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La globalización no puede ser frenada

Por más que Donald Trump, pretendido emperador del mundo, ponga en primer lugar “America first”, que en el fondo quiere decir “solo América” cuenta, siendo el resto solo el campo de su expansionismo, no está en su poder interrumpir un proceso que escapa a su arrogante pretensión. Es el proceso imparable de la globalización.

Ha sido visto casi exclusivamente como un fenómeno económico-financiero. Es su edad de hierro según Edgar Morin. Pero ese proceso representa una realidad mucho más fundamental, política, cultural, espiritual: una nueva fase de la humanidad y de la propia Tierra, entendida como un superorganismo vivo, llamado Gaia. Ella forma con la humanidad una única, grande y compleja entidad, confirmada por los astronautas que vieron la Tierra redonda desde sus naves espaciales.

La humanidad surgió hace unos 7-8 millones de años en África. Nuestros antepasados permanecieron allí unos 2 millones de años. Allí se formaron en sus mentes y corazones las estructuras básicas que nos hacen humanos. Por eso todos, blancos y negros, occidentales y orientales todos somos africanos de origen.

Después de este largo tiempo, comenzaron su gran dispersión por toda la Tierra, empezando por Eurasia hasta ocupar todos los continentes. Ahora, este es el nuevo fenómeno, estos pueblos migrantes están haciendo el camino de vuelta. Se están encontrando en un único lugar, en el Planeta Tierra, entendido como patria y matria común. ¿Cómo van a vivir juntos? ¿Qué significado tendrán las culturas propias de cada pueblo? ¿Qué función siguen cumpliendo los estados-naciones?

Habrá que redefinir todas estas realidades a partir de este nuevo nivel humano y del nuevo estado de conciencia planetaria que lentamente va entrando en las conciencias. Se mostró claramente por medio del coronavirus que no respetó las soberanías nacionales y puso la Tierra y la humanidad en el centro de nuestras atenciones.

Ese nuevo estadio del proceso antropogénico nos revela que todos tenemos un único y mismo destino común. Él requiere una gobernanza que le sea adecuada. Se buscarán instituciones políticas y configuraciones jurídicas que asuman la gobernanza de la república terrenal –Weltrepublik prevista ya en 1795 por Kant– y velarán por el patrimonio común de la biosfera y de la humanidad. Mientras no surjan tales organismos, correspondería a Estados Unidos, dentro de un espíritu de asociación global, buscar soluciones para todo el Planeta y para la humanidad. Irresponsablemente Trump se niega a dar su contribución a lo nuevo que se va a imponer. Está preso en una jaula de hierro –el destino manifiesto– invención política para cubrir la pretensión arrogante de ser los amos y señores del mundo.

No obstante el negacionismo de Trump, hay que reconocer que la categoría estado-nación se va quedando poco a poco obsoleta. Lo muestra la creciente conciencia de la ciudadanía planetaria –“la Tierra es mi patria”–. Movimientos como el Foro Social Mundial y otras entidades internacionales ligadas a la salud y a la conservación del patrimonio natural y cultural común de la humanidad y de la biosfera, van asumiendo la preocupación por el futuro común de la Tierra y de la humanidad.

La globalización no ha encontrado aún su expresión institucional. Será seguramente ecocéntrica. Colocará en el centro no este o aquel país o bloque geopolítico y económico (un mundo unipolar o multipolar), esta o aquella cultura, sino la ecología y la Tierra entendida como un macrosistema orgánico al cual las demás instancias deben servir y estar subordinadas. A ese centro pertenece la humanidad, compuesta por hijos e hijas de la Tierra, la humanidad entendida como la misma Tierra que alcanzó la fase de sentimiento, de pensamiento reflejo, de responsabilidad y de amorización. Somos Tierra viva y consciente.

A partir de estas demandas nos damos cuenta de que todo depende de la salvaguarda de la Tierra y del mantenimiento de las condiciones de su vida y reproducción. Esa preocupación es urgente especialmente ahora que estamos ya dentro del calentamiento global y de la brutal erosión de la biodiversidad. Estamos yendo más allá del antropoceno (el ser humano agresor), pasando por el necroceno (extinción de las especies) y culminando en el piroceno (el fuego de los grandes incendios). Estamos verdaderamente en peligro de no tener condiciones para permanecer sobre este planeta.

La conciencia de esta nueva percepción está todavía muy lejos de ser compartida colectivamente, pues el sistema dominante sigue persiguiendo la ilusión de un desarrollo/crecimiento ilimitado (un PIB cada vez mayor), en el seno de un planeta pequeño y limitado. Si no despertamos ante esta alarma, corremos el peligro, denunciado por Zygmunt Bauman, una semana antes de morir: “tenemos que ser solidarios, en caso contrario engrosaremos el cortejo de los que van hacia su propia sepultura”. Que despertemos y alejemos esa pesadilla de un eventual fin de la especie, por nuestra propia irresponsabilidad. El sentido de la vida es vivir, irradiar y eternizarse.

*Leonardo Boff ha escrito Cuidar de la Casa Común: pistas para retrasar el fin del mundo, Vozes 2024.

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