras que yo sólo tengo una percepción oscura y difusa de ellos, esos planos serían claramente y plenamente percibidos por Dios, y quizá también por ciertas personas cuyo poder de visión espiritual estuviera suficientemente desarrollado.

[15] Fue en 1977, el año siguiente a la entrada de la meditación en mi vida y el “re-nacimiento” de los que hablé anteriormente, cuando descubrí con sorpresa, pero sin darle al principio una importancia particular, que el impulso de conocimiento en mi trabajo matemático era de la misma naturaleza que el impulso amoroso. Las palabras y las imágenes que espontáneamente me venían, buscando evocar la esencia del impulso de descubrimiento, eran palabras e imágenes del amor carnal que me inspiraba Eros. Fue en un texto corto, “A modo de Programa”, para presentar un curso-seminario sobre el icosaedro a un futuro auditorio, con la esperanza de sacudir la apatía general que había reinado el año anterior.

[16] La palabra alemana “geistig”, que no tiene equivalente en francés, incluye un conocimiento o una actividad tanto “intelectual” como “artística”.

[17] Véase al respecto la penúltima nota a pie de página. Por supuesto, el “descubrimiento” del que hablo en ella era el de un hecho “bien conocido”, que parece ser que Freud fue el primero en formular claramente, y en captar todo su alcance. Por supuesto que había oído hablar de esas ideas de Freud desde hacía mucho tiempo. Pero hasta el momento del que hablo, en mí (como en casi todos) sólo eran unas simples ideas, un “bagaje” inerte. En ese momento tuve la experiencia y la percepción inmediata e imprevista de una realidad, irrecusable, aunque no tenía ninguna “idea” en la cabeza. La misma realidad seguramente que Freud sintió hace mucho tiempo – y que C. G. Jung, que siguió la estela del maestro, optó por eludir…

[18] Delimitar lo que se ha de entender exactamente por conocimiento “espiritual” es una tarea delicada e importante, que sin embargo no tengo el propósito de realizar aquí. Es algo, junto con “amor”, “libertad”, “creación”, “fe”, “humildad”, en que la confusión de ideas es de lo más grande, y de lo más general.

[19] Al hablar de las “siguientes horas” soy optimista. Más de una vez he necesitado varios días de apretado trabajo para llegar a captar el mensaje de un “gran sueño”. La primera vez (en octubre de 1976) bastaron cuatro horas.

[20] Al escribir estas líneas ¡me daba cuenta de que ese “a poco que” quizá fuera un poco a la ligera! Decir que “esa voluntad o esa fe o ese deseo no se apagan o no se rompen antes de tiempo” también es lo que a veces puede llamarse “tener resuello”. Ese “resuello” es, de alguna manera, la medida de la fuerza o de la calidad, o de cierta especie de fuerza o de calidad, de esa “voluntad”, o de esa “fe”, o de ese “deseo”. A veces una idea o una intuición simple necesita años de trabajo, incluso toda una vida, para ser llevada a término. (Ése fue el caso de las leyes de Kepler para el movimiento de los planetas.) Otras veces no basta la vida de una persona, y hacen falta generaciones. Y sin embargo, incluso en tales casos, no tengo nada que quitar a la afirmación categórica “ya se ha ganado”; pues ya se ha ganado, en efecto, aunque hagan falta siglos, e incluso milenios, antes de que aparezca en su plenitud el cumplimiento de la idea. Eso es algo que se sitúa “en el tiempo”, mientras que de lo que hablo aquí está “fuera del tiempo”. Aunque la humanidad desapareciera antes de que la idea llegase a término, o que aquél en que ella nació, en un instante de gracia, no la prosiga hasta su término (y poco importa que se necesite una vida o algunos días…), sino que (digamos) juzgue más útil ocuparse de otras cosas – eso no cambia nada.

[21] Lo que más me choca, en lo que conozco de la historia de las ciencias, no es lo que a menudo se presenta como “genialidades”, ni los avances repentinos, a veces espectaculares, que ellas desencadenan, sino más bien las enormes resistencias de inercia que durante generaciones y siglos, incluso milenios, detienen la aparición de dichas “genialidades”, y que a menudo, aún después, obstaculizan que su mensaje evidente sea realmente asimilado por nuestra especie.

[22] (N. del T.: En francés “conocimiento” es femenino.)

[23] Véanse al respecto las tres secciones consecutivas “Acto de conocimiento y acto de fe”, “La voluntad de conocer”, “La puerta estrecha – o la chispa y la llama” (nos 7, 8, 9).

[24] Ese “reencuentro”, y el sueño que lo suscitó, han sido tratados por primera vez en el primer párrafo de la sección 1, “Los sueños y el conocimiento de uno mismo”. Ya he vuelto varias veces sobre ese primer contacto con la sustancia de un sueño mensajero. También hablo sobre esa experiencia en Cosechas y Siembras III, en la nota “El reencuentro” (no 109).

[25] Aquí y más adelante, el término “descripción” designa la reflexión escrita que hice durante las cuatro horas que siguieron al despertar. Esa reflexión comenzó en efecto como una “descripción” (o un “relato”) del sueño, y de mis primeros pensamientos al despertar, y fue, además, sentida como una “descripción”, en cada momento, de ciertos pensamientos y emociones suscitados en mí por las precedentes etapas del trabajo.

[26] En la noche del viernes al sábado se operó un primer avance importante, con el derrumbe de cierta imagen de mí mismo, y por eso mismo, el descubrimiento del poder de meditación en mí. (Hablo de ese avance en

Cosechas y Siembras I, sección 36 “Deseo y meditación”.) El sueño aquí comentado es del lunes por la mañana.

[27] Con el paso del tiempo, me parece que ese papel de “guía” (aunque sea “miope y limitado”) que aquí le asigno al pensamiento, en el trabajo sobre el sueño que acababa de tener, corresponde a una visión bastante superficial de las cosas, válida únicamente para lo que pasa al nivel claramente visible, en el campo de la consciencia. Actualmente, vería el papel del pensamiento más como el de un chapucero, vigoroso y de buena voluntad, que siguiera las silenciosas consignas de un “guía” invisible, de una finura y un saber muy diferentes.