“Dios no existe”, estimaba el físico y astrónomo Stephen Hawking, que murió en marzo de 2018. Responderé con un filósofo y teólogo medieval, de los más perspicaces, hasta el punto de ser llamado “doctor sutil”, el franciscano escocés Duns Scoto (1266-1308): “Si Dios existe como existen las cosas, entonces Dios no existe”.
Ambos, Hawking y Scoto, tienen razón. El famoso físico e identificador de los “agujeros negros” se mueve dentro de la burbuja de la física, de aquello que puede ser medido, calculado y hecho objeto de experimentación empírica. Buscar a Dios dentro de este paradigma significa no poder encontrar a Dios porque Dios no es una cosa, con las características de las cosas, por minúsculas que sean (un topquark, el bosón de Higgs) o por mayores que se presenten como el conglomerado de galaxias, de tamaño incalculable. Lo máximo que la razón podría decir es que Dios es el “Ser que hace ser todas las cosas”, no siendo una cosa. Así pues, desde la física, es válida la afirmación de que “Dios, de hecho, no existe”. Solo que la física no es la única ventana de acceso a lo real.
Hay otras realidades que, por no ser físicas, no dejan de ser realidades. Así una lombriz jamás entenderá una música de Vila Lobos, ni el coronavirus sabrá apreciar un cuadro de Tarcila. Son realidades de naturaleza diferente. Duns Scoto tiene también razón porque al referirnos a Dios, sostiene él, estamos pensando en una Realidad Última que trasciende todos los límites de la física, del espacio y del tiempo o de cualquier otra forma de conocimiento. Es el Innombrable, y el Inefable, Aquel que no cabe en ningún lenguaje, ni en ningún diccionario. Dios no es un hecho de la realidad palpable que puede ser captada y dicha. Por su naturaleza Él está más allá de los hechos. Él es Aquel ante el cual debemos, reverentemente, callar, expresando el Noble Silencio. Esa es la verdadera posición del pensamiento radical que se expresa por la filosofía y por la teología, tan bien elaborado en los escritos de Duns Scoto.
Remarcando: Él es el Misterio que trasciende cualquier realidad dada, medible o captable por el ser humano. Quien vio claro esto fue el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (1889-1951) en su famoso Tractatus Logico-philosophicus (1921) al decir: “La ciencia estudia cómo es el mundo; el místico se admira de que el mundo sea. Seguramente existe lo Inefable. Eso se muestra, es lo místico… Sobre lo que no podemos hablar, debemos callar” (aforismo 6.522).
Aquí resuena la frase famosa de Gottfried Leibniz (1646- 1716): “¿por qué existe el ser y no la nada?” A esta pregunta no cabe respuesta: es el Misterio del ser frente a la nada. Ante el Misterio del ser se debe callar antes que hablar, porque todo lo que digamos queda más acá del Misterio que es Inefable e Inexpresable y ya supone que estamos en el ser. Pero no estando en el horizonte de las cosas, Dios sin embargo está en el horizonte del sentido. Por eso afirma Wittgenstein: “Creer en un Dios significa comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en un Dios significa percibir que no todo está decidido con los hechos del mundo. Creer en Dios significa percibir que la vida tiene un sentido” (Id.ibd).
Pero volvamos a Hawking: todos los grandes científicos empezando por Newton que introdujo el matematismo en la naturaleza, pasando por Einstein y otros, llegando al genial inglés, buscaban una fórmula que explicase toda la realidad. El intento era una “Teoría del Todo” (TOE en inglés: Theory of Everything) llamada también “Teoría de la Gran Unificación” (TGU).
Hay dos libros clásicos que resumen los encuentros y desencuentros de esta magna cuestión: John B.Barrow, Teorías del Todo: la búsqueda de la explicación final (Zahar 1994) y el de Abdus Salam, Werner Heisenberg, Paul Dirac, La unificación de las fuerzas fundamentales: el gran desafío de la física contemporánea (Zahar 1994). Todos acaban reconociendo el fracaso de ese intento. En la expresión de John Barrow: “Toda la vida cotidiana, lo que mueve a los seres humanos en su búsqueda de felicidad y en su tragedia, no caben en la concepción del “Todo”.
