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El camino a La Realidad

Un universo con tres mundos

Son muchos los que creen que la realidad es algo que nos precede, que está ahí, frente a nosotros, recibiéndonos, dándonos la bienvenida y poniéndose a nuestra disposición. ¡Vana ilusión!

Ya por el siglo V a.c, el filósofo griego Heráclito de Éfeso expresó, que: “Nada es, todo cambia”, a través de su famosa frase: “No puedes bañarte dos veces en el mismo rio”. Se adelantó en 24 siglos al primer principio de la termodinámica y en 26 a lo que la nueva ciencia cuántica nos evidencia sobre la llamada realidad, y que muy pronto mutará a otra realidad llamada virtual.  Tenía razón Heráclito, la esencia de la realidad es su contínuo cambiar.

Desde tiempos inmemoriales, hemos intentado comprender la realidad que nos rodea, preguntándonos: ¿qué es el mundo que percibimos?, ¿cómo podemos explicarlo?, y ¿cuál es el papel de nuestra mente en este proceso?

Uno de los matemáticos y físicos más prestigiosos del mundo actual, Roger Penrose, que se confiesa agnóstico, aborda estas cuestiones en su libro: “El camino a la realidad”, donde plantea que existen tres “mundos” profundamente interconectados: el mundo matemático, el físico y el mental, que nos acercan a ella. Enfatizo lo de que nos acercan, pues como buen matemático no puede obviar el concepto de límite, dándonos a entender que la realidad en sí, siempre será una utopía inalcanzable. En caso contrario dejaría de ser agnóstico. Agnóstico: Qué es, Significado y Definición – Enciclopedia Significados)-

Aquí, quiero resaltar un matiz importante, que deja su impronta en estos tres mundos y que muchos científicos, matemáticos y no matemáticos, suelen pasar por alto. Si el lector ha estado atento a lo que he dicho de Roger Penrose, en cuanto a su confesión de agnóstico y su mentalidad como matemático y físico, podrá observar que se cumple a rajatabla ese dicho de la sabiduría popular, de que: “La realidad siempre és, según el color del cristal con que se le mira”. En este caso, la mirada matemática, la física y la mental están coloreadas por el cristal del agnosticismo, como si este mirar fuese neutro y no pudiese contaminar a lo que mira.

El ser humano no mueve ni un dedo, ni abre la boca, sin un pretexto o una intencionalidad. La neutralidad no existe en la realidad. Una realidad neutra, está de más en la realidad. Ni está ni se le espera.

Roger Penrose, al confesarse como agnóstico, ya contamina su mirada con la pretendida neutralidad de su agnosticismo radical, propio de todo positivismo científico. Esta contaminación, introduce en la realidad un dinamismo sin fin. Jamás podrá ser alcanzada, pues estructuralmente su mirada matemática y agnóstica, siempre tropieza con un límite sin poder alcanzarla. Lo mismo ocurre con su mirada física, confirmado por el primer principio de la termodinámica y reconfirmado por el principio de indeterminación cuántica.

Nos queda el mundo de su mente, para ver en qué medida también queda contaminado. Recapitulemos un momento y asomémonos fugazmente a estos tres mundos que residen en este Universo que somos cada uno de nosotros, y que supera al de las galaxias, al de los mundos paralelos, al de los agujeros negros etc., que pululan por los espacios siderales de muestras mentes. Mundos nuevos que les damos el carácter de viejos creyendo que están ahí desde la pretendida y utópica eternidad.

 

El mundo matemático, de arquitectura invisible físicamente:

es un reino abstracto e independiente, lleno de estructuras y verdades inmunes al tiempo y que parecen existir más allá de nosotros. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras no fue “inventado” por los griegos; ellos simplemente lo descubrieron.

La estructura lógica de las matemáticas tiene una cualidad universal que trasciende nuestra percepción: el 2 + 2 seguirá siendo 4 en cualquier rincón del universo, con o sin humanos para calcularlo.

Pero lo más intrigante de este mundo, es su capacidad para describir con precisión el universo físico. Desde las ecuaciones que rigen el movimiento de los planetas hasta los patrones en las conchas de los moluscos, las matemáticas parecen ser el lenguaje con el que está escrito el libro de la naturaleza, como diría Galileo. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿por qué la naturaleza sigue reglas matemáticas?

