Vuelve a estar con nosotros Carlos Díaz. A punto de partir hacia México donde cada año pasa una temporada entre la gente más exluida en todos los sentidos. Me ha prometido de que nos hará llegar algún testimonio de su situación y de cómo repercute en ellos las políticas primacistas del emperador del Norte. Pero, tras leer temas que nos hoy ocupan aquí, los avances científico-técnicos y la búsqueda interior, nos ha querido dar su testimonio de cómo el está viviendo el caminar con Jesucristo hacia la muerte y la resurrección. Eso es el artículo de hoy. Un testimoio. No una tesis de filosofía, aunque esa haya sido siempre su disciplina profesional. AD.
Hoy leo en la prensa lo siguiente: las Ráfagas Rápidas de Radio son unos destellos muy breves, que llegan desde muchos puntos del espacio y pueden liberar en unos milisegundos la misma energía que el sol en tres días. Se han descubierto unas mil y, de momento, no se sabe qué las produce. Casi todas estas ráfagas producen un fogonazo intenso y desaparecen para siempre. [Nota de Atrio: Sobre estas ráfagas -FBR en inglés- véase Wikipedia y El País de 1-2-25. AD]
Esto haría pensar que se trata de energía que se libera por la destrucción de algo, como una colisión cósmica o el colapso de algunas estrellas. Pero, hay unas pocas ráfagas, un 3%, que se repiten, y en esos casos, al menos, lo que las produce sobrevive al evento. Eso ha hecho pensar en que los produzcan objetos superdensos, con una atracción gravitatoria enorme, como agujeros negros o magnetoestrellas. Pero, cuando los astrónomos creían que estaban acercándose al misterio, esta semana se ha anunciado el descubrimiento de una de estas ráfagas de radio en una galaxia vieja, que ya no produce nuevas estrellas, en una zona llena de cadáveres estelares. Eso ha dejado a los astrónomos preguntándose cómo es posible que un evento tan energético se produzca a las afueras de una galaxia agotada, donde no hay nueva formación de estrellas, y no parecen quedar objetos con la energía necesaria para poner esos fogonazos.
Hay dos horas que me producen una curiosidad radical: qué habrá después de la vida, y qué habrá en los espacios a los que denominamos sin prueba suficiente “infinitos”. Son dos curiosidades que devoran mi existencia, y que abren a otra: ¿por qué se ha producido esta realidad que soy yo mismo, este que teclea este escrito?; por otra parte, ¿qué merito o demérito habrá hecho posible esta existencia particular que yo soy, imantada por el misterio de lo indescifrable? Me desazona esta ignorancia radical mía respecto a cuestiones tan densamente trascendentales.
Daría gustosísimo lo que me quede de vida por saber con plena certeza el sentido y el fin último de la realidad en la que he sido embarcado sin haber movido un dedo. La respuesta al misterio del ser (misterio para mí; para otros es un problema, tan grande como se quiera, pero al fin y al cabo descifrable) la siento como una especie de humillación, y a la vez de gratitud, de necesidad y de gracia. Lamento esta existencia indescifrable e inabarcable para mí, y al mismo tiempo la agradezco asombrado porque me ha sido dada de forma absolutamente gratuita.
La vida no ha sido nunca superflua para mí, aunque ignore todo sobre su origen y su finalidad. No ha sido superflua porque a pesar de todos los pesares me gustaría agradecer personalmente esta realidad, privilegio del que no gozan los espermatozoides menos rápidos que aquel que logró ser fecundado en la cadena de la vida. Pero ¿a quién agradecer, a quién dar las gracias absolutas? Incluso en mis momentos más bajos, cuando se me hace inconcebible especulativamente la presencia ante mí de un Dios personal, necesito dar las gracias y al mismo tiempo pedir perdón por no estar a la altura de dicha gracia, aunque nadie esté a la altura de la Gracia de gracias que le ha traído al mundo. Dar las gracias no salda la deuda, pero la refuerza agradecidamente. Cuando lo gratuito de la vida no se toma por superfluo, dar las gracias es a la vez una prolongación de la justicia y una devoción con todo el ser.
Hay en el corazón de todas estas cavilaciones una línea roja que me resulta infranqueable por tenerla por imposible: ¿a quién daría las gracias si fuese hijo del azar o de la necesidad? La vida que me ha sido regalada y que tanto agradezco sería menos valiosa para mí sin un rostro al que expresar mi gratitud y a la que pedir compasión por el uso imperfectivo de la misma y degradante. Gratitud y perdón son para mí las dos dimensiones básicas “así en la tierra como en el cielo”, así en el aquende como en el allende de toda allendidad pensable. Una vida al margen de ambas posibilidades no sería una vida humana tan plena como hubiera podido serlo con ellas. De la gratitud al perdón, he ahí el camino de la vida humana. Sin este segmento existencial, la enigmática línea de mi humanidad se saldría de madre.
