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Sobre el evangelio de Lucas, 5

Esperanza y vida I

1. Ninguno de los cuatro autores de los evangelios elaboró su texto imaginando que con el tiempo llegaría a ser considerado un libro sagrado.

Tampoco sus autores pretendieron fijar una crónica alineando con precisión temporal una sucesión de acontecimientos.

1.2. Menos aún, construir un surtido de dichos y sentencias,

útiles para ser usadas con finalidad doctrinal

1.3. o simplemente para ser sumados a algún florilegio de ideas y abstracciones.

El cometido de estas personas innovadoras estuvo dirigido a la instrucción de unas comunidades comprometidas en convertirse en células sociales del Proyecto puesto en marcha por el Galileo. Ellas fueron el inicio de una sociedad alternativa, el Reinado de Dios, que respondió punto por punto a lo anunciado por la Buena Noticia o Evangelio.

1.4. Estos textos no se escribieron, pues, con intención de que fueran leídos en la intimidad de cada casa.

1.5. No buscaban la edificación espiritual personal ni alimentar un credo religioso.

 

2. EL LECTOR

2.1. De la mano de los evangelistas salía un solo ejemplar que iba a parar a otras manos:

las del Lector, alguien, hombre o mujer, conocedor a fondo del formato literario de estos escritos y de su contenido pedagógico. Esta figura había sido especialmente preparada para el desempeño de una tarea didáctica, dirigida a un colectivo de individuos interesados en la alternativa social y la praxis que los evangelios planteaban. El Lector era, por tanto, alguien de absoluta confianza en quien se depositaba el valor de un único manuscrito a sabiendas de que quedaba en buenas manos. Por esta vía, el autor confiaba plenamente en que su mensaje llegaría sin adulteraciones a unas comunidades atentas a sus explicaciones. Lucas comenzó los dos tomos de su obra haciendo aparecer esta irreemplazable figura del Lector. El prólogo de la primera de ellas dice así: “…ponértelo por escrito, excelentísimo Teófilo, para que compruebes la solidez de las enseñanzas con que has sido instruido” (Lc 1, 3b-4) (https://www.atrio.org/2011/11/excelentisimo-teofilo/).

2.2. El Lector no lee el texto buscando en los oyentes su memorización

Prescinde de dar explicaciones al pie de la letra. Conoce bien los detalles usados por el evangelista en su pedagogía. Se trata de una pedagogía social. El Lector no perseguirá convencer de la necesidad de asumir individualmente unas creencias para poder obtener una vida en el más allá. Sabe de sobras que la plenitud de la vida se alcanza aquí y ahora mediante la adhesión leal al Proyecto del Galileo. En la época de Lucas, a finales del siglo primero, la Vida de muchas comunidades saltaba ya a la vista. El evangelista tratará en su obra de dar explicación de la procedencia de esa Vida, presentada por Jesús como alternativa a la estafa extendida por la ideología del orden injusto. Además de liberar de una existencia que decepciona, fatiga y lo único que aviva es el desfallecimiento, el texto de Lucas presentará una Vida que supera a la misma muerte.

 

3. El evangelio de Lucas coincide con los otros tres en enlazar la aparición del Galileo anunciando el arranque del reinado de Dios tras una actividad del Bautista que invitaba a estar preparados.

Juan y Jesús intervienen respectivamente como cierre y apertura de dos tiempos marcados por una gran línea que, según los autores de los evangelios, divide la historia. Así lo expresó Jesús según se lee en el texto de Lucas: “La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios” (Lc 16,16a). Juan representa el culmen del AT; él es su máximo exponente: “Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es más grande que Juan…” (Lc 7, 28a), aunque él no podrá compararse a ninguno de los adheridos a la propuesta de Jesús, los genuinos representantes de la nueva época: “…y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él” (Lc 7, 28b). El tiempo del Bautista se distinguió por ser una era de promesas y esperanza; el del Galileo representó la etapa definitiva que dio lugar a la plena satisfacción y la Vida.

