Antonio Zugasti nos envía un largo e interesantísimo artículo del profesor Vicenç Navarro, de quien Atrio publicó 25 artículos entre 2011 y 2017, En una de las entradillas yo lo calificaba como el Noam Chonsky español. Hacía tiempo que leíamos nada de él. Nos ayudará mucho en estos días preelectorales e EEUU. Dada la extensión publicamos en dos días sucesivos las dos parte de que consta. La publicación original del artículo es de diario.red. AD.
Las próximas elecciones a la presidencia del Gobierno Federal de EEUU, así como de su Senado y Cámara de Representantes, están centrando una gran atención internacional, pues se señala frecuentemente que pueden tener amplias consecuencias en la vida económica y política de otros continentes y países incluyendo Europa, y por lo tanto España.
Para entender tales elecciones hay que conocer la gran crisis de legitimidad de la democracia en EEUU, así como la continua expansión de movimientos contestatarios de ultraderecha, situación que tiene semejanzas a lo que está ocurriendo en otros continentes como Europa, temas sobre los cuales he escrito reciente y ampliamente, señalando los puntos de semejanza así como de diferencia de lo que está pasando a los dos lados del Atlántico Norte (continentes que conozco mejor por haber vivido en ambos en mi larga vida académica). Ver El Fin de la Democracia Liberal y Lo que los Mayores Medios de Información en España no Dicen Sobre el Crecimiento de las Ultraderechas. En estos artículos hago una crítica de la cobertura mediática de estos temas importantes por parte de los mayores medios de información en España (escritos, orales o televisivos) que considero sesgada y errónea, consecuencia de la escasa diversidad ideológica en tales medios, que están constantemente discriminando y cancelando a voces críticas de la sabiduría convencional del país, reproducida en sus establishments políticos y mediáticos dominantes. Un tanto igual aparece ahora en su cobertura de las elecciones presidenciales y del Congreso de los EEUU. Espero mostrar con datos el sesgo y escasa veracidad de lo que están diciendo y escribiendo tales medios sobre ello. Creo conocer bien Estados Unidos desde 1965 cuando tras vivir en Suecia y Gran Bretaña, me invitó la Johns Hopkins University a integrarme en aquella universidad. Antes, tuve que exilarme de España debido a mi participación en la resistencia antifascista.
Lo que no se dice en los medios: los enormes déficits de la democracia estadounidense
Existe una percepción generalizada de los mayores medios de información en España de que la democracia en Estados Unidos es ejemplar y punto de referencia para el resto de las democracias en el mundo. Un ejemplo, entre muchos otros, es la definición de “la democracia estadounidense como uno de los sistemas democráticos más desarrollados que existe hoy en el mundo”, definición hecha por una de las periodistas más conocidas en España, la señora Ana Pastor, de la cadena de televisión La Sexta, que se presenta como la más progresista del país. Tal observación es común entre miembros del establishment político y mediático en España, como ocurre también entre los países de la Alianza Atlántica, promovida por los dirigentes de Estados Unidos, incluyendo el Presidente Biden, quien definió recientemente a Estados Unidos como el país más democrático del mundo. Los datos, sin embargo, no confirman tal percepción. EEUU es en realidad uno de los países menos democráticos entre los países democráticos hoy a los dos lados del Atlántico Norte.
En este artículo mostraré, en la Primera Parte, las grandes limitaciones de la democracia en EEUU y como ello aparece con toda evidencia en las elecciones a la presidencia y del Congreso de dicho país. Y en la Parte 2 mostraré las características de los dos mayores partidos en la contienda electoral -el Partido Demócrata y el Partido Republicano- y presentaré datos sobre los dos candidatos a la presidencia – Harris y Trump, datos poco conocidos en España y de gran importancia.
