Advierte el autor que esta es una reflexión que continúa la publicada el sábado pasado: Evolución, Inercia de la Creación. Asímismo, quien quiera conocer más sobre su reflexión filosófica, puede ver sus otros artículos en la revista Acontecimiento del Instituto Emmanuel Mounier, que es una institución que, desde hace más de 50 años, intenta introducir en España el personalismo comunitario, más que como escuela filosófica como reflexión a partir de las miserias existenciales. AD.
(Quien olvida su pasado pierde su futuro)
Siempre que miramos al futuro observamos el pasado, así lo afirma la ciencia cosmológica. Es como un espejismo que de forma insistente nos recuerda que en el origen ya está inscrita la imagen del futuro. Todo pasado rezuma futuro en un presente continuo. El futuro es el alimento del pasado y el presente es la digestión, la metabolización de ambos.
Pero por qué insistimos en mirar hacia el futuro si la ciencia siempre busca el origen de toda realidad enseñándonos su pasado. ¿Será cierta esa frase evangélica de la necesidad de volver a Galilea donde todo comenzó? ¿Fue en Galilea donde se manifestó ese principio que ya contenía en si la huella de su futuro, de su destino?, ¿y si fue así, en qué forma lo contenía? ¿Pero cuál es nuestra Galilea?, ¿la conocemos?, ¿es la galilea de la ciencia que siempre está por venir y nunca llega o es aquella que ya aconteció en la historia de la humanidad? ¡Pues ahí andamos!
Esta última expresión nos viene desde dentro de la historia del ser humano, no de un análisis científico y racional de la realidad, pero recuerde querido lector: Del ser humano cuyo futuro ya conoce desde bien pronto, aunque sería mejor decir: “Sabe” de su caducidad, de su muerte, que és la cualidad ineludible de todo futuro y que no precisa de argumentos racionales pues como toda evidencia va siempre un paso por delante de la razón. Nacemos desnudos en espera que la muerte nos pille vestidos, pero acabamos siendo nosotros quienes nos empeñamos en vestirla a ella de mil formas, no hay más que asomarse a la antropología de la muerte para confirmar esta afirmación a lo largo de la historia del ser humano y de sus distintas culturas hasta llegar a la actual cultura de la muerte, “pero ahora, de la muerte institucionalizada”.
La muerte como evidencia pre-racional ha sido sacada de su principio de esencialidad para ubicarla en la razón consciente como una cosa más entre las otras, como algo contingente, cuando en realidad es radicalmente todo lo contrario.
La consciencia es esa extraordinaria facultad humana que nos singulariza y nos diferencia del resto de las distintas formas de vida existentes, y que nos permitió y nos permite ordenar la naturaleza estableciendo órdenes taxonómicos y clasificatorios hasta querer llegar a su último extremo, pero siempre mirando al pasado aunque parezca un contrasentido, porque en el fondo lo que más interesa a este nuevo hombre de la cultura que ha institucionalizado la muerte es su futuro, (aspecto contradictorio donde los haya y origen de una esquizofrenia larvada inconscientemente), ya que si hasta la fecha se ha sentido dominado y oprimido por su pasado, ahora con su omnipotente razón autoconsciente quiere dominar su futuro y todo futuro, pero no puede obviar echar una mirada atrás para ver de dónde viene.
Espacio y tiempo son las coordenadas estructurantes de la dimensión física de la realidad, de la que participa el ser humano, la persona concreta, pero en este caso con una particularidad; recordemos que la consciencia nos singularizó, es decir nos separó del gregarismo de una clasificación taxonómica globalizante y que nos facultó y nos faculta para ordenar la realidad del mundo en el que nos encontramos, he aquí nuestra ciencia y nuestra técnica que no son ni más ni menos que nuestra mirada al mundo al tomar distancia respeto a él para poder observarlo, dejando de ser especie y contemplándonos a nosotros mismos como completamente diferentes y únicos, como realidad singular que abarca a toda dimensión estructurante de la que nos diferenciamos y que como veremos modulará al tiempo y al espacio de la no singularidad del mundo, del que como ya se ha mencionado nos distanciamos gracias a nuestra consciencia y autoconsciencia.