 

4. EL CUADRO COMPARATIVO

El tercer evangelista entrará a exponer una comparativa relacionando coincidencias y diferencias entre Juan y Jesús. Realiza esta tarea con fines didácticos elaborando unos relatos sobre sus nacimientos al estilo de los antiguos escritos sobre los héroes del AT. No olvidó incluir en ellos himnos explicativos del sentido de las dos épocas representadas por las actuaciones y la vida del Bautista y del Galileo. Así comienza la presentación del entorno y los intervinientes en los relatos:

4.1. EN EL CASO DEL BAUTISTA

“Hubo en tiempos de Herodes, rey del país judío, cierto sacerdote de nombre Zacarías, de la sección de Abías; tenía por mujer a una descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, eran ya los dos de edad avanzada.

Mientras presentaba su servicio sacerdotal ante Dios en el turno de su sección, le tocó entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso, según la costumbre del sacerdocio; toda la muchedumbre del pueblo estaba fuera orando durante el rito del incienso. Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso” (Lc 1, 5-11).

 

4.1.1. Lucas comienza enmarcando políticamente los hechos en un tiempo y un espacio.

La sociedad judía está gobernada por un rey, Herodes, casi a finales ya de su reinado. Este rey, criminal hasta el fin de sus días, murió hacia el año 4 antes de nuestra era. Su figura es la de un rey vasallo, llegado al trono por disposición y al antojo del imperio dominante de turno. Aunque actúa bajo las reglas establecidas para una nación ocupada, cuenta con poder suficiente para que sus crímenes gocen de entera impunidad. Logró, con ello, que el miedo se expandiera por todo el territorio.

4.1.2. El primer personaje en aparecer en escena tiene igual nombre que el de uno de los profetas: Zacarías (‘Yahvé recuerda’).

Pero ni él es profeta ni persona de renombre. Es uno más de los pertenecientes al nutrido colectivo de sacerdotes de rango ordinario. El término que define su condición se escribe sin artículo (…ἱερωύς; lit.: ‘un sacerdote’) y previo al nombre (…ἱερωύς τις ὀνόματι Ζαχαρίας; “cierto sacerdote de nombre Zacarías”), acentuando así la clase (“cierto sacerdote”) de la que depende el personaje. Estaba integrado en una de las 24 ramas familiares que cubrían por turnos el servicio ritual del Templo (“de la sección de Abías”). El grupo de Abías ocupaba el octavo lugar. Desde el Exilio en Babilonia, donde el pueblo judío se vio desprovisto de instituciones, el sacerdocio cobró auge como organismo identificativo de un colectivo expatriado y de la religión que compartían. Pero Zacarías no forma parte de la élite sacerdotal: los sumos sacerdotes; él trabaja como un funcionario más del rito religioso del Templo de Jerusalén. El número de estos operarios alcanzaba la cifra de dieciocho mil. Como miembro de ese escogido grupo, Zacarías es presentado por Lucas encarnando un personaje destacado de la religión judía.

4.1.3. Junto a él, se menciona a un segundo personaje:

su esposa, también perteneciente al linaje sacerdotal (“tenía por mujer a una descendiente de Aarón”). Lucas aporta el detalle de su ascendencia subrayando así la representatividad de la pareja. Señalizan lo genuino de la religión. El evangelista dará su nombre: “…que se llamaba: Isabel” (‘Juramento o Promesa de Dios’).

4.1.4. Lucas destaca la integridad moral y religiosa de los esposos (“Ambos eran justos delante de Dios”).

Y aporta la prueba de dicha rectitud. Ambos eran estrictos cumplidores de la Ley: “…pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor”). El evangelista exhibe su comportamiento como modélico; son lo más selecto y puro de la religiosidad. Sus vidas ponen de manifiesto valores esenciales del AT: La Ley y el Culto.

