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Amor y verdad

Espinosa cuestión, si las hay, la de conjugar el amor y la verdad en las actitudes humanas. Es una cuestión en que los matices  importan más que las definiciones, siendo que las definiciones barren con los matices gravitando hacia fundamentalismos ideológicos. Si la verdad del amor se traduce en amor a la verdad, la Verdad –Cristo Jesús– nos libera de todo mal, en especial, en la iglesia, de la prepotencia y del sometimiento.

Es curioso que otrora censurados por el cardenal Ratzinger, como Hans Kung y Leonardo Boff, hayan sentido esperanzas  por las actitudes del papa Benedicto XVI. Cierto que la esperada primera encíclica del Papa sorprendió  a muchos por su sesgo caritativo pastoral, pero es cuestión de matices y los matices siempre causan más sorpresa que seguridad. Creo que nuestro Papa está más cómodo en compañía de Lefevbre que de Masiá por más que, como buen diplomático, juegue a ambas puntas-

Lo que interesa, después de todo, no son las personas  sino  los hechos. Es verdad que los hechos, los hechos históricos, vienen encarnados en las personas pero, si a las personas hemos de conocer por sus frutos, nos conviene fijarnos en los hechos  y prescindir de las personas  a quienes solo Dios juzga con verdad y con amor.

El amor a la verdad urge a los teólogos. Olvidemos, por ahora, que detrás de todo teólogo hay un filósofo y bajo cada filósofo un hombre. (Recuerden que “hombre” es sustantivo genérico que incluye las especies de “varón” y “mujer”, como muy bien destaca el Génesis). A lo largo de la historia habría que ver qué significó. la verdad para cada teólogo, si el amor, el prestigio o el poder. Eusebio de Cesarea, después del Concilio de Nicea, proclamó a Constantino salvador de la Iglesia. Los teólogos de Trento  con su filosofía escolástica, sancionaron la autoridad del magisterio jerárquico. Hoy hay teólogos cortesanos y teólogos independientes; la jerarquía canoniza a los primeros y sanciona a los segundos.  Los teólogos habrán cumplido su misión si el pueblo, en su gran mayoría, yace en la ignorancia y sigue apegado a la rutina? Como el amor no se define los paladines de la verdad lo desdeñan y el mundo se descompagina.

La verdad del amor, eros o ágape, puede todavía salvarlo. A los cristianos se les reconoce en la forma cómo se aman unos a otros. Hoy la Iglesia, en su manifestación pública, ha perdido ese reconocimiento y credibilidad. Cierto que a la Iglesia se le reconoce por sus santos ya que ellos aman de verdad. Pero, hoy también, se duda de los canonizados con  Escrivá y Woytila en los altares. No pensemos en el dinero que se invierte en la apoteosis de los canonizados porque el dinero, si bien no interviene en el amor, su despilfarro es el escándalo de los que no tienen qué comer. Y el Juicio versará sobre el pan que damos al hambriento y el agua que damos al sediento. He ahí los signos del amor. Dónde esconde la iglesia actual esas muestras de amor? En las dudosas historias de los santos?

Dije que la cuestión era espinosa y basta pasar la yema por la piel de la historia para sentir sus pinchazos y escozores. La cuestión es antropológica y, como tal, sumamente compleja. Y sobre cuestión tan compleja se monta la hipercompleja cuestión religiosa cuyo análisis no sólo llenaría cien tomos de lomo gordo sino toda la vida. Estas líneas son un pobre, muy pobre, apunte.

Amar la verdad, pero la verdad del amor, nos hace libres. Perdida la libertad en que fuimos creados la verdad de Cristo nos relibera y, una vez libres de verdad, podremos abrazar y amar el mundo para salvarlo de la mentira y del odio que lo están destruyendo.

Josemaria Sarrionandia

Desde la Argentina

sagusein@gmail.com

16 comentarios

  • sarrionandia

    Cuántos pasos, moleculares o atómicos hay desde la semilla germinal (etimos) hasta la flor del arbol?
    Tu paseo por las etimologías, Oscar, cubre lo botánico.  lo zoologico, lo humano y qué más…

  • oscar varela

    ETIMOLOGÍA DE LAS PASIONES
    Ivonne Bordelois
    3. El amor
     
    Del amor en Roma y sus alrededores: raíces latinas del amor
    … la lengua, como resulta obvio,
    no es un sistema convenido de signos…
    WALTER BENJAMÍN
     
    La etimología ofrece una entrada inesperada, sorprendente y al mismo tiempo extrañamente familiar, a la muy socorrida visión del amor. En verdad, resulta curioso que hasta ahora no se hayan explorado las riquezas de enigmas y sabiduría que ofrece el despliegue genealógico de las palabras referidas al amor cuando las remontamos en el tiempo. Circunstancia doblemente curiosa si pensamos que nuestra época, a través de la lingüística y el psicoanálisis, se jacta de haber ido mucho más lejos que otras en la indagación del lenguaje y en la observación de los fenómenos conscientes e inconscientes tocantes al universo pasional.
     
    Podemos empezar advirtiendo que, dentro del grupo indoeuropeo, las lenguas nórdicas y las meridionales exhiben diversas consonantes para nombrar al amor. Pero tanto en el caso de la M del amor de las lenguas romances, meridionales, como en el de la L (presente entre otros ejemplos en el inglés love) de las lenguas germánicas, septentrionales, la relación se ofrece a través de dos onomatopeyas centrales, que reproducen los gestos de la boca y de la lengua respectivamente. Estos
    Gestos, en ambos casos, se refieren, reproducen y apuntan al acercamiento al pezón y al lamer o paladear propios del amamantamiento. El acontecer del amor se centra fundamentalmente, desde el punto de vista del racimo de raíces indoeuropeas del que disponemos, en la relación recíproca de madre y criatura, y sólo por traslación se expande hacía las zonas del abrazo de la pareja humana. En otras palabras, el lenguaje sabe que las madres no pueden divorciarse de sus hijos ni los hijos de sus madres, y por eso prefiere denominar amor a esta relación verdaderamente indisoluble.
     
