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La promesa. Amanecer del ser humano

 Si, como se va insistiendo en los artículos recientes de ATRIO, el ser humano, a pesar de ser tan ínfimo y efímero, necesita reflexionar cada vez con más profundidad sobre su ser y estar en el úniverso, ¿cuál es la fuerza que, desde su origen evolutivo y personal,  le impulsa a ello, aunque parezca que ese querer siempre trascender límites le impide el dolce far niente? Mariano, sigue a Carlos, dándonos su testimonio personal. En las entrañas del ser humano hay grabada una llamada o una Promesa. AD.

El cielo y tierra pasarán, más mis palabras nunca pasarán”

     El amanecer del ser humano, es el instante de su mayor densidad. En él se condensa toda la promesa del día, toda la promesa de su existencia, siendo ella su causa y su origen. Ni el principio cosmológico del Big Bang, ni el primer principio de la termodinámica, constituyen el amanecer del ser humano. Solo la “promesa” es el verdadero amanecer del ser humano.

No es un principio azaroso, en ella, ya está contenido su destino final en potencia. Es como un rayo de luz que se proyecta al infinito y que hay que recorrer para llegar a la meta prometida.

Esto que acabo de afirmar, es tan evidente que, la propia razón humana corrobora y toma como imagen para describir la realidad del mundo, del universo, del cosmos entero, a través del denominado principio cosmológico del Big Bang, en el que el tiempo y el espacio que ahora percibimos, estaban contenidos al principio en un punto infinitesimal.

Nosotros, los humanos, nacemos a contrapié en esta promesa de luz, pues si la mirásemos de frente nos cegaría. Nacemos de cabeza, pero mirándonos los pies. Nacemos a la luz de la vida con los ojos cerrados y mirando hacia atrás para no cegarnos. Esta es también la mirada de la ciencia, que precisa iluminarse poco a poco. Es una mirada que comienza disipando sombras. De ahí sus tanteos y devaneos, y por supuesto acompañados de la prepotencia de quien aun no sabiendo nada, se cree saberlo todo. Los rayos de luz que va descubriendo, a su vez le ciegan en sí mismo, iluminando su ego, que a su vez proyecta una sombra muy alargada y tenebrosa. Aquí encaja perfectamente la metáfora que dio título a la novela de Miguel Delibes: “La sombra del ciprés es alargada”. Sombra que alumbra la tarde de los cementerios.

Nosotros mismos nos construimos nuestra propia sombra, y a su vez nuestra propia máscara, tal y como lo describe el propio Halík en su escrito de “Mil años como un día”, parangoneando el símil que Jung hace al respecto, pero que: a partir de aquí, yo utilizaré otro símil, sin menosprecio del utilizado por Halík y prestado por Jung.

Si el símil de la “Mañana”, en “Mil años como un día”, se centra en clave psicológico/antropológica para describir el nacimiento del ser humano y su evolución a lo largo de ese día milenario, yo lo sitúo en un amanecer en forma de “promesa”. Promesa que es anterior a todo tiempo y a todo espacio. Principio que antecede al cosmológico del Big Bang y al de la termodinámica.

Conforme la ciencia se acerca al principio de la realidad, el espacio y el tiempo se le esfuman. Dicho en términos matemáticos, es una pérdida de continuidad. Tal pérdida, nos deja en una incertidumbre radical. La razón matemática colapsa por esta falta de continuidad y como consecuencia, también la razón física. Ambas pierden la palabra, enmudecen. ¡He aquí el misterio racional!, pero no olvidemos que el verdadero misterio es el existencial. El pienso, luego existo, es el eco del existo, luego pienso.

Sirva esta pequeña introducción, como metáfora del ruido de fondo que el big Bang nos dejó como muestra de sus inicios y que envuelve a todo el cosmos actual. La promesa es como esa energía, esa radiación de fondo que acompañará al día del ser humano, pero ahora como garantía de una tarde y noche luminosa. Sin la promesa, la luz de la vida se oscurecería en un mundo de tinieblas, en un mundo tenebroso, en un mundo sin principio ni fin.

La propia ciencia cosmológica, nos evidencia ese ciclo eterno de expansión/compresión, en un eterno nacer y morir, pero sin principio ni fin, en donde el nacer no es el principio y el morir no es el final, ambos se muerden la cola, evidencia de un absurdo radical. La luz del conocimiento se alimenta de las sombras, de las ignorancias que va destapando y corremos el riesgo de no entender lo que este camino sin fin nos evidencia. El conocimiento científico es un contínuo, “sí pero no”.

 

¡Que resuene todo esto en lo que ahora viene!:

En la vida humana, la mañana no es solo el inicio biológico, también es el inicio de su espiritualidad, el del despertar a uno mismo y al misterio que envuelve su existencia. ¿Cómo llegar al misterio sin haber reconocido previamente nuestras ignorancias, y sin dejarnos deslumbrar por nuestros descubrimientos?

