No es la primera vez que agradezco a Leandro Sequeiros sus colaboración para abrirme a nuevos medios y personas que enriquecen ATRIO. Ayer omití decir que fue él quien me volvió a conectar con José Sols Lucia, de quien había perdido la pista hace timpo. Y hoy me da a conocer este medio de El Chaco de Argentino, Norte, donde una simple licenciada en Filosofía,
El mundo de la filosofía, a menudo tan lejano y abstracto para quienes no están inmersos en sus complejidades, sigue siendo una herramienta vital para entender no sólo nuestras vidas individuales, sino también los grandes interrogantes que definen nuestra sociedad. En este sentido, el trabajo conjunto entre la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y la Albert-Ludwig Universität de Freiburg, de Alemania, abre una puerta interesante hacia la reflexión profunda sobre conceptos como la existencia, el interés infinito en ella y la pasión con la que ha de ser vivida, conceptos que hoy, más que nunca, siguen siendo relevantes.
El evento, realizado en la Universidad de Freiburg, fue el escenario ideal para profundizar en temas que son esenciales en esta época, como la naturaleza de la existencia humana, nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea y la búsqueda de un objetivo absoluto que de sentido a los demás sentidos finitos de la existencia. El Congreso titulado “La existencia como pasión por la paradoja. Sobre la importancia de la recepción de la filosofía existencial de Søren Kierkegaard por Bernhard Welte para el cristianismo actual”, se centró en cómo Welte recibió y desarrolló las ideas de Kierkegaard.
En las conferencias, abordamos un tema complejo, a la vez que fundamental: la relación entre la existencia y la pasión de lo absoluto que el existente encuentra en sí y a partir de la cual realiza su existir. El doctor Garrido-Maturano se centró en el análisis del significado filosófico de la noción kierkegaardiana de “salto en la fe”, mientras que en mi ponencia trabajé las categorías filosóficas de unicidad, interés infinito y pasión.
El interés por la existencia
El punto de partida del pensamiento kierkegaardiano se halla en su comprensión de la existencia humana. La categoría filosófica de existencia es fundamental tanto para Kierkegaard como para Welte. Kierkegaard ha sido el primero en reconocer el carácter dinámico y relacional del existir. Para el pensador danés, la existencia es entendida como el proceso temporal en el que el individuo, en virtud de una libertad formal —cuyo contenido sustancial no está determinado por anticipado— ha de “llegar a ser” aquel existente que en cada caso ha de ser, de acuerdo con el modo en que éste se relacione consigo mismo y con los demás. Para el pensador danés, vivir no es un proceso estático ni determinado de antemano, sino una tarea, una constante construcción de sí mismo, que se da a través de la relación de cada individuo consigo mismo y con su entorno.
Cada uno de nosotros tiene una “historia personal única” que no se puede reducir a una definición abstracta del ser humano en general. Lo que Kierkegaard propone es pensar en la existencia como un camino individual que cada uno ha de recorrer, con sus propios desafíos y con sus propias decisiones.
Este pensamiento fue retomado y desarrollado por Welte, quien en sus lecciones de 1950-51 y 1955-56, se centró en el análisis de tres aspectos clave: la unicidad, el interés infinito y la pasión por la paradoja. La unicidad hace referencia a que cada individuo es irremplazable en su totalidad. Cada ser humano tiene una experiencia irrepetible de la vida, algo que lo define y lo distingue de todos los demás. Este es un punto que resuena en un mundo cada vez más globalizado, donde a menudo tendemos a homogeneizar las experiencias y los problemas.
El segundo concepto importante retomado por Welte es el “interés infinito” que el individuo tiene por su propia existencia. Existir significa interesarse por la propia existencia. En un sentido fundamental, nadie puede ser indiferente a lo que experimenta, a lo que siente y a lo que piensa. De un modo u otro, todo lo que vivo me afecta. Ese interés infinito tiene un carácter necesario, es decir, es inherente a mí y no puedo renunciar a él. Si bien puedo intentar evadirme de lo que me sucede, nunca puedo escapar completamente de lo que vivo, pienso y siento. Existir no es otra cosa que hacerme cargo de mi propia existencia. Este interés es lo que nos lleva a cuestionarnos constantemente, a no conformarnos con respuestas fáciles, a buscar un sentido más profundo en todo lo que hacemos. Por eso es infinito: nunca se satisface. Más bien, busca, anhela y desea constantemente un sentido absoluto que dé sentido a los objetivos finitos que persigue en su vida. Ese sentido absoluto es lo que Kierkegaard llama “la felicidad eterna”.
Por último, Welte retoma de Kierkegaard la idea de la “pasión por la paradoja”. Para Kierkegaard, vivir apasionadamente no es simplemente tener emociones intensas, sino comprometerse de manera total con la existencia, aceptar sus contradicciones y sus dilemas. La vida, según este pensamiento, no es un camino recto y claro, sino que está llena de contradicciones que, lejos de ser un obstáculo, nos desafían a vivir con mayor profundidad. En este sentido, la pasión es la fuerza que nos mueve a buscar respuestas, aunque esas respuestas a menudo nos lleven a nuevas preguntas.
¿Qué importancia tiene esta filosofía hoy?
En una sociedad que a menudo se encuentra inmersa en una búsqueda frenética de certezas y respuestas rápidas, las filosofías de Kierkegaard y Welte nos invitan a reflexionar sobre la importancia de la reflexión acerca de nuestro modo de vivir. Vivir, según estos pensadores, no es simplemente seguir un camino ya trazado, sino más bien asumir la condición que nos fue dada: la libertad, que conlleva la gran responsabilidad de la existencia. En un mundo que cambia rápidamente, la reflexión filosófica puede ofrecer una guía para vivir de manera más plena y responsable.