    Para comprobar esta afirmación, escuchemos la palabra amor. Su raíz se encuentra en el indoeuropeo *ma, madre, raíz imitativa de la voz infantil, que reproduce el balbuceo del bebe al mamar. Su derivado es amma, voz familiar, que también significa madre. El español, con su habitual fidelidad y transparencia, guarda esta raíz prácticamente intacta, en expresiones como ama de leche, es decir, la que amamanta. Amita significaba, dentro del recinto indoeuropeo, hermana de la madre o tía, es decir, persona que puede ocuparse de un recién nacido o eventualmente actuar como nodriza (17). De amma proviene amor.
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    (17) Nótese que nodriza proviene de nutricia. Nurse, en inglés, de la misma raíz, significa a la vez, como sustantivo, enfermera y nodriza, y como verbo, amamantar a un niño y cuidar a un enfermo. En cierto sentido, el cuidar a un enfermo es como amamantarlo, alimentarlo, regresarlo a la época en que recibía amorosamente el cuidado y la leche materna. También podemos pensar que el hambre es una suerte de enfermedad, y la alimentación, su cura –lo cual tiene una mágica o mítica verosimilitud-. No es ningún azar el que una “receta” sea un término culinario y médico a la vez: una buena estrategia culinaria es lo mismo que una dieta que evita enfermedades.
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    La M maternal se transmite en muchos casos a los nombres de la hermana, la abuela, la tía, la cuñada, la prima y la sobrina, como si el poder de lactancia de la madre se irradiara a través de todos los miembros femeninos de la familia. Existe también mater, que significa propiamente madre, con el sufijo -ter que indica parentesco y aparece también en pater, frater, etc. En latín se asocian con mater palabras como materia, que hemos heredado directamente, así como su derivado
    madera. Materies es, en efecto, el tronco o madera dura interna del árbol que produce retoños.
     
    La raíz *am dará lugar a palabras como amar o amor entre nosotros, ya que se proyecta, en espejo, en la raíz *ma (18).
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    (18) Estas inversiones o metátesis son naturales en todas las lenguas: baste pensar, por ejemplo, en la alternancia skop-spec que se da en la raíz griega skop (skopeo es mirar), de la que deriva epíscopo y de allí obispo, que significa “el que mira o vigila desde arriba”. Spec-, su equivalente latino, también significa mirar, y la encontramos en numerosas derivaciones, como espectáculo, por ejemplo.
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    Esta raíz *ma tiene tres entradas en los diccionarios indoeuropeos: en una significa lo propicio, lo bueno (cualidad que todavía se proyecta actualmente en ma-tutino o ma-duro, es decir, lo que está fresco o lo que está a punto para ser comido); en otra, la madre; en otra, lo húmedo. Lo bueno, lo comestible, lo húmedo, lo maternal, lo que fluye parecen entretejerse aquí.
     
    Ma-má en español –mamma en italiano- es la reduplicación infantil de esta raíz ancestral. Cuando los chicos hoy dicen ma para llamar a sus madres están deshaciendo -“deconstruyendo”- la reduplicación y volviendo a la forma primitiva. Cuando el adulto dice mamá se refiere al seno materno -de hecho, está pidiendo la teta-; mamma es a la vez madre y teta en latín; mamí-fero, el animal que lleva tetas. Amamantar viene de mamar, pero mamar, a su vez, viene de mama -es decir, primero viene la leche (el seno que la lleva) y luego el deseo y el acto de tomarla-.
     
    Hay una coincidencia notable que se extiende a través de muchos idiomas de origen diverso, indicando que las palabras que designan a la madre, con una frecuencia que desafía las leyes de probabilidad/, presentan una M. En lenguas remotas dentro del grupo indoeuropeo, como el hitita/, el nombre de la diosa madre era mamma. Pero debemos pensar que la tendencia va más allá del indoeuropeo y se remonta probablemente a una lengua madre originaria. Em y Ab, en hebreo, significan respectivamente madre y padre. Paralelamente, encontramos muchi y fuchi en chino; en quechua, madre se dice ma; en tupí-guaraní, amotá es amar, desear, amotó, pariente y amú, hermana. Estos dato -a los que pueden agregarse muchos otros- parecen apuntar a la existencia de una lengua madre en la que se anudaría el indoeuropeo con otros grandes grupos lingüísticos y de donde derivarían ciertos gestos lingüísticos primordiales. El gesto de adelantar los labios para producir esta sonorante nasal se asocia sin dificultades con el acercamiento de la boca del niño al pezón materno. Es también el gesto necesario para el beso.
     
    Persuadida de la realidad de este vínculo, que por la frecuencia y el radio de expansión con que se da no cabe atribuir al azar, Sabina Spielrein, una deslumbrante discípula de Jung y de Freud cuya obra debería ser mejor conocida, propuso una interesante teoría. Según ella, las primeras expresiones verbales del infante tienen su origen en el acto de succión, su primera actividad voluntaria. En ausencia de la madre, la tentativa de succión produce los sonidos mô-mô. Estos sonidos se ligan luego al acto de chupar y proporcionan, por lo tanto, al prefigurarlo, un cierto placer. En un segundo estadio, se da la fase mágica, cuyo principio reposa en la semejanza de la acción llevada a cabo con el evento cuya realización se desea, ya que, mediante la secuencia mô-mô, el infante es capaz de evocar el objeto mágico, porque su llamado puede ocasionar la presencia materna (l9).
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    (19) El trabajo de Spielrein se titula La genèse des mots enfantins Papa et Maman. Fue presentado en el VI Congreso Internacional de Psicoanálisis de La Haya en septiembre de 1920, y publicado en Imago, en 1922. Es interesante notar que en el mismo año 1920 Freud presenta su célebre trabajo, Más allá del principio del placer, donde ilustra, con el Da! del niño observado, el júbilo que experimenta éste al provocar simbólicamente el regreso de su madre.
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    Originariamente, dice Spielrein, todo deseo se satisface de modo alucinatorio. El mundo mágico presupone el poder ejercer una influencia sobre el mundo exterior. En él, la palabra puede reemplazar una acción, porque en el mundo primitivo la palabra era una acción (20).
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    (20) Primero la palabra, en tiempos del animismo, cuando los humanos se sienten fusionados con la naturaleza, tiene una función mágica, como lo dice Benveniste; luego, en la era de las religiones, donde se experimenta una vinculación con dioses personales, adquiere una misión sagrada, acompañada de sacrificios y signos de poder. La palabra de Dios que crea, la palabra sacramental que transubstancia, las maldiciones que supuestamente producen efecto, son ejemplos de la palabra en acción. Más tarde, en nuestra cultura, la palabra se reduciré a un signo útil, destinado sólo a la comunicación y a la información. Pero las etapas mencionadas no se excluyen sucesivamente unas a otras, ya que ciertas virtudes animistas y sagradas de la palabra persisten, por ejemplo en la poesía, o bien aparecen traspuestas en términos de la filosofía y la ciencia moderna: el aire que el psiquismo emana es alma, las emisiones del alma son materia incandescente que se reparte en fotones y el lenguaje es alma modulada: cada palabra es un fotón.
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    Aquí es donde, crucialmente, se constituye la relación objetiva entre la palabra y su significado: cuando a mô-mô corresponde la presencia de la madre. El acto de mamar es esencial más que ningún otro para fundar la experiencia del niño, no sólo en tanto nutrición sino como gesto de amor: contacto con otro ser como beatitud suprema. Freud lo dice taxativamente: “En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella. Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde”.
     