El último a reasumir esta cuestión fue justamente Stephen Hawking en su famoso libro Breve historia del tiempo (Ediouro 2005). Lo intentó de todas las formas. Al final reconoció la imposibilidad afirmando: “Si realmente descubrimos una teoría completa, sus principios generales deberán a su debido tiempo ser comprensibles por todos, y no sólo por unos pocos científicos. Entonces, todos nosotros, filósofos, científicos y simples personas comunes, seremos capaces de participar en la discusión de por qué nosotros y el universo existimos. Si encontrásemos una respuesta a esta pregunta, sería el triunfo último de la razón humana porque entonces conoceríamos la mente de Dios” (Uma breve história do tempo, p. 145). Se refiere a Dios y a su mente oculta. Ese Dios-Misterio se encuentra en la raíz de todas las existencias, sustentándolas y haciéndolas continuamente subsistir, pero siempre oculto a la vista humana. Por eso las Escrituras judeocristianas afirman: “Dios habita en una luz inaccesible que ningún ser humano vio ni puede ver” (1Tim 6,16; Sal 104,2; Ex 33,20; Jn,1,18; 1Jn 4,12).
Entonces cabe, realmente, concluir: si Dios existe como existen las cosas, entonces Él no existe”. Más allá de las cosas, Él existe, con una naturaleza distinta a la de las cosas, como Aquel que sacó todo de la nada y continuamente subyace a todo lo que existe y podrá existir.
*Leonardo Boff es filósofo, teólogo y ha escrito: Experimentar a Dios hoy: la transparencia de todas las cosas, Sal Terrae 2003; Tiempo de transcendencia, Sal Terrae 2007.
Hay un antes y después de la pregunta por la existencia de Dios. Antes de la pregunta que en la concepción creacionista los filósofos cristianos se hacían por la existencia de Dios, la filosofía se ocupaba solo del ordenamiento de las cosas que en la naturaleza ya había. Este era el hecho fundamental: las cosas y su haber. No lo que hay, por un lado, y el ser por el otro, sino lo que hay y lo que hace que haya. Y para Heráclito esto segundo era la estructura de la Naturaleza en su Totalidad. Planteamiento que se repite nada menos que en la contemporaneidad. Además, la frase de Leibniz, según mis fuentes, no fue: ¿por qué existe el ser y no la nada?”, sino si se me permite contradecir en ese punto a Leonardo, la pregunta fue ¿Por qué hay algo en vez de nada? Aquí solo se hace referencia a la realidad sin fijación alguna al ser. Ha habido siempre una cierta manía por el “ser” por el ente, de ahí hablar siempre de “lo” trascendente y no ver en la realidad de las cosas, estas que manejamos continuamente, causas, asuntos, circunstancias, etc, la trascendencia misma que se busca.
