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El número

Entre el problema y el misterio

Hoy la humanidad entera está toda ella unida en torno a un número concreto: el 2025. Ni las grandes masas de población que siguen otros calendarios dejan de celebrar, con grandes alborozos y sesudos análisis de futuro, este simple cambio de año, cque tiene un sentido meramente convencional, a pesar de sus vinculaciones con la astronomía o las tradiciones. Es una ocasión para publicar esta honda reflexión de Mariano que llevaba en la carpeta de ATRIO un mes entero, esperando que este moderador le diera la luz verde de salida. AD.

Los problemas se descifran, pero los misterios son cifras indescifrables.  Cuando el hombre inventó el número, no era consciente de lo que se le venía encima.

En esta reflexión, trato mostrar que, el misterio, es el tejido de toda realidad, y cuando el Hombre, el ser Humano, la Persona, trata de tomar posesión de sí y de todo cuanto le rodea, llámese naturaleza, mundo, universo, cosmos, en un afán no de descubrimiento, y si de apoderamiento, acaba siempre en un vacío de sentido. Para ello he tomado como ejemplo al “numero”, protagonista del positivismo de esa mirada científica, reinante en la actualidad. Sin él, no existiría ciencia alguna.

El número, no tardó mucho en mostrar su indescifrabilidad. Empezó por el uno, no tardando mucho en alargarse y encogerse sin límites posibles. En el número empezó a reflejarse a sí mismo el propio hombre, al igual que en todo lo que hace en su vida. Hasta la más pequeña de sus actuaciones, es un reflejo de la esencia misteriosa de su ser.

Este simple objeto inmaterial llamado número, lleva en sí el misterio infinito de toda realidad. Pero solo existe un número que, a la vez que es portador de este misterio, se somete a su dinamismo misterioso para no caer en ningún determinismo o indeterminismo que, acaben coartando su libertad.

Como es lógico, el hombre, al verse envuelto en la propia naturaleza, al inventar el número tomó de ella su propio nombre, llamándole “número natural”.

Si al principio del principio, el misterio reinaba en su hábitat natural, al inventar el número, quiso tomar posesión del mismo, degradándolo a la categoría de problema, pero ya bajo su dominio.

Este intento, de apoderamiento del misterio, nos retrotrae a aquel acontecimiento en el que el hombre optó por su voluntad frente a la de su Creador. Esta elección, ni más ni menos, significó su renuncia a ser salvado, convirtiéndose él mismo en su salvador. Intento vano, y que ahora, el propio número, le recordará constantemente.Con el tiempo, este número natural se le quedó pequeño, no abarcaba a clasificar y cualificar a toda la realidad que observaba, experimentaba y precisaba, para poder despegarse de esa naturaleza indiferenciada.Este número natural, ya le sirvió de mucho para poder tomar conciencia personal de sí y de los demás, y a su vez, en un nuevo orden de diferenciación y de relación, del que surgió: el “yo”, el “tú”, el “él”, el “nosotros”, el “vosotros” y el “ellos”, expresiones personales de dicho número natural. El número se constituyó en el “pro-nombre” del ser humano, cobrando vida y encarnándose en él. Números personalizados en esa nueva naturaleza que se separaba poco a poco de la que no sabía contar de forma diferenciada, pues no le hacía falta.

Este nuevo orden natural, con el tiempo fue creando un tipo de relaciones más amplias, obligándole a buscar un nuevo número que enriqueciese y armonizase, ese dinamismo que había iniciado su predecesor.

Este nuevo hombre, que ya no se sentía naturaleza pura, se denominó a sí mismo como ser racional, por lo que el nuevo número que se agenció lo calificó con el nombre de “número racional”.

Este número racional, le organizaba socialmente su relación natural con sus congéneres, de una forma más equitativa y justa que la de su anterior, pero no tardó en revelar también sus límites. Había problemas que no podían ser resueltos con proporciones exactas, ni con números que expresaran relaciones finitas entre cantidades.

El hombre natural, que posteriormente se descubrió como racional, iba profundizando en la realidad, con una mirada cada vez más fina, tanto hacia dentro de sí, como hacia fuera de sí. Esta incisiva mirada introdujo otra exigencia, que superaba a lo que el número racional le facultaba. Por lo que no tardó en crear un nuevo número que fuese más allá de aquel, denominándolo entonces, como “número irracional”. Como vemos, y seguiremos viendo, los números no pueden separarse de su realidad personal de cada momento de su existencia.

Este nuevo número, surgido ante la incapacidad de representar con precisión los nuevos problemas que se le presentaban ante su mirada, como: la correcta determinación de la diagonal de un cuadrado o la proporción áurea que define tantas formas de belleza en la naturaleza, y que trajo consigo la idea de lo infinito y lo incomprensible en un nivel aún más profundo que sus antecesores.

