¿Un místico ateo? parece una contradicción. La mística según el Diccionario de la Real Academia Española, es “experiencia de lo divino”. En esto sigue a san Buenaventura, el autor clásico sobre mística, quien define la mística como “cognitio experimentalis Dei”, conocimiento experiencial de Dios.
Conocimiento experiencial, contacto directo, sin mediación de discursos ni conceptos, como se conoce el frío o el calor. Experiencia en sí misma inexpresable, aunque traten de comunicarla mediante un lenguaje simbólico, sugerente, aproximativo.
André Comte-Sponville, en su libro “El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios” (Paidós 2006), se declara ateo, pero impulsa una espiritualidad laica, sin Dios, sin dogmas, sin Iglesia, sin fanatismo ni nihilismo.
En este libro describe una experiencia en la que podemos apreciar todos los caracteres que los autores atribuyen a una experiencia mística: pasiva (sobreviene sin pretenderla), breve (porque su intensidad no podría soportarse durante más tiempo), supera el tiempo y la fragmentación o multiplicidad del Ser, sin mediación de conceptos, inexpresable a no ser con términos emocionales (exclamaciones) o contradictorios (“el lenguaje del desdecirse”).
Juzguemos nosotros mismos leyendo, no su experiencia, que es intransferible, sino la descripción que él mismo hace de esa experiencia.
La experiencia mística de un ateo
Esa noche, después de cenar, salí a pasear con algunos amigos por ese bosque al que amábamos. Estaba oscuro. Caminábamos. Poco a poco, las risas se apagaron; las palabras escaseaban. Quedaba la amistad, la confianza, la presencia compartida, la dulzura de esa noche y de todo…No pensaba en nada. Miraba. Escuchaba. Rodeado por la oscuridad del sotobosque. La asombrosa luminosidad del cielo. El silencio ruidoso del bosque; algunos crujidos de las ramas, algunos gritos de animales, el ruido más sordo de nuestros pasos… Todo eso hacía que el silencio fuera más audible.
Y de pronto… ¿Qué? ¡Nada! Es decir ¡Todo! Ningún discurso. Ningún sentido. Ninguna interrogación. Sólo una sorpresa. Sólo una evidencia. Sólo una felicidad que parecía infinita. Sólo una paz que parecía eterna. El cielo estrellado sobre mi cabeza, inmenso, insondable, luminoso, y ninguna otra cosa en mí que ese cielo, del que yo formaba parte, ninguna otra cosa en mí que ese silencio, que esa luz, como una vibración feliz, como una alegría sin sujeto, sin objeto (sin otro objeto que todo, sin otro sujeto que ella misma), ¡ninguna otra cosa en mí, en la noche oscura, que la presencia deslumbrante de todo! Paz. Una paz inmensa. Simplicidad. Serenidad. Alegría. Estas dos últimas palabras podrían parecer contradictorias, pero no se trata de palabras: era una experiencia, un silencio, una armonía. Formaba como un calderón, pero eterno, sobre un acorde perfectamente afinando, que era el mundo. Me sentía bien. ¡Sorprendentemente bien! Tan bien que no sentía la necesidad de decírmelo, ni siquiera el deseo de que no se terminara. Ya no había palabras, ni carencia, ni espera: puro presente de la presencia. Apenas puedo decir que paseara: sólo estaba el paseo, el bosque, las estrellas, nuestro grupo de amigos… Ya no había ego, ni separación, ni representación: únicamente la presencia silenciosa de todo. Ya no había juicios de valor: tan sólo lo real. Ya no había tiempo: tan sólo el presente. Ya no había la nada: tan sólo el ser. Ya no había insatisfacción, ni odio, ni miedo, ni cólera, ni angustia: únicamente alegría y paz. Ya no había comedia, ni ilusiones, ni mentiras: tan sólo la verdad que me contiene y a la que yo no contengo.
