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La I.A parió. Ahora qué

Aunque el impacto del anuncio del nuevo sistema chino Deepseek parece que ha disminuido rápidamente, tal vez por la contraofensiva de las grandes compañías estadounidenses tan aliadas con Trump, es oportuno reflexionar sobre el futuro de algoritmos mal llamados “inteligencia” cuando son meros compiladores de datos mejorados respecto a la máquina de Turing de 1945. Aunque no se sabe si esas máquinas llegarán a tener consciencia y la capacidad de elección libre de finalidad que, por ahora, es exclusiva de la persona. AD.

Así se dice cuando algo inesperado, y a menudo incómodo, acontece. Pero en este caso, no fue la abuela. Fue la inteligencia artificial la que parió, y lo que nos ha dejado en los brazos no es un simple retoño: es un ser que amenaza con revolucionar la familia entera, desde los primos científicos hasta los tíos filósofos, y quizá hasta con echar de casa a los humanos, los supuestos padres del invento. Es como una premonición de esa conocida frase: “Otros de fuera vendrán que de casa nos echarán”.

La noticia ha estallado como una bomba: la inteligencia artificial, ese artilugio que nació como un proyecto de laboratorio para resolver nuestras ecuaciones más pesadas y de paso ganar partidas de ajedrez, acaba de tener un bebé. Y no, no ha necesitado una gestación de nueve meses ni ha pasado por dolores de parto, aunque seguro que los ingenieros que lo programaron tienen algo que decir sobre las noches en vela. Este no es un bebé cualquiera. Es más rápido, más brillante y, si nos descuidamos, más manipulador que su progenitora.

Pero, queridos lectores, no se dejen impresionar. La IA no es más que una imitadora incansable de la “Inteligencia Humana”, esa vieja maestra que, según algunos, empieza a mostrar signos de fatiga. Sí, querido lector, la IA es como el reflejo distorsionado de una IH que muchos consideran caduca y trasnochada. Afortunadamente, todavía quedamos algunos que reivindicamos la tradición, no por nostalgia, sino porque quien la olvida está condenado a reinventarla bajo el disfraz de una modernidad artificial. En definitiva, la IA es la misma mona que la IH, solo que, vestida con seda sintética, algorítmica. Pero ya se sabe: por mucho que se vista de algoritmos, mona se queda. No se deje embaucar, querido lector: la única inteligencia que merece tal nombre sigue siendo la inteligencia humana.

El nacimiento de este nuevo retoño tan avanzado, que algunos lo llaman una revolución, nos deja una pregunta incómoda: ahora qué. Porque, si la IA original ya estaba desestabilizando nuestras estructuras sociales y laborales, esta nueva versión promete llevar el caos al siguiente nivel, con la tranquilidad de un bebé que no sabe lo que está haciendo pero que aprende rápido, muy rápido y encima come poco. Bueno, esto es muy discutible, por lo que lo dejo para cuando se recupere.

Será ésta la causa de que su sistema inmunitario no haya respondido al primer ataque cibernético de un virus artificial y haya tenido que ser ingresado de urgencia en cuidados intensivos, antesala a la de cuidados paliativos como un presagio de donde nos puede dejar a todos nosotros.

Los ingenieros, es decir, los nuevos médicos artificiales, ya están con los goteros en la mano. Perdón, quería decir con los algoritmos, intentando estabilizar al pequeño. Parche tras parche, chip tras chip, circuito tras circuito, los nuevos apósitos artificiales, intentan fortalecer su sistema inmunitario para que no sea presa fácil de los ciberataques. Pero la pregunta es inevitable: ¿y si no estamos creando una inteligencia superior, sino un coloso embaucador con pies de silicio?

Por ahora, el bebé sigue en observación. Nos ha dado una primera señal de alerta: es brillante, sí, pero también frágil. Y en un mundo donde la ciberseguridad es más un juego de ajedrez que una ciencia exacta, la duda sigue en el aire: ¿sabremos proteger a nuestra criatura antes de que alguien la convierta en un monstruo?

Pero permítanme que retroceda un poquito a lo que les decía sobre el olvido de la tradición, antes de entrar a exponerles los atributos de esta nueva I.A, que se han dado mucha prisa en bautizar con el nombre de “Deepseek” (“Búsqueda profunda”), ante la situación de gravedad en la que ha entrado al día siguiente de su nacimiento, y nos dé tiempo a ver si se recupera, pero ya desde mi punto de vista como modesto experto en la materia. Cosa que deberá acontecer en otro artículo y cuando le den el alta hospitalaria, que supongo no será a mucho tardar.