Estos números, ya escapaban al encasillamiento de las fracciones, representaban lo inconmensurable, lo eterno, y en cierto modo, lo divino. Se convirtieron en símbolos de lo que no puede ser dominado, pero sí intuido, como el número “pi”, en la circunferencia, o el de la “raíz cuadrada de 2”​, en la geometría básica. Aunque útiles y aplicables, estos números se negaban a ser reducidos a fórmulas definitivas, eran como una naturaleza que siempre guarda secretos incluso en lo que parece obvio.

Pero el viaje del número, no se detuvo aquí. La irracionalidad ya no daba más de sí. Cuando la matemática y la física comenzaron a explorar los confines de la realidad, no tuvo más remedio que trascenderlas, explorando más allá de todo tipo de razones. Entonces, no tuvo más remedio que introducir su imaginación, presentándonos a su nuevo sucesor, el “número imaginario”, nacido de la raíz cuadrada de un número negativo.

Este nuevo número, rompía con la intuición natural del hombre. ¿Cómo aceptar la existencia de algo que no podía visualizarse en el plano físico? Sin embargo, el número imaginario, representado por su inicial, la “i”, permitió resolver problemas que hasta entonces parecían imposibles. En cierto modo, lo imaginario se convirtió en un puente hacia nuevas dimensiones, recordándonos que la realidad trasciende lo observable y se extiende hacia lo concebible, pero solo en esa nueva dimensión.

Es curioso, que el hombre, en este caminar que comenzó con su número primogénito, el número natural, y ambos muy pegaditos a la materialidad del mundo y de su propio mundo, pronto empezó a separase de dicha materialidad.

En este transcurrir de la mirada del hombre hacia dentro y hacia fuera de sí, la realidad natural, la racional, la irracional y la imaginaria, se le seguía quedando corta, emergiéndole nuevos problemas que le complicaban su vida, y dejándole nuevamente ente un horizonte problemáticamente indescifrable.

Como último intento, y ante tal “complejidad”, pensó en crear otro número al que denominó, como era de esperar, “número complejo”, pero ahora, integrándolo con todos los anteriores en una nueva realidad multidimensional.

Aquí, el hombre logró una síntesis, una especie de “unidad en la diversidad”. Los números complejos no solo encontraron su lugar en el álgebra, sino que revelaron nuevas estructuras en el cosmos: desde las ondas electromagnéticas, hasta los fractales, que describen patrones infinitos en la naturaleza.

Esta integración era el fiel reflejo de la aspiración humana de un intento de comprender la totalidad, de unir lo tangible con lo intangible, lo problemático, con lo misterioso. Sin embargo, incluso con los números reales y complejos que abarcan todos estos conceptos, la pregunta persiste: ¿qué es el número en sí mismo?, a semejanza de la pregunta de ¿qué es el hombre en sí mismo?

Cuando regresamos al número “Uno”, descubrimos que es el único que realmente contiene a todos los demás. Todos los números derivan del “Uno”, como fragmentos que intentan expresar su plenitud. Pero en el intento de analizarlo, de dividirlo, y clasificarlo, perdemos el misterio que lo define. El Uno, al ser analizado, deja de ser lo que es: la esencia indivisible, el origen del todo.

Así, el número no es solo una herramienta para resolver problemas; es un espejo de nuestra existencia. Nos enfrenta al misterio que subyace en la realidad. A la imposibilidad de reducirlo todo a fórmulas claras y definitivas. En el misterio, el hombre encuentra su límite, pero también su vocación: buscar siempre, no para dominar, sino para contemplar, para participar en la danza infinita de la realidad. Al final, el Uno, permanece como un recordatorio de que el misterio no se resuelve; se vive.

El número, en todas sus formas, es más que un constructo humano: es una manifestación del misterio que rodea al ser humano y al universo. En las estructuras más precisas y formales, el misterio permanece. Al igual que el “Uno” contiene a todos los números, y a su vez escapa a todo análisis. Es un recordatorio constante de que la verdadera comprensión es siempre un diálogo abierto con el misterio.

La técnica, está sustituyendo a pasos agigantados esta enseñanza del número, al petrificarlo, al digitalizarlo y al dejarlo en manos de una nueva inteligencia artificial, mecánica, pero llena de agujeros en sus algoritmos, que obvian el misterio, pero que a su vez reconoce que son infinitos y en un orden muy superior a aquellos otros. Números que jamás podrán ser algoritmizados.

Los recursos energéticos requeridos para intentar minimizar, que no eliminar, el misterio de los números no computables, es astronómico e imposibles de alcanzar, y el problema seguirá existiendo.

La vida, jamás de los jamáses, es y será un problema.

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