Dice el matemático creyente John Lennox, del que citaba ayer algo: “Sacar a Dios de la ecuación, no elimina ni el dolor, ni el sufrimiento, los deja intactos. Pero quitar a Dios, sí elimina algo: cualquier tipo de esperanza”. “Dios” no es nadie, es “solo” el principio en la sombra de todo, que subyace en este tinglado que denominamos como “Universo”. Y una vez visto esto, es inútil seguir perdiendo el tiempo en darle vueltas racionales a algo que es inabordable e ininteligible por nosotros. “Dios” ni nos da ni nos quita nada, como muy bien dice Lennox. Lo que necesitamos es conocer nuestro estatus en el Universo. La diferencia entre ser “creyente” o ser “racionalista cientifista”, consiste en que estos últimos, nos consideran solos y abandonados, ante el problema de la vida. Mientras que es “creyente”, es el que piensa, que estamos en medio de un Universo, que no es solo un conjunto de pedruscos, sino que tiene una dirección, un “viento”, una corriente direccional, que queramos o no nos conduce y empuja. Que como dice Andrew Weil, (médico alternativo americano), debemos ser conscientes de que el Universo es una conspiración organizada, para nuestro beneficio. Siguiendo esta metáfora, los cientificistas racionales, piensan que estamos en medio del Océano, sin viento, ni corriente alguna, y tenemos que movernos a fuerza de puro remar esforzadamente, con muy pocas esperanzas. Mientras que el “creyente”, o “religioso” o mejor para mí, el “espiritual”, es el que cree que existe esa corriente vital del Universo, y que estamos dotados por el mismo, con los medios para aprovecharla y así salir del atolladero. Y esa es una idea muy universal. Teilhard de Chardin, dijo algo, que a algunos eclesiales, les escandalizará, por no entenderla bien: “De no haber sido creyente y de haberme dejado llevar únicamente por los impulsos de mi Sentido de la Plenitud, me parece que de todas maneras habría llegado a la misma cima espiritual de mi aventura interior”. Aquí en medio del inmenso Océano de la vida, hay que ponerse a pensar bien, para buscar en el interior de nuestro barco personal, y cundo encontremos unos grandes rollos de tela, y unos grandes postes en el fondo de nuestro almacén, utilicemos nuestro poder mental, para construirnos unas buenas velas, y tirar así hacia adelante. Todos los artilugios que utilicemos son válidos. Unos serán más eficientes que otros, y cuanto mejor sea el nuestro, menos costoso será el viaje. Lo que no es opción válida es no buscar y pensar, y dedicarnos a querer salir del Océano a base de bíceps. Toda la Teoría de la Espiritualidad, trata de eso: de construir unas buenas velas para situarnos en medio de la corriente del viento cósmico. Solo se nos pide, ser abiertos de mente, valientes y poco convencionales. (La cultura, tanto la laica como la religiosa, nos quita más de lo que nos da. Porque nos atiborra de conocimientos, pero nos estraga e indigesta y nos minimiza las ganas de seguir comiendo-pensando). Como dice Rilke, en sus “Cartas a un joven poeta”: “Esto es lo fundamental, el único valor que se nos exige: ser valientes ante lo más extraño, maravilloso e inexplicable que nos pueda acontecer. Que los seres humanos sean cobardes en este sentido, causa un daño infinito a la vida”. El materialismo ultra racionalista, ha convertido unos buenos instrumentos, como la razón y la Ciencia, en las guías y brújulas de nuestra vida, con un claro error de poner los bueyes delante de la carreta. Y así no avanzamos, y si lo hacemos lo hacemos en mala dirección. Y acabo con una cita de nuestro añorado maestro. Compañero, y honor de Atrio, Andrés Ortiz-Osés: “Dioses y mesías, profetas y santos, han falsificado la trascendencia como un más allá exterior: pero la trascendencia es el más acá interior de la inmanencia, lo invisible de lo visible, (la intra-trascendencia).
Yo me he limitado en el comentario anterior a valorar la postura de Hawking por dos razones, primero porque es una de las más empleadas desde el ateísmo cientifista y la segunda porque me tiene un poco obsesionado esa necesidad íntima del ser humano de encontrar respuesta al cómo surgimos y por qué lo hicimos. Entrando en el fondo de lo escrito por Boff y reflexionando después de leer el comentario de Antonio Duato (Dos personas a las que admiro) me lleva a pensar en algo que, de cualquier manera, acaba siendo cíclico o redundante en mi devenir de ser pensante: ¿Por qué puñetas creo en Dios? ¿En que Dios creo? Porque lo fácil y cómodo (Y no solo para mi, en esto estaremos de acuerdo casi todos) es afirmar “en que Dios no creo”; pero la pregunta es tan pertinente que exige una respuesta positiva y no una respuesta negativa. Plantearla desde “lo que yo no creo” es tremendamente insatisfactorio, al menos para mi. También reconozco la dificultad de “definir” lo indefinible y de encontrar herramientas retóricas y semánticas para describir a lo que no podemos percibir por medio de los sentidos. Un profe de religión que tuve en mi primera juventud (Ya voy por la cuarta o quinta) me decía que el problema de Dios es el mismo que tendría Cervantes (Al que le podemos suponer