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Creer para ser

            El testimonio de la trascendencia
en el tiempo humano

Me envía Mariano este artículo, diciendo que lo ha inspirado mi artículo del pasado viernes. Le agradezco. Como también agradezco los otros comentarios, sobre todo los de María Luisa e Isidoro que he leído hoy y a los que contestaré otro día. He dedicado el día o seguir en directo la visita de Fracisco a Córcega, vivida en relación con la reinauguración de Notre Dame de Paris y con el DOS del Dada de Alberto de hoy. Hay mucho que pensar. Y distinguir manejos religiosos de poder de tradicional piedad. Francisco recordó bien que es más aclarador decir piedad popular que religiosidad popular. Pero leamos con atención a Mariano ahora que es previo a estas reflexiones que hoy me han cupado. AD.

El ser humano, cuando viene a la vida, lo hace desde una indigencia radical: su ser entero es una demanda en forma de necesidad. Este principio de ignorancia radical, pero también de exigencia radical, constituye la propia esencia de su ser: ser que necesita ser, exigiendo el ser, sin aún saber, lo que es ser. Este es el estado primordial, que unifica a todos los seres humanos en un mismo principio de realidad, con independencia del tiempo y el espacio en el que acontezca su llegada.

La frase orteguiana: “Yo soy Yo y mi circunstancia”, situada en este contexto primordial, engloba a todo nuestro tiempo y a todo nuestro espacio en esa indigencia radical. Su circunstancia primordial es su propia indigencia. Será posteriormente cuando al saborear su existencia, evolucionará también hacia otro sabor, el del saber.

La historia del ser humano, se repite generación tras generación, con el mismo principio de realidad, como piedra angular en toda su praxis existencial. A pesar de los avances de la llamada evolución humana, seguimos manteniendo intacto ese fundamento primordial sobre el que todo saber se construye.

La pregunta es la plataforma desde donde la indigencia busca salir de sí. La ciencia y la razón están plagadas de preguntas, que siempre acaban demandando más preguntas, constituyéndose todas ellas en penúltimas preguntas. La ciencia y la razón nunca alcanzan la ultimidad por la que se pregunta el hombre. Ante la muerte, todo saber enmudece sin haber tenido respuesta. La ciencia y la razón colapsan. La historia de la humanidad es, en gran medida, la historia de su esfuerzo por responder a esa indigencia radical.

A través del saber y la técnica, el ser humano ha intentado construir una realidad que explique su condición y le permita dominar el mundo que le rodea. Sin embargo, este esfuerzo no es neutro ni carente de consecuencias: cada creación humana, implica una pérdida, un tributo a lo desconocido, al que se le denomina como entropía.

La ciencia y la técnica, aunque indispensables, no pueden agotar la profundidad del misterio humano; su búsqueda siempre deja algo fuera de su alcance. La propia actividad humana al crear, se cobra un pequeño tributo de todo su esfuerzo creativo. Este tributo es como un impuesto que paga por realizar su propio trabajo. Nunca le sale gratis. Todo el orden social está repleto de impuestos, aspecto que se manifiesta en una dinámica inflacionaria. Es como si la naturaleza se cobrara algo por permitirle al ser, habitar en ella. Somos inquilinos, no propietarios de nuestra existencia.

Es aquí donde el acto de creer cobra protagonismo, a diferencia del saber, que busca abarcar y demostrar, pero siempre teniendo que pagar un tributo. El creer se fundamenta en una apertura radical hacia el Tú que le trasciende. Sin dicho Tú trascendente, el yo, permanece intranscendente.

El Yo, siempre busca ese Tú que trasciende a todo Yo, para poder verse en él y poder decir Yo como reflejo de esa trascendencia. Su trascendencia no reside en él, por lo que es incapaz para trascenderse. Pero para que esta creencia sea significativa, debe estar enraizada en un testimonio, en una experiencia concreta que trascienda las abstracciones del saber. La trascendencia no puede quedarse en el ámbito de lo imaginado y aplazado a un futuro más o menos probable. La esperanza y la creencia no pueden perder el sentido de continuidad. Tal pérdida, significaría la recaída inevitable en la duda metódica de la razón filosófica, y en la incertidumbre de la razón científica, dejándolo nuevamente en el mundo entrópico del saber.

Sin embargo, para que el acto de creer sea verdaderamente humano, debe estar sujeto a la libertad. No olvidemos que ésta es el bien más preciado de todo ser humano. A diferencia del saber, que encierra la realidad en leyes, el creer depende de una decisión libre. Sin libertad, el ser humano no puede tomar posesión de sí mismo ni asumir la responsabilidad de su existencia. La creencia no puede imponerse ni institucionalizarse como una exigencia; es siempre resultado de un don, algo que se acoge o se rechaza desde la más absoluta libertad. Este es el misterio y la grandeza de toda creencia a diferencia de las certidumbres que cristalizan en leyes. Toda ley es una imposición. La propia lógica en la que se fundamenta la razón es dictaminadora de leyes.