 

El mundo físico, el de la realidad tangible:

es el escenario donde experimentamos con mayor intensidad nuestra existencia. Es el reino de las estrellas, los átomos y todo lo que podemos medir y observar. Sin embargo, nuestra comprensión de este mundo depende profundamente de las matemáticas. Las leyes de la física, como la relatividad de Einstein o la mecánica cuántica, no solo describen el universo; lo hacen con una precisión matemática asombrosa, o mejor dicho, aparentemente asombrosa; Recordemos el concepto de límite, que paradójicamente nos limita, a la vez que nos evidencia que no hemos tocado fondo en la realidad.

Por ejemplo, las órbitas planetarias se describen mediante ecuaciones derivadas de la gravitación universal de Newton, mientras que la estructura del átomo se entiende gracias a complejas ecuaciones cuánticas. Sin las matemáticas, nuestra comprensión del mundo físico sería mucho más limitada y caótica.

 

El mundo mental, el origen de todo:

es el reino de la conciencia y el pensamiento. Este mundo parece ser el puente entre los otros dos. Es en nuestra mente donde descubrimos las matemáticas y donde interpretamos el mundo físico. Sin una mente consciente, las ecuaciones matemáticas seguirían existiendo, pero en forma latente, nadie estaría ahí para formularlas ni para encontrarles sentido, y el mundo físico no pasaría de su mera experimentación sin posibilidad de interpretación. No olvidemos que la realidad siempre se nos manifiesta discretamente, bajo el disfraz de la interpretación.

 

Penrose, en su libro enfatiza que la conexión entre estos tres mundos es uno de los mayores misterios de la ciencia y la filosofía. Por ejemplo, ¿cómo es posible que algo tan abstracto como las matemáticas, que parece existir independientemente de nosotros, pueda describir con tanta precisión un universo físico que experimentamos a través de nuestra mente?

En este punto, Penrose intuía que la matemática tiene vida en sí, es como el motor de la expansión del universo personal que, al hacerlo, expande el mundo físico. Ese mundo que creíamos nos precedía, y resulta, que sin nosotros es un mundo inerte sin expansión posible. Nosotros somos quienes lo sacamos de su latencia interna, en una evolución enclaustrada en una variabilidad que nunca acaba de ser, sin alcanzar lo que realmente es. La mutación es la radical evidencia de su no ser.

El mundo, el universo entero, sin un ser que le comprendiera sería el contrasentido de todo sentido de realidad. Imaginar un mundo sin la persona es un imposible. Sin persona no hay realidad.

Pero volvamos a estos tres mundos que, según nos lo presenta Penrose en su  ya citado libro, es como un triángulo cuyos vértices están interconectados.

Este triángulo parece formar un ciclo de interdependencia. Sin embargo, aún no sabemos con certeza cuál de estos mundos es el “primero.” Algunos científicos y filósofos creen que las matemáticas son la raíz última de todo, mientras que otros piensan que la conciencia debe ocupar ese lugar.

 

¿Pero, por qué importa esto para nuestra vida diaria?

Aunque estas ideas puedan parecer abstractas, tienen implicaciones prácticas y profundas. Por ejemplo, entender el lenguaje matemático del universo nos permite crear tecnologías avanzadas, desde teléfonos móviles hasta sondas espaciales. Además, nos ayuda a reflexionar sobre nuestra propia existencia: ¿somos simples máquinas biológicas, o hay algo más en el misterio de la mente y su conexión con el cosmos?

En última instancia, explorar los tres mundos nos invita a adoptar una perspectiva más amplia sobre la realidad. Nos recuerda que, aunque somos criaturas diminutas en un universo vasto, no solo tenemos la capacidad única de comprenderlo, de admirarlo y de encontrar nuestro lugar en él, también lo reconfiguramos, pero no lo creamos.

Esta es una situación paradójica. Actuamos sobre la realidad sin haberla alcanzado. Somos “recreadores” de esa realidad a la que jamás alcanzamos. Somos como niños que disfrutamos y padecemos el resultado de nuestros juegos con la realidad.