    Por algo los griegos representan a Eros como un niño. Y la palabra orexis, en griego, del verbo orego: tender, llegar a, alcanzar, significa deseo de comer, y luego se extiende naturalmente a la voluptuosidad en general y al deseo sexual en particular -de allí anorexia, que es la privación de estas tres tendencias-. Freud nos dice: “Con la palabra libido designarnos en qué forma se manifiesta la pulsión sexual análogamente a cómo, en un ser humano, se exterioriza el ansia de absorción de alimentos”. No hay duda, por otra parte, de que en el niño el placer de mamar constituye un jalón definitivo para el placer sexual ulterior. “Es indudable –dice Spielrein- que el instinto de autoconservación o de nutrición está muy estrechamente ligado al instinto de conservación de la especie, y por lo tanto, al instinto sexual.” Spielrein cita asimismo la opinión de un autor francés que compara el solaz que experimenta la madre al amamantar a su niño al placer que procura el coito al eliminar tensiones que se vuelven excesivas.
     
    “Los síntomas neuróticos -dice Freud- son satisfacciones sustitutivas. Comprobamos la extraordinaria frecuencia con que los órganos de absorción de alimentos llegan a constituirse en portadores de excitaciones sexuales…” Notemos que, curiosamente -o no tan curiosamente, acaso, teniendo en cuenta la fuerte raigambre patriarcalista de las opiniones de Freud-, se habla aquí de las excitaciones sexuales de los órganos de absorción de alimentos y no de los órganos de portación de alimentos, como el clásico seno materno.
     
    Es decir, es el proceso de alimentación en su plenitud activa y pasiva -teta fluyente y boca absorbente- el que se vincula al proceso de fusión sexual, activa y pasiva -si bien no se puede hablar de plena pasividad en ninguno de estos casos-. Y en cuanto al carácter neurótico sustitutivo de los órganos de absorción de alimentos como portadores de excitaciones sexuales, nos atreveríamos a decir que en un primer estadio, sin embargo, el primer vislumbre de sexualidad se alcanza a través de la experiencia mamaria: el sexo, podríamos decir, es una extensión de nuestra necesidad de dar y recibir en una relación nutritiva; podríamos incluso pensar que, posteriormente, no se trataría sólo de sustitución, sino también de regreso a un lugar de origen. En el alimentar al niño desde el pezón, asegurando así su subsistencia biológica y afectiva, la madre prefigura el acto posterior de la cópula, donde, complementando el ciclo vital, el varón alimenta la boca-vagina de su mujer desde su pene, asegurando así la supervivencia de la especie.
     
    Las lenguas del mundo evidencian una amplia gama de metáforas donde el acto sexual y las expresiones afectivas que lo rodean y preparan se designan con imágenes alimenticias; sólo en español encontramos “me gustas”, “me lo comí a besos”. Hay numerosas comprobaciones independientes en este sentido: por ejemplo, Eduardo Gaicano menciona que entre los guaraníes la palabra che ha’u designa a la vez el acto de comer y el de hacer el amor; numerosas metáforas populares y coloquiales corroboran esta identificación. En el lenguaje se anudan y evidencian los misterios biológicos que proclaman la unidad de la vida. Estos ejemplos remiten inevitablemente a la pregunta acerca de la prioridad de lo nutricio sobre lo sexual, o mejor dicho, acerca de la posibilidad de considerar simbólicamente lo sexual como una extensión de lo nutricio, y no viceversa. Lo importante es que mientras la alimentación produce el mantenimiento y el crecimiento de los seres vivos -y también sus excrementos-, la cópula engendra seres vivos.
     
    La metáfora que une lactancia con amor no es exclusiva del indoeuropeo. L. Kancyper nos hace notar que en hebreo se menciona a Dios como El-shadai: Dios mi seno, seno del que yo mamo; shadaim significa senos. Shadad quiere decir ser fuerte, poderoso, violento, y shadí, Dios Señor omnipotente. Al parecer, hay aquí una confluencia natural no sólo entre lactancia y amor sino entre lactancia y poder que sería interesante explorar. Otras confluencias entre la biología materna y el amor divino aparecen en la designación de El Rajamim, Dios misericordioso: réjem quiere decir útero y, poéticamente, muchacha. Pero también la misma raíz aparece en el amor humano: rajam es enamorarse, y también compadecerse; rejom (o rejúm, según las distintas grafías) es el amado.
     
    Vemos entonces que la mama y el útero se relacionan con el amor a través de fronteras lingüísticas. En el vocabulario que hemos estudiado, no parece haber, en cambio, rastros de palabras que unan los órganos de reproducción masculinos con el afecto o el amor. En general, en la tradición latina y germánica, los nombres del varón y de la virilidad están unidos a los de la virtud, la vida, la fuerza y la guerra. Esta interesante dicotomía merece reflexiones que dejamos para más adelante.
     
    Una excursión onomatopéyica
     
    En el examen de la carga semántica de *am y *ma se nos aparece con fuerza la noción de onomatopeya, palabra heredada del griego, que se forma con la conjunción de onoma, onomatos, el nombre (como en onomástico, el aniversario de la fecha en que se nos otorgó un nombre), y poiesis, creación, acción, fabricación, arte de la poesía -de donde se origina la poesía, que es, precisamente, el prototipo de la creación-. La onomatopeya es entonces el nombre que crea, la palabra o el nombre que evoca mágicamente, por analogía, aquello que dice.
     
    Muchas raíces tienen que ver con el lugar de la boca en que se pronuncian las consonantes: La M indica el adelantamiento de los labios en el mamar; la L implica el acto de lamer, ya que para pronunciarla la lengua debe rozar el paladar; la S, pronunciada hacia adentro, indica succión, como en el inglés suck (chupar).
     