Parte 1:
Las grandes limitaciones del sistema electoral estadounidense que aparecen con toda claridad en estas elecciones y que no se citan por los grandes medios en España
Varias son las grandes limitaciones del sistema electoral de EEUU que afectarán de gran manera el resultado de las elecciones presidenciales, así como del Senado y de la Cámara de Representantes, que tendrán lugar este noviembre. Una es la escasa representatividad del Senado, del Colegio Electoral que elige al presidente de los Estados Unidos, y de la Cámara de los Representantes. El Senado es la Cámara legislativa más poderosa que existe en el Gobierno Federal de Estados Unidos pues tiene que aprobar (entre muchos otros temas) el presupuesto federal, el nombramiento de los ministros del gobierno propuestos por el presidente, y también los miembros de La Corte Suprema. Un dato poco conocido en España, que casi nunca es citado en los medios, es que cada Estado de los 50 existentes en EEUU tiene derecho a elegir solo dos senadores independientemente del tamaño de su población. California que tiene más de 40 millones de ciudadanos tiene el mismo número de senadores (2) que el Estado de Wyoming que solo tiene medio millón. Un californiano tiene, por lo tanto, 80 veces menos poder para incidir en las elecciones del Senado que un ciudadano de Wyoming. Los Estados pequeños tienen, pues, mucho más poder que los Estados grandes, y suelen ser más rurales, más conservadores y más votantes del Partido Republicano (que hoy sostiene posturas de ultraderecha). Esta es una de las razones por las cuales el Senado tiende a ser muy conservador.
Una situación semejante ocurre en la elección del presidente de Estados Unidos, la cual se realiza no por elección directa por parte del electorado, sino por miembros del Colegio Electoral, elegidos por asambleas estatales dentro de unas reglas que, de nuevo, favorecen a los Estados pequeños y desfavorecen a los Estados grandes donde los centros urbanos e industriales existen. Ello explica la orientación conservadora del Colegio Electoral que elige al presidente de Estados Unidos. Como consecuencia de ello, en muchas ocasiones, el presidente elegido no ha sido el más votado. Durante todo el siglo XXI, el candidato demócrata a la presidencia de EEUU obtuvo más votos que el candidato republicano (excepto en las elecciones del año 2004), y, sin embargo, durante este período, EEUU ha tenido más presidentes republicanos que demócratas. Un caso típico fue la elección del candidato republicano Trump en el 2016, quien obtuvo tres millones menos de votos que la candidata demócrata Hillary Clinton.
En cuanto a la otra cámara, la Cámara de Representantes, es elegida por los Distritos Electorales dentro de cada Estado. Y los límites de los Distritos Electorales los definen y aprueban los partidos que gobiernan el Estado donde están los Distritos. De ahí que no sea infrecuente, por ejemplo, que los barrios donde la mayoría son ciudadanos negros que suelen votar al Partido Demócrata sean diseñados y divididos en fracciones pequeñas que pasan a ser parte de los distritos electorales blancos. Es también conocido, que, para muchos sectores, como la población negra y sectores pobres de la clase trabajadora blanca, tienen dificultades en el proceso de votar, siendo el Partido Republicano el mayor promotor de tales dificultades.
Otro gran déficit del sistema electoral de los EEUU es que el propio proceso electoral no permite la pluralidad y fuerza el bipartidismo. Ello es consecuencia de que el sistema electoral no es proporcional, es decir, el porcentaje de parlamentarios que tienen un partido en una cámara legislativa no es el mismo que el porcentaje de votos que recibió tal partido, lo cual permitiría establecer bloques parlamentarios según el tamaño de su electorado. El sistema electoral en EEUU, es sin embargo, bipartidista, permitiendo en la práctica solo dos partidos, uno el Partido Republicano, hoy de ultraderecha mayoritariamente trumpista, y el otro, el Partido Demócrata, hoy de derechas con sensibilidad liberal perteneciente a la misma familia política a la cual pertenecía por ejemplo el Partido Convergencia de Cataluña bajo la dirección del señor Pujol, o el Partido Ciudadanos, que casi está desapareciendo en España. Estos dos últimos partidos son parte de La Internacional Liberal de la cual el Partido Demócrata ha sido parte como Observador. El grupo parlamentario del Partido Demócrata tiene miembros que son de sensibilidad socialista, como la Miembro de La Cámara de Representantes por el Estado de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, que por lo general se asocian al Grupo Progresista de tal partido, grupo que aun siendo minoritario dentro de la formación política tiene cierta influencia. Y también hay un senador independiente, Bernie Sanders, que es socialista y muy popular a nivel nacional. En EEUU, sin embargo, no hay un partido de izquierdas con representación parlamentaria en el congreso, ni en el Senado ni en la Cámara de Representantes, lo cual es una de las mayores causas del escaso desarrollo de su Estado de Bienestar.