Todo esto me recuerda la frase de Gustavo Adolfo Bécquer: “Y tú me preguntas qué es poesía. Poesía eres tú”. Bécquer, responde así, a la realidad más profunda del ser humano, desde otro mundo muy distinto al de aquellos tres de Penrose.

Su mirada no es ni agnóstica, ni neutral, surge de un espacio que no tiene límites ni principios de indeterminación. El amor es su principio de realidad, y su propio límite. En él se reconoce realmente libre de toda objetividad, que siempre está fuera de sí. Ese más allá, está en su más acá. Su realidad comienza concibiéndola como un don.

Aunque la frase está dirigida a una persona específica en el poema, su mensaje es universal. Más universal que el de la matemática, más cierto que el de la física, y menos dubitativo que el de su mente.

Para Bécquer, el mundo de la poesía no es solo un asunto de estética, o una expresión artística; es algo vivo, íntimo, que se encuentra en las personas y las emociones que despiertan en nosotros. Al dirigirse directamente a alguien—probablemente una mujer que simboliza el amor—el poeta transforma la definición de poesía en un acto de entrega personal.

Pero volvamos al relato de los tres mundos de la mirada científica y agnóstica de Penrose, con la conclusión a la que llega en su libro “El camino a la realidad” y  en el que imagina que el universo es un vasto rompecabezas, cuyos fragmentos están dispersos entre estos tres grandes reinos.

A medida que ensamblamos el rompecabezas, descubrimos que hay nuevas preguntas que desafían nuestra lógica; a lo que Penrose responde diciendo, que nuestras herramientas actuales, aunque poderosas, aún son insuficientes.

 

En última instancia, Penrose nos deja con un desafío:

continuar explorando, uniendo fragmentos y avanzando en el camino hacia la realidad, un camino que exige tanto la precisión de las matemáticas como la creatividad de la mente humana.

Hay que tener más moral que el Alcoyano, para que después de haber escrito este libro de casi 1.500 páginas, acabe como lo empezó, reconociendo que, aunque hemos avanzado seguimos lejos de comprender completamente la realidad. Dejándonos con nuestro universo como un misterio no resuelto. No son pocos los científicos y no científicos que se pasan la vida corriendo tras la zanahoria del progreso, tratando el misterio como problema.

A pesar de todo, en mi opinión, el trabajo de Penrose es una magistral exposición del estado actual de la ciencia, exposición que me lleva a reafirmarme científicamente, que los problemas se descifran, pero los misterios son cifras indescifrables. Penrose todavía concibe a la realidad como un problema a resolver, aunque de la lectura del último capítulo de su libro, se aprecien destellos que apuntan al misterio, no como problema. Se ve, que próximo a sus 94 años, su agnosticismo empieza a menguar, en favor de una creencia misteriosa que le saque definitivamente su agnosticismo científico.

Penrose finaliza su libro con las siguientes palabras:” Quizá lo que necesitamos fundamentalmente es un cambio sutil de perspectiva, algo que todos hemos pasado por alto”. ¿Se estará refiriendo a la necesidad de abandonar esa perspectiva agnóstica?

Animo al lector a que lea esta obra magistral de la ciencia, en especial el último capítulo para aquellos que las matemáticas y la física no sea su fuerte, y a partir de ahí que saque sus propias conclusiones.

La vida del ser humano, realidad que dota de realidad a la realidad, que hace ciencia, técnica y piensa, no es un problema, es la personificación del misterio, y cuando se busca en ellas, siempre acaban demostrándole su indescifrabilidad.

Solo una mentalidad agnóstica lo intentará indefinidamente, es decir, hasta que el tiempo colapse…

Sin embargo, al incluir la dimensión espiritual, este misterio se transforma en una invitación a participar en algo que nos trasciende y al mismo tiempo nos define. Así, dejamos de ser meros observadores para convertirnos en co-creadores de una realidad cuyo sentido último solo se revela cuando miramos con los ojos del espíritu.

Invito al lector a emprender este camino con la mente abierta y el espíritu dispuesto, recordando que, como decía Rilke, el viaje más importante no es hacia afuera, sino hacia adentro.

 

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