Todo eso duró apenas algunos segundos. A la vez, me sentía agitado y reconciliado, agitado y más tranquilo que nunca. Desasimiento. Libertad. Necesidad. El universo devuelto al fin a sí mismo. ¿Finito? ¿Infinito? No se planteaba la pregunta. Ya no había preguntas. ¿Cómo se les podría dar respuesta? Sólo había la evidencia. Sólo había el silencio. Sólo había la verdad, pero sin frases. Sólo el mundo, pero sin significación ni meta. Sólo la inmanencia, pero sin contrario. Sólo lo real, pero sin otro. Ni fe. Ni esperanza. Ni promesa. Sólo había todo, y la belleza de todo, y la verdad de todo. Eso era suficiente. ¡Eso era mucho más que suficiente! Aceptación, pero alegre. Quietud, pero tónica (sí, provocaba un inagotable coraje). Reposo, pero sin fatiga. ¿La muerte? No era nada. ¿La vida? Era sólo palpitación del ser en mí. ¿La salvación? Era sólo una palabra, o era eso mismo. Perfección. Plenitud. Beatitud. ¡Qué gozo! ¡Qué felicidad! ¡Qué intensidad! Me dije: “Esto es a lo que Spinoza llama ‘la eternidad’…”. Y esto, os lo imagináis, la hizo cesar, o más bien me expulsó de ella. Regresaban las palabras y el pensamiento, y el ego, y la separación… No importaba, el universo siempre estaba ahí, y yo con él, y yo dentro…
Tiene los caracteres de una experiencia mística, pero ¿es un a experiencia de Dios? ¿No será una experiencia estética?
La belleza es uno de los aspectos –de los atributos, en el lenguaje escolástico– del Ser, del Todo, de Dios. Quizás la experiencia estética ya sea un contacto con Dios, no una compenetración con el Amor, pero sí un contacto más o menos periférico con el Ser infinito. ¿Hasta qué punto muchos textos de la mística alemana van más allá de un contacto intelectual con el Ser?
A mi parecer Compte-Sponville tuvo un contacto inmediato con el Todo, con la Presencia, con la Realidad más neta y originaria, sin fragmentación temporal o conceptual. (No vamos a juzgar hasta qué punto ese contacto lo transformó, aunque el título de su libro ya nos muestra su deseo de impulsar una espiritualidad). A esa realidad las religiones la denominan Dios, Espíritu creador, Trascendente e Inmanente; pero lo han sobrecargado de explicaciones conceptuales (dogmas), de preceptos y de ritos, hasta el punto de hacerlo opresivo para muchos.
¿Es ateo Compte-Sponville? Niega el dios que la cultura y la religión cristiana han pretendido inculcarle, pero ¿niega al verdadero Dios? Quizás seamos nosotros quienes, sin repetir la experiencia mística de Jesús, hayamos ido cayendo en una idolatría, por adorar a un dios externo, omnipotente, a la medida de nuestra necesidad de represión social.
Hola Oscar,
Pensé en responder a tu comentario, pero he decidido cederle la palabra a María Zambrano, que se expresaba muy bien.
Probablemente no te guste este texto, ni conectes con él. Pero lo cierto es que difícilmente yo podría expresarlo mejor.
“Sobreviene la angustia cuando se pierde el centro. Ser y vida se separan. La vida es privada del ser y el ser, inmovilizado, yace sin vida y sin por ello ir a morir ni estar muriendo. Ya que para morir hay que estar vivo, y para el tránsito, viviente.
(“Que yo, Sancho, nací para vivir muriendo” es una confesión de un ser, sobre vivo, viviente.)
El ser sin referencia alguna a su centro yace, absoluto en cuanto apartado; separado, solitario. Sin nombre. Ignorante, inaccesible. Peor que un algo, despojo de un alguien. Se hunde sin por ello descender ni moverse, ni sufrir alteración alguna, resiste a la disgregación amenazante. Es todo.
Y la vida se derrama del ser descentrado simplemente. No encuentra lugar que la albergue, entregada a su sola vitalidad. Angustia del joven, del adolescente y aun del niño que vaga y tiene tiempo, todo el tiempo, un tiempo inhabitable, inconsumible; situación derivada del no estar sometida a un ser y, a su través, a un centro. Tiende a volver a su condición primaria, a la avidez colonizadora; se desparrama y aun se ahoga en sí misma, agua sin riberas, hasta que encuentra, si felizmente encuentra, la piedra.
