IV. DIOS SE HIZO CARNE EN JESÚS DE NAZARET (2)
En los párrafos anteriores apenas hemos desbrozado el camino con alguna reflexión sobre el malentendido acerca de la divinidad de Jesús, opinión en sintonía con la que gana adeptos entre teólogos de las últimas décadas. Esto supuesto ¿cuál es el Jesús que recuperamos y a partir de qué fuentes? [Puede leerse todo el texto de éste y de los capítulos anteriores en NUEVO PARADIGMA, un libro “in fieri” que nos va ofreciendo el autor para contrastarlo de forma más profunda en este TALLER] Una nota de ATRIO 9-4: ¿Valdría la pena editar el libro que se proyectaba hace 5 años? Habría que empezar leyendo y comentando aquí…
IV. 4 Dicen que Jesús lo dijo.
En el imaginario popular, el personaje de Jesús por muy familiar que lo haya hecho la historia del cristianismo no deja de ser una realidad ambigua de la que, precisamente por ello, difícilmente habrá dos creyentes que se hagan la misma representación: se salta de lo humano a lo divino y de lo divino a lo humano sin saber a qué carta quedarse. En el momento concreto de un pasaje bíblico, ante una palabra o un comportamiento de Jesús ¿ante quién nos hallamos, ante la sabiduría eterna del Logos o ante un conocimiento humano que puede errar? ¿cómo entender que es tentado como hombre pero no puede caer en la tentación como Dios? En la medida en que un creyente subraye su ser humano su imagen de Jesús no coincidirá con la de otro creyente que destaque su divinidad. Con cuánta razón Rahner temía que la doctrina cristiana (popular o erudita) estuviera sacrificando alguna de las dos naturalezas (monofisismo) que se le atribuyen.
Por otra parte ¿sabemos realmente tanto sobre Dios como para hacernos una idea de la expresión Jesús es Dios? ¿Tomamos verdaderamente en serio el apofatismo por el que afirmamos que de Dios no sabemos nada? ¿O bien, tal vez, el personaje Jesús nos transparente en alguna medida la divinidad, aunque él no sea propiamente Dios?
¿No es incluso equívoco el concepto Dios en la misma mentalidad del pueblo? ¿Hemos reflexionado alguna vez sobre este extremo? ¿Ya sabemos lo que decimos cuando aseguramos que Jesús es Dios? Incluso yendo más a la raíz, si Jesús afirmó ser Dios, o sus seguidores lo dijeron de él en momentos diferentes ¿ya nos consta en qué sentido utilizaban un vocablo tan polisémico? Aseguramos que la encarnación es un gran misterio, sin embargo los pensadores cristianos han transitado entre palabras, conceptos, afirmaciones, inteligencias y voluntades humanas y divinas como si se tratara del más familiar de los panoramas. Y, sin embargo, si se examina la tradición teológica se observa sin remedio que Santos Padres y teólogos navegaban incesantemente entre Scyla y Caribdis sorteando con mil precauciones el acecho de la contradicción.
En cualquier caso, si nos constara fehacientemente como hecho indudable que Jesús afirmó ser Dios en aquel sentido fuerte y pleno que justificaría rendirle el mismo culto que a Yahvé como lo ha interpretado la tradición cristiana, nada ni nadie nos eximiría de aceptarlo como cristianos con el acatamiento obsequioso de la fe. Pero, a mi juicio, tal hecho no consta. A lo más que alcanzamos es a afirmar que algunos dijeron que lo dijo aunque sin poder precisar exactamente el sentido en que lo dijo. Por lo demás difícilmente podrían haberlo precisado en un ámbito cultural, sea hebreo como griego, en que lo mágico, lo mitológico, lo metafórico, lo poético, lo histórico y lo ‘metafísico’ andaban tan entremezclados.
IV. 5 ¿Quedamos desestabilizados o liberados?
Cuando despojamos a Jesús de las adherencias de la historia desaparece la ambigüedad pero ¿no ocurre que entonces nos parece quedar también nosotros desamparados? La carcasa dogmática que ha modelado nuestra mente durante siglos no salta en pedazos sin producirnos la impresión de quedarnos tiritando de frío a la intemperie. Y esto en un primer momento parece desestabilizarnos. Sin embargo, no existe razón para temer una catástrofe espiritual, nada esencial de nuestro ser cristiano se pierde. Cuando tamizamos la compleja mitología ‘redentora’ -en sus diferentes versiones- con la que hemos entendido la función mesiánica de Jesús nada importante queda suprimido: queda despejada e intacta la construcción del reino que es a lo que él nos invitó. Lo sacrificado es tan sólo magia y mitología.