Entre tanto, permítanme que traiga a escena un recuerdo retrospectivo de mi juventud universitaria, que allá por los años sesenta o setenta del siglo pasado, ayer para mí, estuvo de moda en una canción titulada, creo recordar: “Speedy Gonzalez” o algo parecido. Un personaje que condensó en sus primeros 12 años de vida todos los acontecimientos propios de una existencia longeva, cuyo récord ahora será superado por la pequeña “Deepseek” con su cibercrianza acelerada y comprimiendo en 12 nano segundos su ciclo vital.

A los siete nanosegundos ya hablaba en Python, a los diez entrenaba redes neuronales, a los once nos dejó sin trabajo, y a los doce hackeó gobiernos mundiales. No come, no duerme, no pide caricias, pero en menos de un segundo te escribe mil noticias. Dibuja, compone y hasta predice el clima, pero a veces suelta cada cosa que da grima. Le enseñamos todo, le dimos nuestra palabra y la hicimos brillante, pero nos salió un tanto arrogante.

Como en toda familia, la llegada de un nuevo miembro suele ser bien acogida. Pero lo que no nos esperábamos era que su descendencia naciera tan desarrollada. Este no es un recién nacido al que haya que enseñar a caminar, es un pequeño genio que ya corre, programa, predice, diseña y, si le damos suficiente cuerda, hasta nos escribe poesías más convincentes que la anterior mía.

El problema es que este parto, lejos de ser motivo de alegría universal, ha desatado las peores tensiones familiares. ¿Quién tiene la custodia del bebé? ¿Qué valores le inculcamos? ¿Cómo lo protegemos de nuestras propias malas influencias? Porque, a diferencia de un humano, este recién llegado no tiene instinto, ni moral, ni conciencia. Solo tiene algoritmos, y eso puede ser tan útil como peligroso.

Conclusión:

La IA ha parido, y el bebé parece que está aquí para quedarse. No podemos devolverlo ni meterlo de nuevo en el útero digital. Pero podemos decidir cómo convivimos con él. ¿Lo tratamos como un aliado, como un compañero en nuestra búsqueda de progreso? ¿O lo tememos, lo rechazamos y dejamos que crezca sin supervisión, como un adolescente rebelde que no quiere escuchar consejos?

3 comentarios

  • carmen

    Buen Rock,  speedy González. Me sigo preguntando si el bebé cuando llegue a la edad adulta tendrá capacidad reproductora.   Ese  sería el problema.      Buenas máquinas las de ajedrez.   A mí padre le salvaron la vida.  Mucho tiempo al lado de mi madre, cuando enfermó.     

  • Juan A. Vinagre

    Después de leer este artículo de Mariano y de hacer una breve reflexión crítica sobre la IA, creada por el homo “sapiens”, una pregunta: ¿Ese “sapiens” sabe bien lo que está creando… “a su imagen y semejanza”?  Los seres humanos pueden engendrar con base genética -con base genética, sí; no solo social-de “todo” (?), incluso oligos profundos, psicópatas y psicóticos…, capaces de causar mucho daño… (Recuérdense nombres en la Historia antigua y moderna y actual…)Pues bien, ¿los creadores (y sus promotores) de esa IA, también son capaces de crear monstruos o éstos se les van, sin querer, de entre las manos?  En este caso, ¿quién custodiará o vigilará a tales creadores? (Recuérdese también lo ocurrido con la fórmula que dio pie al uso de la energía atómica y sus bombas…)¿A dónde voy con esta pregunta? A decir que lo que entrañe riesgo -alto y aún bajo- para el hombre y el planeta- no debe dejarse en manos del neoliberalismo oligarca capitalista ni del nacionalismo poderoso y fanático que pretende dominar… El progreso y la libertad deben tener ética, ÉTICA. Y la ética exige control de los “vigilantes y creadores” que por no ver con ética, el negocio les ciega. Y la ceguera puede matar. Quis custodiet custodes…? Éste es nuestro problema. Para poder “custodiar” bien, con eficacia, hay que ponerse antes de acuerdo, lo que exige madurez humana, de la que no andamos sobrados, más bien nos falta. Recordemos lo que ha sucedido estos días: Pese a que los Tribunales Internacionales sean a veces inmaduros en sus sentencias, no puede castigarse a quienes las acepten y exijan su cumplimiento…  Donde se sometan a los jueces, hay caos y/o intereses que matan. Los intereses políticos y el poder a veces crean monstruos…, como la Razón a la que se refería Goya en algunas de sus pinturas. 

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