    Toda palabra y toda la lengua es onomatopéyica“, ha dicho Walter Benjamín, en un estudio demasiado poco frecuentado. La onomatopeya suscita, por evocación o imitación, su propia referencia, porque la lleva en su sonoridad misma. El frufrú de la seda, el crujido de pasos en un pinar, no son nombres arbitrarios sino que identifican en su materia fónica misma, frufrú, crucrú, aquello de lo que hablan, proyectándolo mágicamente hacía la realidad.
     
    Podemos imaginar que, mucho antes de los indoeuropeos, había en la lengua original, como componente de la estructura básica, grupos de palabras “afines” que se expresaban con una consonante o una doble consonante, cuyo sonido (onomatopeya) o cuyo lugar de emisión en el aparato fónico (algo que podríamos denominar, quizá, topopeya) evocaría por sí mismo la realidad que se quería designar. Como lo dice luminosamente Benjamín: “Y si la lengua, como resulta obvio, no es un sistema convenido de signos, será necesario siempre acudir a ideas que se presentan, en su forma más rudimentaria, como explicaciones onomatopéyicas. Se trata de ver si pueden ser desarrolladas y adecuadas a una comprensión más profunda” (21)
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    (21) Prosigue Benjamín: “Leer lo que nunca ha sido escrito. Tal lectura es la más antigua: anterior a toda lengua -la lectura de las vísceras, de las estrellas o de las danzas-. Más tarde se constituyeron anillos intermedios de una nueva lectura, runas y jeroglíficos- Es lógico suponer que fueron éstas las fases a través de las cuales aquella facultad mimética que había sido el fundamento de la praxis oculta hizo su ingreso en la escritura y en la lengua. De tal suerte la lengua sería el estadio supremo del comportamiento mimético y el más perfecto archivo de semejanzas inmateriales; un medio al cual emigraron sin residuos las más antiguas fuerzas de producción y recepción mimética, hasta acabar con las de la magia”.
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    La afirmación de Benjamín es importante porque contradice el postulado fundamental de la lingüística contemporánea enunciado por Saussure, que sostuvo como base inamovible de su teoría la arbitrariedad del signo. Si la misma representación o significado mental -por ejemplo, caballo– puede decirse en formas muy diferentes en distintas lenguas –Pferd en alemán, horse en inglés, cheval en francés, etc.-, esto significaría, en principio, que ninguna ligazón “natural” une al significado con el significante -la cadena fónica que lo representa-. La barra que divide a significado de significante para constituir el signo en Saussure, es decir:
    significado
    significante
    es comparable en cierto modo a la que en Occidente desde el pensamiento platónico, divide al alma del cuerpo, y tendrá, de modo análogo,  consecuencias inconmensurables. En la teoría dicotómica alma/cuerpo/ el argumento central es la muerte, que distingue la caducidad física de la inmortalidad espiritual. En la teoría significado/significante/ la volubilidad de los significantes -comparables a los cuerpos por su variedad y fragilidad- requiere una drástica distinción con respecto al orden platónico de los conceptos, que nos garantizan la permanencia de su identidad epistemológica. La teoría onomatopéyica, por el contrario, excluye esa dicotomía y mira las variaciones fonológicas como distintas expresiones que se irradian desde un determinado centro semántico, al cual se conectan mediante un lazo significativo y manifiesto en sí mismo. Distintas lenguas pueden aproximarse de distintos modos a cada uno de esos centros semánticos, naturalmente; pero la vinculación primigenia no es nunca arbitraria.
     
    Un posible ejemplo; la G señala realidades que tienen que ver con la garganta: grito, gruñido, gárgara, gula, gusto, golosina, gorjeo. En el material que veremos más abajo, se da la L para lo relacionado con la lengua, y asimismo con la leche y sus cualidades, mientras que la M se encuentra ligada con la mama y el amor. El adelantamiento de los labios del niño en busca del pezón materno está recordando y a la vez presintiendo y pidiendo la presencia de la mama y la leche: la voz que emite no hace sino reforzar el gesto de reclamo y al mismo tiempo conjurar la presencia de la madre.
     
    Pero la noción de onomatopeya no agota el sentido más profundo en esta situación. Lo que parecería es que en el grupo con el cual se inauguran, metafóricamente hablando, las raíces indoeuropeas, la forma original de agrupar realidades que tenían algo en común, lo que más tarde se definiría como creación de conceptos, ideas abstractas, categorías, géneros y especies, no habría consistido primariamente en un proceso puramente intelectual. Antes bien, aquello que,,acontecía primordialmente era una suerte de “tomar conciencia” de que diversas realidades provocaban una misma sensación, una misma ubicación de la voz en el cuerpo, o tenían todas alguna semejanza con sonidos y ruidos que se escuchaban. No se trataba de conceptos abstractos, sino de sensaciones comunes, que correspondía nombrar de la misma manera. Las variaciones dentro del grupo verbal enlazado a la misma realidad se expresaban modificando el monosílabo original, raigal, con toda forma de afijos y elementos similares.
     
    Cuando actualmente decimos que las palabras “tienen sentidos”, no sospechamos hasta qué punto derivan realmente de nuestros sentidos y provienen de sensaciones primitivas que aún podemos reavivar en nosotros. Por ejemplo, una palabra como psiquis, . alma, comienza con el sonido ps que manifiesta el soplo de aire que espiramos; en griego psycho es soplar, respirar, y psyche, soplo de vida, aliento, alma, cosa amada, deseo.
     
    La misma palabra nuestra, alma, viene de animus, en latín, que significa lo mismo, ánimo y ánima: soplo, aire, brisa, principio vital, vida. El alma no es, en la visión del lenguaje, un ente abstracto separado del cuerpo, sino el signo más evidente de su vitalidad: la respiración. De algún modo, cabe decir que la etimología es una empresa de recuperación del cuerpo: no sólo del cuerpo de la palabra, sino de nuestro propio cuerpo. En realidad, el cuerpo -que constituye el asiento de las pasiones- es la primera palabra, la palabra fundamental de la cual todas las demás palabras emanan. Por eso muchas de las palabras que denotan las diversas pasiones en nuestras lenguas provienen claramente de los nombres que designan zonas, propiedades y acciones de nuestros cuerpos.
     
