En el siglo XVI Tomás Moro populariza la palabra utopía. Para Moro utopía era una isla maravillosa donde los seres humanos podían vivir una existencia plenamente feliz, pero era algo solamente imaginario, que no existía ninguna parte. Muchas veces se emplea el término “utópico” con ese sentido: algo que puede ser muy maravilloso, pero que es imposible de alcanzar. También se puede emplear el término utopía en otro sentido: frente a una realidad que no nos gusta, la utopía expresa una aspiración a un cambio radical y a la consecución de una situación nueva mucho más satisfactoria. El socialismo ha sido una utopía de este carácter.
Muy a principios del siglo XIX aparecen los socialistas que precisamente se llamaban así: utópicos, pero apenas consiguen realizar puntualmente alguna de sus utopías. A mediados de ese siglo Marx relanza el proyecto del socialismo, pero esta vez como un proyecto realista, con una base científica. No hace falta que nos detengamos en exponer cuál ha sido el resultado de este proyecto de socialismo, pues lo que nos encontramos hoy es un capitalismo dominando en el mundo entero (China tiene una economía plenamente capitalista, aunque su gobierno sea dictatorial y se llame comunista). Los partidos que siguen llamándose socialistas aspiran solamente a suavizar el capitalismo, procurando unas condiciones de vida más humanas para las mayorías de su país. Parece que el capitalismo es algo definitivamente asentado en la humanidad. Se ha llegado hablar del fin de la historia, como expresión de que la humanidad ha alcanzado su máximo grado de desarrollo social. Ya no se pueden esperar cambios.
Pero en la realidad nos encontramos con que el estado de una gran parte de la humanidad es cada vez peor, y la amenaza del cambio climático nos aboca a una situación caótica. Sin embargo, a pesar de este panorama, no surgen movimientos amplios que aspiren a un cambio radical, cambio que exige una superación del capitalismo. La pregunta clave es ¿Por qué estamos así? Se ha afirmado y con razón que la izquierda está perdiendo la batalla política porque perdió la batalla cultural e ideológica. El imaginario colectivo de la sociedad es el imaginario capitalista y en él no cabe ese cambio.
¿Debemos dar por definitivamente perdida esa batalla? Rotundamente, no. Lo que tenemos que hacer es reflexionar sobre las causas que han empujado a una gran parte de los seres humanos a rendirse ante el capitalismo. Y un elemento fundamental de esa reflexión es una autocrítica sobre los caminos y la motivación que ha presentado la izquierda en su pretensión de llegar al socialismo.
Marx planteó un socialismo científico, rechazando el socialismo ético como un idealismo alienante. La ciencia ha avanzado espectacularmente en todos los campos, pero no ha llevado al socialismo. Mientras que en el campo de la ética, abandonado por el marxismo, el capitalismo ha impuesto sus principios: la ambición insaciable y el individualismo egoísta. Si no logramos superarlos, el cambio es una ilusión imposible.
Contra esos principios de la cultura capitalista tenemos que aplicar otros radicalmente opuestos, que sí nos puedan llevar a esa utopía en que muchas veces hemos soñado los seres humanos. Para esos principios éticos alternativos nos podemos inspirar en dos centros muy distintos: el Evangelio de Jesús de Nazaret y el lema de la Revolución Francesa. Nos dice el Evangelio: no podéis servir a Dios y a la riqueza y ama a tu prójimo como a ti mismo, mientras que el lema de la revolución francesa proclama: libertad, igualdad y fraternidad. Los principios evangélicos no pueden ser más radicalmente opuestos a la cultura capitalista del enriquecimiento y la competencia. La libertad que proclama el capitalismo es la de enriquecerse a costa de lo que sea y consumir todo lo que nos apetezca. Pero el dominio del capital condiciona la libertad de los mismos gobiernos, empuja a una desigualdad cada vez mayor, y de la fraternidad ni sabe lo que es eso.
No sólo en este campo de la ética es necesario plantear la batalla, también en el de una elemental sensatez. Si el mundo científico nos está diciendo que son necesarios cambios muy profundos en nuestra civilización, ¿por qué no les hacemos caso? Recuerdo que hace mucho tiempo el Padre Díez Alegría decía que una característica fundamental de la izquierda es la confianza en los seres humanos. Pues esa confianza es la base para aspirar a un profundo cambio social.
Tomás Moro inventó un vocablo que ha enriquecido nuestro acerbo cultural significante de una sociedad perfecta y justa como ideal humano. Al mismo tiempo se acuñaba el concepto de cristiandad en toda Europa para señalar su período histórico iniciado en el siglo IV con Constantino y que se cerró en 1303 con Bonifacio VIII que pretendió sin éxito mantener el universalismo pontificio medieval. En el siglo XIV el papado perdía ese poder frente a los reyes franceses. La Sede Papa se vio trasladada a Aviñón. El ideal cristiano.
Desde entonces la cultura del mundo académico buscaba por diversos medios el ideal de una sociedad perfecta. En el siglo XIX Karl Marx escribió: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras: de lo que se trata es de transformarlo”.
Los chinos, que son tan pragmáticos, vieron en la teoría del marxismo la praxis que necesitaban, y que el capitalismo no estaba circunscrito ni a un imperio concreto ni a una civilización sino que es inherente a cualquier sociedad. La Unión Soviética sostenía un capitalismo de Estado, con una economía centralizada y planificada en manos de un único partido político que tenía todas las riendas del poder. Actúan de otra manera dejando al mercado que actúe con sus reglas sin perder el control político. Ho Chi Minh y sus continuadores así lo entendieron y Vietnam sigue en vías de desarrollo.
¡Ay Cuba! La generación histórica, sus hijos y sus nietos, son ahora la clase dominante en el partido y en el ejército y que no han sabido liberarse de la tradición heredada del modelo de la Unión Soviética haciendo fracasar los sueños utópicos de rebeldía latinoamericanos. Las izquierdas retóricas sustituyen esos sueños y los mitifican. Siempre se le podrán echar las culpas al enemigo.