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Sobre el evangelio de Lucas, 7

 Esperanza y Vida III

 7. SEGUNDO ESCENARIO

Lucas continúa con su tarea de explicar los orígenes de la Salvación y la correspondencia entre las dos figuras que intervendrán con distinto protagonismo en ese Proyecto Liberador: el Bautista y Jesús. Ambos tienen un punto en común: evidencian estar respaldados por la fuerza de Dios. Hay relación entre esos dos personajes y sus cometidos, pero también notables diferencias. Los vínculos entre ellos y sus desigualdades responden a un único Plan. El evangelista lo expone mediante relatos ilustrativos con los que manifiesta el empuje de esa energía divina desplegándose antes incluso de sus nacimientos. Tras la narración de la experiencia del padre de Juan, Zacarías, Lucas describe ahora la de María. Así se lee el texto:

“Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:

      • Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.

Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél. El ángel le dijo:

      • No temas María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús. Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

María dijo al ángel:

      • ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?

El ángel le contestó:

      • El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer lo llamarán ‘Consagrado’, ‘Hijo de Dios’. Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible.

Respondió María:

      • Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho.

Y el ángel la dejó” (Lc 1,26-38).

 

7.1. El femenino personaje protagónico: María, una muchachita

Una mujer, Isabel, jugó en el relato anterior un papel secundario, subordinado al de su marido Zacarías. El protagonismo recae por entero ahora en un personaje femenino; se trata en este caso de una jovencita. El contraste resulta evidente con solo una simple lectura.

Las mujeres eran compradas siendo aún niñas, antes de cumplir los doce años y medio. El derecho de propiedad sobre ellas pasaba entonces de los padres a los maridos. La vida de una mujer estaba siempre sometida a la voluntad de un hombre. Su función principal consistía en ser madre y dar descendencia al marido. Su valor dependía del número de hijos varones tenidos con su esposo, pero no de hijas. La muchacha del relato estaba aún en ese tránsito de dependencia. Aunque pertenecía a su comprador, José, vivía aún bajo la tutela paterna en el domicilio familiar.

Si Isabel, pasada de fechas, ha intervenido representando al Israel frustrado e incapacitado para dar el fruto esperado de él, la niña personifica al pequeño resto del pueblo pobre y esperanzado aún sin contaminar por el adoctrinamiento y leyes religiosas de la institución. De Isabel se declaraba su pertenencia al linaje de Aarón; de María nada se habla de su ascendencia. Isabel era cumplidora estricta de la Ley; de María nada se dice respecto a su obediencia a la Sagrada Norma.

 

7.2. Un escenario nada sagrado, sino profano: una casa

El texto de Lucas registra un movimiento de la figura celestial portadora del mensaje antes de intervenir: “Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo…”. En el relato anterior, el mensajero se aparece en el lugar más sagrado del Templo, tenido como residencia de Dios; en este, el participio εἰσελθὼν del verbo griego εἰσέρχομαι (‘entrar’, ‘entrar en casa’) indica que el enviado viene desde fuera y penetra en el interior de una sencilla vivienda, justo en la proximidad del espacio ocupado por la joven (“adonde estaba ella”). Un lugar profano, una simple casa, ha pasado a ser el Templo donde se anunciará la Salvación.

La muchacha es la figura principal de la escena. Ella habita en un lugar alejado de los emplazamientos religiosos dominados por la institución. El relato prescinde de precisar los detalles que certificarían la realidad de los hechos narrados. El evangelista rehúsa hacer una crónica. Apuesta, sin embargo, por un escrito pedagógico cuya ingenuidad da relieve a su enseñanza. El texto omite datos de importancia. Lucas elude hablar de los padres de la niña; nada dice de la forma de entrar del mensajero, ni de cómo pudo llegar hasta la niña sin que los padres percibieran su presencia en el interior de una casa, ordinariamente de una sola habitación; evita aportar información respecto al lugar donde se hallaban ellos y cómo no oyeron la conversación. El evangelista se inhibe esquivando dar razón de por qué el mensajero entra a hablar con la niña sin pedir permiso a los padres y de cómo se le ocurrió violar el domicilio familiar sin contar con la debida autorización paterna; también silencia una explicación sobre su quebrantamiento de la ley divina que protegía la propiedad sobre esa chica y por qué su falta de escrúpulos para entrar a hacer una propuesta tan trascendental a una menor… La intención del evangelista marchaba por diferente ruta. Olvidando circunstancias, estuvo centrada en el mensaje y la respuesta ante él: “…el ángel le dijo:”.