La privatización del sistema electoral que favorece el sesgo a favor de la clase empresarial en el sistema político y jurídico
Pero el tema que limita más la democracia estadounidense es la financiación del proceso electoral, que es predominantemente privada. Esta es una de las mayores causas de que la democracia estadounidense sea tan limitada. El sistema electoral está financiado primordialmente por fondos privados, de manera tal que la mayoría de los fondos son privados donados por individuos, asociaciones o por empresas con o sin afán de lucro que financian las campañas electorales de los políticos parlamentarios para defender sus intereses. De ahí que sea muy frecuente que miembros de las comisiones del Senado y de la Cámara de Representantes, encargadas de legislar actividades de empresas estén siendo financiados por estas mismas. Un claro ejemplo es el de quien fue durante todo su largo mandato senador del Partido Demócrata, Joe Manchin de West Virginia, que presidió la poderosa Comisión de Energía del Senado, y quien siempre fue financiado por las industrias del carbón y del petróleo. Lo mismo ocurre en la Comisión de Sanidad donde las grandes compañías de seguros sanitarios que dominan la gestión del sector han financiado a muchos miembros de tal comisión. Es bien conocido en EEUU que la gran mayoría de los miembros de estas comisiones son muy próximos a las empresas que las comisiones tienen que regular y supervisar. Estas donaciones, que en muchos países europeos serían consideradas como actos de corrupción, son legales en EEUU y no se definen como corrupción. Gran parte de este dinero va a la compra de espacios mediáticos, para lo cual no hay ningún tipo de regulación. Como consecuencia, aquellos candidatos con mayores fondos tienen mayores posibilidades de exposición pública en los mayores medios de información, tanto escritos como televisivos y radiofónicos, los cuales están también controlados por grupos económicos o financieros, o por magnates billonarios cuyo primer objetivo es la promoción de sus intereses comerciales y políticos.
El tipo de donantes con mayores recursos son por lo general, miembros de la clase empresarial, propietarios y gestores de las grandes empresas que constituyen los mayores componentes de lo que se conoce como la “Donor Class” y que tienen una gran influencia, como he dicho, en configurar la legislación realizada por la clase política. La gran mayoría de dinero dado en las campañas de candidatos a puestos políticos procede de la clase empresarial (llamada en Estados Unidos “the Corporate Class”, un porcentaje de la población muy bajo que posee y gestiona las grandes fortunas y empresas del país, según C. Maisano, Whose interest of two parties represent? Dollar and Cents, Oct 2024). Un ejemplo de ello es del hombre más rico del mundo (260 billones de dólares), el señor Elon Musk, dueño de X (antes conocido como Twitter), y de otras empresas como Tesla, la mayor productora de automóviles eléctricos y empresas especializadas en la exploración comercial del espacio. Es de pensamiento ultraliberal, que apoya activamente al presidente de Argentina, Javier Milei (compartiendo sus ideales), siendo muy hostil a las fuerzas progresistas de cualquier país y muy en particular de los sindicatos. Es muy cercano al candidato Trump y que ha aportado 75 millones de dólares a su campaña. Trump en su momento de nombramiento como candidato republicano a la presidencia, le agradeció públicamente la financiación de su campaña, indicándole que lo tendría en cuenta en el futuro apoyándole en sus negocios. El Partido Demócrata también tiene su Clase de Donantes. Uno de los que ha aportado más es George Soros quien a través de su organización ha donado 60 millones, o Michael Bloomberg, banquero famoso, quien ha donado 42 millones. Y hay donantes que han financiado a la candidata a la presidencia de EEUU Kamala Harris desde los inicios de su vida política, como la billonaria Laurene Powell Jobs. De ahí deriva la enorme influencia de la clase empresarial (que es la que tiene más dinero) sobre el gobierno federal de Estados Unidos que prácticamente controlan los comités y comisiones del Senado y de la Cámara de Representantes y ejercen gran influencia sobre el presidente de los EEUU. La importancia de tal tema requiere una expansión en el análisis del gran dominio que las clases empresariales tienen en la vida política y mediática del país. Pude ver personalmente la enorme influencia ejercida por tales compañías de seguros sanitarios (uno de los sectores más lucrativos del capital financiero estadounidense) tenían sobre la política sanitaria federal cuando en el año 1992, el Reverendo Jesse Jackson (discípulo predilecto de Martin Luther King), presidente de la “Rainbow Coalition” (asociación que incluía movimientos de derechos civiles, sindicatos y asociaciones feministas y de la tercera edad, entre otros) me pidió que (como experto y asesor suyo cuando participó en las primarias presidenciales del Partido Demócrata en 1988), participara en la comisión especial nombrada por el Presidente Clinton y presidida por la Señora Clinton para hacer propuestas para reformar la sanidad estadounidense. La izquierda del Partido Demócrata no había sido al principio invitada a tal comisión y fue la presión de sindicatos y movimientos sociales del “Rainbow Coalition” lo que forzó a La Casa Blanca a que hiciera tal invitación. Y fue entonces cuando Jesse Jackson me pidió que en representación del Rainbow Coalition formara parte de dicha comisión.Fue así como tuve la oportunidad, trabajando en La Casa Blanca, de ver cómo funciona el poder político en EEUU, lo que expongo en el artículo “Getting the Facts Right: Why Hillarycare Failed” Counter Punch, 11/12/07. Aconsejo su lectura.
