A propósito del Qohelet y de The Byrds.
Tiempo de nacer y tiempo de morir. A time to be born
A time to die.
1966. Solo hay un aparato de televisión en la aldea donde está la rectoral y vivo. Vestimos de aquella manera, sotana y birreta negra de cuatro picos pero solo de tres alas y borlón. Nos juntamos tres o cuatro noches a ver la tele en casa del señor Marcelino a la orilla del mar, junto al muelle donde se carga el mejillón. Cerca está la casa de la señora Encarnación, donde ceno a diario. Estamos veintitantas almas pendientes de “este mensaje se autodestruirá en unos minutos”. Suena la puerta. Dos hombres piden que salga.
Vienen desde Sobreira en lo alto de la sierra de San Lorenzo asentada entre la ría nuestra y la de Marin. Son dos horas largas por los carreiriños del bosque. Botas, capotes, fanales y uno armado con escopeta por las alimañas. Está en agonía Manuel Mendes Amoedo que tiene casa aquí abajo, pero lo han llevado a morir a la casa del hijo que vive arriba del monte. Vamos a la iglesia, del XVII, de piedra y un adro de castaños que es un primor. Cojo la prixide y el viatico, la estola y el capote hasta los pies, botas. Andando.
Son las once dadas. Empezamos a subir, sin hablar para no cansarnos, sin fumar. Al cabo de una hora paramos en un abrevadero cubierto pues lleva un rato lloviznando. Chillan las cornejas. Aúlla un lobo en lo alto de la sierra. La bruja de Coiro, a unos kilómetros a nuestra izquierda manda venir hasta aquí a buscar un árbol único, según sus saberes ocultos, del que arrancar cascajo para hacer hervidos y untos que curan los desamores. Cigarro de picadura liada, yesca, chupadas de calada a pecho, y apagar rápido para seguir subiendo.
Manuel entró en agonía al amanecer. Un poco más allá de la una damos vista al caserío, de piedra, poca altura, con cerco para las bestias que asoman el morro a la cocina desde el establo pegado a la casa. Fuera los capotes, llevo el roquete y la estola. Están en un extremo de la sala grande unas cuantas mujeres, y pocos hombres, charlando y bebiendo. Callan cuando entro. Al otro extremo en la cama grande un hombre consumido, con barba de días, sin asear, oliendo a la podredumbre de las llagas no curadas. ¿Ha subido don Manolito? No señor, pide mucho por salir de Meira. Ya. Don Manolito es el médico. A Manuel lo han traído en parihuelas atadas a dos bestias para que muera aquí arriba y se quede el mayorazgo en el dueño de esta casa, que no es el mayor de los hijos. Así es la costumbre. Aquí la costumbre es ley.
Me acerco a la cama y me inclino a la altura de los ojos de Manuel que me mira sin saber, sin entender, acabado de todo. “Son o cura”. ¿Quiere usted confesar, señor Manuel? Silencio. Los hijos y las mujeres hablan al fondo. Han puesto una mesiña con mantel de puntillas para el Santísimo. Y un candelabro con una vela encendida. Dejo la pixide. Manuel no habla ni mueve la cabeza. Me mira. ¿Quiere comulgar, señor Manuel? Silencio.
Me siento en la cama, extiendo la mano, me coge la mano, me mira… ¿Qué quiere usted señor Manuel? ¡Ay don Albertiño, eu querro una taciña de viño con gaseosa! Nos reímos los dos, recojo al Señor y lo guardo en el pecho. Traen las mujeres dos taciñas blancas panzonas de vino rojo con gaseosa, una para Manuel y otra para mí. ¡Salud, Manuel! ¡Para usted don Albertiño, eu vou morrer! Bebemos. Vuelve a cogerme la mano. A los tres cuartos de hora mientras rezó el rosario y los hijos e hijas hablan en su rincón, muere Manuel Mendes Amoedo, de setenta años, labrador, hijo de Lino y de Carmen, nacido en Santa Cristina de Cobres, parroquia de ídem, arciprestazgo de Bergantiños, provincia de Pontevedra, archidiócesis de Santiago.
Son las cuatro de la mañana, echamos monte abajo, lloviendo, hasta la rectoral. Se abre el gris en el horizonte, detrás de Redondela. Allá va “a almiña” de Manuel, según enseña y dice a bruxa de Coiro. ¡E a vida!.
