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Sobre el evangelio de Lucas, 13

Registrado como judío. Salvador de todos los pueblos I

  1. Belén

Lucas situó la escena del nacimiento de Jesús en las afueras de una pequeña población (Belén) al sur de la capital, Jerusalén. Lo planteó de esa manera en su guion por dos razones:

  • – Porque daba así por cumplida la antigua profecía de Miqueas (“Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Juda, de ti sacaré el que ha de ser jefe de Israel”; Miq 5,1), referida al lugar de origen del Mesías, la misma aldea que vio nacer a David.
  • – Porque de ese modo mostraba que quien debía abrir el cauce de la Liberación de la esclavitud y la miseria vio la luz en los arrabales donde se sobrevive a duras penas y se observa el futuro como un callejón sin salida.

De ahí que el evangelista enmarcara su relato en un entorno impreciso con una sola imagen significativa: “el pesebre”.

Desde ese marco indefinido, el evangelista traslada la acción a un escenario donde la Ley y el Templo cubren el telón de fondo. Un breve texto actúa a modo de preámbulo:

“Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al niño, le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lc 2,21).

Esta acotación, similar a la usada antes con Juan (Lc 1,59), resume dos acciones: la circuncisión y la imposición del nombre.

 

  1. La circuncisión y la imposición del nombre

Respecto a la primera, el dato temporal que sirve de entrada: “Al cumplirse los ocho días”, tiene como punto de partida la indeterminada fecha del nacimiento de Jesús y alude al signo de la alianza de Dios con Abrahán: “A los ocho días de nacer, todos vuestros varones de cada generación serán circuncidados” (Gén 17,12), recogida en las leyes del Levítico: “El octavo día circuncidarán al hijo” (Lev 12,3) y seguida fielmente por la tradición. Una nota posterior confirma esta referencia: “…cuando tocaba circuncidar al niño…”, pero ahí queda aparcado el asunto de la circuncisión. El texto no dice expresamente que Jesús hubiese sido circuncidado. Lucas solo lo deja suponer, lo que muestra que su interés no estaba centrado en ese asunto.

En cuanto al tema del nombre, este se presenta asociado a la circuncisión, dos hechos sin vinculación en el tiempo en que fue alumbrado Jesús. Donde se esperaría leer: “…lo llevaron a consumar ese rito (la circuncisión)”, encontramos: “…le pusieron de nombre Jesús”. Lucas silenció un hecho para destacar lo que le interesaba: el nombre Jesús” (‘Yahvé salva’) y su significado. Ese nombre descubre la misión que el recién nacido, llegado el momento, tenía encomendado realizar. A diferencia del nombre de Juan, el de Jesús no será discutido por la gente. El evangelista deja entrever que ese nombre abre el camino al Proyecto Humano. Su procedencia lo asegura. Así fue recibido por la joven María antes incluso de quedar embarazada: “…como lo había llamado el ángel antes de su concepción”.

La circuncisión significó para el niño haber quedado registrado como judío y aceptado como hijo de Abrahán. Pero el horizonte previsto con su nombre desbordaba esas estrechas fronteras.

Marcado ya como judío, la Ley Sagrada obligaba a los padres al cumplimiento de ciertos preceptos que afectaban al niño. Lucas da cuenta de ello:

“Cuando llegó el tiempo de que se purificasen conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: <<Todo primogénito varón será consagrado al Señor>>) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones)” (Lc 2, 22-24).

 

  1. Una nueva indicación de carácter temporal al inicio de esta parte del relato:

“Cuando llegó el tiempo…” actúa como aviso. Solicita atención sobre otras actuaciones obligadas por la Ley, a cumplir en determinadas fechas. La primera hace mirar atrás considerando necesario salir de un estado de impureza, pero sin aclarar qué lo ha producido: “…de que se purificasen con forme a la Ley de Moisés”.

Pero nada más comenzar a describir esas obligaciones legales, dan la cara las desconexiones del texto con la realidad exigida por los preceptos a los que alude. Lucas utiliza el término ‘purificación’ (καθαρισμός) refiriéndose a la familia completa (lit.: αὐτῶν: ‘de ellos’; traducido “que se purificasen”). Sin embargo, la necesidad de purificarse solo afectaba por ley a la madre: “El Señor habló a Moisés: – Di a los israelitas: Cuando una mujer conciba y dé a luz un hijo, quedará impura durante siete días” (Lev 12,2). Ahora bien, ¡ni entonces podrá entrar en el templo! Tendrá que esperar otros treinta y tres días: “…y ella pasará treinta y tres días purificando su sangre: no tocará cosa santa ni entrará en el templo hasta terminar los días de su purificación” (Lev 12,4). La maniobra familiar tiene por objeto, según aclara el texto, el cumplimiento exacto de la Ley: “…conforma a la Ley de Moisés”. El término ‘Ley’ aparecerá tres veces en esta sección. Ocupa, repetida, el trasfondo del escenario envolviendo las acciones de los personajes. Todos sus movimientos lo ejecutarán desde esa coordenada.