Cómo la distribución del poder de clase es reproducida en las instituciones políticas
En EEUU las dos categorías de poder que tienen más visibilidad política y mediática son raza y género. El poder de la ciudadanía es reconocido que depende primordialmente de la raza y del género del individuo. Véase, por ejemplo, la composición por raza y género de la clase política federal para ver su importancia. El número de políticos negros y pertenecientes a otras minorías, así como el número de mujeres en el Senado y en la Cámara de Representantes, está muy por debajo de lo que les correspondería por el tamaño de cada grupo poblacional. Hay otra categoría de poder, sin embargo, que realmente nunca se cita, y es “clase social”. Y este silencio oculta una realidad que es evidente. Los EEUU tienen clases sociales muy semejantes, por cierto, a las existentes en la mayoría de los países de la Europa Occidental. Según uno de los estudios más detallados realizado sobre la estructura social de los EEUU, el 1 % de la población pertenece a lo que se llama “la clase empresarial” (Corporate Class), que, como acabo de indicar, incluye a los propietarios y a los gestores de las grandes empresas del país. Le sigue “la clase media”, que se divide en alta y baja. La clase media alta (19 %) incluye a los grupos profesionales con educción superior y a los pequeños empresarios, entre otros, y la clase media baja (28%), que incluye a los autónomos y a los artesanos, entre otros. Y por último “la clase trabajadora” (52 %), que incluye a los trabajadores manuales, de servicios, de comercio y del campo. Esta clase constituye la mayoría de las clases populares que son la mayoría de la población. Es interesante que un estudio de las percepciones de pertenencia e identidad de clase entre la ciudadanía, la mayoría de la población estadounidense, en respuesta a la pregunta de si pertenecen a la “clase alta”, “media” o “trabajadora”, se identificaron como “clase trabajadora”. Los datos parecen confirmar que la mayoría de la población es y se autodefine como “clase trabajadora”.
Analizando a qué clase social han pertenecido durante los últimos 20 años los miembros de las tres instituciones más importantes del Gobierno Federal, a saber, el Consejo de Ministros, El Senado y la Cámara de Representantes, se ve que, como promedio, los miembros de la “Corporate Class”, que se calculaba que eran aproximadamente un 1% de la población, han constituido el 70% de los miembros del Consejo de Ministros, el 60% del Senado, y un 44% de La Cámara de Representantes. La clase media alta, que era alrededor de un 18% de la población, constituía el 30% del Consejo de Ministros, el 38% del Senado y el 48% de La Cámara de Representantes. Mientras que la clase media baja ,que era el 29 % de la población, no aparecía en el Consejo de Ministros, aparecía un 2% en el Senado y un 5% en La Cámara de Representantes. Y el grupo de la clase trabajadora, que representaba casi el 52 % de la población, nunca ha estado en el Consejo de Ministros ni en el Senado, y en la Cámara de Representantes solo en un 1.5%. La gran mayoría de la clase política federal pertenecía a la clase empresarial y a la clase media profesional Se critica en Estados Unidos, con razón, la falta de diversidad por raza y género en el Senado y en la Cámara de Representantes. La gran mayoría son hombres y blancos. Y en cambio, nunca se reconoce la enorme falta de diversidad por clase social (Ver V.Navarro, “What is happening in the United States? How social class influences political life”, Monthly Review, June 2021).