Un relato delicioso, como todos los de Alberto.
Por otra parte, su acaismo lo convierte en un cuatro surrealista, detrás del cual hay verdad, la verdad del señor Manuel, la verdad del ser humano ante la muerte, “e a vida….”, aceptada como parte de la vida.
Gracias, Alberto.
Ok Ana!
No solo don Manuel, sino y sobre todo
luego de andar y andar
del curita Alberto, que
-nunca mejor dicho-
“¡se la tomó con soda!”
Hola!
¿Qué brebaje es ese de “vino con gaseosa”?
En España se le llama sangría.
Vino, gaseosa, melocotón, un poco de azúcar y..lo que le quiera añadir.
Lo más sencillo es vino con gaseosa. Quita la sed.
Personalmente prefiero la cerveza, muy, muuuuuuyy fría. En mi tierra hace mucho calor. Por Galicia hace mucho más fresquito.
A ver si no está aprendiendo cosas de España. Y es que España es un país pequeño, pero complejo. Nuestra situación geográfica es muy golosa. No sé si me explico.
Pero sin duda, como mi Murcia… Como no tenemos ideas de esas nacionalistas, nos sentimos superacogeores.
Aunque el otro día le dije a un amigo catalán: hijo, no os entiendo. Cuando voy a tu tierra me siento como en casa.
No sé.
Siempre he sido muy ingénua. Pero no me importa. Mejor Así.
Un abrazo fuerte
Quito lo de fuerte. Este corrector…
Con un abrazo , es suficiente.
¿Qué “gaseosa usan?
En mi trabajos de Obras
veía a los compañeros
mezclar a la cerveza
un poco de gaseosa de naranja.
Probé y es rica.
Pero solo cuando hace mucho calor
En las aldeas de Cobres, parroquia de Santadran, se tomaba una taciña plana de loza blanca, ancha pero de culo escaso y escurrido, con vino rojo espeso y se le rebaja la espesura y el sabor con gaseosa. San Adrian, el patrón, era un mártir Romano del siglo IV, pero en el altar mayor está representado por un capitán de mar y guerra del siglo XVIII con espadín, medias blancas, zapatos con hebillas de plata y tricornio en la mano. Lo sacaron por esas fechas de unmascaron de una fragata que nauftago en la ría. Saludos cordiales a corresponsales tan bien dispuestos.
La gaseosa aquí es incolora, algo dulzona y algo de gas; también está mejor fría y mezclada… especialmente con vino.
Las bebidas de naranja y limón, son refrescos que se suelen tomar solos, como la c. cola.
pili
Un texto precioso.
Todavía le quedaba humor suficiente para tomar un vasito de vino con gaseosa. A lo mejor porque nunca fue rey de Jerusalén. A lo mejor porque entendió mejor que Qohelet de qué iba esto de la vida.
En la pelicula Blade Runners, la muerte del replicante rubio es preciosa: es tiempo de morir… Solamente por la escena final merece la pena ver la película. También cita a Shakespeare: se disolverá como lágrimas en la lluvia…
Hay que ver lo que te puede traer a la cabeza un texto bonito
Un saludo cordial
Me gustan sus narraciones de la España rural, esa que quedó atrapada en el tiempo y usted retrata en sus relatos. Ese norte de España siempre tan arcaico, aferrado a sus idiomas y sus mitos, son una joya.
Estuve de visita en el Caserío Gambe, de mis bisabuelos, en Barrika y ahí estaba una prima de mi padre y su marido, preocupados porque los jabalies les tumbaban los maizales. Cuando yo era pequeña y los conocí, las primitas no hablaban castellano, y el Tío Miguel, aunque había estado en Cuba, volvió a integrarse a la vida rural, a hablar euskera, a criar unos carneros que se daban de topetazos en la puerta de la Iglesia los Domingos, y a ser feliz de ese modo.
Todavía me falta un viaje para ir a ver si han caído en la tentación de vender la tierra para hacer un condominio, que es el último destino de los caseríos vascos que están cerca de las grandes ciudades. Y ahí se acabó un modo de vida que debe tener miles de años igual que en Galicia y Asturias.
¡E a vida!