NOTA: Si “por un casual” los diablillos ortográficos inteligentemente cambiaran la “o” de sociedad, por una “u”, en esta ocasión y sin que sirva de precedente y menos de reproche, optaría por dejarlo tal cual y sin preocuparme de más.
Hubo tiempos, aún no lejanos, coincidentes con los del Nacional-Catolicismo –todavía tan añorado por muchos–, en los que en España, aún no legalizado el divorcio, increíblemente la única forma de casarse era hacerlo, más que “por”, “en” la Iglesia. Por supuesto que, si no se acertaba y más que una convivencia, el matrimonio resultaba ser un contubernio o una guerra, con sus episodios correspondientes, la llamada disolución del vínculo dependía también de los curas, es decir, de los “Tribunales Eclesiásticos”.
Y las nulidades –que no “anulaciones”– matrimoniales proliferaron, beneficiando tan solo o fundamentalmente a los ricos, que no a los pobres, dada la inversión que en pesetas –no había entonces euros– era imprescindible efectuar. En el ”currirulum” bibliográfico de un servidor le dediqué al tema, entre otros, los libros “Proceso a los Tribunales Eclesiásticos”, “Matrimonios rotos”, “Divorciarse en España: mercado negro y corrupción “, “Divorcio 1977”, “Divorcio, recta final”, “Divorcio: el pueblo pregunta”, “¿Qué hacemos con los hijos? (en los matrimonios rotos)”.
Antes de proseguir con la reflexión, aseguro que el de las “nulidades matrimoniales” es uno de los capítulos más denigrantes, fétidos e indignos y reprobables, vividos, y además “en el nombre de Dios” tal y como se iniciaban sus sentencias, en la historia de la Iglesia católica, apostólica y romana de los últimos tiempos. (¿Cuánto le costó la consecución de su “anulación”? Se llamaba Angelines y me lloriqueó de esta manera: Muy cerca del millón de pesetas “y unos besitos”. Otra, Lourdes de nombre y con mayores prisas por conseguir la sentencia a su favor, elevó la cantidad a los cinco millones “dado que tuvieron que avecindarme en Bangui, capital entonces de la República Centroafricana (Sango), actuando una religiosa en calidad de “Notario” del santo Tribunal”). Unos desalmados monseñores romanos, aliados con abogados matrimonialistas, fundaron la “Rota de las Ventas” en unas instalaciones parroquiales del barrio madrileño del nombre, con precios más asequibles. Ignaro de ello, el cardenal arzobispo se limitó a decirme que a él no le constaba, aunque seguidamente tal Rota dejó de rotar.
¿Razón por la que se le confiere actualidad y se hacen noticia los actos referidos? Entre otras, y muy soberana, la de que la historia es historia y además se repite. Los medios de comunicación tienen además al corriente al personal pío y selecto de “HOLA”, acerca de las andanzas–desandanzas amorosas de Isabel Preysler y en su historial “religioso” se registran las bodas celebradas canónicamente con Julio Iglesias en Illescas en 1979 ,”anulada” por el Tribunal Eclesiástico de Brooklin, volviéndose a casar, también por la Iglesia el año 1981 en Malpica del Tajo –Toledo– con Carlos Falcó , duque de Montellano –con castillo incluido– , alegando ante el Tribunal de la Rota de Madrid ser nulo su matrimonio como sacramento “por no creer en la indisolubilidad del vínculo”. De las bodas ulteriores con Miguel Boyer y con Vargas-Llosa no tengo constancia de su sacramentalidad “oficial”.
De lo que sí hay constancia ya detallada es de la que se prepara a su hija Tamara, que se celebrará –“con oportunidad o sin ella”– el 17 de julio del presente año, dada su fervorosa devoción “misionera” que la distingue en el grupo piadoso al que pertenece.
…Y OTRAS COSAS
Es más que probable que todos los obispos de la Conferencia Episcopal Española–CEE– se hayan enterado de que “Carlos Herrera se ha vuelto a casar en secreto con Pepa Gea, en Nueva York”. Es posible que Mons. José Manuel Lara Planes, con el lema (en latín) de “El amor de Cristo nos apremia”, presidente de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales, en nombre propio y en de la colectividad episcopal, le habrá cursado al amigo Carlos, gran profesional de los medios, las felicitaciones y promesas de oraciones y deseos con los mejores auspicios.
Y es que a Carlos le debe mucho la institución eclesiástica. Carlos –La Trece, la COPE y tantos otros medios de comunicación– es la VOZ de la Iglesia. La feligresía, con inclusión de curas y obispos, se enteran de cuanto pasa en el mundo, y más en la Iglesia, gracias a Carlos. La voz de Carlos, con sus noticias y sus silencios, es Voz de Dios por excelencia, con idéntica o mayor fiabilidad que la de los mismos obispos. Carlos es su administrador, con los colaboradores a su medida y con el pleno aval y asentimiento episcopales, que en ocasiones rondan las fronteras de la infalibilidad de algunos –no de todos– los Romanos Pontífices, sin contar ahora con el de nombre Francisco. Carlos es voz de los obispos, por supuesto, de Dios, aunque si es o no, voz de Evangelio, sea otro cantar y otro salterio.
Lo que a muchos sorprende y extraña es que una profesora de Religión de un centro docente de Almería, provincia de Carlos, le retiraran la “licentia docendi”, es decir, “la echaran del cargo”, por haberse casado por lo civil” con el escándalo y subsiguiente repercusión nada ejemplar que, en conformidad con el catecismo, supondría tal hecho a los alumnos y a sus familiares”.
Yo tengo una amiga (Que como no diré su nombre no se molestará porque cuente su historia) que casó con un muchahco del opus con un montón de traumas sexo-conyugales.