Querido lector sepa que soy consciente de la machaconería con que repito esta frase y me pregunto: ¿Es usted también consciente? Su respuesta es crucial para entender lo que a partir de ahora intento compartir con esta reflexión.
Así como la realidad material llamada naturaleza, mundo, universo, cosmos, la observamos en una dinámica evolutiva bajo los parámetros espacio-temporales, la singularidad humana participa de ellos pero en un modo distinto, pues al singularizarse tomó posesión sobre ellos desbancándolos del dominio sobre sí, abriéndolos a una nueva dimensión acorde a su singularidad y a la vez singularizándolos también, pues en caso contrario la citada singularidad humana de la consciencia no se habría podido dar, permaneciendo dentro del mismo marco referencial, dentro de los mismos parámetros físicos y temporales del mundo evolutivo, mundo enclaustrado y sin posibilidad de escape de dicho marco espacio-temporal con un final entrópicamente anunciado en cada uno de sus dinamismos y que en cada paso que da se agota, aunque sea de forma infinitesimal.
Pasado y futuro están integrados en el presente de cada persona y no al contrario. Es la persona con su presencia quien inaugura un nuevo tiempo, tiempo materializado y encarnado en una presencia, es un tiempo vivo, es el tiempo del “ser en devenir” muy distinto a ese otro tiempo exterior y entrópico que lleva al “ser” a un continuo “dejar de ser”.
Es en este tiempo intrínseco al “ser” en el que la palabra emerge siendo ella el germen de esa nueva realidad reconfiguradora del sentido de la realidad natural.
La palabra primordial “yo” de la autoconsciencia no habría podido surgir sin una presencia frente a ella, sin otro “yo” capaz de interpelarle y arrancarle de su aislamiento sin palabra y a la vez diferente de “sí”, pero en “sí”. El “tú” es innato en todo “yo” y ambos se insertan en el “nosotros” configurando en la realidad una nueva y singular realidad humana. La palabra primordial es dual, es “yo y tu”, pero sin dualidad.
Esta realidad relacional intrínseca al ser, inaugura un tiempo nuevo, un tiempo integrado sin discontinuidad que coimplica en todo presente a toda presencia, pero ahora con un sentido muy distinto al sentido entrópico de aquel otro evolutivo, ahora en un dinamismo de “ser en devenir” y no en “dejar de ser”. En este punto, en este tiempo que es presencia, la “consciencia” queda facultada para abrirse al “tú” interpelante desde su propia interioridad al percibirse en dicha integridad, tomando “con-ciencia” de su ”Tu” primordial que le religa al nosotros universal y singular ya fuera de ese otro tiempo entrópico.
La singularidad humana es intrínsecamente solidaria más allá de las coordenadas espacio-temporales del dinamismo evolutivo y es por eso que la historia del ser humano se abre a una presencia atemporal y de ahí el título de esta reflexión: “El futuro del ser humano no es el ser humano del futuro”. Este futuro es un futuro encarnado en el presente de cada ser humano y con independencia de todo tiempo evolutivo.
Post scriptum:
En el fondo de este proceso yace un viejo trauma. El ser humano de esta nueva cultura de la muerte institucionalizada, que se autocalifica de progresista y pone su mirada en el llamado Nuevo Orden Mundial no ansía conocer, ansía dominar y en este trance acaba despreciando a su propia razón, y de paso al de un pasado que le oprimía, disfrazándolos con contra-razones y queriéndolos institucionalizar, para según dice, respetar la ley. Su ley es el dios que este nuevo hombre se crea para sí mismo, lo precisa para liberarse de toda otra ley natural o divina, y por tanto crea sus propias leyes. Su nuevo campo de batallas es el de la razón contra sí misma. Leyes que sutilmente tratan de disfrazarse bajo un tamiz de tolerancia dialógicamente consensuada.