La libertad, en su naturaleza más pura, escapa a toda demostración, y a toda lógica formal. No puede encerrarse en leyes ni estructuras que la restrinjan sin negarla. Esta libertad es la que permite al ser humano no solo creer, sino también poder crear. Pero la creación humana, cuando es verdaderamente libre, no es arbitraria ni aleatoria. Está guiada por un principio de finalidad que prima sobre el de principialidad: la creación tiene un propósito, un sentido que impregna el acto creador de principio a fin.

Y aquí se encuentra otra paradoja fundamental: el ser humano, como creatura emergente de la libertad absoluta, es libre para cumplir o no con el fin para el que ha sido creado. Si renuncia a este fin, se malogra; pero incluso en su malograrse, sigue siendo libre. Este misterio, que escapa a toda racionalidad, es el núcleo de la experiencia espiritual. Sin libertad, la espiritualidad se desmorona en una absurda ilusión, porque el ser humano dejaría de ser lo que es: una creatura capaz de responder, desde su libertad, a la llamada de la trascendencia.

Por todo ello, el acto de creer no es solo un estado mental o una tradición heredada. Es un acto radicalmente humano, un encuentro con el misterio que configura nuestra existencia. Es también una invitación a vivir en libertad, a responder al don de la vida con autenticidad y responsabilidad. Así, creer no es simplemente una forma de saber, sino una forma de ser.

Mientras que el saber nos dota de herramientas para construir el mundo, es el creer lo que nos da el sentido para habitarlo. Solo cuando saber y creer se encuentran, el ser humano puede afirmar plenamente su existencia. Y es en ese equilibrio, entre la certeza del saber y la firme apertura del creer, donde se encuentra el testimonio más auténtico de la trascendencia en el tiempo humano

En conclusión: El ser humano, en su singularidad personal, y no como especie humana, concepto propio de un gregarismo taxonómico, incluso antes que una categoría filosófica fruto de una reflexión teórica, es fruto de una experiencia histórica.

El acto desencadenante de esta experiencia, es una llamada, un envío, un encargo, una misión y una responsabilidad, que rompen el universo cerrado sin posibilidad de escape de su infinito saber, y le abre a otro espacio de confianza que, no precisa demostraciones. Le basta el testimonio de Quien le llama, eso sí, siempre ofrecido y nunca impuesto.

En el inicio de esta experiencia fundante del ser humano, la persona, estan dos sujetos: uno que llama y otro que es capaz de ser llamado; por ello las categorías de relación y de autonomía surgen coextensivas y constitutivas del ser humano. En esa relación instaurada desde fuera, surge en el ser llamado, la conciencia de ser alguien, y a su vez surge la necesidad de responder, ya desde sí mismo mostrando su autonomía, aceptando o rechazando dicha llamada.

El testimonio de la trascendencia ha acontecido de múltiples formas a lo largo de la historia, desde las grandes narrativas religiosas hasta los actos cotidianos de amor y sacrificio que revelan la profundidad de la condición humana. Este testimonio no pertenece solo al pasado ni se limita a figuras excepcionales; acontece en cada generación, en cada instante en que el ser humano se encuentra con el otro y, en ese encuentro, vislumbra algo que lo trasciende. La fe, el acto de creer, por tanto, no es una proyección hacia un futuro lejano, sino una respuesta inmediata a la realidad presente, viva y tangible, que se manifiesta en su forma de ser. En el creer, el ser, es.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

15 comentarios

  • M. Luisa

     Pues, sí, Mariano, se me debió pasar por alto este artículo tuyo que dices, como así también algunos de otros autores, pero no por desinterés, como tú sabes bien, sino por falta de tiempo. Precisamente la de aquel tiempo que tanto se necesita para centrar la atención merecedora en cada uno de ellos-

    Ayer lo leí y me pareció  espléndido, pero volviendo al que ahora tenemos entre las manos, no me negarás que tanto uno como el otro se inscriben en un contexto metafísico-lingüístico.

    Es notorio, Mariano, que vienes expresándote desde tu creencia existencial, al igual que por mi parte vengo expresándome desde mi experiencia circunstancial que he de salvar. Y todo ello por considerarlo desde un punto de vista temático queda plasmado dentro de un horizonte más amplio que según los elementos que introduces el “Tú” configurador del ”Yo“, por ejemplo, le llamo horizonte metafísicamente creacionista de inspiración agustiniana y, por tanto, no me parece justo que excluyas de tu argumentación lo que tiene y mucho de enfoque metafísico.

    Lo malo de la metafísica está en que no se la actualice física y  responsablemente, porque así, al usarla con categorías  que no le son propias, es cuando desbarata por completo todo el andamiaje argumentativo. 