cierta destreza en el uso de la lengua castellana) si lo hiciéramos viajar en el tiempo, lo lleváramos al aeropuerto de Barajas en plena temporada alta, lo hiciéramos regresar y después le pidiéramos que nos describiera lo que vio. haría una descripción estupenda y verdadera pero nunca diría que había visto un aeropuerto repleto. Con Dios estamos en lo mismo. Podremos, cada uno, describir nuestra experiencia de Dios (Que no solo es vivencial, también puede ser intelectual y también mística) pero nunca estaremos “describiendo a Dios”. Por eso me gusta tanto una interpretación que leí de un estudioso judío que explicaba lo que significa YHVH (En nuestro idioma Yahveh). Lo definía como “Quién puede ser, fue, es y será”Analizar esa pequeña frase es apasionante y trataré de indicar algunos significados: – Lo llama “Quien” y no “Lo qué”, es decir es “personal”, que no necesariamente humano. Al llamarlo “quién” le confiere personalidad propia, voluntad, intención. Hay quien le añadiría que le da características humanas pero yo no lo veo así. también usaríamos el relativo “Quién” en vez de ” Qué” si habláramos de un espíritu, un colectivo o un animal superior (Un perro por ejemplo), porque la diferencia entre el “Quién” y el “Qué” no la da la humanidad sino la voluntad y la intención. – Puede ser. De aquí lo importante a mi juicio es el “puede” no el “ser” (El ser lo veremos después). Es potencial. Es “poder”. Puede ser significa que “domina y provoca la existencia”. Que Él mismo es la existencia. Decir “QUIEN Puede ser” es una frase muy potente, es decir todo lo que es proviene de Él y por lo tanto nosotros también. Y tiene la consecuencia de que el ser definitivo, lo que los cristianos llamamos salvación o eternidad, sólo puede pasar por Él que es quien provoca esa existencia. – “Fue, es y será”. Esta es la parte más bonita en mi opinión. Como tecnólogo me encuentro más cómodo en la reflexión sobre conceptos físicos que metafísicos. Con esta frase relaciona la existencia con la temporalidad, que es uno de los misterios más apasionantes del estudio de la física. Fue, es y será significa que no solo es el origen de la existencia sino que esa existencia suya, no se puede encorsetar por el tiempo. Está por encima del tiempo. Por eso no tiene ningún sentido preguntarse “Qué había antes de Dios”, porque no hay un antes de Dios. Hay una corriente de físicos teóricos que afirman que es un sinsentido hablar del antes del Big Bang porque el tiempo comienza con el Big Bang y por lo tanto es una topología unidireccional, una línea recta que como toda línea recta tiene dos sentidos teóricos pero que solo puede usar uno de ellos porque en el otro es finita mientras que en el sentido natural es infinita(Por esto metafísicamente hablando, los viajes en el tiempo son imposibles, salvo para Micael J. Fox y su DeLorean que usa para violar la topología temporal la libertad de la imaginación. Dios está fuera del tiempo, o lo que es más interesante, el tiempo no afecta a Dios. Esto tiene implicaciones teológicas muy llamativas como el hecho que la predestinación carece de sentido (Dios no puede condicionar nuestro destino porque Dios conoce nuestro destino desde el principio de los tiempos, a pesar de que seamos libres completamente de construirlo. Dios no lo condiciona, lo conoce) o sobre aquella pregunta trampa que me dijeron una vez que se preguntaba en la facultad de teología a los alumnos de primero. “¿Dios tiene fe? Respuesta correcta: No. Dios no puede tener fe, porque sabe” Por eso hacernos una imagen de Dios que sea real, entendiendo como real lo que un periodista independiente y objetivo (Si es que eso existe) entendería como certeza es imposible y nos debemos aferrar a las intuiciones que cada ser humano tiene de eso tan imponente que llamamos Dios. Habrá quien se acerque a Él con temor, con amor, con duda, con superstición, con sumisión, con enfrentamiento, etc… y todas esas actitudes son correctas y todas son verdaderas… y ninguna lo es del todo. Para mi eso es lo bonito de esta reflexión. Nunca conoceré del todo a Dios, pero el camino para conocerlo es hermoso y, a pesar de lo que los moralistas puritanos propongan, la estética es también una forma de acercarse a Dios. Sí. Ya se que estoy acercando la sardina a mi ascua de modernista relativista, pero es que no sería mi reflexión y mi camino hacia Dios si fuera de otra manera. Al menos yo admito que puede haber otras y que seguro que son tan honestas y verdaderas como la mía. Es como decía León Felipe (A riesgo de ser reiterativo. Yo, no Don León) Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol … y un camino virgen Dios. Sorry for the brick(Plis Antonio, no se la razón pero al publicarlo se comerá los espacios y puntos y aparte. No se como evitarlo. te pido disculpas por hacerte trabajar)
Aquí trata de la trascendencia divina que supera a todo lo que ha sido creado y se encuentra en la intimidad de la divinidad. Claro que Dios no existe de la misma manera que existen “las cosas” porque El es El que las ha creado desde el principio…Y está siempre por encima de toda realidad cósmica.