Pero el hecho de centrarnos en el proyecto de construir el reino implica relativizar la ortodoxia. La ortodoxia no es esencial, es incluso peligrosa porque en realidad ha fungido en la historia como fuente de conflictos (herejías y cismas) e instrumento de poder mediante el sometimiento de las conciencias. Sólo la ortopraxis es definitiva y definitoria de la identidad cristiana: “no el que dice ‘Señor, Señor’…” y “lo que hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis” (Mt. 25). Ése es el corazón del ser cristiano. En cambio, afirmar o negar de Jesús que sea Dios es muy aleatorio dado que el supuesto doctrinal que lo sustentaba se ha esfumado: no ha existido aquel pecado original, ofensa infinita a Dios y esclavitud de todos los seres humanos que quedarían privados de él… El pecado original, el de los ‘primeros padres’ es sólo un mito. No es necesario ningún redentor que nos libre de tan triste herencia. Los males que nos aquejan forman parte inexorable de la condición humana limitada pero ésta está provista por el Creador de lo necesario para superarse y caminar hacia su plenitud. Por decirlo de otra manera, en una teología tan razonable o más que la tradicional han desaparecido todas las razones por las que se postuló que Dios debía encarnarse. Dios sigue habitando las profundidades de toda realidad creada y eso basta para afirmarla ‘salvada’.
A lo largo de los años de hablar y escribir sobre este paradigma no me he encontrado un solo caso de persona que, habiéndolo entendido correctamente, haya manifestado sentirse perturbada o frustrada por esta nueva perspectiva en su vida religiosa o espiritual. Al contrario después de un cierto tiempo de extraña sensación de desamparo (los viejos esquemas mentales son tenaces) pronto se han descubierto como liberadas y han iniciado un nuevo tipo de posicionamiento ante Jesús de Nazaret. Por supuesto se abre una nueva etapa en la que se percibe la necesidad -porque pese a las deformaciones Jesús nunca ha dejado de atraer- de preguntarse cómo era realmente Jesús, cómo vivió su relación con Dios y con la gente y qué puede significar hoy en nuestra vida. ¿Es sólo el recuerdo amable de alguien perdido en la historia o nos acompaña con algún modo de presencia? En una palabra, a quienes sentimos que algo importante nos cautivó en él ¿cuál es el Jesús real que podemos descubrir? Y ya, en primer lugar ¿dónde encontrar elementos con los que reconstruir su imagen y su misión?
IV. 6 Las fuentes de nuestro descubrimiento de Jesús, los evangelios y nuestra condición humana.
Es claro que en esta tarea no partimos de cero. Aunque se imponga un trabajo de selección en ese inmenso acervo de ideas y mensajes que nos han llegado sobre Jesús a lo largo de la vida, desde el “Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo…” que nos enseñaba a rezar nuestra madre al acostarnos hasta el “Jesús vive en los crucificados de la pobreza” de la teología de la liberación… ¿a qué fuentes recurrir para encontrar un Jesús actual humano y fiable?
1.- Los textos bíblicos del N.T. son, sin duda, la fuente principal. Pero no es tan fácil como se ha pretendido su manejo: abordarlos en su desnuda literalidad es abocarse al fracaso por dar lugar a una peligrosa manipulación -harto frecuente, por desgracia- que va a atribuir a tales textos los contenidos más peregrinos y contradictorios. De entrada, se trata de un trabajo humano de corte científico que no soporta ningún tipo de prejuicio preestablecido. Por fortuna va ganando adeptos la convicción de que textos tan antiguos y ajenos a nuestra cultura actual pero miles de veces repetidos exigen ser retomados con una cierta distancia para aplicarles el método llamado de crítica histórica mediante el cual podremos establecer con relativa exactitud lo que pretendieron trasmitir.[O1]
(Este trabajo no hubiera sido necesario si los textos escritos hubieran seguido siendo acompañados a lo largo de generaciones por una vivencia cristiana semejante a aquella que los hizo posibles y comprensibles ¿Cuándo y cómo se produjo la quiebra de la ‘tradición viva’ o traición de la institución eclesial? Grave tema a estudiar explícitamente por los expertos si esta hipótesis mereciera consideración).
- – La crítica histórica nos dará acceso a través del análisis del proceso redaccional harto complicado de los textos a un determinado contenido: de una o varias comunidades surgió una cierta tradición oral que pudo enriquecerse y modificarse con los años antes de ser consignada por escrito por uno o varios autores. Esta tradición oral se asemejaría a un conjunto de apuntes biográficos y reflexiones sobre Jesús de un testigo, o recibidos de otros testigos, enriquecidos con las propias vivencias interpretativas de la comunidad y destinados a las catequesis, a la contemplación orante personal o cultual. Se trata, pues, de unos contenidos de compleja y prolongada elaboración sin parangón con la elaboración de textos modernos. Nada más lejos, pues, de un protocolo de biografía histórica. ¿Qué nos transmiten, pues, estos textos? Estos -y otros muchos no desdeñables aunque no canónicos- nos trasmiten cómo entendieron e interpretaron las comunidades los recuerdos que les habían trasmitido sobre Jesús de Nazaret.