Las investigaciones de Garrido-Maturano y de Aucar son una muestra de cómo la filosofía sigue teniendo algo que decirnos sobre lo que significa ser humanos hoy. Tal vez no tengamos todas las respuestas, pero como señala el filósofo alemán Heidegger, lo importante no es saber la respuesta correcta, sino saber preguntar. En tiempos como los que vivimos, cuando las certezas escasean, reflexionar sobre estos temas nunca fue tan urgente ni tan relevante.
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O quizás este artículo de una simple licenciada se publica porque es de la cuerda que, en este momento, está tocando Atrio?Pregunto .
Una simple licenciada?Lo encuentro
poco acertado .. Si fuese un simple licenciado lo pensaría igual. No va de género.Conozco a muchiiiiisimas personas relacionadas con el mundo de la Educación. Ni se pueden imaginar cuántas.El coleccionar títulos no es sinónimo de sabiduría. Lo afirmó delante de quien sea. Se le supondrá, como el valor en la mili. Una suposición.
Si alguien, aunque sea el mismísimo ministro de cultura, o el decano de la Sorbona, o el mismo Rector de la universidad de murcia, hace referencia a mí como una simple licenciada, tengan por seguro que no se queda sin respuesta. Además, aquí hay personas que sin tener licenciaturas en psicología, o en filosofía, o en teología, dan unas lecciones magistrales, para quienes le interese el tema, claro.
Hay una cosa llamada libro, en singular. Libros en plural. Sorry. Pero si no lo digo…
Repensar la existencia de la persona y su apertura al otro….
Repensar la existencia desde la persona y su apertura al otro
En primer lugar, quiero agradecer a Antonio Duato su fino olfato y su aguda sensibilidad por los temas que nos está trayendo a debate. Son como una daga punzante que nos despierta de nuestra aletargada sensibilidad existencial, invitándonos cuanto menos a rascarnos en la herida. A repensar con fuerza la urgencia de una reflexión que nos devuelva al centro de nuestra propia humanidad, especialmente cuando la incertidumbre parece desdibujar los contornos de nuestra identidad y nuestro sentido de vida.
Comparto esta necesidad de búsqueda, así como el énfasis que se hace de la persona al decir cosas como estas: “Cada uno de nosotros tiene una “historia personal única” que no se puede reducir a una definición abstracta del ser humano en general.” “Cada ser humano tiene una experiencia irrepetible de la vida, algo que lo define y lo distingue de todos los demás” “Existir significa interesarse por la propia existencia.”
Pero también quisiera aportar mi visión particular en la doble dimensión de su centralidad, en la que su carácter singular, único e irrepetible, está abierto a una vocación de apertura al otro. El otro, es precisamente en quien ese ser singular, se pude percibir en su singularidad y poder decir “Yo”. Sin “Tú” singularidad, ni tú ni yo lo seríamos.
La existencia no es una abstracción ni una carga, sino una llamada. No existimos aislados ni enfrentados al absurdo, sino que somos convocados a una vida que nos trasciende sin anularnos. En esto, coincido con la idea de que la angustia y la incertidumbre no son solo amenazas, sino también oportunidades para interpelarnos y descubrir lo esencial. Sin embargo, añadiría que la angustia no es solo la reacción ante lo desconocido, sino también el eco de una vocación aún no respondida. La persona no se agota en sí misma; se encuentra en la relación. No es una mónada cerrada, sino un ser en comunión, cuya existencia cobra sentido en el encuentro con los demás y, en última instancia, con su Creador.
Se ha señalado en el artículo la tentación contemporánea del control, de la pretensión de dominar cada aspecto de la existencia como un modo de evitar el vértigo de lo incierto. Pero si algo nos enseña esta mirada personalista relacional, como unidad del ser humano, es que la vida no es algo que se posee, sino que se recibe, se comparte y se entrega. La persona no es un proyecto de autodiseño sin referencias externas, sino un ser constituido en la relación con el otro. Aquí, la comunidad no es un simple recurso frente a la soledad, sino la expresión misma de nuestra condición ontológica y ontodológica. El ser que recibe al “ser” en un acto de donación, es el propio dinamismo de su relación con los demás. No estamos hechos para la autosuficiencia, sino para la interdependencia, para el don recíproco.
Desde esta perspectiva, la incertidumbre deja de ser una amenaza paralizante para convertirse en un recordatorio de que no somos dioses de nuestro propio destino, sino caminantes que avanzan en comunión. Y es precisamente en esa apertura donde cada persona encuentra su plenitud sin dejar de ser ella misma. La trascendencia no nos diluye en un todo impersonal, sino que nos permite ser más plenamente quienes somos. Si la persona es relación, no puede comprenderse sin su vínculo con el Creador, la fuente misma de su ser y su libertad.
En este sentido, repensar la existencia no es solo una tarea intelectual o psicológica, sino un acto de confianza. No basta con interrogarse sobre el sentido de la vida; es necesario vivirlo, comprometerse con él, asumirlo en relación con los demás y con Aquél que nos ha llamado a existir. La incertidumbre, lejos de anularnos, nos invita a salir de nosotros mismos para descubrirnos en el amor y el compromiso con la verdad.
Agradezco de nuevo este artículo, que nos impulsa a no ceder al miedo ni a la resignación. Añado solo esta clave: el sentido de la existencia no se alcanza en la soledad del pensamiento ni en el aislamiento de la conciencia, sino en el encuentro con el otro y con Aquel que nos ha llamado a ser. En esa apertura se juega nuestra más profunda libertad.