Consecuencias del sesgo (por clase social) de la clase política federal
No es sorprendente, por lo tanto, que las preferencias en cuanto a tipo de propuestas legislativas varían mucho también según, no solo la raza y el género, sino también la clase social del político. Propuestas legislativas a favor de sistemas universales, como el de establecer el derecho a la sanidad a todo ciudadano y residente del país, son muy populares entre la mayoría de las clases populares (“la clase trabajadora” más “la clase media baja” que so la gran mayoría de la población) no siendo así entre las clases empresariales y de clase media alta. En realidad, el sistema sanitario estadounidense es mayoritariamente privado, gestionado por las grandes compañías de seguros sanitarios, que tienen una enorme influencia, como ya he indicado antes, en el sistema sanitario en el que tales empresas son enormemente beneficiosas con costes elevadísimos que explica que el 18% de las familias estadounidenses tengan unas deudas retrasadas de facturas médicas de hasta 22 mil dólares; y que el 36 % de los enfermos terminales (que están en el proceso de morirse), expresen preocupación de cómo ellos o ellas pagarán las facturas médicas. Estos temas raramente aparecen en los mayores medios de información y en el discurso político de los partidos mayoritarios, incluyendo al Partido Demócrata. La distancia entre lo que las clases populares desean y lo que el Estado Federal aprueba es enorme. La mayoría de la población (la mayoría de “las clases populares” en general, y de “la clase trabajadora” en particular) están a favor de la universalización de los servicios sanitarios, así como también están a favor de una mayor contribución de impuestos sobre las rentas de capital, un mayor control de las armas (para alcanzar los niveles que existen en la mayoría de países democráticos de la Europa Occidental), de establecer un derecho al trabajo, temas estos poco o nunca discutidos por el establishment político y mediático federal. Incluso ahora, en plena campaña electoral, no han sido temas debidamente tratados por parte del Partido Republicano ni tampoco por el Partido Demócrata o su candidata Harris.
El olvido de la clase trabajadora: cuándo y cómo ocurrió y las consecuencias de ello
Es obvio, por lo tanto, que la categoría de “clase social” ha sido y continúa siendo de una enorme importancia para conocer y definir la política federal en EEUU. Y es llamativo que dentro del olvido de clases sociales, la más grande, la “clase trabajadora”, casi nunca aparece en el discurso de los establishments políticos y mediáticos del país. Este olvido de “la clase trabajadora” ha sido muy marcado desde los años 80 del siglo pasado cuando hubo una rebelión de “la clase empresarial” en contra de los grandes avances que “la clase trabajadora” consiguió durante el periodo conocido como “la época dorada del capitalismo”, que duró desde el final de la Segunda Guerra Mundial (cuando el nazismo y el fascismo fueron derrotados) hasta los años 70. Fue en este periodo, cuando las fuerzas progresistas anti-fascistas, tuvieron más poder para establecer el Estado de Bienestar en la Europa Occidental y también en EEUU, aunque en este último el desarrollo del Estado de Bienestar fue mucho más limitado y tardío. En realidad, la mayor expansión del limitado Estado de Bienestar en EEUU ocurrió en los años 60 y 70, con el establecimiento de Medicare (la atención sanitaria para los ancianos), en respuesta a la gran agitación social de los años 60, la década de mayor agitación social en el siglo XX, con movilizaciones contra de la guerra de Vietnam y la huelga de los mineros, que paralizó el este de los EEUU. Las conquistas sociales de los años 60 y 70 fueron las que originaron la respuesta de la clase empresarial de los años 80 -la revolución neoliberal globalizadora- para parar y revertir los avances de la clase trabajadora.
Tal revolución fue iniciada por el Gobierno Reagan en EEUU y el Gobierno Conservador de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña, y luego fue expandida en la Europa Occidental, incluso entre grandes sectores de la socialdemocracia (lo que se llamó La Tercera Vía). Tal nuevo movimiento político estableció el modelo neoliberal globalizador, que interrumpió gran parte de las políticas redistributivas keynesianas del periodo anterior, dando gran énfasis a las medidas de austeridad del gasto público social y de desregulación de los mercados laborales (las medidas neoliberales), así como a la movilización internacional de capital y también del mundo trabajo (las medidas globalizadoras). Fue a partir de aquel momento que la influencia de la clase empresarial ha crecido de una manera muy notable y con ello los beneficios empresariales a costa de la disminución de los ingresos de “la clase trabajadora”. Las rentas del trabajo como porcentaje de la totalidad de las rentas descendieron en EEUU desde los años 80 hasta el periodo pre-pandémico, bajando de un 70% a un 65%. Y lo mismo ocurrió con la capacidad adquisitiva de las familias de “la clase trabajadora”, que han estado descendiendo desde el inicio de la revolución neoliberal globalizadora.
