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Yo, la Realidad, y la IA

Por mi formación académica y actividad profesional, he dedicado gran tiempo de mi vida a analizar la realidad, es decir, a desmaterializarla e introducirla en un espacio inmaterial llamado mente para posteriormente restituirla al mundo de la materialidad, reconfigurando entonces la realidad anterior, es decir: Lo que ha salido de mi mente ya no es exactamente lo mismo que lo que entró, y de igual forma, lo que era, ahora, ya no es exactamente lo que fue.

De igual forma, he estado dedicado a lo largo de muchos años, a la investigación, desarrollo y aplicación de la llamada IA para gestionar eficazmente el mundo de la realidad natural, y ponerla al servicio de lo que hoy denominamos progreso. He tenido el privilegio de asistir y colaborar en esta transición de lo que podríamos llamar Realidad Natural a las nuevas realidades.artificiales, pero ya como producto de una Inteligencia Artificial.

A título de ejemplo citaré algunas de ellas a través de sus siglas, así como el de un espacio artificial donde opera esta IA: La RV, la RA, la RM, la RX, la RS…, y el Metaverso, este último como sistema digital compuesto por múltiples entornos virtuales e interconectados, que buscan replicar experiencias sociales, económicas y culturales del mundo real, y si mucho me apuran, también del mundo espiritual, frontera entre lo posible y lo concebible.

Como se podrá apreciar, hemos acabado dando la vuelta a la tortilla de la realidad natural, como fundamento de nuestra actividad existencial. En estos momentos empieza a primar la Realidad Artificial sobre la Natural. Lo de dentro se antepone a lo de fuera, para que esto último se adapte a lo de dentro.

La ciencia se despega poco a poco de su patrón natural.

Tanta metafísica, nos está llevando a salirnos de la realidad física, ubicándonos en una realidad virtual que, de momento, aún interactúa con aquella.

Por otra parte, el espacio y el tiempo atrapan la imaginación como ningún otro tema científico y no científico. Son como la arena de la realidad, como el propio tejido del cosmos. Toda nuestra existencia, todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, tiene lugar en alguna región del espacio durante algún intervalo de tiempo. Pese a todo, la ciencia (y no solo las ciencias físicas) sigue luchando por entender qué son realmente el espacio y el tiempo.

¿Son entidades físicas reales o son simplemente ideas útiles? Si son reales, ¿son fundamentales o emergen de constituyentes más básicos? ¿Podemos manipular espacio y tiempo? Son muchos años los que lleva la ciencia en busca de respuestas a estas cuestiones básicas, pero profundas sobre la naturaleza de la realidad del universo. ¿Qué es la realidad?, el poeta nos diría: “la realidad eres tú”.

Nosotros los seres humanos, sólo tenemos acceso a las experiencias interiores de percepción y pensamiento, así que, ¿cómo podemos estar seguros de que verdaderamente reflejan un mundo externo? Este es un problema que los filósofos conocen desde hace mucho tiempo.

La literatura de ficción y los cineastas lo han popularizado en argumentos que incluyen mundos artificiales, generados por estimulación neurológica que existen solamente dentro de las mentes de sus protagonistas. Y no son pocos los físicos, entre los que modestamente me incluyo, son agudamente conscientes de que la realidad que observamos, la materia que evoluciona en el escenario del espacio y el tiempo, puede tener poco que ver con la realidad que hay fuera, si es que la hay.

De todas formas, puesto que las observaciones son todo lo que tenemos, las tomamos en serio. Escogemos como guías los datos duros y el armazón de las matemáticas, no con una imaginación desbordada ni con un escepticismo recalcitrante, y buscamos las teorías más simples, pero más amplias capaces de explicar y predecir el resultado de los experimentos actuales y futuros. Ese mundo complejo de la realidad observada, parece que nos demanda a gritos simplicidad.