No es lo mismo una pregunta orientada a la Trascendencia con sentido, que otra entregada a su desorientación sin punto de salida ni punto de llegada. La pregunta al menos, no puede faltar, la pregunta es la piedad del pensamiento sentiente. Quien al menos pregunta se orienta mejor, aunque no encuentre respuestas sólidas y confiables mientras formula la pregunta. Preguntar es presaber. Cerrar la pregunta dando carpetazo a la esperanza no ayuda a ser más felices.
Pero volvamos a las Ráfagas Rápidas de Radio, la triple erre. Hay algo de los espacios infinitos que me conmueve incluso cuando menos diestro soy para responder: ¿cómo sería posible que un evento tan energético como las RRR se produjera a las afueras de una galaxia agotada? Suponiendo –y es mera suposición- que se reavivase la emergía de lo más viejo, abandonado, muerto y periférico a las afueras de mi propia persona en vías de agotamiento entrópico, ¿no serviría eso como hipótesis capaz de abrir una vía a la “resurrección” de lo muerto?
Obviamente, no afirmo tal cosa ni la niego del misterio, inescrutable de suyo, pero sin ir tan lejos, ¿acaso esas estrellas agotadas, enanas, no serían un ejemplo de resiliencia para mí mismo?, ¿acaso yo no puedo renacer de mis decadencias, de mis limitaciones, de mi envejecimiento, de mi culpa? En este sentido quienes nos dedicamos a la “cura de almas”, más enanos incluso que la más enana de todas las estrellas de todo lo visible y lo invisible, ¿no podríamos disminuir e incluso ir desapareciendo dando la luz que nos quede, como el anciano feliz?
En última determinación, esos actos donantes de sentido son el argumento definitivo para pedir perdón por la luz apagada de nuestras vidas como también para agradecer la esperanza en medio de los apagones, de los eclipses, y de las tragedias de la existencia. Tanto las personas que en el cosmos hayan irradiado a lo largo de su presencia una energía luminosa (eso es en realidad una biografía humana: la irradiación de una biografía luminosa), como quienes la hayan ocultado debajo del celemín para no darla (eso es precisamente el instinto de muerte) pueden rejuvenecerse y entregarse, conforme a la enseñanza de Platón en su mito de la caverna en la persona del esclavo de ojos ciegos y manos terrosas que a pesar de todos los pesares asciende por fin a la luz contra la penosidad de su agotador esfuerzo. Agotarse para darse, como enseñaba Marcelino Legido: serse dándose.
Al terminar esta última frase, y aunque pudiera parecerlo, no quisiera estar dando la impresión de oficiante de ningún sermón, la mayoría de los cuales huelen a penoso servicio de difuntos. Lo que he querido escribir es mucho más alentador: agradecer la vida sin ignorar su decadencia, es decir, reconocer lo muerto que hay en lo vivo y aquello que está vivo en lo muerto. En la persona no hay prólogo sin epílogo, ni epílogo sin prólogo. Así al menos entiendo la intención logoterapéutica de la tanatología. Sin esa aceptación de la recíproca interacción entre vida y muerte, los tanatorios huelen a trámite de la cadaverina, a todo menos a misterio.
La persona no es hija del azar, ni un caos abandonado a la deriva de la mera contingencia. Cada ser humano ha sido pensado, querido y creado directamente por Dios con un amor personal e infinito. Al crearle le salva, y al salvarle le crea. La persona no pertenece al orden de las cosas, ni siquiera en el silencio de la noche viscosa, y su condición de alteridad inasimilable en una urdimbre de identidades y diferencias le viene de la Palabra de Dios, fuente de donde mana el propio verbo, aun en el silencio de lo inefable. Eso pienso y eso agradezco.
Gracias, Carlos, por tu artículo que da para pensar, una vez más, en el MISTERIO, de momento inefable, del Universo. ¿Esas Ráfagas Rápidas de Radio serán Rastros de quien está presente insuflando energía al Universo para que no desfallezca como fuego artificial? ¿Esa energía negra que no se sabe explicar, y sin la que no se entiende el Universo, será algo similar a esas Ráfagas? ¿Vivimos envueltos en el misterio, que es algo como un “caos” muy clarividente con leyes tan superfinas y sutilísimas que nos trascienden? La NADA absoluta es un absurdo… La razón me dice que es más razonable creer en el Misterio, aunque por ser tal no lo entienda… Y no pregunto más, aunque me permita terminar con dos preguntas: Si, como dices, preguntar es pre-saber…, ¿preguntar no será también pre-trascender? Y si es pretrascender, ¿no será también Esperar? Gracias, amigo Carlos. Tú trasciendes yendo a donde vas.
Buenas noches Carlos! “Eso pienso y eso agradezco.” = “Eso crees y eso agradeces”. Si empezabas por ahí, te hubieras ahorrado un montón. Gracias!