Ya sabéis todos que en esta escalada final de mi vida me acompañan como Compañeros de escalada la pareja de matemáticos y místicos franceses Marcel Légaut y Alexandre Grothendieck, a quienes leo con especial fruición últimamente, sin olvidar a otros muchos. Intento hoy exponer lo que voy descubriendo del camino de cada uno, tan diferente y tan convergente, por el que llegan a la misma fe firme en la presencia de Él, realísima aunque indefinible, que dió sentido a sus vidas.
Grothendieck, que parte de un largo periodo de trabajo matemático, llega a ese atrio común de reflexión personal, habiendo tocado los límites del conocimiento lógico, que, sin embargo, era incapaz de responder a sus preguntas más profundas: ¿quién soy yo y quién es el soñador que me impulsa sin cesar a llegar a la fuente última de conocimiento de mí y de las cosas? Va descubriendo que él es un niño necesitado demrecibir el alimento continuamente de su Madre. Es un un sueño que cuenta, ocurrido en 1974 (a los 46 años) y que le orientó el resto de su vida. Aunque hasta el otoño de 1987,catorce años después, no tuvo la certeza de el soñador que le guiaba con oportunas intuiciones, drmido o despierto, no era otro que el Buen Dios. Este trascendental descubrimiento que se le impuso como fruta madura, diecisiete años después de tomar una decisión trscendental: dejar su carrera profesional de matemático en 1970, a los 42 años, para dedicarse al activismo social y a la meditación después.
Cuando AG descubre esta realidad de la presencia en su atormentada psique de ese Tú cercano y dialogante que sustituía al Ser lejano que él mismo, desde los 11 años, 1939, postulaba como origen de todo universo que nada tenía que ver con su pequeña y efímera vida. Desde entonces se declaraba deísta, pero sus convicciones íntimas las consideraba fundadas solo en la ideología anarquista de la gran Revolución. Cuando Grothendieck acepta esta presencia de Él en su alma ya ha acabado su libro Cosechas y Siembras, dedicado a dar cuenta de su trabajo matemático (1984-1987). Y está a punto de empezar el libro La llave de los sueños, sobre sus posteriores reflexiones espirituales.
En esta obra, que es la primera que he leído y releído hasta ahora, AG parte de la triple vía de conocimiento que tenemos los seres humanos:
- El conocimiento sensitivo a través de nuestro contacto corporal con las cosas.
- El conocimiento intelectual o mental, fruto de nuestra propia elaboración o heredada de otros por trasmisión cultural.
- El conocimiento espiritual es esa capacidad de percepción directa de sí mismo, de lo que le rodea y del Todo que trasciende las posibilidades percepción sensitiva y de comprensión intelectual.
El conocimiento sensitivo es compartido y con frecuencia superado por animales y vegetales en diferentes escalas. Con frecuencia los animales tienen capacidad perceptiva muy superior a los humanos, como la vista de las águilas, el olfato de los perros, el radar de los murciélagos o la orientación estelar o geomagnética de aves o peces emigrantes. Claro que nuestra especie puede superar a todos por la multiplicación de instrumentos y sensores. que aportan infinidad de datos sobre lo que nos rodea en lo macro y en lo micro.
De todo ello, que es conocido experimentalmente por el hombre se puede pasar al segundo tipo de conocimiento, el intelectual, para crear modelos y teorías sobre como funcionan las cosas y el mismo cuerpo. Esos modelos y teorías son los que permiten a la humanidad crear transformaciones en materia y energía que permitan hacer a partir de la naturaleza progresos más propicios a la especie humana o más destructores de vida o del planeta tierra. La acumulación de la experiencia se va comunicando de una generación a otra por medio del lenguaje y escritura, es decir, por la cultura y la civilización que el hombre crea a la vez que son creados por ella y sus predecesores.
Desde siempre, de forma espontánea o por trasmisión de tradiciones, el ser humano ha conocido la dimensión trascendente a los dos conocimientos anteriores, que es el conocimiento espiritual. Pero, al intentar compartirlo con los demás ha necesitado expresar lo conocido en su experiencia personal utilizando imágenes y lenguaje heredados de los otros dos conocimientos. Y así se han ido creando religiones:mitos, relatos, ritos, organizaciones con autoridades sagradas (jerarquías). Y ese tipo de conocimiento ha servido como instrumentos de poder o de legitimación de otros poderes. Y también factores de exclusiones, dominación y guerras. Por eso, a partir de la ilustración se propuso un nuevo axioma que parecía liberador para la humanidad pero que se está convirtiendo en una gran mutilación: Delenda est religio. El homo sapiens ha sido el creador del concepto de Dios y debe prescindir de él y de toda actitud adoradora de camello si quiere ser libre y decidir su futuro.
Parece que estoy exponiendo perogrulladas que todos conocen. Sin embargo, ahí está el diagnóstico más profundo sobre a dónde va la humanidad hoy. Nunca ha habido tanta información, tantas posibilidades de crear nuevos instrumentos y modelos para sacar provecho de la información acumulada. Y, sin embargo, nunca ha estado más al borde del precipicio aniquilador, del basurero al que podemos ir todos. Y lo del genocidio del pueblo palestino, el peligr de una guerra nuclear o la desvastación de l’Horta Sud de Valencia no son sino primeros aperitivos, no miedos imaginados en pesadillas apocalípticas. Existen la ciencia, con los medios técnicos que ella inspira a crear. Podrán algunos humanos recrear vida en otros planetas que llegarán a colonizar cuando este llegue a ser inhabitable por las guerras o el desastre ecológico. ¿El triunfo del homo sapiens en el conquistado puesto de mando de mando de la creación?
Y ahí viene el necesario conocimiento espiritual al que el insigne matemático francés –no el primero, pero sí de forma más coherente– dedicó los últimos cuarenta años de su vida. Con ese trabajo ímprobo, a la vez de reflexión y de humildad psicoanalítica, quitando capas egóticas de su yo, intenta expresar con exactatitud el conjunto armónico del conocimiento conjunto al que ha ido llegando a lo largo de sus meditaciones: el sensitivo, el racional y el lógico que se acompañan y necesitan siempre.
En mí, al menos, está generando nuevas visiones y nuevas energías para seguir hacia arriba en el itinerario vital de mi existencia, que se prolonga más de lo que pensaba. Y me ha hecho releer con más profundidad al que desde hace cincuenta años sigo como maestro espiritual y hermano major: Marcel Légaut. Grothendieck lo leyó por primera vez en junio de 1987, cuando llevaba seis meses escribiendo su último libro. Apreció tanto El Hombre en busca de su humanidad y Pasado y Porvenir del Cristianismo, que cita a Légaut 294 veces. Su lectura le obligó a establecer un nuevo plan del libro y llegó a escribir que Légaut, junto a Darwin y Freud, habían sido los tres mutantes que más habían influido en el conocimiento completo que el hombre de hoy debe tener de si mismo. Si es capaz de trabajar su fe auténtica, purificándola con total libertad y humildad de creencias, dogmas, dogmas y ritos impuestos, no solo por las religiones organizadas sino por todos los rebaños dominantes, incluso los ideológicos y presuntamente científicos.
¿Cuál es la ruta que llevó a Marcel Légaut a esa búsqueda de sí mismo y de Dios? Lo dejo para próxima columna. En resumen, profundizar en experiencias vitales (el amor conyugal, la paternidad, la propia muerte segura…) para encontrar en ellas la pobreza de ser y la capacidad de devenir. que le inviten a creer en sí mismo y después en los otros y en Dios.
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