 

7.3. La conversación comienza sin presentaciones

El mensajero da el primer paso interviniendo con un saludo especial (Alégrate”) que rompe el pesimismo. La alegría muestra el comienzo del tiempo de la Liberación. Para la mujer y el pueblo, forzados a toda una existencia sumida en la amargura de la sumisión, se inaugura la época del disfrute; la tristeza ha quedado arrinconada. En el caso de Zacarías no hubo saludo. El mensaje respondía al ruego reiterado del sacerdote por la llegada de la Salvación. En este caso, se induce a la alegría porque la Salvación está ya iniciándose. Ese saludo: “alégrate” se usa en el AT con un claro sentido mesiánico recogido en el NT:

“ALÉGRATE ciudad de Sión; aclama Jerusalén;
mira a tu rey que está llegando;
justo, victorioso, humilde,
cabalgando un asno, una cría de borrica”
(Zac 9.9).

Tras invitarla a alegrarse, el mensajero la llama: “favorecida”. El participio κεχαριτωμένη de la voz pasiva del verbo χαριτόω (‘agraciar’, ‘favorecer’, ‘bendecir’) señala su condición de afortunada. Ser agraciada no es resultado de haber cumplido a rajatabla los mandamientos divinos, solo depende del amor generoso e incondicional de Dios al ser humano, hecho visible por quienes han renunciado a comprometerse con el orden injusto y han dado adhesión a su Proyecto. Solo una vez más hallamos este verbo en el NT. Pablo lo usó en la carta a los Efesios hablando de esa gloriosa esplendidez generadora de Vida:

“…destinándonos ya entonces a ser adoptados por hijos suyos por medio de Jesús Mesías -conforme a su querer y su designio-, a ser un himno a su gloriosa generosidad.

LA DERRAMÓ (generosidad derramada) sobre nosotros por medio de su Hijo querido” (Ef 1,5-6).

El saludo del mensajero termina garantizando a la muchacha que cuenta con el inamovible respaldo divino: “…el Señor está contigo”. Esta expresión final del saludo anticipa a María que se le va a proponer llevar a cabo una misión con éxito asegurado. La fórmula se solía utilizar en el AT asociada a una tarea liberadora: la de Moisés: “Respondió Dios (a Moisés): Yo estaré contigo” (Ex 3,12); la de Gedeón: “El ángel del Señor se le apareció y le dijo (a Gedeón): El Señor está contigo, valiente” (Jue 6,12).

 

7.4. Al igual que le ocurrió a Zacarías, la muchacha se inquietó,

pero a diferencia del sacerdote, su inquietud no fue causada por la presencia del mensajero, sino por el extraordinario significado de su saludo: Ella se turbó al oír estas palabras…”. El texto deja entrever que María no entendió esa entrada del mensajero como mera cortesía. Tras dicho preámbulo su pensamiento se remueve lleno de interrogantes en espera de un comunicado posterior de amplio horizonte y responsabilidad aún por explicar: preguntándose qué saludo era aquél”.

 

7.5. El mensajero prosigue dirigiendo el mensaje a la muchacha

Comienza con idénticas palabras con las que inició su recado a Zacarías: No temas (μὴ φοβοῦ), María”. Pero hay una evidente oposición entre ambos casos. El mensajero trataba de tranquilizar al sacerdote, espantado ante su presencia (“…y le invadió el temor”; Lc 1,12). María no demuestra tener miedo, escucha el saludo, atisba su sentido altamente liberador y aguarda una explicación; el mensajero la ofrece declarando de antemano el nulo sentido del miedo cuando la ruta a seguir esta soberanamente avalada. María contará con todas las garantías para cumplir su cometido. El fracaso está excluido: “…que Dios te ha concedido su favor”.

