José Ignacio González Faus, 2-5-2022
De que Putin está actuando como un criminal de primera clase, no puede caber la menor duda. No es eso lo que aquí discutimos. Pero resulta que nuestros valores occidentales proclaman que “también el criminal tiene unos derechos a respetar”. Y Jesús de Nazaret escandalizaba por aquellas palabras: “no he venido a llamar justos sino pecadores”…
Por otro lado, es un dicho superconocido que, en las guerras, la primera víctima es la verdad. Cada parte combatiente manipula los datos porque necesitan ser ellos los totalmente buenos y los otros los totalmente malos. De lo contrario, las atrocidades de la guerra carecen de justificación.
Pues bien, supongo que con esa intención de recuperar verdades perdidas o escondidas, el número de abril de Le Monde Diplomatique en castellano, (pp. 14, 16, 17) recupera estos tres textos que obligan a pensar.
1.- En Múnich, en la Conferencia de Seguridad de 2007, Putin declaró lo siguiente:
“Los países de la OTAN manifestaron que no iban a ratificar el Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa [de 1999, y que incluía la liquidación del Pacto de Varsovia]. Creo que es obvio que la expansión de la OTAN no tiene ninguna relación con la modernización de la propia Alianza o con la garantía de la seguridad en Europa. Por el contrario representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos derecho a preguntar: ¿contra quién está dirigida esa expansión? Y ¿qué ha sido de las aseveraciones que nos daba Occidente tras la disolución del Pacto de Varsovia? ¿Dónde están esas aseveraciones de las que nadie se acuerda? Me permito recodar a este auditorio lo que se dijo. Quiero citar la intervención del secretario general de la OTAN, el sr. Werner, en Bruselas el 17 de mayo de 1990: ‘El propio hecho de que estemos dispuestos a no emplazar las tropas de la OTAN más allá del territorio de la República Federal Alemana, es una firme garantía que se da a la Unión Soviética’. ¿Dónde está esa garantía?”.
Vuelvan a leerlo y díganme si no es verdad que a veces, un criminal diabólico puede tener en parte más razón que un santo. Eso es lo terrible de nuestra compleja realidad, que los políticos norteamericanos parecen reducir a una vieja película del Oeste.
2.- El expresidente Barak Obama escribe en su autobiografía:
“…Me hizo desconfiar de la idea de que el bien estaba solo de nuestro lado y el mal del de ellos, o de que una nación que había producido a un Tolstoi o un Chaikovski fuera radicalmente distinta de la nuestra. Putin no manifestaba ningún interés en regresar al marxismo… Su poder no se apoyaba solo en la simple extorsión… Su popularidad hundía sus raíces en el anticuado nacionalismo: la promesa de devolver a Rusia su pasada gloria… Solo había un problema para él: Rusia ya no era una superpotencia. A pesar de contar con un arsenal nuclear solo superado por el nuestro, Rusia carecía de la vasta red de alianzas y bases que permite a EEUU proyectar su poder por todo el globo”… (B. Obama, Una tierra prometida, Madrid 2020). ¡Chapeau! amigo Barak.
3.- Resulta que el cineasta norteamericano Olivier Stone tiene un documental de 2017 titulado The Putin Interviews. De allí proceden estos dos párrafos:
“En nuestro último encuentro con Clinton en Moscú… consideramos la idea de que Rusia formase parte de la OTAN. Clinton dijo: ¿por qué no? Pero la delegación estadounidense se puso muy nerviosa. ¿Por qué? Porque necesitaban un enemigo externo”…
“Permítanme recordarles que cuando se tomó una decisión sobre la independencia de Kosovo, el Tribunal Internacional de Justicia de las Naciones Unidas decidió que, en cuestiones relacionadas con la independencia y la autodeterminación, no se requería el reconocimiento de las autoridades centrales de un determinado país”… [¿Es esto último una alusión al Donbass en Ucrania? Al menos lo parece].
El gran sociólogo René Girard se cansó de mostrar que los humanos parecemos incapaces de construir algo de comunidad si no tenemos un enemigo externo. Pero aún no lo hemos aprendido.
Estos textos, creo que nos obligan a reconocer lo siguiente:
Que Putin sea sin duda el mayor culpable por lo bárbaro e inhumano de su reacción, no implica que sea el único ni el primer culpable: ha sido otra vez el imperialismo norteamericano (revestido como siempre de necesidades defensivas y de trabajo por la democracia, como en Irak y demás) el que puso en marcha este proceso que, por ahora, parece imparable. Como será EEUU el primer culpable si un día terminamos en una guerra nuclear (cosa por desgracia, cada vez más probable), aunque no sea el primero en usar ese armamento. Provocar a un león no es la mejor manera de defenderse de él.
Y todo esto es perfectamente compatible con el dato de que en EEUU existen gentes con la mejor voluntad, como puede ser el actual presiente Biden, que no tiene la culpa de haber heredado una sociedad gravemente enferma
Todo ello debería ser una seria advertencia para esta Europa nuestra que hoy, con grandes palabras, no deja de ser un perrito faldero de esos USA, quienes ya ha demostrado suficientemente que, para ellos, no hay amigos sino servidores, y que cumplen a la perfección el viejo dicho de una vieja fábula latina: “Ego primam tollo partem quia nominor leo”[1].
Así es como hemos llegado a esta situación de tanto dolor que no deja dormir, y a la que no se le ve salida: porque por un lado, la soberbia de Putin no accederá a ningún final si no se le concede algo que pueda presentar como vitoria justificadora de su barbarie; y, por otro lado, no se le puede conceder a Putin nada que parezca justificar sus crímenes.
Tenemos las manos perfectamente atadas. Y quienes quieren trabajar por la paz, además de proporcionar armas (medida que parece inevitablemente necesaria, como puede serlo una cirugía cuando se ha llegado tarde a la enfermedad), deberían estrujarse la mollera buscando cómo salir de ese dilema. La otra noche, sin conseguir dormir (penando en los niños, en sus madres que los ven sufrir, en las parejas separadas, en las mujeres violadas mansalva, en los viejos ya incapaces de moverse y que se culpabilizan por impedir le huida de sus hijos…), se me ocurrió soñar esto: por un lado Occidente se compromete a disolver la OTAN y, por el otro lado, se le impone a Rusia el deber de financiar ella toda la reconstrucción de Ucrania, a los mismos niveles en que estaba antes de la agresión y con unos plazos razonables. Y además, ambos firmantes se comprometen de antemano a aceptar las resoluciones de un tribunal internacional, caso de que surjan quejas o conflictos sobre el cumplimiento de ese acuerdo. Pero, lógicamente, el pueblo ruso no aceptaría esa solución porque no tienen ni idea de lo que está pasando realmente en Ucrania. Y los americanos tampoco porque eso les dejaría sin imperio, como ya insinuó hace años Condolezza Rice, que viene a ser la versión femenina de Putin… Lo cual no impide que otros norteamericanos sean muy distintos de ella (como Noam Chomsky, William Burns, Jack Matlock…).
¡Era un sueño! Pero, como dijo una vez Jürgen Moltmann, por malo que sea soñar, hay situaciones en la vida en que solo soñando se consigue algo.
Y si no, como en aquel viejo chiste del avión sin motores, digamos todos juntos: “Señor mío Jesucristo…”
[1] Quien no conozca esta brevísima fábula de Fedro la entrará fácilmente en Google,
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