    Y, por último, no es que yo niegue la creación, pero no la tomo como algo ya dado de partida, sino que me ha de venir dada por argumentación fundada y no creyéndola desde la nada. 

    Un placer, Mariano

  • M.Luisa

    Leyendo a los amigos Isidoro y  Mariano, no puedo por menos y muy a pesar mío que mostrarme crítica con ambos. En sus argumentaciones  no logran superar el logicismo conceptualista  o lo que es lo mismo, el racionalismo clásico. La cuestión merecería tiempo, sin embargo, me fijaré solo  en las dos posturas que uno y otro toman con referencia al ser humano. Permitidme para poder pronunciarme que seleccione vuestras propuesta

    Isidoro: El ser humano, antes que relacionarse, lo primero que tiene que ser, es ser lo que es. Y luego, en su proceso de ser, se relacionará con los otros, con el mundo y con su Creador. 

    Mariano; para mí, el punto central es que el ser humano no puede decir “Yo” sin un “Tú” frente a él. Esa relación primordial no es algo opcional ni secundario; es constitutiva del ser. El “Tú” ofrece al “Yo” su fundamento y lo llama a existir, estableciendo una relación de don y respuesta.

    Bien, con respecto a Isidoro, me pregunto ¿no hay una cierta arrogancia en lo que dice? ¿De dónde saca él que lo primero que tiene que ser el ser humano es ser lo que es? ¿Y lo sabe él? A menos  que esté pensando en términos  teleológicos? Pero entonces las relaciones en su proceso de ser según dice, vendrían ya determinadas.

    Con respecto a Mariano, su punto central es que el ser humano no puede decir “Yo” sin un “Tú” frente a él.  Sin embargo, me pregunto si   lo primario constitutivo de la realidad humana es el decir? ¿No estará  radicada esta primicia  en el sentir, precisamente  como posibilitador de aquel decir?

    Esta consideración facilita incluso  responder  a lo que se pregunta Isidoro cuando percibe que ha de haber algo antes de cualquier relación.  Es esta consideración previa la que nos hace ser respectivos con los demás, con los otros, antes de toda relación posterior. Las relaciones podrán  así decirse de ellas que son verdaderas relaciones humanas.   

    Con el punto de vista de Mariano se corre el riesgo de hacer de los otros un yo  (racionalismo)  en cambio, desde este otro punto de vista  el otro no es otro como yo, sino otro que yo…. Bien lo dejaré aquí.

    • mariano alvarez valenzula

      Querida M. Luisa, El pasado 4 de noviembre se publicó un artículo mio bajo el título:” la Palabra”, que no tuvo ningún comentario. No se si lo viste, pero en él contextualizo lo que tú dices no compartir conmigo en este último de ahora.

      Tu contexto, no coincide con el mío y eso es precisamente lo que nos lleva a discrepar. Pero esto no es malo, es simplemente que contemplamos la vida desde ángulos distintos. Sería muy aburrido que todos tuviésemos que opinar lo mismo.

      Tu me hablas desde la razón metafísica y yo me expreso desde mi creencia existencial. Matizo lo de mi creencia, que esa si es es mía y me responsabilizo de ella, en tanto que la metafísica no lo es y no me responsabilizo en ella.

      Hay quien opina que la metafísica es de ociosos, pero yo opino que esta ociosidad es como el recreo del inconsciente de la razón, que  busca trascender el saber en lo ya sabido, para saber más. Es una ociosidad recreativa. Acuérdate de nuestra época del colegio, de cuando aprendíamos a saber, que lo que más nos gustaba era la hora del recreo. Sin metafísica el saber se quedaría sin  recreo, no habría ciencia, pero si existencia.

      Por mi parte, y como siempre, agradezco tu atención y tus puntos de vista.

      Un abrazo.

  • M.Luisa

     No sé, Mariano, qué más podría decir en este artículo que no fuese lo que ya en otro dejé  expresado recientemente en el Post. “Conocimiento espiritual y fe personal” a no ser que ahondase más en ello

    Lo intentaré, aunque soy consciente que requeriría  una argumentación más amplia. En cualquier caso lo que pudiera obviar ahora  de alguna manera estoy segura de que en algún lugar, aunque de pasada, me habré referido

    Lo fundamental, aquello en lo que sin duda   nos diferenciamos, está precisamente en esta  disyunción que haces entre realidad y mente, lo cual es lo mismo que apelar al dualismo, interior –exterior. Si situamos la trascendencia aquí en el mundo,   tu enfoque  sustancialista   solo da para  una capacitación existencial, dejando de lado   la capacidad real de la unidad sustantiva-sistémica y plena  en la que consiste la persona. Y en este sentido, aunque hables de trascendencia a lo que apelas, es a  “lo” trascendente como recurso.  Es decir,  no a la trascendencia de la realidad  persona por sí misma, sino recurrir al Ente, para serlo  más allá de lo ininteligiblemente considerado. Tesitura, con la cual entonces de lo que se estaría  hablando  no sería  de la realidad personal, sino   de la persona en tanto idealizada-

    En esta ocasión, Mariano, has conseguido exprimir al máximo mi pobre mollera! Un abrazo. 