El conocimiento de Jesús no nos llega, pues, directamente sino mediatizado por sus amigos y seguidores en un lento proceso de elaboración. El resultado da lugar a un cuerpo testimonial, el único que tenemos de cuyo núcleo sustancial no existen motivos razonables de peso para poner en duda. Sustancialmente no se transmite ni nos llega un Jesús deformado. Incluso en el supuesto poco probable de una diferencia muy sensible con el modelo originario la vivencia de esas comunidades encierra un modelo de vida de la más alta categoría para un proyecto vivencial humano.
Esta última reflexión exige un mínimo comentario. Los textos bíblicos disfrutaron de una vida y evolución propias. Probablemente se combinaron tradiciones de diferentes testigos y distintas comunidades, intervinieron diversos redactores, hubo interpolaciones, retoques. De esta suerte la información, interpretación, reflexión y meditación orante en torno a Jesús de aquellas comunidades constituyen un cuerpo redaccional en el que no resulta fácil deslindar la influencia del Jesús histórico de la experiencia interpretativa de la comunidad que lo revive.
En una palabra, en la hipótesis, que no comparto, de una mayor autonomía y distancia de los textos respecto a los hechos esto reduciría la importancia del hecho histórico del personaje Jesús, no la grandeza intrínseca del texto. Personalmente creo que fue la fuerza del personaje histórico la que originó la formación del discipulado, el nacimiento de las comunidades y sus vivencias espirituales. Y ellas vehicularon la formación de unos textos de tan singular fuerza. Es el Jesús histórico el que provocó tales vivencias, el que ha marcado la historia y ha conformado los ideales de vida de sus seguidores hasta hoy. Los textos del N.T. son, pues, la primera fuente de nuestro conocimiento de Jesús.
2.- La común condición humana.
¿Existe alguna otra fuente del conocimiento de Jesús? Pienso que, una vez despojado de su divinidad, su semejanza con nosotros deja de presentarse desdibujada y ambigua y nos puede ser de utilidad. La formación del canon es a este propósito significativa. De los diversos “evangelios” que se fueron escribiendo las comunidades cristianas retuvieron cuatro y relegaron otros varios. El criterio de selección parece claro: quedaron relegados los de más fantasía, mayores ribetes míticos y ‘sobrenaturalismo’ milagrero y se mantuvieron aquellos en los que, pese al género literario todavía exuberante de exaltación de la fuerza singular del personaje, destaca más su natural humanidad. Por muy obvio que resulte ésta parece ser la segunda fuente de nuestro conocimiento de Jesús, su semejanza con nosotros, sobre todo si afrontamos el evangelio desde una connaturalidad de criterios y de vida. Es significativo que de la mayor parte de su vida, es decir, hasta que inicia la etapa propiamente mesiánica el evangelista sólo dice subrayándolo dos veces en diez versículos, “Jesús iba creciendo en saber, en estatura, y en el favor de Dios y de los hombres” (Lc 2, 40 y 52) según descripción en Proverbios del buen judío.
Jesús compartió nuestra condición humana sin más añadidos que los que expresaban su particular misión en un itinerario de progresiva apuesta por los más pobres (el Reino) y su paralela y creciente intimidad con el Padre.
La semejanza con nosotros es además, en virtud de la resurrección, especial cercanía: Jesús no es sólo un admirable personaje del pasado, es una realidad próxima en nuestra historia presente que para mayor abundancia no está condicionada (su realidad) por los parámetros espacio-temporales. Jesús es la figura más destacada y de mayor influencia benéfica dentro de ese cortejo jubiloso de nuestros difuntos queridos que viven resucitados con Dios. Y esta presencia silenciosa pero cálida y actuante hace que uno se sienta más propenso a hablar con Jesús que sobre Jesús.
IV. 7 Pinceladas de cercana humanidad
Tú, Jesús, crecías en edad y sabiduría como cualquiera de nosotros. Pero ¿qué hiciste, por dónde anduviste tantos años, casi la totalidad de los años de vida de un varón de aquella época? ¿Por qué tardaste tanto en reaccionar ante la injusta y humillante situación de la mayoría de tus vecinos? ¿No te ardía el corazón de indignación a la vista de la vecina Séforis pagana, ciudad explotadora de toda la comarca? ¿cómo interpretar que tus amigos no hayan transmitido ningún dato real de tus andanzas de aquellos años?