 

7.6. El Mensajero aporta a la muchacha, mocita aún y bajo la tutela paterna, la gran noticia

Será ella, sin ni siquiera imaginarlo, la que conciba y alumbre un hijo: Mira, vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo”. Lucas, por boca del mensajero, declara cumplirse en María la promesa difundida por Isaías. El texto del profeta (según la versión de los LXX) usa el mismo término griego empleado por Lucas al referirse a María (Lc 1,27):  παρθένος (‘soltera’, ‘doncella’, ‘’virgen’, ‘joven’). Dicho texto está recogido en el evangelio de Mateo (Mt 1,23):

 “Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señalMirad:
la joven
(ἡ παρθένος) está encinta y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros”
(Is 7,14).

 

7.7. El mensajero indica cuál será el nombre de ese hijo

La tradición se rompe de nuevo por razón de ese nombre. Respecto a Juan, es Zacarías a quien corresponde consignar su nombre. José, el muchacho desposado con María a través de su compra, queda, en cambio, marginado en esta acción reglamentaria. La imposición de dicho nombre corresponde, como se dice también en el texto de Isaías, en exclusiva y sorprendentemente a la madre: “…y le pondrás de nombre Jesús”. Tal denominación explica con claridad cuál será su cometido liberador (‘Jesús’ = ‘Yahvé salva’).

 

7.8. En consonancia con el nombre, el mensajero resalta la relevancia de ese hijo

Su condición sobresale de lo ordinario. Como en el caso del hijo de Zacarías e Isabel, se alude a su grandeza: “Este será grande”, pero mientras que de Juan se especifica: “…va a ser grande a los ojos del Señor” (Lc 1,15), de Jesús se habla en forma absoluta. El relieve de Juan será considerado más tarde por Jesús. Según escribe Lucas (7,28), hay que valorar a Juan encuadrándolo en su tiempo. Jesús separa dos épocas. Juan sobrepasa a cualquiera de la era de ‘los nacidos de mujer’, pero no puede compararse a los adheridos a su Proyecto, es decir, la nueva etapa de los nacidos de Dios: “Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es más grande que Juan y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él”. El evangelista corrobora este sentido aportando un argumento definitivo sobre la grandeza de Jesús. Este será reconocido por su parecido (‘hijo’) a quien rebasa en grandeza a todos los dioses: “…lo llamarán Hijo del Altísimo”.

 

7.9. El mensajero volverá a hacer trizas la tradición

Contar con tal grandeza, siendo reconocido como “Hijo del Altísimo”, le confirma como máximo candidato a ocupar como rey el trono prometido a David (II Sam 7,16). Pero no lo obtendrá como herencia, él no pertenece como José al linaje davídico; lo recibirá en concepto de donación: “…y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado”. La promesa se cumplirá, pero lejos de los criterios tradicionales. Jesús no se parecerá en nada al criminal David ni será un eslabón de la trayectoria seguida por su descendencia. Ese nuevo reinado, sin conexión con el sistema injusto, marcará la época definitiva: “reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin”. “La casa de Jacob” alude a la reunificación de todas las familias humanas en una sociedad alternativa. El profeta Daniel concibió ese período rotundo y sin final como la fase distinguida por EL TRIUNFO ABSOLUTO DEL SER HUMANO:

“Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo UNA FIGURA HUMANA, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Dan 7,13-14).

 

7.10. El contraste persiste entre esta escena y la correspondiente a Zacarías

Este, el sacerdote, en su continuo hablar con Dios, recela de la llegada del momento decisivo de la liberación y pide una señal avalando el extraordinario mensaje (“¿Qué garantía me das DE ESO?”. Lc 1,18). La muchacha, María, sin embargo, muestra su receptividad al mensaje. Aunque manifiesta su extrañeza al no comprender cómo un Proyecto tan grandioso y decisivo de Salvación puede ser generado desde su condición de sometida de por vida al hombre que la ha comprado: “¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?”. Su pregunta busca saber cómo se combina el modo de realizarse ese anuncio del mensajero con su situación actual de mocita.