El trauma de él derivó en maltrato a ella y harta y solvente, como estaba y es, tom´ço la decisión de separarse.
Ella también es cristiana (De hecho fue catecúmena mía en catequesis de adultos) pero decidió divorciarse. Él no compartió la demanda de divorcio pero solicitó la nulidad matrimonial. Desconozco la causa que argumentó pero dado el nivel económico de su familia, debió escoiger un buen abogado. Ella me contó que en el pleito y, mientras ella se negaba rotundamente a continuar por la vía de la nulidad, el representante del Tribunal de la Rota (No se si es juez su nombre) le preguntó “¿Pero usted no quiere divorciarse?” Y ella dijo “sí” y él le preguntó, ¿Por que se niega usted a la nulidad, entonces?”. Ella contestó: “Porque eso significa que nubca estuve casada y yo se muy bien que sí he estado casada y ante dos pecados: El de mentir y el de divorciarme, prefiero escoger el que preserva mi dignidad.”
Pues eso es. Yo creo que mi amiga dejó mucho más claro que cualquier otra reflexión la incoherencia de la Iglesia ante esta farsa.
De acuerdo con lo que expones, A. Llaguno. El dato que aportas es para incorporar a un dosier de “ejemplaridades”. Solo añadiría una palabra a esa “incoherencia de la Iglesia”. Diría de “la Iglesia CLERICAL”, tan todopoderosa que incluso se ha atrevido a allanar conciencias… Hablo así, porque tú y yo (y tantos…), aunque tenemos flaquezas, también somos Iglesia. Y nos duele tanta rigidez…
Amigo Antonio A.: Esta vez me dirijo a ti para sugerirte una ampliación del tema “Las anulaciones”. La facilidad en las “dispensas” matrimoniales entre reyes y nobles, que permitían matrimonios entre primos, incluso de primer grado, y la “imposibilidad” de anular esos matrimonios, que tantas tensiones políticas y tanta degeneración, también genética, causaron…, pues eran matrimonios “de conveniencia política”, ¿eran válidos de verdad? En la sociedad se sabía que, por muy habituales que fueran, eran solo de conveniencia. Y en los palacios reales más. Sin embargo, se bendijeron y se consideraron “indisolubles”. Esta práctica no correcta, hipócrita, de siglos, que permitía incluso matrimonios con menores -matrimonios políticos- (por ej., las hijas de los Reyes Católicos) y que tantos problemas ha causado, ¿cuándo se reconocerán como errores MORALES, nulos en su mismo origen? No obstante, nunca o casi nunca se reconocieron como tales; al contrario: Ante una petición de nulidad por parte de algún rey (piénsese en la petición de nulidad del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón), la autoridad eclesiástica -incluido el papa- se negó a declarar nulo ese matrimonio, porque “no podía”. Ese matrimonio era válido e indisoluble… (De haber concedido la nulidad, Carlos V se lo hubiese perdonado al papa?) ¡Cuántos enfrentamientos y divisiones y luchas intestinas se hubiesen evitado, reconociendo como matrimonio nulo, lo que solo era un apaño político de intereses!
Y pensar que así se siguió con esas “Rotas”…, hasta hoy, declarando indisolubles uniones, “porque Dios las había unido”!!! Este tema todavía persiste… Por eso se quiere abordar en los sínodos del papa Francisco…
Es necesario repensar y analizar, dentro de sus circunstancias concretas, las palabras evangélicas: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Porque Dios, el Dios Padre de Jesús, no puede declarar “indisoluble” lo que la inmadurez o los intereses han unido. No puede declararse indisoluble lo que es fruto de un error, fruto de de la inmadurez humana, de condicionamientos de buena fe o de oscuros intereses…, y ya no poder corregirlo.
Si persistimos, creamos una imagen de Dios tan rígida, y una imagen del hombre tan madura -pues siempre sabe bien lo que hace en este caso-, que son insostenibles. Si persistimos, deformamos la imagen de Dios, y encumbramos al hombre, indebidamente. Por eso, no podemos sostener que Dios Padre no permite que se corrija un error, al que tan inclinados somos. Por eso, al interpretar ese tipo de indisolubilidad, debemos considerar-salvar primero la imagen de Dios Padre. Persistir en la indisolubilidad -que mancilla gravemente la imagen de Dios-, es un fanatismo propio de quien interpreta a Dios Padre apegado a la letra de un Derecho-Tabla indiscutible e irrevisable. No proyectemos sobre Dios nuestra propia rigidez y nuestros propios fanatismos…
En suma, admitir que el hombre comete muchos errores, pero no en caso del matrimonio, ¿se puede comprender y explicar hoy evangélica, psicológica y éticamente? La conducta flexible de Jesús ante casos concretos -la adúltera o la pecadora que le lavó los pies, por ej.- no es compatible con la rigidez en la interpretación de la ley. Jesús era firme en los principios, pero flexible en casos concretos… Lo demostró en muchas veces.
Un muy conocido mío, hijo de unos humildes labradores de la postguerra, ya fallecido, residente en Roma, dedicado a estos asuntos, ganó tanto dinero que se hizo super millonario y, con su familia de cómplice, consiguieron un enorme patrimonio inmobiliario en el centro de Madrid, en urbanizaciones de chalets, en la playa y en el pueblo. Vestía o tenía algún complemento de su vestuario que era de piel de armiño. En Roma vivía en un palacio y, cuando se jubiló lo nombraron no sé qué en Santa María la Mayor y le pagaban unas 150 000 pesetas mensuales.
Ay, ay, el Vaticanos, los dicasterios, los clérigos, la jerarquía.