    • oscar varela

      USO – Gracias!

       
      JULIÁN MARÍAS (comentario a)
       
      “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
       
      Esta es la fórmula más apretada de la intuición fundamental de Ortega. Como vemos, enuncia en forma conceptual y rigurosa lo que en “Adán en el Paraíso” había expresado metafóricamente cuatro años antes.
       
      – Pero hay que advertir en este lugar la circunstancia no se ha de entender sólo de un modo geográfico, ni siquiera en general físico, ni aun simplemente orgánico. Basta con tener presente lo que dice más adelante:
      “¡El mundo exterior! Pero ¿es que los mundos insensibles —las tierras profundas— no son también exteriores al sujeto? Sin duda alguna: son exteriores y aun en grado eminente.”
       
      Es decir, lo no sensible, el mundo llamado “interior”, es exterior al sujeto, al segundo “yo” de la expresión comentada; por tanto, forma parte de la circunstancia; sólo puede decirse que forma parte de en el sentido del primer “yo”, aquel que designa mi realidad personal entera.
       
      – Quizá no sea inoportuno recordar un an­tiguo comentario mío de este pasaje orteguiano: “El momento de yoidad del hombre —el segundo yo de la frase orteguiana— no agota al ente humano, como creyó el idealismo. Pero ahora nos interesa más bien el primer yo, el que incluye la circuns­tancia, el que no es puro sujeto del vivir, centro de una circumstantia.
       
      – La circunstancia, en efecto, esté definida por su estar en torno —circum— a un yo: él es quien le da su carácter unitario y circuns­tancial, o sea vital; pero no podemos ahora definir simplemente al yo por la circunstancia, como su punto central.
      – El yo es inseparable de la circunstan­cia, y no tiene sentido aparte de ella; pero, a la inversa, la circunstancia sólo se constituye en torno a un yo, y no a un yo cualquiera, a un mero sujeto de actos y haceres, sino a un yo mismo, capaz de entrar en sí, que es, no diremos algo —es decir, cosa, res—, pero sí alguien, o sea persona.
       
      – Podría­mos decir que yo estoy definido por mi circunstan­cia, pero mi circunstancia no me define; esto es, no soy más que con ella, y decide mi ser, pero no lo agota, no está dado mi ser —si se quiere mi ser futuro— cuando está dada mi circunstancia y un yo abstrac­to, puntual, puro sujeto de ella.
       
      – La circunstancia es mi circunstancia; y este posesivo no indica una simple localización, sino una efectiva posesión. Por ser yo mismo, por tener una mismidad v ser dueño de mí, puedo tener algo mío. La yoidad no agota al hombre, pero tampoco la mera subjetividad —es decir, la función de ser sujeto de lo “objetivo”, no hablo de la inmanencia—; el yo no es mero soporte o sustrato de la circunstancia, no es sólo el que vive con ella, sino quien vive, quien hace su vida con la circunstancia, dando a ese quien su riguroso sen­tido personal.
       
      – El hombre, además de ser un yo y el sujeto de sus actos vitales, soporte de su mundo, es también persona” (Miguel de Unamuno„ 1943, capítulo III, apartado “Existencia y persona”).
      …………………..
      Sobre el sentido radical del yo, y por tanto el ca­rácter último de la vida humana, Ortega no da pre­cisiones en este pasaje, y se ha podido pensar que no aparecen en este nivel de su pensamiento; pero más ¿delante veremos cómo tales precisiones se en­cuentran en este mismo libro. La expresión “si no la salvo a ella (la circunstancia) no me salvo yo” encierra la razón filosófica de que Ortega se ocupe te­máticamente de España, y también la justificación del patriotismo en general.
      ………………………………

      • Isidoro García

        Uso el responder. Gracias.

         

        Yo creo que el personalismo, tal como lo has definido, amigo Mariano, cuando dices que “Mounier concibe a la persona como un ser relacional, comprometido con los otros, con el mundo y con su Creador”, adolece de un gran reduccionismo deformante, sobre la naturaleza de la persona humana.

        Porque el ser humano es eso, pero nos solamente eso. Esa visión es como la del ciego que tantea a un elefante, y si le toca la pata, piensa que es una columna, si le toca la trompa piensa que es una manguera, y si le toca, las orejas, piensa que es un tapete de mesa.  Y si le sigue toqueteando más, el ciego va a pensar que es una locomotora que le está atropellando, porque el elefante le va a pegar un buen susto.