    Esta forma de elaborar, de interpretar la realidad externa que llega a través de los sentidos, crea o conserva una percepción intensa de la relación entre las cosas, y en particular de los “parecidos” o analogías, que las unen. Hoy no se nos ocurre que la leche, el fluir de la leche, tenga algo que ver (“es básicamente lo mismo” -sentiría un “indoeuropeo”-, ¿o tal vez diría “es la raíz”?) con el fluir de un río, o con algo viscoso, o con cualquier forma de placer intenso. Los componentes de la realidad se nos aparecen distintos, separados o aislados. Los tres significados de *ma, ya mencionados, lo bueno, lo húmedo, lo maternal, no se encuentran separados como en las entradas de los diccionarios actuales, sino que parecen darse conjuntamente en la entrañable experiencia fetal, el paraíso de donde se nos arroja ineluctablemente. Y luego acontece, irreparable, el mundo que separa aquello que estuvo unido previamente a la explosión, el Big Bang del lenguaje, el despiadado análisis de una síntesis que nunca volveremos a recuperar.
     
    Lo que preserva actualmente entre nosotros esa misteriosa vía de percepción y expresión sintética y sinestésica es la poesía, pero en ese territorio nos hemos habituado a hablar de “metáforas”, relaciones imaginarias entre cosas y palabras. Por el contrario, para los primeros hablantes de las lenguas humanas, tanto como para los “hablantes del indoeuropeo” -categoría, como sabemos, utópica- no se trataba de relaciones fantasiosas o arbitrarias, sino de hechos muy concretos: para ellos el poder mamar y deleitarse de muchas otras maneras eran una misma realidad, con distintas variantes. Lo que ocurre probablemente con la poesía es que ella no “recurre a la metáfora”, sino que recupera esta misma forma de percepción, que no está totalmente eliminada de nuestra naturaleza sino sumergida, reprimida más allá de la conciencia, pero que resurge, por ejemplo, en el sueño, lleno de asociaciones regidas por una lógica que no es la consciente, la racional, pero que tiene ciertamente una coherencia propia. Más que comparaciones, entonces, las metáforas. desde este punto de vista, son como una suerte de apariciones donde se aglutinan experiencias que el pensamiento racional, que procede por abstracciones, nos ha obligado a desmembrar y analizar.
     
    El capítulo siguiente, históricamente, es aquel en el que se pasa del simbolismo fónico, como lo llama Jakobson, a lo arbitrario del signo -esto es, cuando la “razón” se aparta del cuerpo y de la naturaleza y va poniendo etiquetas convencionales a su alrededor-. Una madre puede ser llamada “progenitora”, “autora de nuestros días”, “personificación de la Providencia” o cualquier otra de estas expresiones: ninguna de ellas reemplaza la emocionalidad primera y única de “mamá”. Aquí presenciamos una gran crisis en la vinculación del hombre consigo mismo y con su ambiente, crisis de la que todavía no nos reponemos, a menos que acudamos a la memoria primigenia de las onomatopeyas germinales. Pero si acudimos a esta memoria, en el nombre del amor podemos recuperar entonces la relación con la madre amante y amamantante, que le da su sentido primario. De amor provienen también amable, que se emplea como la cualidad propia de una persona servicial o gentil, pero significa el que debe o puede ser amado, del mismo modo que decimos querible. Ameno, amigo y amigarse, en el sentido de reconciliarse, también provienen de la misma raíz *am presente en amor.
     
    Para ilustrar el dramático proceso en el cual las palabras van perdiendo su ligazón originaria con el cuerpo, nada más claro que la evolución de expresiones como el ama de leche, que acabó por expandirse como ama de llaves. La relación biológica maternal va transformándose así en una relación de cargo, de responsabilidad y finalmente de propiedad: acabamos en el ama de casa, de la que a su vez deriva, curiosamente, amo de casa, una expresión idiosincrásica del español, que no se encuentra en ninguna otra lengua. Amo es el nombre que da el esclavo a su señor: hemos pasado del don de vida de la ama a la relación de dominio y posesión. Es como si el varón, viéndose privado de los poderes nutricios, carente de mamas maternales, se apoderara de un nombre del que está en principio excluido para darle el contenido de un poder diferente: el de la posesión o propiedad privada.
     
    De este modo, la voz que designaba a aquella que amamanta, portadora de amor en la especie, pasó a señalar una relación convencional de propiedad y dominación con respecto a objetos y sujetos externos. (Algún kleiniano diría que el varón se consuela, con la propiedad de bienes muebles, de su envidia por el seno materno. Dejemos al lector sus propias conclusiones.) Y notemos que esta relación se extiende también a la del señor con el sujeto humano rebajado a objeto poseído, en la dialéctica del amo y del esclavo. Es decir, mientras el ama es la que da vida, el amo es aquel que rebaja la dignidad humana de aquel a quien posee.
     
    Para sintetizar lo dicho hasta aquí y definir la dirección a la que apuntamos, digamos que existe un cierto malestar en la lingüística respecto de las onomatopeyas. Son pocas las que definen como tales los diccionarios. Pero cuando se empieza a rastrear el origen último de nuestras palabras actuales, asoman incontrovertibles, con una gran frecuencia, o más bien como una constante. El motivo por el que se las desconoce, o se las niega, es el mismo por el cual se reniega del cuerpo, de nuestro componente animal, y se lo oculta.
     
    Para las lenguas europeas las palabras son conceptos abstractos, entidades espirituales, no metáforas, y menos onomatopeyas, sonidos guturales “animales”. Apenas tienen cuerpo. Pero las palabras, como nuestros cuerpos, se resisten y hacen ruidos; toda clase de ruidos. Las palabras son ruido y significado, ruido e idea. El cuerpo de las palabras no es sonido puro, etéreo; las palabras no son puramente aéreas, espirituales. Están hechas de aire rudamente modulado por la garganta, los dientes, la lengua y siguen teniendo mucho de los primeros gruñidos, cercanos a los de los primates, que estuvieron en su origen.
     
    Las onomatopeyas son testigos del origen encarnadamente corporal de nuestras palabras: “ideas”, percepciones que originalmente no se sabían traducir en sonido más que ubicándolas en el propio cuerpo, en algún lugar de la boca. Pero sin vergüenza. Durante milenios, los que crearon la palabra amar para expresar sentimientos de afecto hacia toda clase de seres en toda clase de circunstancias, tenían claramente presente y no se avergonzaban de que fuera algo parecido a lo que habían sentido al mamar cuando niños; pronunciaban la palabra amar sabiendo que era el mismo gesto y sonido con que entonces habían pedido la mama.
     
    Son muchas las palabras para las que el rastreo etimológico descubre una onomatopeya original, desdibujada en las derivaciones posteriores. Y a muchas otras, sin duda, la espiritualizadora civilización occidental las fue ocultando tan bien que resulta difícil descubrírsela.
     