La ciencia y la cultura, que son su praxis existencial a través de su técnica, se han impregnado de ese disfraz de la sin-razón: Abusos de poder político económico y policial, desviaciones especulativas del dinero, confusión entre lo público y lo privado, uso de la mentira como forma de comunicación, bosques de leyes que enmascaran la propia realidad de los acontecimientos, violencia, desprecio a la vida, corrupción, ministros que venden su país, diputados que venden su conciencia, que no su consciencia, pues son muy conscientes de lo que hacen, electores que venden sus votos, jueces que venden las absoluciones y las condenas – con qué frecuencia ante un pleito lo primero que se plantean tanto el abogado defensor como el fiscal es sobre quien será el juez que dirima la causa – … ¡para qué seguir!
Hoy día es muy común oír que hay que adaptarnos a los nuevos tiempos que las ciencias nos evidencian, que toda creencia debe ser actualizada, sea del tipo que sea, favoreciendo así una actitud despectiva hacia todo pasado que nos lleva a una reconsideración de la propia historia, a reescribirla en un intento de justificar su presente y su futuro, pero realmente esta expresión es tan vieja como la propia historia del hombre.
Como apéndice conclusivo sugiero algo que seguramente ya muchos conocen, y que en cierto modo refleja la situación actual del conflicto “palestino-israelí”, eterno conflicto, y a su vez de esa relación contrapuesta entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición y los nuevos tiempos que siempre acaban perdiendo su novedad, a través de la visualización de un film del año 1.971 titulado: “El violinista en el tejado”, para que cada uno saque sus propias conclusiones.
Ni el pueblo hebreo ni el resto de los humanos hemos acabado de entender que no hay tierra que nos pertenezca, que todo nacionalismo es un “ismo”, es decir un “sí mismo” y que nuestra singularidad nos lleva a un continuo salir de nuestro “yo” autoconsciente para encontrarnos con el “Tú” primordial de la historia del ser humano concreto y tomemos “con-ciencia” de ser persona que responda con su palabra y su vida ante quien le dio la palabra para poder decir “yo”. La “consciencia” es el reflejo del “yo expectante” aún encadenado al tiempo entrópico de la evolución. La “conciencia” es el dinamismo de ese devenir en ser persona, de ese encuentro en el que el “yo que se percibe reflejado en su Tú primordial y comunitario”, esta es realmente su Tierra. Esta es su nueva Jerusalén. Esta es realmente nuestra singular naturaleza.
Esta Galilea primordial de la historia, nos invita continuamente a volver la mirada al pasado, pero no para asentarnos en una inmovilidad que le es impropia a este nuevo tiempo singular antes mencionado, alentándonos continuamente a salir de nuestras posesiones, de nuestro hogar, de nuestra tierra, de nuestro “yo” autoconsciente, de nuestros nacionalismos, desprendiéndonos de todo poder para poder acoger la definitiva Tierra, tierra de encuentro pleno y bien enraizada en ese tiempo que es presencia atemporal . Tiempo que es camino de vida y que al recorrerlo nos invita constantemente volver nuestra mirada al principio para no perder de vista el final.
Parece un contrasentido que el pueblo hebreo, pueblo elegido por el Dios de la Historia y a su vez pueblo que no reconoció a su Mensajero, esté aún en espera de su venida. Su mirada y nuestra mirada aún no han sido capaces de encontrarse en la Galilea Palestina de la historia de la humanidad en la que se manifestó la presencia que inauguró un nuevo tiempo para poder recorrer el camino hacia una nueva Jerusalén común. Es como si toda la humanidad estuviese representada en este conflicto que en tanto no se resuelva y muy posiblemente no resolveremos, acabará teniendo una repercusión universal y definitiva.