Este es el gran privilegio, el gran tributo, y el gran acierto de la razón científica, el de evidenciarnos la pérdida de tiempo que representa el empecinarnos en que ella nos resolverá el problema de nuestra existencia. Cuando ponemos nuestro destino en sus manos bajo el calificativo de progreso, inconscientemente nos hundimos en la contingencia del tiempo, y en un progreso utópico hacia lo absurdo. Espacios de esperanzas frustradas que nunca tocan fondo, porque carecen de principio.


Por otra parte, en la historia de la existencia humana, acontece la imposibilidad de compartimentarla. Si mil años, podemos condensarlos en un día, qué nos impide comprimirlos más y reducirlos a un instante. Nuevamente el tiempo de la contingencia colapsa. Colapso cuantitativo, pero no cualitativo.

 

El día empieza con el amanecer y la promesa

El amanecer es previo al día, previo a la mañana, es su “a priori”. El día es “contingencia” y el amanecer, “trascendencia”. El día es “producción” y el amanecer, “creación”.

En el amanecer, se condensa toda la historia del ser humano, más allá de todo tiempo y todo espacio, escenario de un drama a contracorriente del tiempo. Por eso la razón científica que desoye la promesa, no puede prescindir del tiempo, pero sí pretende adelantarse al tiempo. ¡Vana ilusión!¡Contradicción intrínseca!

Pero en qué consiste la promesa. Cuál es su contenido que no se somete al tiempo ni al espacio, pero es inicio de la historia de nuestra existencia en la contingencia. Contingencia llamada a la trascendencia desde incluso antes del primer instante de su existencia.

Indaguemos un poco sobre su procedencia. Si la Promesa es previa, y a la vez es el fundamento de su “ser”, éste, debe abrirse a ella, para lo que precisa una presencia fundante frente a sí, que le dé testimonio de la misma.

Así, la promesa es previa a sus facultades innatas, es don, en espera de ser o no ser aceptado. No hay otro camino de acceso más que el de su aceptación o rechazo. No hay aún razones que le asistan, solo la “Voluntad”, como la mayor de sus facultades más innatas ejerciendo su función de autoridad máxima sobre todas las demás, le predispone y media ante la presencia de quien es portador de la promesa.

La voluntad es el mayor atributo de la realidad humana, es expresión genuina de su libertad, por encima de toda razón. Esta realidad es incuestionable. Es tan evidente, que no hay más que echar una simple mirada a la realidad del mundo a lo largo de toda su existencia. Las razones, por muy lógicas que sean, se doblegan a la voluntad del ser humano. Aquí, la demostración, se doblega ante la mostración. La realidad humana, se muestra, no se demuestra.

El fenómeno de la fe, da testimonio de esta frontera entre la demostración y la mostración, como testimonio de la trascendencia a la razón, para poder acceder a la promesa.

La promesa como don, reclama del ser donado a la existencia, de su respuesta a dicho don desde su libre voluntad. Si ésta, estuviese regida por su razón, no seríamos ni querríamos ser libres. Las razones de por sí solas, no nos hacen libres, y no precisan para nada a la voluntad.

El cristiano creyente, es aquel que fija su fe más allá de sí, más allá de sus razones y responde desde su libre voluntad y en voz viva diciendo ¡Señor aumenta mi fe! Fe que al ser recibida impregna, activa y cataliza su existencia en una dinámica de sentido finalista, en la que participan todas sus otras facultades a pleno rendimiento. La fe, mueve montañas.

Dejo aquí mi testimonio, por si algún lector quiere dar el suyo. No pretendo imponer ni quitar libertad para quien quiera expresarse desde su libre voluntad, por lo que no es preciso que me lo razone. ¡Qué fuerte esto último que digo! ¿Verdad?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios

  • carmen

    Pues Gabi.Si sigues al señor Álvarez Valenzuela, sabes mucho más de filosofía y de cristianismo de lo que en un momento he entendido.       La vida es una caja de sorpresas…

  • Gabi Vallejo

    Gracias Mariano por motivarme a reflexionar sobre un tema tan complejo.  Para mi la experiencia de fe no es un hecho más que suma con otras experiencias de la vida.  Nos han dado a entender, en parte desde nuestra educación cristiana, que la fe se reducía al cumplimiento de una serie de normas y rituales, pero, si así fuera,  ocuparía un tiempo y un espacio de dedicación delimitados. Yo no soy ejemplo de nada, pero sí he tenido y tengo a mi alrededor ejemplos que me inspiran través de su fe.  No puedo plantearme ser cristiano si antes no tengo claro que he de ser una buena persona, o sea, una persona de buenos sentimientos y hechos, con una consciencia ética que me haga ser y hacer de una manera determinada, tanto hacia mi mismo, como hacia otros seres humanos, incluso, seres vivos y entorno físico. Mi voluntad es integrar con normalidad y sencillez esa fe que experimento, que es una experiencia accesible a todos y no sólo a algunos escogidos.  

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