 

  1. De todas maneras, el evangelista huye de exactitudes. Lo suyo no es la crónica

De ahí que asocie el momento de la purificación con llevar al niño a la ciudad de Jerusalén: “…llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: <<Todo primogénito varón será consagrado al Señor>>). La Ley está plantada como única escenografía exigiendo estricto cumplimiento. Pero resulta cuando menos curioso que ni en la Ley ni en ninguna otra parte del AT se hable de la necesidad de llevar al niño a Jerusalén por ese motivo. Por ahí anda el objetivo de este itinerario seguido por Lucas. Ha buscado preceptos legales para hacer llevar al niño a la capital. Por lo que dice: “para presentarlo al Señor”, el texto hace sospechar que su destino final es el Templo, aunque Lucas no lo menciona explícitamente en este contexto.

Los textos relativos a los primogénitos arrancan de la idea de que los primeros nacidos de humanos y animales son propiedad de Yahvé: “Conságrame todos los primogénitos israelitas: el primer parto, lo mismo de hombres que de animales, me pertenece” (Ex 13,2). La mayoría de los primogénitos animales eran sacrificados en el Templo. Los humanos se rescataban: “Cuando mañana tu hijo te pregunte… …le responderás: …Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho de los animales. Pero los primogénitos de mis hijos los rescato” (Ex 13, 15-16). La consagración de los primogénitos varones significaba que estos se dedicaban al servicio del Templo. Pero de tal asistencia fueron encargados los levitas: “Yo he elegido a los levitas de entre los israelitas en sustitución de los primogénitos” (Núm 13,12). El rescate

suponía, por tanto, liberar de esa función de asistir como ayudante a las necesidades del culto, del orden y del mantenimiento del ese lugar sagrado. Como era de esperar en las cuestiones de la religión oficial, Dios estableció un precio para dicho rescate que habría de abonarse al Templo: “Dios dijo a Aarón…: Pero deja que rescaten los primogénitos del hombre y también los de animales impuros. Los rescatarán cuando tengan un mes, tasándolos en cinco siclos” (Núm 18,15). La Ley sigue marcada en la escena como estandarte vigilante de un cumplimiento a rajatabla.

 

  1. La narración regresa de nuevo al asunto de la purificación

El precepto concerniente al niño queda en el lugar central. Si respecto a su rescate se ha tenido que pagar, también tiene un coste que la joven María sea reconocida como pura. En esta ocasión, el precio será abonado en especie: “…y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones)”. La Ley sigue acaparando todo el decorado. El pago por el servicio sacerdotal declarando la salida de la impureza de la mujer está establecido desde antiguo. Los pobres tienen una consideración especial y se les hace una rebajita: “Esta es la ley sobre la mujer que da a luz un hijo o una hija. Si no tiene medios para comprarse un cordero, que tome dos tórtolas o dos pichones”: uno para el holocausto y el otro para el sacrificio. El sacerdote hará la expiación por ella, y quedará pura” (Lev 12,8). El texto deja entender que se encaminan al Templo, pero el evangelista sigue sin hablar de él.

 

  1. Esta narración de Lucas da cuenta de que el recién nacido, Jesús, es llevado al Templo para ser registrado como judío

Sus padres desean cumplir con él todos los preceptos exigidos por la Ley. Quieren que figure como legítimo hijo de Abraham. Pero han hecho el largo viaje sin tener necesidad de llevar al niño. ¿Dónde hallar entonces la lógica en lo que parece no tener coherencia? Los datos apuntan a pensar que la presencia innecesaria del pequeño en el Templo es la pista que conduce al objetivo perseguido por la pedagogía de Lucas. El evangelista ha evitado usar el término griego ἱερόν (‘templo’). Ni siquiera afirma en su escrito que han llegado a la capital. Se limita a decir que van hacia Jerusalén con intenciones de cumplir unos preceptos. Pero, ¿por qué se queda Lucas a medio camino? ¿cómo dar con su propósito didáctico y lograr entenderlo?

 

  1. El relato se reanuda con una segunda sección que comienza con la presentación de un personaje:

“Había por cierto en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él. El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al Templo y, en el momento en el que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley…” (Lc 2,25-27a).

22.1. Lucas abre esta segunda parte del relato reclamando atención

Su encabezado parece pedir que nadie se levante, ¡por favor!, de su asiento porque ahora viene algo importante. La fórmula exclamativa inicial Καὶ ἰδοὺ (lit.: ‘¡y he ahí!’, ‘¡pues bien!’, ‘; traducida: “Había por cierto…”), al tiempo que enlaza con la sección anterior, avisa de nuevos acontecimientos tan inesperados como significativos. Ese corto enunciado a la entrada pide ser todo oídos. Un equivalente a él en nuestra lengua lo encontramos en la expresión popular: “Y mira tú por donde…” -en el sur se diría: “Y mirusté por donde…”-, previa a contar algo curioso o insólito relacionado con el tema del que se habla.