    El amor griego. Intermedio platónico
     
    Si abandonamos el latín y pasamos al griego, encontramos que allí también *ma irradia su fuerza vital como aquello que genera, produce y mantiene la vida. Así maia significa madre o nodriza, la que alimenta, maieuo quiere decir actuar como partera, y maiosomai, dar a luz; maiosis es parto. Ma-yéutica es el arte de dar a luz, a la vez que representa el método ideado por Sócrates para adiestrar a sus discípulos en el arte de responder e interrogar las verdades fundamentales de un modo iluminante, dando a luz lo que corresponde al espíritu.
     
    Naturalmente, no es amor el único nombre del amor. También disponemos de Eros, que Platón consideraba como el deseo procedente de la unión de la abundancia y la carencia, y que proviene del verbo griego erao: amar con pasión, desear vivamente; el vínculo materno no se encuentra aquí manifiesto de ningún modo. (Acaso Eros derive de *er: movimiento, intensidad; Eros y Hermes mensajero, llevan ambos alas; eris es lucha, combate, rivalidad. Como en *eis, se unen en esta raíz deseo intenso y combate, ira.). Lo interesante es que ni el latín ni las lenguas modernas, tan ricas en términos tomados del griego, acogieron los posibles préstamos o descendientes de este nombre como verbo -aparte del derivado erotizarse-. Pero en nuestra memoria mitológica, alimentada por el arte de todos los siglos, seguimos contando siempre con Eros, hijo de la Noche y el Viento, creador del cielo, la tierra y la luna, nacido de un huevo de plata y motor del Universo (22)
    ·····················
    (22) Como lo recuerda Octavio Paz, Eros es un semidiós cuya tarea es comunicar a los seres vivos; de allí sus alas- Como hijo de la Pobreza y la Abundancia -según la visión de Platón en el Banquete– es a la vez deseante y deseado, pródigo e indigente. Por la visión del cuerpo amado ascendemos a la contemplación de la belleza absoluta, “Sin alma no hay amor, pero tampoco lo hay sin cuerpo. Por el cuerpo, el amor es erotismo, y así se comunica con las fuerzas más vastas y ocultas de la vida. Ambos, el amor y el erotismo -llama doble- se alimentan del fuego original: la sexualidad. Amor y erotismo regresan siempre a la fuente primordial, a Pan y a su alarido que hace temblar la selva.”
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    Dejando la mitología de lado, es interesante el recorrido que podemos efectuar entre otros términos heredados del griego y relacionados con el amor: por ejemplo ágape, banquete amistoso, proviene de agapao, transmitido por los hebreos al griego. Notemos que para los hebreos el ancestro de agapao se refería a conductas escandalosas como la de Jezabel, hija del rey de Sidón y esposa de Ajab, rey de Israel, introductora en Israel del culto de Baal, a la que los profetas calificaban de prostituta; en su pasaje al griego la palabra fue limpiándose de las antiguas connotaciones venales. Agapao es recibir o tratar con amor: amar, querer, preferir, estar contento o satisfecho. Es el amor que se da sin mirar otra condición que la del prójimo humano. Como lo indica Roxana Kreimer, el ágape cristiano difiere del Eros o la philia de los griegos en que no es el apetito de un bien superior que nace de la necesidad de ser feliz, sino una dádiva de vida que puede llegar hasta la entrega de sí mismo. No es una relación binaria, sino una apertura a lo universal, que incluye a los enemigos. El nombre propio Agapito significa amado.
     
    Muchas otras palabras, como philosophia, amor por la sabiduría (a la que Platón opone el deseo del honor, del dinero y del placer), Theophilo, amado por Dios y tantas otras que contienen el elemento philo, provienen del verbo griego phileo, que significa: 1) sentir amistad, amar; 2) mirar, tratar como amigo, ayudar; 3) dar muestra de amistad, besar; 4) acoger con agrado, aprobar; 5) complacerse en; 6) tener costumbre de; 7) besarse mutuamente. En griego, stergo, que, curiosamente, no ha dejado vestigios en el español, ni en otros idiomas contemporáneos, es el amor entre padres e hijos; y significa: 1) amar con ternura, querer; 2) resignarse, soportar, consentir (en perdonar); 3) desear, anhelar, pedir respetuosamente. Mientras philia es el amor alegre, compartido, storge es la ternura con que se relacionan, de un modo algo animal, los miembros del nido familiar.
     
    Cabría preguntarse por qué nosotros, los modernos, carecemos de verbos que señalen este amor de ternura y miramientos. La distinción entre el amor pasional, erao, el amor de amistad, phileo, y el amor familiar, stergo, nos es desconocida lexicalmente,  es decir, no tenemos diferentes vocablos para señalarla. Cuanto más, distinguimos entre querer (proveniente de quaerere en latín, que significa originalmente desear tener, buscar, preguntar, como lo atestigua inquirir, y se refiere tanto a personas como a objetos) y amar. El primero, que significa desear tener, presenta un cariz más egoísta y posesivo que el que define la vehemencia del amor, dispuesto en ocasiones a la entrega absoluta y el sacrificio. También contamos con cariños y afectos, que designan sentimientos amistosos o familiares; notemos, sin embargo, que no hay verbos que transmitan directamente estas nociones.
     
    Pero en Grecia, donde nace el mito de Edipo, estas distinciones, no por azar, se sintieron necesarias. Entre nosotros, en cambio, es interesante advertir cómo el amor pasional conlleva los mismos nombres y las mismas sílabas que denotan el amor materno y es, desde el punto de vista lingüístico, la misma cosa. El *am que designa vorazmente el seno materno y es probablemente la entrada a la conciencia lingüística del infante, su inmersión súbita en el mundo donde existen signos y referentes, es el mismo que inaugurará la experiencia erótica del adolescente y del adulto en su encuentro con el amor.
     
    Dice Silvia Vegetti Finzi: “El paradigma edípico orienta todas nuestras futuras pasiones, plasmándolas con las figuras, los modos y los tonos de una época. El conocimiento de sí mismo se define como conocimiento del pasado. Los adultos son sólo réplicas, actores teatrales con respecto al niño que, a su debido tiempo, ha enfrentado con el coraje del héroe las pasiones que le impuso su destino. La prioridad de las pulsiones incestuosas redimensiona el amor romántico, demostrando que él mismo no es más que amor infantil vuelto a nueva vida, un intento de colmar ese primer gran deseo por la madre destinado a permanecer insatisfecho, por lo cual el amor es sustancialmente nostalgia; ‘on revient toujours á ses premieres amours’”. (Siempre se vuelve al primer amor, recuerda un tango célebre.)
     