Dios penetra íntimamente toda nuestra realidad haciéndose más íntimo que nosotros mismo a nuestra “propia intimidad”.. Por eso El puede morar “en nosotros” si nosotros queremos..y aceptamos esta gracia..Ante la contemplación del Misterio inefable, el ser humano, obra perfecta y acabada, calla atónito por tanta belleza y grandeza. Y al mismo tiempo, adora el Misterio que le permite contemplarlo. Ver y sentir un destello de Dios nos conduce a adorarlo.Lo demás pertenece al Amor desbordante de Dios que quiso elevar lo humano, para que participáramos de Su misma naturaleza divina que es esencialmente diferente de la nuestra. De ahí el privilegio de vivir y de poder amar hasta el final, que es nuestro último destino. Estamos destinados a esa vida eterna divina y es por eso que nada de esta vida terrestre podrá nunca satisfacer nuestros deseos infinitos.Un saludo cordialSantiago Hernández
Me interesan las reflexiones de Isidoro y de A. Llaguno, pero hoy prefiero detenerme en la reflexión de L. Boff. Reflexión, a mi juicio, muy bien planteada. Para entender algo sobre Dios, necesitamos “trascendernos” en nuestra reflexión. Lo que no resulta fácil en nuestra condición inmanente… Por eso cuando hablamos de Dios lo antropomorfizamos tanto. Y antropomorfizarlo es, en parte, deformarlo. Y en un Dios deformado resulta muy difícil creer, sencillamente porque “ESO” no es Dios. Por ello, cuando hablamos de Dios, deberíamos preguntarnos: ¿Entiendo bien lo que digo cuando hablo de Dios? Mejor: ¿Entiendo bien lo que significa ser Trascendente? Si no es trascendente no es Dios. Y si es trascendente, ¿qué imagen me podré hacer de Él, yo subtrascendente-inmanente, ser que piensa, pero desde mi inmanencia limitada? No debo caer en el fácil error de pensar que Dios Trascendente es una variable que, de alguna manera, puedo controlar. Si lo puedo controlar, no es Dios. ¿Lo sabio, tratándose de lo Trascendente -que es lo que, a mi juicio, da sentido profundo a la vida- no será decir: sólo sé que no sé casi nada?
Por mi parte, cuando afirmo que creo, me apoyo un poquito en la razón, pero sobre todo en Jesús de Nazaret, que presentó a Dios como Padre Abbá Amor. No fundado en razones o teologías teóricas, que no alcanzan… (sino deforman.) Por todo ello, termino con esta conclusión, que me recuerda la primera carta de Juan, y también a Torres Queiruga: Creo en el AMOR, que es la Fuerza-Realidad que todo lo explica, aunque no siempre lo entienda. Creo en el MISTERIO que es Amor.