Este descenso de poder de “la clase trabajadora” y el aumento de poder “de la clase empresarial” tuvo un enorme impacto. Incluso el término “clase trabajadora”, que había sido ampliamente utilizado en el lenguaje político incluso entre las derechas en Europa (Democracia Cristiana y Partidos Liberales) dejó de utilizarse y más tarde incluso las izquierdas y fuerzas autodefinidas como progresistas, como el Partido Demócrata, también dejaron de utilizarlo. Estos cambios ocurrieron de una manera progresiva y tuvieron un impacto político muy marcado, con cambios en la orientación tanto de los partidos políticos como del comportamiento electoral de sus bases. El crecimiento del neoliberalismo iniciado por el Partido Republicano, y que fue más tarde adoptado por el Partido Demócrata, durante el Gobierno Clinton, creó un crecimiento de la abstención política en la “clase trabajadora” y también un cambio muy notable en su actitud hacia el gobierno federal, con un crecimiento de un movimiento de anti-gobierno federal, como consecuencia de ver al Estado Federal controlado por los defensores del modelo neoliberal globalizador, y promovido por ambos partidos. El primer afectado por este movimiento fue el Partido Republicano (que tradicionalmente había sido favorable a disminuir el poder del Estado Federal y donde sus bases se revelaron y echaron a los globalizadores, manteniendo sin embargo el componente neoliberal). Por otra parte, grandes sectores de la clase trabajadora desengañados y hostiles al Partido Demócrata que votaban al Partido Demócrata dejaron de hacerlo. Se había creado así un movimiento anti-Estado Federal que canalizó astútamente Trump, presentándose como el defensor de las clases populares frente al Estado Federal globalizador. Este es el nuevo Partido Republicano al que se refiere Trump en sus discursos a los explotados miembros de la clase trabajadora. Es sintomático que el candidato a la vicepresidencia por parte del Partido Republicano, el Senador J.D. Vance, nacido de una familia obrera y de una región (Apalachia) conocida por su obrerismo y conservadurismo, definió recientemente al Partido Republicano como el partido de “la clase trabajadora”. Vance habló también, como hijo de la “clase trabajadora”, subrayando la existencia de “la lucha de clases” en EEUU, definiendo a Trump como la persona que en contra de lo que se dice “no está en el bolsillo de la clase empresarial, sino que quiere estar en el gobierno para responder a las necesidades del hombre trabajador, tanto de aquel que está sindicalizado como el que no”. Y más adelante, en el mismo congreso del Partido Republicano, Vance indicó que el objetivo de Trump en su postura antiglobalizadora era el de proteger los salarios de los trabajadores en EEUU y así evitar que tales puestos fueran a China. La cantidad de empresas estadounidenses que están trabajando en China es enorme. Y el pegadillo de “made in China” aparece en todas partes de Estados Unidos. Ni que decir tiene, que a través de este discurso que es enormemente atractivo a la clase trabajadora estadounidense, discurso que se presenta con gran agresividad en contra del establishment neoliberal globalizador, es muy efectivo. Aparece así Trump, como el anti-establishment que atrae a la clase trabajadora. El enorme desencanto de “la clase trabajadora” con el Partido Demócrata, principal instigador del modelo neoliberal globalizador ha hecho descender el apoyo de tal “clase trabajadora” a aquel partido, para en su lugar apoyar al trumpismo, que controla al Partido Republicano. Este desplazo del voto de “la clase trabajadora” ha implicado una división dentro de esta “clase trabajadora”, pues la dirección de los sindicatos ha continuado apoyando al Partido Demócrata y muy especialmente al Presidente Biden (quien en muchas ocasiones apoyó explícitamente a los sindicatos en sus conflictos laborales). Pero grandes sectores de “la clase trabajadora”, incluso de la sindicalizada, se han opuesto al Partido Demócrata, pues no han visto un cambio significativo de medidas más radicales del gobierno para mejorar su capacidad adquisitiva, controlando, por ejemplo, la elevada inflación. Como consecuencia unos de los sindicatos más importantes de EEUU, The International Brotherhood of Teamsters (La Hermandad Internacional de Camioneros), no ha podido, como su dirección quería, apoyar a Harris, porque sus bases se opusieron.
En contraste, el Partido Demócrata define a la “clase media” como la base esencial de su partido. En su congreso, todos los delegados hablaron de “las clases medias” como la clase a la cual se tenía que dedicar el partido. Únicamente los sindicalistas invitados y el socialista senador independiente Bernie Sanders hablaron en tal congreso de “la clase trabajadora” como la esencial para el partido. No así todos los demás ponentes del Partido Demócrata que continuaron siempre hablando de “las clases medias”.
Seguirá la Parte 2ª mañana…
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