Y por último quiero resaltar el eufemismo común de muchos bien pensantes, que con una actitud ingenuamente buenista median en este conflicto proponiendo que la respuesta de los contendientes deba guardar unos límites de proporcionalidad. Nuevamente toma el protagonismo una ley para respetar los derechos humanos, que no es ni más ni menos que la de querer también institucionalizar el mal acotándolo, como si el mal fuese menos mal al padecerlo en términos equitativos. El mal jamás podrá ser compensado con otra dosis igual de mal. Esta expresión siempre la pronuncian quienes no lo padecen, quienes lo observan desde fuera, desde la distancia. ¡Con qué poco nos conformamos y nos aburguesamos! y acabaremos finalmente confirmando la popular expresión: “¡Ande yo caliente, aunque se ría la gente!”.
Podría seguir querido lector, pero le cedo la palabra. ¡Desahóguese!
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Mi querida y apreciada contertulia M. Luisa, como apreciarás si no es por tí me quedo a solas con mi reflexión. Gracias por sacarme de mi aislamiento, aunque por otra parte los silencios de los que no se atreven a reflexionar sobre mi reflexión, que deben ser muchos y por muy distintos causas, también me dicen mucho; pero éstas, por cortesía me las quedo para mí, como ellos posiblemente también por cortesía las suyas se las quedaron para sí…… Comparto contigo la cita de Gastón Bachelard, ese filósofo de corte francés, cálido y entrañable, no podía ser menos, como también poeta y crítico literario entre otras muchas afinidades, al decir que, “para que dos personas puedan comprenderse primero tienen que contradecirse”, pues si no fuese así es evidente que no haría falta comprensión alguna y por lo tanto no existirían fuerzas ni atractivas ni repulsivas que a través de la aparente discrepancia y por medio del diálogo diesen lugar al encuentro de algo que muchas veces cae más allá de los dos contendientes, provocando finalmente el encuentro en eso que llamamos entendimiento….. La contradicción en Bachelard, no es la negación, es la complementariedad que unifica la unidad (la unidad en el ser es siempre ser en tensión)…. Pero claro está a través de un gran esfuerzo dialógico, máxime cuando el tema en cuestión discurre por ámbitos metafísicos como en los que tu y yo nos embarcamos y que el citado filósofo era experto pues además de epistemólogo era físico….. Espero continuemos en la brecha, pues aun nos separa un buen trecho. Un abrazo querida amiga.
Aquí de nuevo, querido Mariano, aunque me hubiera gustado dar un poco más de continuidad a tu artículo anterior porque la verdad cuando empezaba a entenderlo más en profundo, ahora en este ya me pierdo en su propio planteamiento.
El dinamismo del que hablas, es decir, de aquello primordialmente observado, evidencia una característica esencial y es que la individualidad del yo no existe. El dinamismo de la realidad nos lleva a instalarnos ya en la relación respectiva del nosotros. Si acaso el yo puede ser una dimensión de este dinamismo, pero no está en su inicio. Expuesto así el problema es lo que entendí cuando en el otro artículo dices y dices bien que “Cuando observamos a la realidad, tanto la personal como la impersonal en sus distintas manifestaciones, lo que observamos es su dinámica(…)” y de ahí seguidamente reconozcas que ningún dinamismo puede ser observado desde su interior. Ahora bien, la cosa cambia cuando a esa dinámica la consideramos estructuralmente. Claro, por supuesto, que sigue siendo algo interno, pero en virtud de esta estructura, en el caso de la personal, no es que veamos su realidad uniendo sus diferentes estados definiendo lo que es y lo que no es de un sujeto sustancial, sino que en su propia dinámica estructural la persona se actualiza como un complejo sustantivo. Se va entonces de una conceptualización cerrada, bloqueada, lineal a una conceptualización abierta, libre y arborescente.
Bien Mariano esto es lo que ha dado de sí mi reflexión esta mañana, no obstante permaneceré atenta a las que vayan saliendo, pues como dice Bachelard si quieren verdaderamente dos personas comprenderse tienen primero que contradecirse. Y añade, la verdad es hija de la discusión y no de la simpatía. Esta deviene como resultado, una experiencia muy agradable que he vivido contigo. Algo que generalmente aquí en Atrio me da la impresión de que se invierten los términos, pues primero para entrar en discusión habrás de caer en simpatía.
Un abrazo, querido amigo!