         

        Y así nos va. El ser humano, antes que relacionarse, lo primero que tiene que ser, es ser lo que es. Y luego en su proceso de ser, se relacionará con los otros, con el mundo y con su Creador.

        Y ¿qué es lo que tiene que ser el ser humano?. Pues ni mas ni menos que el resto de componentes del Universo, debe realizar plenamente la naturaleza que el Universo le ha marcado, mediante su correspondiente “alma” natural.

        Un perro es el que “perrea”, y un gato es el “gatea”, y un humano es el que “humanea”. O sea cada uno es lo que su naturaleza le marca, mediante sus respectivos instintos comportamentales de especie.

        El alma de cualquier ser, es el conjunto de leyes, y normas que lo animan, y le hacen ser lo que es = El software, que anima su respectivo hardware.

        Parece una tautología, pero así es. A veces la filosofía se sofistea, y da tantas vueltas, y lo retuerce y complica tanto todo, que acabamos mareados, dándonos con la cabeza en la pared. (Esa es la silicosis profesional constituyente de la mala teología).

        ¿Y qué es lo que le marca hacer su alma al ser humano? Desarrollar su naturaleza, que en su caso le permite alcanzar un conocimiento mas sofisticado, como animal inteligente que es.

        Y está en nuestra naturaleza el que somos seres sociales. Y que nos tenemos que relacionar con el resto de seres que existen en el mundo, humanos y no humanos. En eso consiste la vida.

         

        Dicen los budistas, que el nirvana se puede resumir en: conciencia perfecta, y compasión perfecta. (Son la cara y la cruz de la misma moneda).

        Esa definición refleja muy bien, el tema. El ser humano debe primero ser él mismo, llevando adelante el proceso de su auto realización personal, para luego, relacionarse adecuadamente con su entorno.

        Porque si no tiene una conciencia perfecta, (en el sentido de conocimiento de todo, y no en el sentido moralista), su relación con el Universo y sus componentes, adolecerá de los mismos defectos que su conciencia.

        Aquí se repite de nuevo la falsa polémica de si primero debemos ser personas, o si primero debemos ser buenas personas. Y es falsa, porque ser persona realmente, es ser buena persona, que es lo que nos han marcado para nosotros el Universo.

        Es justo cuando perdemos de vista la prioridad de ser auténticas personas, o sea los bueyes, que tiran del carro, y ponemos el foco solo en el carro de la conducta humana, cuando acabamos confundiendo bondad, con moralidad, que es el sucedáneo barato de la auténtica bondad.

         

        Durante todo el siglo XX, muchos cristianos, conversos a una Modernidad científicamente decimonónica, al abandonar “espíritu” humano, huérfanos de toda guía, le han comprado el pescado maloliente de su materialismo miope, que devalúa la realidad del ser humano, instalando en su zeigeist cristiano, la idea de que el progreso humano vendrá exclusivamente con “lo social”, y las relaciones interhumanas, bajo el disfraz engañoso del “humanismo”.

        Y todo con el disfraz compensatorio de unos cánticos y ditirambos verborreicos, a la naturaleza del ser humano.

        (Tan engañoso es lo poco como lo excesivo, retirar al ser humano, su modesto pero digno puesto en el Universo, como dedicarle alabanzas exagerados y falsas, sobre sus auténticos valores y realidad: cuando te alaban demasiado, es que algo malo traman).

        Una Modernidad, que ya en crisis de agonía final, está reinstaurando el imperio, (últimamente hasta dictatorial, bajo la amenaza de exclusión social por razones ideológicas), de un moralismo social e ideológico, que es el triste sucedáneo de la auténtica bondad.

        El “espíritu” de que disponemos dentro, por evolución emergente del Universo, y nos hace ser humanos, nos marca mediante nuestros instintos de especie, cómo debemos ser humanos, y mediante ellos nos impulsa continuamente, hacia las auténticas Bondad, Verdad, y en general hacia la Belleza, o armonía con el Universo, y sus leyes.

        Y con Dios, no es necesario relacionarnos, ya estamos suficientemente relacionados. Es como decir que el pez debe relacionarse con el agua, o la ola con el océano: En su Universo, vivimos, nos movemos y existimos. Todo lo demás es exagerar.

        Es como decía un personaje de “Shakespeare enamorado”, cuando decía que rezar mas de dos minutos, no era más, que darse importancia.

         

        • mariano alvarez valenzuela

          Querido Isidoro, no es la primera vez que elogio tu sinceridad al exponer lo que crees. Permíteme que ahora, ante esta respuesta tuya, yo también me manifieste abierta y sinceramente en un intento de zanjar nuestras posturas existenciales. Me ha llevado a dedicarle un buen rato de reflexión, pues he querido no dejar muchos flancos al aire. ES un poco largo, pero a tu estilo.