4.1.5. Un nuevo dato de Lucas referente al matrimonio de Isabel y Zacarías

parece desentonar con lo expresado anteriormente: “No tenían hijos”.  La falta de descendencia estaba considerada una maldición en el AT. Se tenía como castigo divino por un comportamiento contrario a la Ley. Esta nota no encaja con la declarada rectitud de ambos cónyuges. El evangelista resuelve la aparente contradicción acto seguido aportando la causa que les impide tener hijos: “…porque Isabel era estéril”. Zacarías e Isabel son figuras representativas de una religión establecida sobre la Ley y el Culto. Ambos personalizan el punto exacto adonde ha llegado el credo y la praxis de la institución heredera del AT: La esterilidad. La Ley y el Templo son un campo baldío.

4.1.6. Un último apunte declara que la situación de infecundidad tiene carácter definitivo;

no tiene arreglo posible: “…eran ya los dos de edad avanzada”. La vejez impide poder tener descendencia. No hay cabida para la esperanza. El AT está ya en las últimas.

4.1.7. Tras la presentación de estos dos primeros personajes, el texto cambia el escenario y sitúa a Zacarías actuando en el Templo de Jerusalén.

a) Le corresponde prestar servicio a su grupo familiar.

A cada uno de ellos le tocaba realizar esa tarea dos veces al año. Él interviene en los ritos sacrificiales junto al resto de compañeros de oficio: “Mientras presentaba su servicio sacerdotal ante Dios en el turno de su sección…”. Pero la acción se concentra en una única ceremonia y él adquiere total protagonismo: “…le tocó entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso, según la costumbre del sacerdocio”. Lucas hace uso del verbo griego λαγχάνω (‘tocar en suerte’) para colocar a Zacarías en primer plano. Lo ha situado en el mismo centro del Templo, el espacio más sagrado. En otro diferente altar se celebraban mañana y tarde sacrificios sangrientos de animales. El rito del incienso se llevaba a cabo solo una vez al año, el día de la Expiación, en el interior del santuario. A Zacarías le había tocado en suerte -por estadística, la única vez en su vida- esa celebración tan especial. La elevación del humo del incienso escenificaba la singular relación del pueblo con Dios establecida por mediación del sacerdote.

b) Pero mientras el rito se desempeña solemne vía sacerdotal en el interior del santuario, el pueblo (“toda la muchedumbre del pueblo…”),

separado del lugar de la liturgia (“…estaba fuera”), solicita ansioso una salida de la situación de servidumbre que padece: “…orando durante el rito del incienso”. El clero sigue el camino oficial del culto; el pueblo busca otras rutas de libertad y vida.

b) Lucas hace aparecer al tercer personaje de su relato

en el espacio tenido como morada de Dios durante el rito del incienso. Un mensajero divino se planta sin avisar ante Zacarías. Están solos ellos dos: “Se le apareció el ángel del Señor…”. Su posición, “…de pie…”, en tan sagrado espacio es signo de su alta dignidad. Su precisa localización en la estancia demuestra tener una absoluta autoridad: “…a la derecha del altar del incienso”. Su mensaje se adivina al nivel de su imponente presencia y presentación.

 

4.2. EN EL CASO DE JESÚS

“A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María” (Lc 1,26-27)

 

4.2.1. El texto contrasta a simple vista con el anterior por su concisión y simplicidad.

El dato temporal inicial: “A los seis meses” sirve de lazo de unión con lo expuesto en dicho relato. Pero en la innecesaria precisión del número ‘seis’ se observa la fuerte intencionalidad de Lucas. El punto de partida, el que daba paso a esos seis meses, ha mostrado un paisaje yermo, únicamente sembrado de esterilidad. Allí resulta inútil pensar en futuro. Prima la resignación. La confianza en la creatividad, en un nuevo nacimiento, se da por imposible. El número seis tiene otra lectura; alude al relato de la creación, al momento del nacimiento del ser humano. La entrada: “A los seis meses…” adelanta la quiebra de la desesperanza y el afloramiento de la vida. El Nuevo Ser Humano está al llegar.