    Corno lo hemos visto, Spielrein y Freud habían dicho lo mismo, cada uno a su manera, y el lenguaje parece confirmarlo: en nuestros amantes seguimos buscando a nuestros padres, así como en nuestros hijos a nuestros amantes. Pero esto no impide que muchos de nosotros pensemos, sin embargo, como Rilke, que el amor es en el niño un aprendizaje que luego se abre al infinito.
     

  • Antonio Vicedo

    (Disculpad, no ha salido este principio) -Contemplados los videos de Asís y del Vaticano, más que la aportación cómica de Carmen, Kiko y compaña que…. (Gracias)

  • Antonio Vicedo

    Kiko y compaña que, al fin y al cabo, pueden ser representantes, por complicada simpleza, de muchas gentes de la masa humana, lo más serio e incoherente con Jesús, es lo que se ofrece como LEVADURA, con misión de fermentar. Porque esto convierte al sainete cómico, en sublime tragedia.
    Tanto Benito con sus armiños y sillón en el primer puesto de la Asamblea, pavoneando la paternidad (PAPAL) por Jesús excluida de la Humanidad,y las otras purpureadas, coloreadas o ennegrecidas paternidades, gradualmente distinguiéndose y apartándose de cualquier fraternidad de las filas últimas, situadas hasta mucho más allá del Trastévere; como los frateli segregados de tant*s hermanit*s que por cualquier calle o descampado les llamarán y tratarán de padres, o padrecitos, al hacer de extras en esta ocasión, o de primeras estrellas en otros litúrgicos espectáculos y decisivos contubernios de poder, desde el que no representan a QUIEN espera ser atendido en l*s últim*s más pequeñ*s, ellos mismos se definen.
    Porque, si la sal no sala y a la luz se la cubre con celemín ¿de qué le sirven a la Humanidad?

  • M.Luisa

    Con mi  agradecimiento a Sarri,  de entrada, la  reflexión matinal  que me hago es la siguiente
     
    Encontrarse en el amor es más que amar la verdad. El encuentro es una “verificación” en forma de experiencia  de aquello   que nos tiende   a  amar la verdad: la realidad. En este caso la realidad del amor.
     
    Concienciarse de que “Soy yo quien amo” es más que decir “yo amo” porque  supone haber vivido la experiencia  real del amor.
     
    Igualmente  sucede en la conjugación de la tercera persona: “Somos nosotros quienes nos amamos”  supera la insuficiencia del   “nosotros nos amamos”    

    De ahí  que de acuerdo con lo que dice Oscar no haya un verbo para decir “hacer la verdad”  porque es la verdad misma de la realidad del  amor la que nos busca.

    En cuanto al video de la Kikos, anoche que lo vi, me costó  tiempo  coger el sueño. De todas maneras, nada nuevo, todo parece ir acorde.  No sé que pasará pero… ¿no  conocemos a  alguien  muy querido aquí  que ya previó aquello de “Cuanto peor mejor”?

  • Javier Renobales Scheifler

    Ana Rodrigo,
     
    Cambiarán sólo lo necesario para que nada cambie, nada más, nunca soltarán el enorme poder que han acumulado: la ICR es experta de siglos en eso.
     
    Es trágico, como bien decís, sí: no olvidemos que el poder absoluto corrompe absolutamente.
     
    La cabeza de la ICR está corrompida hasta el túetano, y de esa cabeza surge y se alimenta toda la jerarquía católica fabricada desde el Estado Vaticano.
     
    Y de esa jerarquía penden obedientes los cientos de miles de curas y monjas de la multinacional católica, teólogos sacerdotes incluidos, y jerarcas de hecho como Kiko Arguello, que aporta sus innumerables sumisos kikos, lo cual le da estatus en la jerarquía de la ICR.
     
    De los archivos vaticanos habrá desaparecido lo que les convenga que no aparezca. Quienes tiene la moral, tan católica, de ocultar durante tanto tiempo a las gentes la verdad que reflejan los documentos, con esa misma moral habrán hecho desaparecer o habrán falsificado lo que les convenga.
     
    Ya el Nuevo Testamento es muestra de cómo los anónimos evangelistas, Pablo de Tarso y demás autores del NT han hecho unos documentos a la medida de sus intereses, tratando de colar como histórico lo que no es sino su invención, incluidas apariciones de ángeles e inventos de revelaciones divinas de todo tipo.

    (merece la pena leer el libro de Antonio Piñero “Ciudadano Jesús”, editorial Atanor, abril 2012. Es de muy fácil lectura, y da qué pensar)
     
    Los amos del Estado Vaticano, que están imperializados (enfermedad que corrompe y que aún no padecían los autores del NT –al menos en ese elevado grado-), han falseado y falsearán la verdad mucho más que los autores del NT, con los archivos a su alcance, y con los secretos que han ocultado para que no conozcamos la verdad.
     
    Les sobra moral hipócrita católica para ello (ellos son los que hacen la moral, son el magisterio):
     
    –         lo mismo que han encubierto durante siglos la pederastia eclesial católica hasta que tribunales de justicia de la sociedad civil les han obligado a pagar miles de millones de euros de indemnizaciones para las víctimas de esa pederastia: sólo entonces y solo por eso han tratado de poner coto a esa pederastia, pero no por amor a las víctimas, sino por amor al dinero que les cuestan los pederastas eclesiales),
     
    –         y lo mismo que taparon y dejaron impune el asesinato de Luciani en el Vaticano, imprescindible para poner a Wojtyla y asegurar la involución de la ICR.

  • Gabriel Sánchez

    Querido Sarri, yo se que tu y Teresa practican el Amor y he visto como esa forma de vivir la vida, abiertos a la vida, es siempre más fuerte que la muerte.- Un abrazo fuerte y grande a los dos.- Gabriel

  • ana rodrigo

    Tienes razón, Sarri, estos vídeos son una auténtica tragedia, la Iglesia oficial es una tragedia.
     
     Pienso que Kiko Argüello se le está escapando una futura canonización, ¿Acaso alguien se imagina la proyección de este vídeo el día de la ceremonia de la beatificación? A Maciel le pasó lo mismo, se le escapó la beatificación por los pelos. Bueno, ya han beatificado (eso creo, pero no estoy segura) a Juan Pablo II que nunca supo nada de la pederastia del clero, ni de Maciel y su degeneración humana, un Papa que le dio la comunión a Pinochet, y otras fechorías semejantes. Ahora están saliendo miles de casos de niños robados por monjas y curas en España y los obispos españoles callan, una iglesia que dio larga vida a otro dictador, Franco, y lo que no sabemos hasta que se abran los archivos vaticanos pasado el tiempo reglamentado por ellos mismos.
     