          Permíteme responderte solo a algunos puntos de tu comentario, aunque el cuerpo me pida abordarlos todos y con mayor profundidad, pero creo que como botón de muestra es suficiente para abordar las diferencias que planteas y ofrecer mayor claridad sobre mi visión.
          1. Sobre el ser humano como ser relacional
          Dices que mi planteamiento sobre el personalismo incurre en un reduccionismo deformante. Sin embargo, para mí, el punto central es que el ser humano no puede decir “Yo” sin un “Tú” frente a él. Esa relación primordial no es algo opcional ni secundario; es constitutiva del ser. El “Tú” ofrece al “Yo” su fundamento y lo llama a existir, estableciendo una relación de don y respuesta.

          Tu analogía del ciego y el elefante es útil para mostrar cómo se corre el riesgo de fragmentar la realidad. Pero mi enfoque no pretende reducir al ser humano, sino enfatizar que la relacionalidad no es un añadido posterior al ser; es su condición misma de posibilidad.  Posibilidad que reclama una respuesta. Un ser humano que se “auto-realiza” al margen de esta relación básica se pierde en la abstracción.
          2. Sobre el “ser” antes de “relacionarse”
          Afirmas que el ser humano debe primero “ser lo que es” antes de relacionarse. Pero aquí es donde nuestras posturas divergen radicalmente: desde mi perspectiva, el ser humano no puede “ser lo que es” fuera de la relación. Pues él no se puede dar el ser. El “Yo” es relacional desde su origen, no un ente aislado que luego decide cómo conectarse con los demás o con el mundo. Incluso en su auto-conciencia, el ser humano dialoga consigo mismo, demostrando que la relación es intrínseca, no una etapa posterior. Pero ese diálogo interno es la resonancia de la su relación primordial don Quien que le ofrece ser.
          3. Sobre la naturaleza y los instintos
          Planteas que el ser humano, como los animales, está regido por una “naturaleza” que lo define, una especie de software que anima el hardware. Esta metáfora puede ser útil para describir ciertas dinámicas, pero considero que el ser humano trasciende esa visión mecanicista. El ser humano no está determinado exclusivamente por instintos de especie, sino que tiene la capacidad de responder libremente, de elegir cómo existir, incluso de ir más allá de su propia naturaleza biológica. Aquí reside su singularidad como persona: en su apertura a lo trascendente y a la relación con el Otro.
          4. Sobre el “espíritu” y la Modernidad
          Coincido contigo en que muchas visiones modernas han olvidado o devaluado el “espíritu” humano en favor de un materialismo que reduce al ser a su dimensión social o biológica. Sin embargo, mi planteamiento no busca sustituir al espíritu con lo social, sino destacar que el ser humano, como ser espiritual, se realiza plenamente en su apertura hacia los otros, hacia el mundo y hacia Dios, su creador, y sin olvidar su propia relacion interna, consigo mismo, responsabilizándose de sí ante Quien le ofreció el ser.

          Cuando dices que “con Dios no es necesario relacionarnos porque ya estamos relacionados,” discrepo profundamente. La relación con Dios no es automática ni impuesta; requiere nuestra respuesta libre y consciente. Es en esa relación donde descubrimos nuestra verdadera identidad como “Yo” llamados a participar en el ser del Ser que le da el ser, su Creador.
          5. Sobre el “nirvana” y la auto-realización
          La definición budista que mencionas, “conciencia perfecta y compasión perfecta,” puede parecer afín a mi visión. Pero la auto-realización de la que hablas no puede darse en un vacío relacional. La conciencia perfecta no es posible sin reconocer al Otro que nos llama a existir y nos invita a una compasión que trasciende el mero auto-desarrollo. Mi énfasis está en que el “Yo” se descubre a sí mismo en el acto de dar y recibir, no en un proceso aislado de perfección individual.
          6. Sobre moralidad y bondad
          Coincido contigo en que confundir moralidad con bondad puede ser problemático. Sin embargo, mi planteamiento no busca imponer una moralidad externa, sino destacar que la verdadera bondad surge de la relación auténtica con el Otro y con Dios, no de un mero cumplimiento de normas. Es aquí donde la dimensión trascendente cobra su verdadero sentido: no como un imperativo ético, sino como una respuesta amorosa al don de la existencia y al igual que aquella, también es gratuita
          Conclusión final:
          Isidoro, nuestras diferencias reflejan, las posturas que elegimos tomar en la vida. Desde mi visión, el ser humano no es una isla que se auto-realiza para luego relacionarse; es un ser que existe y cobra sentido en la relación. No es un “abstracto moralista,” sino una persona llamada a responder libremente al Otro que lo constituye.