Con el tiempo, lo simple se nos hizo complejo, pero nuestro inconsciente se niega a tal multiplicidad confusa, que requiere también de un orden complejo, saturando de complejidad el sentido de nuestra existencia. Es como un grito de retorno a lo esencial, a la unidad que reclama su integridad y nos salve de tal dispersión.

Durante los últimos cien años, los descubrimientos realizados en física, han sugerido revisiones en nuestro sentido cotidiano de la realidad que son tan espectaculares como asombrosos, y tan destructores de paradigmas como la ciencia ficción más imaginativa. Pero muchas de las cuestiones que exploramos son las mismas que, con disfraces diversos, preocuparon a Aristóteles, Galileo, Newton, Einstein y muchos otros a lo largo de las épocas.

¿Espacio vacío o lleno?

Sobre la enigmática cuestión de si el espacio completamente vacío es como un lienzo en blanco, una entidad real, o meramente una idea abstracta. Seguimos el péndulo de la opinión científica a medida que oscila entre la declaración de Isaac Newton en el siglo XVII de que el espacio es real, la conclusión de Ernst Mach en el siglo XIX de que no lo es, y la espectacular reformulación de Einstein en el siglo XX de la propia cuestión, en la que él fusionó espacio y tiempo y básicamente refutó a Mach.

También encontramos descubrimientos posteriores que transformaron la cuestión una vez más, redefiniendo el significado de «vacío», imaginando que el espacio está inevitablemente lleno de lo que se denominan campos cuánticos y posiblemente de una difusa energía uniforme llamada constante cosmológica, en forma de una radiación de fondo, ecos modernos de la vieja y desacreditada idea de un éter que llenaba el espacio.

Y, lo que, es más, que luego si viene al caso describiremos, cómo algunos experimentos espaciales pueden confirmar aspectos particulares de las conclusiones de Mach, que resultan estar de acuerdo con la relatividad general de Einstein, lo que ilustra muy bien la madeja fascinante y enmarañada del desarrollo científico.

En nuestra propia era encontramos intuiciones gratificantes de la cosmología inflacionaria en la flecha del tiempo, el rico surtido de dimensiones espaciales extras de la teoría de cuerdas, la radical sugerencia de la teoría M según la cual el espacio en el que habitamos puede ser sólo una tabla flotando en un cosmos más grande, y la actual especulación desbocada de que el universo que vemos puede ser no otra cosa que un holograma cósmico.

Podría seguir aún más por este sendero de la complejidad y de la confusión, pero creo que ya, incluso con esta condensada presentación de lo que la simple ciencia, producto de la inteligencia humana nos evidencia, ya podamos dar el salto a preguntarle a la nueva Inteligencia Artificia, si será capaz de llevarnos a la esencia de la realidad en su integridad, y no en su complejidad, preguntándole por las dos cuestiones básicas que nos han traído hasta aquí:La primera es:

¿Cómo afecta la IA a nuestra relación con el tiempo existencial y el espacio simbólico?

La IA en sus inicios, nació como herramienta diseñada para procesar información de manera veloz y efectiva, por lo que tiene un impacto significativo, tanto en nuestra percepción del tiempo como en nuestra relación con el espacio, dándonos la sensación de que el tiempo se contrae, al poder realizar más tareas en tiempos más cortos. Sin embargo, esta aceleración puede resultar contraproducente, induciéndonos en un sentimiento de “superficialidad” de la esencia del tiempo que, en lugar de usarlo para la reflexión y la creatividad profunda, podamos caer en dinámicas de productividad mecánica que acaben erosionando el sentido y propósito de nuestra existencia. La rapidez, está reñida con la creatividad.Por otra parte, la capacidad de la IA para generar simulaciones y modelos puede fragmentar nuestra percepción del tiempo como una secuencia lineal, creando una sensación de simultaneidad que puede desorientarnos respecto al pasado y al futuro, a lo que en términos psicológicos se denomina como “desanclaje temporal de la realidad “, patología muy estudiada por las ciencias psicológicas.