Reaccionar en la angustia o ante ella —Kierkegaard alcanza en este punto autoridad de mártir y de maestro— es el infierno. La quietud bajo ella es indispensable. La quietud que no consiste en retirarse sino en no salirse del simple sufrir que es padecer. En este padecer el ser se despierta, se va despertando necesitado de la vida y la llama. La llama si ha resistido a la tentación inerte de seguir la vida en su derramarse. Y cuando la vida torna a recogerse es el momento en que el alguien, el habitante del ser —si no es el ser mismo— establece distancia, una diferencia de nivel para no quedar sumergido por el empuje de la vida como antes lo estaba por la ausencia de ella. Y pasa así de estar sin lugar a ser su dueño mientras es simplemente alzado de un modo embriagante. Pasa de quedarse sin vida a quedarse solo con esa vida parcial que vuelve por docilidad de sierva.
Ya que la vida es como sierva dócil a la invocación y a la llamada de quien aparece como dueño. Necesita su dueño, ser de alguien para ser de algún modo y alcanzar de alguna manera la realidad que le falta.
Y la realidad surge, la del propio ser humano y la que él necesita haber ante sí, solo en esta conjunción del ser con la vida, en esta mezcla no estable, como se sabe. Y así antes de separarse en la situación terrestre —la que conocemos y sufrimos— ha de fijarse una extraña realidad, la del propio sujeto, la del ser que ha cobrado por la vida y merced a ella, la realidad propia. Y la vida, sierva fiel, podrá entonces retirarse habiendo cumplido su finalidad saciada al fin, sin avidez sobrante. Y lo hará dejando siempre algo de su esencia germinante, nada ideal ni que pueda por tanto ser captado; algo que puede solamente reconocerse en tanto que se siente, en esa especie, la más rara del sentir iluminante, del sentir que es directamente, inmediatamente conocimiento sin mediación alguna. El conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende, “el diálogo silencioso del alma consigo misma” que busca aún ser palabra, la palabra única, la palabra indecible, la palabra liberada del lenguaje.”
(María Zambrano, Claros del bosque)
La deidad o lo real de las cosas es anterior a la experiencia de lo divino, de ahí que la experiencia de lo divino bien lo pueda vivir el ateo sin saberlo. Lo bello reluce y se oculta como un misterio entre los extremos de lo bueno y lo verdadero, el misterio de no saber cómo captamos lo bello de las cosas. No obstante incluso con esas dificultades el enigma ha hallado en la historia una vía de solución y esta ha sido la vía del sentir. Lo bello se percibe cercándonos en un ímpetu de sensaciones que nacen de lo sensible. De ahí que lo bello sea asunto de los sentidos.
Recuerdo que hace tiempo comenté por aquí lo grato que fue para mí conversar con mi médico a propósito de la ausencia que padezco del sentido del olfato, es un científico amante de la filosofía y hablamos de Zubiri y también del pensamiento de Compte-Sponville, él lo conocía, de todo ello iba saliendo una mezcla valiosísima entre física, filosofía y mística que me tubo prendida durante largo tiempo.
Que duda cabe, que los sentimientos nacen de una “aisthesis” de un “estar” en este contacto osmótico con las cualidades reales de las cosas. Lo bello es algo que las cosas muestran desde ellas mismas comprometiéndonos a su dimensión intelectiva. (lo bello, lo armónico de la realidad nos tensa en su pre en su previo estar en ella.
Sin inteligencia no hay belleza. Al parecer los animales no perciben esta dimensión de las cosas, de manera que sin intelección no habría aprehensión de lo bello. Pero aquí es cuando se ve claramente que lo intelectivo es previo a lo intelectual a lo conceptual. En el estar de la contemplación quien se afirma ante nosotros es la misma REALIDAD.
Muy buenos días a todos y a todas
Hola Oscar:
Cuestionas, “Las tales experiencias místicas ¿dan “status” de perfección espiritual?”