¿Qué quiero decir con esto? Que si -dentro de mis limitaciones inevitables- entiendo algo de lo que significa Dios, es decir, SER TRASCENDENTE, no cometeré el error de querer entenderlo bien con mi razón. A Dios Padre se le entiende mejor desde el amor… El amor es el que más y mejor profundiza -y experiencia- al Dios Padre de Jesús de Nazaret. Amor que, pese a todo, sigue siendo un/el Misterio por naturaleza. Misterio que, sin dejar de serlo, puede hacer sentir su presencia tan clara como la luz del mediodía. El Misterio de Dios reclama trascender y, aunque a veces se sienta claro, la razón me dice que lo razonable es contemplarlo con fe-confianza. (Esta es mi reflexión, un poco improvisada, a la luz de las reflexiones que preceden y siguen.)
Muy bien, José Antonio. Me identifico con lo que expresas. Yo no lo sé decir mejor.
Muchos habréis observado que, considerándome un tipo rompedor en muchas coss, que nunca fue oveja obediente a las doctrinas hechas dogmas y a formulaciones reveladas, que hizo una ruptura total con el sistema eclesiástico a los sesenta años, aparezco ahora para muchos como que voy contra los cambios que los paradigmas científicos exigen a la fe. Que no, puñetas. Si me salí del rebaño clerical con todas sus consecuencia, ¿por qué ahora debería seguir el rebaño más o menos cientifista de quien opina que toda fe personal en un Dios personal, por mucho la haya vivido como el encuentro más íntimo, más consciente y más liberador de mi vida, no lo puedo considerar como tal sin ser tachado de retrógrado pre-cintífico?
Como eso es subjetivo y la realidad es la pura objetividad (el yo visto y analizado desde fuera, no desde dentro) solo puede ser una antropoformización del misterio, algo que un joven de hoy nunca logrará vivr. Esa es la engañosa ilusión de un estado de conciencia antiguo…
Pues no. Y aunque ATRIO es de todos los que buscan y nadie debe imponer lo que piensa a otros, siempre defenderé que en Atrio se expoongan sobre todo trayectorias de vida, de gente libre, sin mentalidad de rebaño. Pero tanto de rebaño eclesial como de rebaño cinticista que dice que todo lo no explicable por la ciencia (aunque sea con ciencias tan insondables como la psicología profunda y sus supuestos arquetipos) no tiene valor en el mundo de hoy.
Para entendidos en el lenguaje escolástico sobre la fe: a mí, siempre, antes y después de estudiar teología, me ha interesado más la fides qua (el acto de fe) que la fides quae (los conceptos, doctrinas o dogmas donde se quiere definir el cotenido de la fe). En una crisis profunda hace unos cincuenta años me salvó el leer a Légaut que no he conseguido que sea tomado en serio en ATRIO. Y hoy, en tiepo de pretendidos cambios de paradigma que para muchos puede hacer dudar de la autenticidad del acto de fe, yo he visto fortalecida la mía por la lectura de un gran matemático, buscador de las últimas abstracciones y leyes en el conocimiento del mundo, que al final de una vida de búsqueda encontró en Légaut precisamente el mayor maesto en la búsqueda espiritual de sí mismo. Ya sabéis a quien me refiero. Alexander Grothendieck.
Dijo Otto Rank: “Cuando la religión perdió al cosmos, (el contacto con el Universo -mío), se volvió neurótica. Y tuvimos que inventar la psicología, para enfrentarnos a la neurosis”.
La neurosis se caracteriza por la represión, que es un mecanismo de defensa destinado a hacer desaparecer de la conciencia los elementos cognitivos discordantes desde el punto de vista moral o de la autoestima del niño.
Como dice Rank, cuando nuestra cultura, (concretada en nuestra cosmovisión), abandona la línea telúrica del Universo, que es la resultante de la trama cósmica de las Leyes del mismo, (las físicas, las biológicas y las de la consciencia), entonces se nos genera en nuestro interior, una contradicción profunda, y se reprimen los elementos discordantes con nuestra cosmovisión. Y eso tiene efectos en nuestra alma-mente. La neurosis se caracteriza por el retorno de lo reprimido, y los síntomas neuróticos son precisamente eso que no se quiso saber, y se condenó al ostracismo del inconsciente.