No me cabe duda que fueron 30 años de trabajo manual y de silencio contemplativo más que de bullicio y notoriedad, que tu soledad estaba poblada de reflexión, de textos bíblicos rumiados, de contemplación de atardeceres y noches estrelladas. Pero no deja de resultarnos misteriosa aquella tan dilatada y desconocida época de tu vida. Tus padres te vieron crecer como un muchacho normal, tan normal que quedaron sorprendidos por las noticias que comenzaron a llegarles de tu ruidosa actividad cuando recorrías el país, tanto que les alarmaron como si no estuvieras en tus cabales. Habías sido un chico sensato y maduro, bien equilibrado. Nadie en tu pueblo y alrededores había observado en ti nada digno de especial mención.
Debiste sentir el alboroto y efervescencia de sentimientos y emociones propios de la adolescencia. Debiste conocer sus altibajos, inseguridades y miedos. Sensible a la belleza lo fuiste sin duda, también a la femenina. Algo de especial respeto y ternura debiste desde siempre tener hacia la mujer para que, en medio de una sociedad tan machista, manifestaras a varias de ellas un trato cercano y libre lleno de afecto.
Aunque en marco algo artificial y prototípico, tus amigos conservaron algún relato tuyo sobre tus tentaciones. En la realidad del día a día éstas te solicitarían desde variados ángulos como a cualquiera. Y si como la de cualquiera tu progresión humana fue más sinuosa que rectilínea la afirmación de Pablo “semejante en todo menos en el pecado” es más bien teológica que factual.
¿Estuviste casado de joven como cualquier otro compatriota? ¿Fue María de Magdala beneficiaria de un especial afecto? Nada nos consta y no vamos a elucubrar pero es absurdo excluir por falsos presupuestos cualquier comportamiento propio de un varón normal.
Tendemos a imaginarte como un dechado de equilibrio emocional. Sin duda hacia ello progresaba tu evolución como persona en camino hacia la plenitud. Cosa que no excluye -todo lo contrario- una particular riqueza de sentimientos o emociones: rechazaste sin contemplaciones el retorno a la aldea que te urgían tus familiares, lloraste sobre Jerusalén de dura cerviz y tan ajena a los favores de Yahvé, tuviste réplica fácil, rápida y enérgica con tus malévolos contradictores desarmando sus argucias con aplomo y fina ironía, te conmoviste ante el sufrimiento ajeno, fustigaste indignado y hasta violento a los jefes del pueblo, reprendiste severamente a alguno de tus íntimos, arrasaste los tenderetes comerciales del Templo, mantuviste entereza y dignidad delante de tus jueces y en medio de los tormentos… Es claro que deslumbraste a tus seguidores pero sobre todo les ganaste el corazón. Tu personalidad era arrolladora, galvanizaba a las masas, las elevaba por encima de la rutina diaria…
Pero todo ello no es sólo bello recuerdo. Tú sigues aquí a mi vera, tú sí que intervienes y brindas a cualquiera buenas ‘vibraciones’. Aunque en distinta dimensión sigues perteneciendo a nuestra humanidad y está dentro de sus posibilidades y leyes ser impulsada vigorosamente por tu fuerza sin atisbo de magia. Tu potencia activa es esperanza y consuelo. Sobre todo cuando dos o tres nos reunimos y compartimos el vino y el pan en recuerdo tuyo. En los párrafos siguientes intentaremos articular tu espiritualidad dentro de tu triángulo vital, es decir tú, los pobres y el Padre, buscando deslindar su interrelación y prioridades antropológicas. Desde dónde arranca el movimiento, de abajo (tú y los pobres) a arriba (el Padre) o de arriba hacia abajo. Esta dinámica prepara y desemboca en la Plenitud de tu ser por la resurrección.
Seria de gran utilidad que se fuera publicando aquí en Atrio esos artículos de “Mi nuevo paradigma” o bien en forma de libro en una presentación sencilla.
Su libro anterior (Religion sin magia) fue para mi de gran utilidad. Como el prevé, primero me desestabilizó y luego me concedió mayor libertad y serenidad. Le estoy muy agradecida
Una nota de ATRIO 9-4: ¿Valdría la pena editar el libro que se proyectaba hace 5 años? Habría que empezar leyendo y comentando aquí…
Antonio:
Ayer reuní en mi compu todas la secciónes del “Mi nuevo paradigma teológico” de Juan Luis H. del Pozo, ya presentadas en Atrio. Forman ya un librito de 100 páginas. Repasé el contendo ligeramente y pienso que bien valdría la pena re-presentar el trabajo en secciones ménos grandes para nosotr@s en Atrio. Me parece que para lograr “ordeñar” el valor grande que contiene, sería necesario ofrecérlonos en secciones reducidas, para que semana por semana podríamos andar “rumiando y soboreando” en comunidad la profundidad “del Pozo” (vale el juego de palabras).
Justiniano de Managua