          Agradezco nuevamente tu reflexión y espero que estas palabras puedan ser un punto de encuentro para seguir dialogando. Aunque si bien, no olvido tus palabra a uno de mis primeros artículos, en los que reconociste que te habías paso y que tomabas nota de lo que te decía, pero dejaste caer una frase que seguro recordarás, y que aquí te la recuerdo yo: “Mariano, ya sabes que la cabra tira al monte”. Isidoro, baja al llano donde están los pastos y allí me encontrarás.

          Un cordial saludo, a la vez que valoro tu búsqueda personal.
          Mariano

          PD.- Sirva esta respuesta a todos los que quieran seguir aportando sus comentarios. Serán bien recibidos, pero intentaré no repetirme al respecto. He de decir que todos mis últimos artículos aparecidos en Atrio como los que están por aparecer y ya remitidos, rondan el tema central del ser persona, eso sí desde distintos ángulos, y fuera de todo fundamentalismo que acabaría privándonos de nuestra libertad.

          • mariano alvarez valenzuela

            No sé, si a esta respuesta que acabo de exponer a Isidoro, se asomará Leandro Sequeiros, ya que la que he realizado para su artículo “ciencias y creencias”, puede resonar con la aquí expuesta, y tal vez quiera tomar él la palabra. Si así es creo que enriqueceríamos el diálogo, aportando más posicionamiento personales. También invito a Jaume Patuel a sumarse, y al igual que cualquier otro que quiera mostra su posicionamiento al respecto.

            Perdón por mi intromisión apelativa.

    • Isidoro García

      Amiga M. Luisa, claro que veo al ser humano, (como todos los demás componentes del Universo), como el resultado de una causa original, que es el Diseñador y Creador del Universo, (y en la hipótesis de una auto-creación, la causa sería el conjunto de leyes internas conformadoras de este Universo).

      Por lo que sea, nos ha tocado un papel, que está muy bien especificado, en las características fisiológicas y psicológicas del ser humano desarrollado, el auto-realizado.

      Esto es como una obra de teatro, tú tienes tu papel, y te tienes que ceñir a la personalidad, el temperamento, carácter, vocación personal, y talento personal, unas características comunes y otras específicas del individuo. Conjunto que denominamos poéticamente el “destino”.

      Y luego entre los embates el destino, el azar, y nuestras cartas recibidas, hacemos lo que podemos.

      Y cuanto antes lo comprendamos así, antes dejaremos de atormentarnos y atormentar a los demás sermoneándonos/les,  por las cosas mas inevitables.

      • Isidoro García

        Y abundando en lo que decía arriba, me viene a la mente la parábola del sembrador que arroja los granos de semilla al campo. En ella se dice que unos granos caen en tierra fértil y crecen perfectamente, y otros caen en tierra pedregosa, y muchos se pierden y no producen nada.

        Es una parábola evangélica que la Iglesia ha interpretado de una forma moralistamente in-justa. Porque es evidente, que esa interpretación moralista de que los granos de trigo son culpables de no crecer adecuadamente, y los que crecen bien, son meritorios de ello, es absurda. ¿Qué mérito o culpa tienen los granos de trigo de la buena o mala puntería del sembrador?

        Ni unos ni otros, son responsables de su destino, pero esa es una interpretación eclesial interesada para justificar su doctrina ideológica, y podernos proporcionarnos sus instrumentos de salvación.

        Porque si se reconociera la verdadera realidad, a lo mejor en vez de acudir a la Iglesia, la gente acudiría a un buen psicólogo o psiquiatra, sabios.

        (Ya se que esto proviene en realidad de la interpretación paulina de la ejecución de Jesús, que en vez de ser un Mesías triunfante, se quedó en un Mesías frustrado, contagiando una enorme frustración y desconcierto en sus seguidores).

        Pero el tema es cargar al ser humano, no solo con sus fallos reales, sino incluso con los que fundamentalmente no dependen de él. ¡Qué triste papel contra la Humanidad!

  • Javiierpelaez

    Saludos Mariano.

  • Javiierpelaez

    De dónde sacas que el saber se mide en leyes,si hasta en la mecánica cuántica está el ppio de incertidumbre de Heisenberg,sin ser yo un especialista en la mecánica cuántica que lo he mirado en la wikipedia. La fe ,aún la del que cree en el hombre nuevo del socialismo,es “ya,pero todavía no”. Cómo le dijo un musulmán en TV una vez a un izquierdista utópico,más o menos: Ud cree que todo eso se va a realizar en este mundo,yo quiero que en este mundo y más allá,le importa mucho?. Esto se lo oía a un musulmán en TV hace mucho. La estructura de la confianza humana es muy similar tanto en un socialista que en una persona creyente(determinados socialistas y determinados creyentes; entendiendo x socialista el que aspira a superar de alguna manera el desorden del sistema capitalista,entendiendo por creyente el ,que compartiendo ese objetivo,se da cuenta de que o bien largo me lo fiáis o que la historia.es la historia de las víctimas,tb de determinadas formas de socialismo,simplificando xq es difícil saber lo que es un socialista y lo que es un buen creyente,aunque yo he conocido buenos creyentes y buenos socialistas ateos o no religiosos,siempre modelos para mí que no les llego ni a la suela de los zapatos).