Esas contradicciones profundas, que generan la represión y a su vez la neurosis, provienen de errores cognitivos culturales que nos infectan. Demasiados “cuentos de hadas”.
Como dice Stephen Hawking: “La religión es un cuento de hadas, para personas con miedo a la obscuridad”. Y lo hemos querido resolver equivocadamente mediante la razón, y como dice John Lennox: El ateísmo es un cuento de hadas, para personas con miedo a la luz.
Hemos pasado de Málaga a Malagón. Y nos devora la neurosis, que nos aliena y descarrila sin dirección certera. Y la única dirección certera se encuentra codificada en nuestro respectivo “espíritu”, y su colección de imágenes primordiales sabias, que es una especie de catecismo abreviado de ese espíritu del Universo, (un microfractal del Gran Espíritu Santo, director del Universo, al que perfectamente podemos denominar como “Dios”).
Dice la escritora Pilar Sánchez Álvarez: “Si no se desarrolla la espiritualidad, aparecen todo tipo de problemas como el fanatismo, la banalidad, el servilismo, el dogmatismo, el sectarismo, el consumo de uno mismo, la superficialidad, el desencanto…”. Todos ellos síntomas neuróticos de libro, que generan sufrimiento.
Sin escuchar, atender e interpretar bien, dicho “espíritu” personal, de una manera o de otra, circulamos ciegos, sin referencias válidas.
Dijo Tony de Mello: “La espiritualidad es lo que logra llevar a una persona a la transformación interior. Por tanto, cada uno debe hallarla a su manera. Unos lo harán a través del modo tradicional. Otros lo harán en otras perspectivas.
Al fin y al cabo, no es espiritualidad si no funciona para ti. Una manta ya no es una manta si no te mantiene caliente”.
Hawking, que era digno de admiración por su historia de superación y de sus cualidades de divulgador científico (Como físico teórico hay bastantes mejores que él), cuando se puso a pontificar sobre Dios demostró no ser demasiado honesto Digo esto porque en un primer momento admitió que no había contradicción entre la ciencia moderna y la “hipótesis Dios”; que es a lo máximo que la Ciencia puede llegar en cuanto a la demostración de la existencia de Dios; pero luego se contradijo y afirmó que había resuelto el problema demostrando que el Universo podia surgir al azar por medio de una fluctuación de la nada Y claro ahí está el problema, que vistos sus cálculos, se puede reducir la posibilidad de la génesis del Universo a partir de una fluctuación del vacío cuántico, no de la nada.
En el vacío cuántico parece que no hay nada pero está lleno de cosas como ondas electromagnéticas, radiación luminosa (Ninguna de las dos necesita medio por el que transmitirse a diferencia de las ondas mecánicas); pares de partículas que se auto anulan pero que pueden “aparecer” gracias a las fluctuaciones y luego volver a compensarse y seguir siendo un vacío simétrico y sobre todo existen leyes que cumplir y que se cumplen y de cuya razón, Hawking no da razón. Sin embargo la nada es eso: nada. Hawking no era nada tonto y sabía de esta pata coja de su argumento pero ya sabéis aquello de “Nunca impidas que la verdad te fastidie una buena exclusiva” y junto a su editor volvió a vender miles de libros con la excusa de haber matado a Dios Es cierto que la Comunidad Científica no se lo tomó muy en serio, para un físico teórico esto es el Catón y lo ve enseguida, pero la prensa lo puso por las nubes y los cientifistas ateos de bajo nivel (Los buenos callan el argumento porque les desprestigia un argumento tan poco sólido) se frotaron las manos. Aún recuerdo un programa de Julia Otero en la radio en que Juan Adriansens, que no tenía porqué saber esto correctamente porque es pintor y no científico, lo defendía con vehemencia, hasta que un oyente, profesor de física, le puso al día. Es decir que incluso cuando nuestro nivel de física teórica es de andar por casa (Como el mío), con este tipo de argumentos hay que ser muy fino, porque dicen en mi tierra que antes se pilla a un mentiroso que a un cojo y aunque no sea el mejor refrán, tratándose de Hawking, en este caso no es cojo lo que estoy diciendo que le estoy llamando.