 

7.11. La nueva intervención del mensajero dará respuesta a las dudas de la joven (“El ángel le contestó”)

La vida de ese hijo no procederá de hombre alguno. Será la Energía Vital de Dios quien, como en Gén 2,7 (https://www.atrio.org/2024/10/historia-e-inspiracion/), infundirá Vida al nuevo ser humano: “El Espíritu Santo bajará sobre ti”. Las diferencias con el relato del anuncio a Zacarías prosiguen. En el caso de Juan, esa energía vital de Dios (‘Espíritu Santo’) incide una vez concebido el hijo; en el de Jesús, interviene como generadora de Vida. Dios no abandonará a María. Para señalar su continua e invisible presencia en María, Lucas hablará de su sombra: y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esta imagen rememora la figura de la nube que en el AT representaba la presencia activa de Dios en el santuario guiando al pueblo: “Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario” (Ex 40,34). La muchacha es el nuevo Santuario. El culto a Dios no se hace en templos, sino pareciéndose a Él: “…pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad” (Jn 4,23). La Vida procedente de Dios hace parecerse a Él. De ahí que a Jesús se le reconozca su no pertenencia al orden injusto (‘Consagrado’) y su condición de Hijo: “…por eso, al que va a nacerlo llamarán <<Consagrado>>, <<Hijo de Dios>>”.

 

7.12. El contraste entre este relato y el del anuncio a Zacarías se mantiene hasta su final

Sin haber exigido avales asegurando el feliz desenlace de lo anunciado, como hizo Zacarías, el mensajero dará una prueba concluyente a María respecto a que se alcanzará lo que parece utópico: “Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible”. Lucas insiste en las dos notas que impiden el desarrollo del Proyecto humano: ‘Vejez’ y ‘esterilidad’ para subrayar que la Vida que emana de Dios tiene capacidad sobrada para traspasar todos los muros.

 

7.13. Pero el Proyecto de Dios no se impone

La Vida originada por su vigorosa e incomparable energía requiere para ser fecunda el consentimiento humano. La muchacha no tardará en reaccionar reconociéndose como la servidora de su Señor: “Respondió María: Aquí está la sierva del Señor”. Su disposición a comprometerse por el Proyecto está fuera de dudas. Al contrario que Zacarías, que quedó mudo al mostrar su sordera al mensaje de inminente Salvación, María declaró, sin poner pega alguna, su firme adhesión a lo anunciado por el mensajero: “cúmplase en mi lo que has dicho”.

El texto termina con la salida de escena del mensajero una vez cumplida su tarea y habiendo recibido el sí incondicional de la jovencita de Nazaret: “Y el ángel la dejó”.

 

7.14. Las grandes diferencias entre el relato del anuncio a Zacarías y este

alcanzan al carácter emblemático de sus protagonistas. El sacerdote Zacarías representa a la antigua institución religiosa, enfrascada en el culto y el rezo reiterativo reclamando la intervención salvadora de Dios, pero recelosa ante la llegada de ese momento decisivo. Isabel es figura del pueblo-esposa destacado por su incapacidad de dar el fruto que se esperaba de él. María, en cambio, una muchacha aún sin contaminar por el anciano orden tradicional, sin linaje reconocido y haciendo su vida en el anonimato de una insignificante y olvidada aldea, representa a un humilde resto humano, alejado del Israel oficial, pero fiel y confiado en el cumplimiento de las promesas de Salvación. Ese resto no espera que el tiempo definitivo salga de los hombres que manejan la institución religiosa y dirigen al pueblo. Han demostrado históricamente su ineficacia. Ese resto leal sí está dispuesto a convertirse en el Servidor que Israel siempre rechazó ser. Su servicio será imprescindible para poner en marcha la Salvación definitiva y que esta dé el fruto que se espera de ella: LA VIDA.

 

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