    El homo sapiens no puede renunciar x su cerebro a la proyección hacía el pasado y hacia el futuro(yo me fío de los paleonurobiólogos que se lo he leído este verano a uno del Museo de Ciencias Naturales). De aquí le viene su tristeza(al decir de este paleoneurobiólogo)y tb su grandeza. 

    • mariano alvarez valenzuela

      Estimado Javiierpelaez,
      Gracias por tu aportación. Permíteme matizar tus afirmaciones.

      Sobre el saber y las leyes: No afirmo que el saber “se mida” únicamente en leyes. Las leyes en ciencia —aun con incertidumbres cuánticas como la de Heisenberg— son modelos aproximativos y estructurales. Incluso la incertidumbre confirma un orden inherente, no lo niega. Dicho orden, en sí, ya es una ley.
      La fe como “ya, pero todavía no”: Concuerdo en parte con la dinámica entre el presente y el futuro en las esperanzas humanas, tanto en socialistas, capitalistas, creyentes, no creyentes, etc. Sin embargo, el artículo no pretende reducir la fe a un simple horizonte secular; su perspectiva trasciende la historia, en cada una de las personas de la historia, con independencia del tiempo de sus singulares existencias, integrando la dimensión de lo “totalmente Otro” en su particular y singular presente.
      Confianza humana y proyección temporal: Dices: “Es cierto que el cerebro humano nos proyecta hacia el pasado y el futuro, lo que genera tanto grandeza como melancolía”, dicha así tan tajantemente no la comparto, pero la asumo para poder contestarte a lo que a continuación dices. Sin embargo, reducir la fe a mera proyección neurobiológica desconoce su raíz más profunda: la apertura libre y consciente a un principio creador que fundamenta el ser. En el que dicho principio es un Tú personal. De ahí nos viene el ser personas.

      Te invito a releer el artículo en su contexto original. Lo que se plantea es una visión del “Yo” no limitada por contingencias temporales, sino abierta a la trascendencia ya citada como principio de realidad del “ser” persona.

      En definitiva, entre mi texto y el tuyo observo que: si todo texto tiene su contexto, su pretexto y su supertexto, no podrá existir jamás ley alguna que lo determine. En especial al referirnos a la persona.

      Un cordial saludo.

  • Jaume PATUEL PUIG

    Aporto la frase entera de Ortega y Gasset:”Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.Una muy buena dinámica. Y si el ego intuye y siente que la fe es LUZ, siente y percibe de forma diferente la circunstancia desde el silencio.

    Agradecido al artículo.

    • mariano alvarez valenzuela

      Jaume,  muy oportuna la aportación completa de la citada frase. Permíteme que comparta contigo una ampliación a la misma, desde una perspectiva para mí mas profunda, y que seguro compartirás. Se trata de un pequeño matiz.

      La frase de Ortega y Gasset Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo” , que procede de su obra, Meditaciones del Quijote” . Desde su perspectiva filosófica, el “yo” no puede entenderse aisladamente, sino en relación con el entorno (circunstancia), es decir, la realidad concreta en la que vive y actúa. Para Ortega, salvar la circunstancia implica transformarla conscientemente, asumiendo una responsabilidad personal e histórica. Esta idea subraya el protagonismo del individuo como proyecto en continuo devenir.

      Desde el pensamiento personalista de Emmanuel Mounier, me encuentro con un plus existencialista, que me aporta algo más de profundidad, pues habiendo una resonancia profunda con Ortega, existe un matiz trascendente. Mounier concibe a la persona como un ser relacional, comprometido con los otros, con el mundo y con su Creador. Mientras, Ortega insiste en el contexto existencial, Mounier lo integra en un horizonte ético, comunitario y trascendente.  “Salvar la circunstancia” en clave personalista implica una apertura al otro, y al Tú primordial. Él, su creador, es su circunstancia primordial, como fundamento de la realización plena del ser humano y refiriéndose a éste como realidad  relativa al Ser Absoluto. Por lo tanto Él, su circunstancia primordial,  es intrínseca a su propio ser,  pero operando en su existencia relacional y contingente con los demás y con el mundo, desde esa circunstancia primordial.

      Cuestión de matices, que son los que suelen marcar las verdaderas diferencias, al navegar por las profundidades de las esencias.

      Jaume, gracias como siempre, por prestar atención a mis reflexiones, que me hacen reflexionar más profundamente.