22.2. La acción da comienzo enmarcando geográficamente la escena (“…en Jerusalén…”) y con la presentación de un nuevo personaje: “…un hombre llamado Simeón…”

Se trata de alguien ajeno a la clase sacerdotal; se trata nada más y nada menos de un ser humano (ἄνθρωπος: ‘un hombre’) que tiene su domicilio en la capital. Está identificado como: Simeón, un nombre hebreo (שמץון), de igual significado que Simón (‘oído’), procedente de la raíz: שמץ: ‘oír’, ‘escuchar’ (“EL SEÑOR HA OÍDO que no era correspondida y me ha dado este otro (hijo). Y le llamó SIMEÓN”; Gen 29,33). Este hombre (el texto repite el sustantivo ‘hombre’, aunque no aparece en la traducción: καὶ ὁ ἄνθρωπος οὗτος: “y este hombre”) está definido por sus especiales características:

  • a. Se afirma de él que era “justo y piadoso” (δίκαιος καὶ εὐλαβής). Ambos adjetivos hablan de comportamiento social. El primero, δίκαιος, alude a una forma de actuar con honradez y persiguiendo la justicia. El segundo εὐλαβής (‘circunspecto’, ‘precavido’, ‘religioso’, traducido por ‘piadoso’), señalan que sus acciones están significadas por el buen hacer y la cordura.
  • b. Sigue el texto diciendo “que aguardaba el consuelo de Israel”. El hombre se distingue porque a pesar de tanta desventura por la que ha atravesado el pueblo durante siglos a causa de sus traiciones, él no desfallece y aguarda la era de la Liberación, la que producirá el descanso de ese prolongado infortunio. Él resiste con firmeza en la expectativa asegurada por Isaías: “CONSOLAD, CONSOLAD a mi pueblo, dice vuestro Dios”; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen” (Is 40,1).
  • c. Lucas dibuja, por último, el perfil que singulariza a Simeón como un ser humano de extraordinaria valía: su manera de vivir es fiel reflejo de la energía vital desbordante que dio origen a la humanidad: “…y el Espíritu Santo descansaba sobre él”.

 

  1. El tercer evangelista retoma la hebra que distingue el cosido de su relato:

El Espíritu. Busca que las comunidades destinatarias de su escrito pongan los cinco sentidos en su narración. La energía vital de aquel hombre, Simeón, le había llevado a una confianza plena en ver llegar la Liberación: “El Espíritu Santo le había avisado de que no moriría sin ver al Mesías del Señor”.

23.1. Una vez acabada la presentación del hombre, da comienzo la acción

Simeón no se mueve siguiendo horarios, normas o disposiciones de otros. Él es autor de su decisión. Maniobra en consecuencia con su vida: “Impulsado por el Espíritu…”. Su movimiento tiene un destino. Acude al Templo: “…fue al templo”. Lucas no dice el motivo que le ha impulsado a ir allí, lo que eleva el nivel de tensión de quienes atienden la lectura. El evangelista, ¡por fin!, saca “el Templo” a relucir, silenciado durante todo el relato. Lo que va a ocurrir en ese espacio será la clave del relato. La coincidencia que acontece acto seguido subraya la importancia de ese instante: “…y, en el momento en que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley…”. El relato engancha aquí con el final de la primera sección, la escena transcurrida desde el eje de la Ley, cuyo tema central está basado en el viaje a Jerusalén. ¡Por fin han llegado al Templo! Pero, ¿qué significado tiene ese hecho?

23.2. La llegada al Templo da total cumplimiento a una antigua profecía alusiva también al Bautista

El paralelismo entre ambos llega a su culmen. El texto del profeta comenzaba diciendo:

  1. “Mirad, yo envío un mensajero a prepararme el camino” (Mal 3,1a).
    Y justo a continuación, añade:
    “De pronto, ENTRARÁ EN EL SANTUARIO EL SEÑOR QUE BUSCÁIS” (Mal 3,1b).

23.3. El pueblo judío tenía al Templo como morada de Dios

Allí se concentraba la gente pidiendo la llegada de la ansiada Liberación. El culto, los sacrificios y las oraciones realizados a diario durante siglos tenían como finalidad la adoración, reclamando a Dios ser librados de la esclavitud y dominación de los imperios dominantes. En el Templo debía aparecer el Mesías mostrando su poder. Nadie, salvo Simeón, comprobó que el Mesías llegado al templo era un crio de pocos días, el que había sido reconocido por los marginados “en pañales recostado en un pesebre”.

 

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