    A ver si sigue adelante la iniciativa de Redes Cristianas de una convocatoria al pueblo cristiano con ocasión de cincuenta aniversario de Vaticano II y cambiamos esta insostenible situación.

    Es inimaginable que un Papa, en San Pedro del Vaticano, o una congregación de franciscanos soporte tanto ridículo de esta pareja que parece haber perdido la vergüenza, el sentido del ridículo y hasta la cabeza.

  • oscar varela

    Hola!
     
    Otra cosa extraña en la lengua castellana es que:
     
    1º) Podemos “hacer el Amor” sin necesidad del verbo “hacer”;
    Entonces decimos “yo amo”; o, como añade Olga: “nosotros nos amamos”.
     
    NOTA: Aunque hay que tener mucho cuidado con apurar la primera del plural: “nosotros”,
    Porque –sin darnos cuenta- estamos segregando ¿no?
    En otros idiomas no aparece la tal segregación, pero en castellano es notoria:
    Decimos: nos-otros; e.d., “este conjunto” (nos-) es diferente-separado de los demás (-otros).
     
    2º) Pero no podemos decir “hacer la Verdad” sin el verbo “hacer”.
    Sorprendentemente NO HAY UN VERBO para decir “HACER LA VERDAD.
     
    El más próximo seria el verbo “veri-ficar” (verum facere).
     
    ¿Qué nos estará queriendo decir este reparo de nuestra lengua, no?
     
    ¡A alguno se le ocurre algo más sesudo que mi tontería?
     
    ¡Vamos todavía! – Oscar.

  • sarrionandia

    Olga_ El amor cristiano es humo de hojarasca si la conjugación  de la primera persona singular no entra en la conjugación de la primera plural.
    Antonio: tus videos son más trágicos que çomicos. Yo me quedo pensando (o rumiando) en lo que conversarán Benedicto y Scola en Milán

  • ana rodrigo

    Me pregunto si estos videos de los kikos son un montaje cómico, si, por el contrario, ha ocurrido verdaderamente, si en el Vaticano han perdido la cabeza quienes dicen ser los responsables de la iglesia, me pregunto porqué esos franciscanos siguieron sentados escuchando semejante esperpento o si todos eran tontos de remate. ¡¡¡Qué vergüenza!!!! Es que si no se ve es imposible creer que esto pueda ocurrir. Este circo deberían proyectarlo en todas las parroquias del mundo, a ver si de una vez por todas se cae este obsceno sistema eclesiástico.

  • Antonio Duato

    Y si habéis visto la comedia de Carmen en la Basílica Vaticana, no os perdáis tampoco este otro show de la troika catecumenal que por vida -según los estatutos de 2008 en los que el Papa pone todo en manos de los tres iniciadores: Kiko Argüello, Carmen Hernández y Mario Pezzi- rige ese gran movimiento, con tantos seguidores abducidos y tanto capital invertido en grandes casas y seminarios. ¡Vaya espectáculo dan Asís ante unos impertérritos franciscanos! ¿Hasta cuándo?

  • Antonio Duato

    El papa actual conjuga esas dos palabras -amor y verdad- en su primera encíclica de una manera voluntariamente diferente a como lo hace Pablo. Éste dijo: “La verdad en la caridad”. (Si no tengo amor de nada me sirve). Y Benedicto le da la vuelta: “La caridad en la verdad” (Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo CV, nº).

    Y como el sucesor del Pescador se hace guardián de la verdad decidirá también lo que es amor o mero sentimentalismo. ¡Estamos apañados!

    Dice Sarri y dice bien: “Creo que nuestro Papa está más cómodo en compañía de Lefevbre que de Masiá”.

    Y otro, más viejo que nosotros, Sarri, hace ya más de 25 años, decía con toda libertad: “Juan Pablo II y monseñor Lefèbvre… están cortados por el mismo patrón”. [Légaut, Encuentro en el mas de Roubiac,  octubre 1985].

    Hoy abría Religión Digital con una foto del papa con una extraña muceta de armiño y unas palabras suyas diciendo que quienes critican a la autoridad suprema hacen mucho daño a la “Iglesia de Jesús”. Los comentarios esta vez eran de aúpa. Y, al querer citarla, he visto que había desaparecido esa entrada.

    Bueno, pero tenemos maestros seguros de fidelidad y obediencia al guardían de la verdad. ¿Os acordáis de Formigoni, aquel comisario europeo de cultura que se sintió martir de su fe cuando tuvo que dimitir por su oposición al matrimonio homosexual? Pues ahora, el prototipo de buen católico es Presidente de Lombardía. Y mirad el escándalo de Comunión y Liberación.

    Menos mal que nos quedan los fidelísimos Kikos… Sí, para provocar la más ridícula escena jamás vista en la Basílica de San Pedro. No os perdáis este vídeo surrealista que muestra a quien se están entregando hoy los obispos y cardenales del mundo (menos los japoneses, para ser exactos).

  • olga Larrazabal

    Querido Oscar:  De decir, se puede decir “todo” y mucho más aún, mientras se conjuguen en 1ª persona. De ahí a pasar a “nosotros” hay un largo camino.

  • Iñaki San Sebastián

    Bonito comentario Sarri. Eskerrik asko. Añadiré algo que quizá no tiene ni pies ni cabeza, pero que a mi me sirve.Yo diría que la verdad del amor no solo nos hace libres, sino también inmortales. La misterios energía que se genera en la cadena del dar, recibir y devolver vence a la mismísima muerte. ¿No llegan a dar su vida por cualquiera de sus hijas o hijos, una madre y un padre?. ¿O un amigo por otro amigo?. Etc.?

  • oscar varela

    Él –sentado frente al paisaje ocre de su sierra otoñal-
    se preguntó con voz casi imperceptible:
     
    – ¿Y qué se puede decir del Amor y de la Verdad, que no se haya dicho aun?
     
    Le sorprendió haber sido escuchado por Ella, que le respondió:
     
    -“Todo”
     
    – ¿Cómo “todo”?
     
    – ¡Sí, mi querido: esos sustantivos sólo se conjugan
    en la primera persona del pronombre personal: “yo”!-
     
    Y Él se quedó pensando.