En lo que concierne al espacio, la IA transforma el mundo que habitamos en “entornos digitales” que, si bien expanden nuestras posibilidades de conexión, también desdibujan los espacios físicos y su simbolismo inherente: Los entornos digitales creados por la IA generan una especie de “no-lugar” en el que las relaciones humanas pueden perder el peso simbólico de los encuentros físicos. Por ejemplo, una conversación mediada por la IA, carece del calor humano que un encuentro cara a cara evoca. No hay lenguaje corporal, aspecto profundo en la interpretación de la realidad humana y del entendimiento y relación social. Muchas veces el lenguaje corporal sobrepasa al meramente fonético. Qué sería de nuestras relaciones sociales sin ese lenguaje corporal y sin ese contexto espacial, que nos hace exclamar el “yo soy yo y mi circunstancia”, y si la pierdo, me pierdo.

Al igual que con el tiempo, con el espacio también se produce una pérdida de anclaje, una desubicación del ser, pues la IA en su capacidad de reorganizar el conocimiento, también puede desarticular símbolos y narrativas tradicionales que anclan nuestra comprensión del espacio en contextos históricos o culturales. Si nos desrelacionamos con la historia perdemos ese punto de apoyo que reclamaba Arquímedes para mover el mundo.En concreto, a esta primera pregunta sobre el impacto de la IA sobre nuestra percepción de la realidad, cuanto menos, hemos señalado sus peligros.Pasemos a la segunda pregunta:

¿Estamos ampliando nuestra experiencia humana o fragmentándola?

La respuesta depende de cómo utilicemos la IA y del nivel de conciencia con el que abordemos su impacto:Por una parte, su capacidad para manejar grandes cantidades de información en un espacio de tiempo cada vez menor y generar patrones, permite al ser humano acceder a perspectivas que antes estaban fuera de su alcance. En este sentido, la IA actúa como un catalizador que amplifica la capacidad humana de comprender y transformar su entorno, contribuyendo a la ampliación del horizonte temporal (futuro) y espacial (conexiones globales).

Pero, por otra parte, no olvidemos que todo su potencial es a costa de un crecimiento exponencial de los recursos energéticos precisos, aspecto que solemos obviar, y que acabará complicando cada vez más la sostenibilidad de este mundo natural, exprimiéndolo y agotándolo hasta su extinción.

La IA no trabaja gratis. Son muchos los científicos que ya nos están alertando de este crecimiento exponencial. Tampoco nos debemos olvidar, de la sensibilidad adaptativa de estas nuevas estructuras de la realidad. La complejidad estructural, requiere también de una mayor complejidad organizativa y de control, lo que aumenta la sensibilidad de dichas estructuras a pequeños cambios del entorno, cambios con una sensibilidad también en crecimiento exponencial, que nos pueden llevar a crisis inimaginables.

También, el uso excesivo o acrítico de la IA puede llevar a una desconexión tanto interna como externa, produciendo una fragmentación de la experiencia humana. Una desrelación intrínseca a la propia realidad humana, desdibujando los procesos cognitivos humanos, como la reflexión pausada y la toma de decisiones, fragmentando nuestra percepción del tiempo y la identidad.A nivel externo y en el plano social, la IA puede fragmentar las relaciones humanas al priorizar interacciones mediadas por tecnologías sobre las interacciones cara a cara, disminuyendo la riqueza simbólica del espacio compartido.

En conclusión: Su impacto en el tiempo y el espacio dependerá de cómo la integremos en nuestra experiencia humana. Si la utilizamos como una herramienta que nos permita profundizar en el “sentido” de la existencia que engloba al tiempo y al espacio, y no solo como un mecanismo para optimizar procesos, puede convertirse en un medio para ampliar nuestra humanidad. Pero si dejamos que domine nuestros ritmos y nuestras relaciones, corremos el riesgo de fragmentar la esencia misma de lo que significa ser humanos.

 

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