4.2.2. En este otro relato el primer personaje nombrado es el que en la anterior narración entraba en escena en último lugar.

Allí se dice que apareció; aquí se puntualiza su condición de comisionado directamente por Dios: “…envió Dios al ángel Gabriel” (‘Fuerza de Dios’). En el caso de Zacarías, el mensajero no viaja, se aparece en el lugar tenido como morada de Dios. Ahora el mensajero lleva una dirección adonde se desplaza: “…a un pueblo de Galilea…”. El destino se halla en la otra punta del país. Del punto más sagrado del Templo pasamos a la región norteña, la más alejada de la capital Jerusalén. De una gran ciudad a una aldea. Del área representativa de la institución nos trasladamos a la región cuya población se ha mezclado con los menospreciados extranjeros. Jerusalén es el sitio de la pureza y la ortodoxia; Galilea el área apartada de la observancia religiosa.

4.2.3. No resulta fácil dar con el paradero del pueblo al que ha sido enviado el mensajero: “…se llamaba Nazaret”.

Nazaret era una insignificante aldea, ignorada por el AT, de no más de cien habitantes. El sitio carece de relieve; no puede ser más opuesto a la emblemática Jerusalén. Su menudencia despierta la curiosidad y el interés de quienes oyen las explicaciones del Lector; les atrae saber:

. ¿qué ha ido a hacer allí el mensajero?;
. ¿a qué importante personaje habrá ido a visitar?, y
. ¿cuál será el contenido del mensaje que le trasladará?

4.2.4. La información añadida por el texto sorprende: “…a una virgen”

Persiste el contraste con el relato previo: el interlocutor del mensajero no será un hombre, sino una mujer.  El termino griego que designa a la mujer destinataria está escrito sin artículo: παρθένος (‘virgen’, ‘soltera’). Resalta una condición especial no centrada en el aspecto sexual, sino en su juventud. Si Isabel vivía ya en la vejez con casi todas las puertas cerradas, este otro personaje femenino representa la juventud de una nueva generación; ella lo tiene todo a su alcance. Destaca el hecho de sus pocos años. El vocablo griego señala ese aspecto, se refiere a “una muchacha”. En contraposición a mujer casada, en nuestro lenguaje más popular se hablaría de “una mocita”.

4.2.5. Lucas agrega una nota más sobre ella: “desposada con un hombre que se llamaba José” (‘Yahvé añada’).

El nuevo dato continúa señalando que el texto la identifica por su juventud y no por su virginidad. El compromiso matrimonial se realizaba mediante el pago de la familia del novio a los padres de la novia. Esto solía ocurrir antes de que la muchacha cumpliera los doce años y medio, porque a partir de esa edad, ella podía negarse al matrimonio con el candidato. Se trataba, pues, de una niña, una mocita ya a las puertas de la adolescencia. A ella ha sido enviado el mensajero. En el relato previo el protagonismo recae sobre un hombre; en este sobre una niña. El hombre pertenece a la clase clerical; la niña, al seglar. Zacarías e Isabel están marcados por el sello de la rama familiar (Aarón) de la que proceden. Respecto a la jovencita nada se dice de sus antecedentes familiares. Mientras del matrimonio citado se afirma ser cumplidores de los mandamientos, de la muchacha nada se dice de obediencia a la Ley. Parece no tener vínculos que la unan al AT. Sí, en cambio, del desposado con ella: “…un hombre que se llamaba José…”, se apunta su linaje: “…de la estirpe de David”. Ese hombre, José, mencionado ahora en último lugar, completa la pareja humana. Pero será la joven la que adquiera aquí todo el protagonismo.

4.2.6. La presentación termina identificando a la muchacha con su nombre: “…la virgen se llamaba María” (nombre de procedencia hebrea: ‘rebeldía’)

Una vez todos los personajes en escena, dará comienzo la intervención del mensajero.

 

 

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