Creo que la respuesta está clara en el último párrafo de mi último comentario: “ La experiencia mística, del signo que sea, abre a una nueva comprensión de Lo Real, que se va haciendo desapropiación, desasimiento coheren te en la vida personal e interpersonal”. Por lo que no creo que se trate de dar ningún “status” a modo de perfección, sino más bien de ver lo que ya se da y es en todo y en todos. Una nueva visión de las cosas que, por otra parte, siempre han estado ahí, pero se hace consciente el dinamismo y atracción que ejercen, iniciando un proceso de des-ap-ego y de humanización compasiva que aproxima más y más a los otros, a los que sufren, hasta perderse en ellos.
Esto último, como dice Honorio es la verdadera garantía de plenitud y encuentro de lo humano y divino, lo que llamas y llamamos “espiritual” que hace ser y dinamiza fluyendo por los poros, sin separación con nada ni nadie, lo más precioso y más noble que engendra e impulsa al ser humano.
Seguimos yendo juntos. ¡Vamos!
Hola!
1- ¿Es de desear una experiencia de este tipo?
2- Le pediría a Luis Troyano que nos dijera algo sobre la tal vivencia, como algo “estético“.
3- Me suena a Ken Wilber eso de la “Estética” ¿será?
4- Autor (escribió un Libro) quiere decir que Aumenta algo en el Mundo:
¿se trataría -la mística- de una inflación Auto-complaciente;
o de una Auto-estimación para una Praxis creadora?
5- Las tales experiencias místicas ¿dan “status” de perfección espiritual?
6- ¿”espiritual“? ¿qué es eso?
¡Vamos todavía! – Oscar.
Yo vuelvo a lo que he escrito en el hilo “Un cura republicano…” estos días pasados. Un franciscano militante de izquierdas, un pastor protestante, un anarquista del montón, los tres fusilados en el 36, dan testimonio de una espiritualidad que les lleva a entregarse al servicio de los pobres hasta la muerte.
Su actitud vital, su compromiso militante, les ha llevado a los tres por igual al encuentro con El que Es, con lo Indecible, con el Absoluto. Y justamente aquí, en esta actitud vital, me atrevería a matizar al Compte-Sponville del texto: porque ese abrazo del hermano hasta dejarse matar por él, es mucho más seguro como garantía de encuentro con el Infinito que cualquier otra camino. ¿O no?.
La profundidad de lo Real es inefable, porque la mente no puede atraparlo. La religión lo llama Dios con todo lo que implica, y si no, descalifica segregando lo que el ser humano, en lo más hondo y en unidad con todo, puede llegar a experimentar como Presencia, Todo y Nada. Se etiqueta de ateo o no creyente todo lo que no conforma lo pre-delimitado y conceptualmente conocido, contradictoriamente a lo se expresa cuando se dice que Lo Que Es es inasible Misterio.
La experiencia de la No-Dualidad es inseparable de quienes somos y de lo que somos, y es anterior a todo concepto e idea de Dios. Viene ya inscrito en el ser que somos, permanece oculto a la consciencia, como esperando un salto en apertura consciente para hacerse manifiesta su latencia en la interrelación de todo en el Todo y la Nada, la Consciencia en la que todo Es.
Si el mismo autor, calificado de ateo, habla de la espiritualidad como lo más noble del ser humano, entonces hay que preguntarse qué sentido tiene la religión, cuando sobrecarga al creyente de conceptos, creencias, principios morales y respuestas por las que el hombre y mujer de hoy ya no se sienten interpelados, sin embargo, siguen anhelantes a dar respuesta a lo que en lo más hondo les atrae sin dejarles en paz, pero en lo que vislumbran, paradójicamente, paz y nobleza. La espiritualidad libera, unifica y da plenitud, la religión sin espiritualidad pierde la esencia, desune y escinde lo más precioso que somos.
La experiencia mística, del signo que sea, abre a una nueva comprensión de Lo Real, que se va haciendo desapropiación, desasimiento coherente en la vida personal e interpersonal.
Gracias a todos. Buenas noches.
Si decimos que Dios es inefable, el dios que afirmamos o negamos no es Dios y el ser teísta o ateo no tendría sentido.